
El sol iba escondiéndose en el horizonte. En esas fechas los días eran más cortos y aún faltaban algunas horas para el inicio del Yule Ball organizado por la poderosa familia Potter y a la que prácticamente toda la sociedad de Godric's Hollow, importante ciudad industrializada al oeste de Inglaterra, estaba invitada.
Contrario a lo que podría haber sido una linda oportunidad de compartir con él, su madre le había prohibido tener cualquier contacto y eso la tenía destrozada. Incluso había valorado no asistir al baile, pero sabía que su primo Harry, el hijo de los anfitriones, no se lo perdonaría.
Sentada en la amplia cama con dosel, Hermione Granger fijó su mirada en el vestido de color extraño que estaba a su lado. No era celeste, no era lavanda. Su modista Rita Skeeter le había dicho que se llamaba bígaro y que estaba empezando a ser tendencia en Milán, por lo que era casi seguro que sería la única persona con ese color en la actividad, pues las mujeres de su entorno eran mucho más tradicionalistas: blanco en la mayoría de las veces, color que no le favorecía. Cuando se lo había tallado, había sentido como si flotara; sumado a eso, había comprado un producto alisante con una curiosa etiqueta que decía Sleekeazy, por lo que su cabello, por lo general enmarañado, lucía precioso con un moño y algunos bucles sueltos sobre su hombro izquierdo.
¿Por qué sus padres tenían que entrometerse, por qué existían esas diferencias en la sociedad? Cierto. Draco, porque para ella jamás podría ser el señor Malfoy, era el heredero de un importante conglomerado empresarial, pero sobre todo, era el único hijo de los Malfoy, quienes tenían un título nobiliario, pero ella era la hija de un reconocido médico, el famoso doctor Granger, quien incluso en una ocasión había tratado a un miembro de la familia real, lejano eso sí, pero de esa familia al fin y al cabo.
Suspiró y levantándose de la cama, caminó hasta el balcón. Lo que vio la hizo sentir como en un cuento de hadas. Había empezado a nevar y una fina capa blanca cubría todo lo que sus ojos alcanzaban a ver. Después de todo sí sería una blanca Navidad. Había perdido la apuesta con él pero no podrían comentarlo ni jugar a que estaba indignada por haber perdido unos cuantos peniques. Una lágrima empezó a resbalar por su mejilla derecha pero estaba tan ensimismada en su dolor que no la notó. Odiaba que sus lágrimas se escaparan de sus ojos y la hicieran ver vulnerable. Seguir miles de estrictas normas de etiqueta, ser una mujer recatada y sumisa y exhibirse en cada actividad social como si fuera mercancía en un mercado de matrimonios no iba con ella. Hubiera dado todo por poder estudiar como Draco, quien había asistido cinco años a Eton y acababa de terminar sus estudios en la Universidad de Oxford. No es que se quejara de su institutriz, la señora McGonagall, pero, viuda y sin hijos, tenía ya muchos años, ¿cincuenta, sesenta? No sabía con exactitud pues no era apropiado hacer ese tipo de preguntas; solo sabía que era muy sabia e inteligente aunque algo anticuada, o quizá era ella la adelantada para su época.
Recordó la forma en que había empezado a tratar a Draco Malfoy. Todo había sido por casualidad pues en realidad no se movían en el mismo círculo social, y escasamente coincidían en alguna actividad; pero siempre se había dicho que él era un snob. Sin embargo, desde que lo vio aparecer esa tarde, no pudo dejar de admirar su porte aristocrático, aquel cabello rubio platino, los ojos grises y la piel tan blanca como la porcelana. Era primo en segundo grado de su amiga Luna Lovegood a quien Hermione visitaba unas semanas ese verano en la ciudad vecina de Ottery St. Catchpole. Con motivo del cumpleaños de Luna, la señora Lovegood había organizado una pequeña fiesta al aire libre y por eso el joven Malfoy, quien había llegado montando un hermoso caballo negro, estaba ahí también. Hermione sabía que prácticamente desde su cuna, Draco y Luna estaban comprometidos y ellos fingían estar de acuerdo, de ahí la razón de la visita, pero la verdad era que Luna amaba su libertad y secretamente esperaba no casarse nunca y su primo también le había comentado que prefería mantener su soltería mucho tiempo más, por lo que fingir estar de acuerdo con esos planes les alejaba posibles pretendientes y mantenía tranquilos a sus padres.
De primera entrada, Draco no había determinado mucho a Hermione, pero Luna, con su peculiar forma de ser se había encargado de acercarlos después de percatarse de la fascinación con que Hermione descaradamente lo veía, y Draco, poco a poco, había ido dejando de lado la actitud de príncipe inalcanzable y había mostrado su faceta de muchacho accesible e incluso divertido, aunque algo sarcástico. A Hermione la había sorprendido descubrir que era un caballero muy inteligente y no como muchos de esos jóvenes vacíos y presumidos que se jactaban de serlo y lo único que hacían era despilfarrar las fortunas de sus padres. Con Draco había congeniado como no lo había hecho con ningún otro. Y sabía que ella no le era indiferente, esto porque al día siguiente volvió a visitarlas, y muchos días más durante las semanas que Hermione estuvo en casa de los Lovegood. Luna le había asegurado que él no acostumbraba visitarla tan a menudo y que si lo hacía era únicamente por ella. Cuando Hermione iba a regresar a su casa, Draco se había atrevido a pedir uno de sus rizos y ella, olvidándose de los recatos, le había permitido cortarlo. Él había besado el mechón de cabello y posteriormente lo había guardado celosamente dentro de un guardapelo que, según le había dicho después, colocaba en la parte interna del chaleco, «muy cerca de mi corazón». Quizá había sido precipitado debido al poco tiempo de relacionarse, pero evidenciaba que entre ellos había un sentimiento más fuerte que la amistad, pues era un gesto muy íntimo que por supuesto tenía a Hermione completamente ilusionada y enamorada.
Durante las semanas que siguieron, empezaron a intercambiar correspondencia, y la señora Granger no tardó en enterarse del remitente. Tras hablarlo con su esposo, ambos acordaron que lo más sensato era prohibir que su hija siguiera escribiéndose con él.
—Es hijo de un lord, Hermione, ¿qué crees que dirán sus padres si se enteran que se relaciona contigo?
—No sabía que esas cosas le importaran, madre. No me siento menos que otras mujeres porque no tenga un título.
—No es solo un título, cariño. Son muchos los aspectos en los que no eres… elegible para él.
—Elegible para qué, madre. Recién nos conocemos. No es que vayamos a casarnos por unas cuantas cartas. Además, él es el prometido de Luna.
—Hermione, te conozco más que tú misma, por lo visto. Jamás te vi así de emocionada. Ni siquiera cuando el joven Weasley te empezó a visitar. —La muchacha se sonrojó ante la mención de ese nombre. Ronald se había ganado su corazón a los quince años, pero era un muchacho despistado y sumamente tímido como para atreverse a pedir su mano. En todo caso, lo que Draco la hacía sentir iba más allá de lo que podía describir con palabras—. Tú padre no quiere que sigas en contacto con él.
—¡No pueden hacerme esto, madre! ¡Ya tengo diecisiete años! —replicó indignada.
—¡Respeta y cumple con lo que mandamos, Hermione! Si es cierto que está comprometido, con mucho más razón espero seas sensata, y así como siempre has sido inteligente para todo, lo seas para esto también. El heredero de lord Malfoy tiene responsabilidades qué cumplir como el noble que es y no creo que su padres se alegrarían de que socialice con la hija de un médico. A ti no se te tiene permitido poner los ojos tan alto; ni siquiera tienes una fortuna considerable que pueda ponerte en la mira de Lord Lucius.
Sí. Las palabras de su madre habían sido hirientes. Había llorado en los regazos de Luna quien había prometido encargarse de la situación, y de hecho, a pesar de las prohibiciones, había visto a Draco pocas veces más en la casa de los Lovegood, pero le dolía que estando a unos instantes de volver a verlo, no pudiera acercarse a él como le hubiera gustado. Tampoco se había atrevido a seguir con la correspondencia, no fuera que sus padres interceptaran las cartas.
Escuchó unos golpes en la puerta que la sacaron de sus recuerdos; volviendo a la realidad, se percató de que el tiempo había pasado y no se había dado cuenta.
—Adelante —ordenó dejando de ver por la ventana y reparando al fin en sus lágrimas, las cuales limpió rápidamente. Ginny Weasley apareció en el umbral con un lindo vestido verde agua y rosado que la hacían lucir más bella de lo que era. Anheló que Harry aprovechara la ocasión para declararle su amor. Al menos ellos sí serían felices. Ginny era la hija de uno de los administradores de las empresas Potter, pero James y Lily nunca se habían opuesto a su relación a pesar de la diferencia de estrato social.
—¿Por qué aún no estás vestida? El carruaje ya está esperándonos.
Los Weasley eran una familia numerosa y como no todos cabían en el carruaje familiar, Ginny había llegado temprano para irse con los Granger, que eran apenas tres.
—Solo me falta el vestido. No tardo nada.
Se llevó el atuendo al vestidor y rápidamente se lo colocó. Retocó el peinado una última vez, se puso los zapatos forrados en raso del mismo color del vestido, tomó los guantes que llegaban hasta el codo y eran de un tono pastel a juego pero que no le gustaba usar, el abanico, el pañuelo y su carné de baile el cual habría deseado llenar con solo un nombre. Antes de volver al dormitorio analizó su aspecto final en el espejo. Le gustaba lo que veía. Por primera vez en la vida se sentía realmente hermosa y se preguntó qué diría Draco al verla. Eso le dio algo de ilusión a su corazón. A lo mejor podría, aunque fuera, cruzar un pequeño saludo. Eso podría ser suficiente, aunque sentía que se estaba haciendo adicta a él, a su presencia, a sus palabras, a sus miradas. Sacudiendo la cabeza, trató de calmar las ansias y volvió al dormitorio. Ginny se quedó sin habla al verla.
—Estás… hermosa… ¿Estará ahí, verdad?
—¿Quién?
—Hermione… te conozco hace muchos años. Sé que intentas parecer tú misma pero algo te tiene triste y no es por mi hermano. —Hermione se quedó en silencio como única respuesta. Ginny entendió que su amiga no le diría nada más—. Si lo que quieres es que caiga rendido a tus pies, lo hará. Nunca te había visto tan linda.
—Ginny… —Hermione sintió la sangre agolparse en su rostro. Precisamente por eso no había aplicado rubor en sus mejillas, pues sabía que tenía tendencia a sonrojarse con facilidad.
—Está bien —le dijo sonriendo con complicidad—. Ya me contarás… ¿Nos vamos?
Hermione asintió y mientras bajaba las gradas, con su mano derecha levantó ligeramente el vestido para no tropezar. Cuando divisó a los señores Granger en el vestíbulo, intentó no ponerse nerviosa debido a la anticipación. No quería que notaran algo extraño en ella. Igual sucedió en el camino mientras iban en el carruaje; intentaba prestar atención a la perorata que llevaba Ginny sobre si las gemelas Patil irían vestidas con el tradicional sarí, si la joven Lavender Brown se atrevería a aparecer luego de haberse escapado con el novio de su prima y con quien se había terminado casando por lo que ahora era Lavender Finnigan, si las hermanas Astoria y Daphne Greengrass llegarían con su prima Pansy Parkinson, ahora Nott y una lady, quien acababa de dar a luz. Ginny también se moría de ganas de ver a Harry con su casaca roja ahora que lo habían ascendido a coronel. Hermione, por su parte, solo quería saber si podría cruzar una mirada con Draco.
El salón de la mansión de los Potter estaba magníficamente adornado con un gigantesco abeto navideño y dos pequeños a cada lado que habían llenado de diminutas esferas simulando la nieve; miles de guirnaldas plateadas complementaban la decoración de la estancia. Hermione jamás había visto ese salón tan imponente y eso que asistía con frecuencia a las actividades sociales que organizaban.
Nunca había reparado en la presencia de lord y lady Malfoy, pero apenas los divisó, su corazón empezó a latir a mil por hora, pues a su lado, gallardo y más elegante que nunca, estaba la razón de sus desvelos. Él, quien llevaba del brazo a Luna, también notó su presencia e hizo un casi imperceptible asentimiento de cabeza luego de mantener su mirada por acaso dos segundos. Ella, atenta a cada mínimo gesto, había adivinado que ese era su saludo.
La elegancia siempre predominaba en la madre de Draco y sus hermanas, de solteras Black; pero esa noche, las tres lucían esplendorosas al lado de sus maridos. Definitivamente el baile de Navidad de los Potter seguía siendo el evento social del año en Godric's Hollow. Lady Narcissa Malfoy, era la menor, la más hermosa y la única que ostentaba un título nobiliario. En su momento, la del medio, Andrómeda, había sido duramente criticada por la sociedad por haberse enamorado y finalmente casado con un granjero de apellido Tonks, pero eso había pasado hacía veinticinco años y ya nadie se acordaba de tal deshonra. La única que nunca había perdonado esa situación había sido la mayor de las tres, Bellatrix, quien se había casado con Rodolphus Lestrange, un hombre que se rumoraba trabajaba para la mafia aunque nunca se le había podido demostrar nada. Como no habían podido tener hijos, la señora Lestrange volcaba su atención en Draco ya que debido al origen humilde de los Tonks, se negaba a ver a la joven Nymphadora como su sobrina.
El baile dio inicio con Lily y James como anfitriones acercándose de primeros al centro del salón, quienes fueron seguidos por parejas mayores como la señora McGonagall bailando con su hermano Albus Dumbledore, sir Slughorn con lady Trelawney, y luego unos más jóvenes como Blaise Zabini con su prometida Susan Bones, Neville Longbottom con Cho Chang y Charlie Weasley con Marietta Edgecombe. Harry, vestido con su uniforme militar tal y como Ginny lo había imaginado, se acercó a Hermione y la invitó a bailar. Mientras seguían el ritmo del vals, ella pudo ver que la señora Lestrange le pedía a su sobrino que bailaran y él había accedido con no muy buena cara, pero poco a poco había ido llevando a la mujer hasta quedar a pocos metros de donde Hermione estaba con Harry, quien le contaba algo que en aquel momento dejó de escuchar. Furtivas miradas entre ella y Draco, silencio entre palabras, la angustia de no poder estar juntos, la desesperanza anidada en sus corazones deseando vivir en un mundo donde lo que sentían no fuera prohibido.
Tiempo más tarde, Luna se acercó a Hermione y guiñándole un ojo, le pidió que la acompañara a refrescarse y nuevamente empezó a sentir su corazón latir con fuerza. Sería posible que… Caminando casi a rastras del brazo de su amiga, Hermione de pronto sintió como si se transportará a otro lugar y no existiera nadie más en el mundo que ella y Draco, a quien había visto entrar en uno de los balcones más alejados. Luna le apretó la mano con entusiasmo y le susurró al oído, «suerte, amiga» y se alejó hacia el balcón vecino.
—Señorita Granger —escuchó a sus espaldas, muy cerca de su cuerpo lo que la hizo estremecerse. Con el rubor sobre sus mejillas, se volteó para quedar a escasos centímetros de él, quien inclinó brevemente la cabeza—. Sé que esto no es lo adecuado pero no encontré otra manera de estar unos instantes a solas con usted.
—También lo deseaba… —se atrevió a confesar. Probablemente sus padres la desconocerían como hija si la encontraran a solas con un hombre y diciendo semejantes declaraciones no aptas de una dama. Odiaba ser una dama cuando eso la alejaba de sus deseos.
—Hermione… —se atrevió a murmurar y ella sintió que su alma gritaba de felicidad—. No me gusta tener que esconderme para vernos. Nuestra amistad no ofende a nadie.
Amistad… ¿Era eso lo que Draco significaba para ella? ¿Un amigo? No. Harry era su amigo. Lo que sentía por Draco era distinto.
—No estoy dispuesto a seguir permitiendo esto —continuó de repente con vehemencia—. Si no fuera por mi prima Luna, no podríamos tener estos momentos. —Hermione hubiera deseado que él tomará su mano, pero no podían atreverse a tanto, eso significaba la peor de las deshonras—. Sé que esto no es lo correcto, además de que quizá aún es muy pronto para decir esto, que a lo mejor pienses que estoy loco por siquiera sugerirlo pues tenemos poco tiempo de conocernos; sin embargo, estos días lo he reflexionado y el no poder comunicarnos ni vernos me ha confirmado lo que desde los primeros días mi corazón me decía. Quiero pasar el resto de mi vida contigo —afirmó dejando de lado las formalidades—, y necesito saber si tengo una pequeña posibilidad de que se haga realidad. Un mínimo de esperanza… Dime que sientes lo mismo que yo, Hermione, y te prometo que no me importará nada más en el mundo.
Hermione sentía una inmensa emoción en su corazón pero las palabras no salían de su garganta, así que asintió y tendió su mano hacia él quien la tomó presuroso y besó el dorso con devoción.
Hermione jamás esperó que su velada terminara así. Era mucho más de lo que se había atrevido siquiera a imaginar horas atrás. Sabía que no lo tendrían fácil debido a la sociedad en la que vivían, pero se amaban y nada podría detenerlos.