El león carmesí.
Las pesadillas eran las mismas, Lucien fingiendo estar muerto sobre una pira de cadáveres y piedras.
Nunca supo cuanto tiempo permaneció en los mazmorras, el aroma a podredumbre y los ojos grises sin vida de la condesa lo persiguieron por años.
Fue una serpiente que lo salvó de una muerte rodeado de cadáveres, larga y de color negra se deslizó por los cadáveres y captó la respiración pesada de Lucien, minutos después dos magos aparecieron en las mazmorras.
—Ayuda. Ayuda. Ayuda— repitió arremetiendo un roca sobre el piso del lugar. Un hombre de cabello negro y ojos castaños lo sacó de entre los cuerpos.
Lucien temblaba, los días que llevaba sin beber o comer no lo podían poner de pie. El mago lo cargo en brazos y como pudo, Lucien se aferro a su cuello. La fortaleza de los Harvoor quedó reducida a nada.
Habían mas magos, y una bruja. La mirada castaña de ella lo miro con toda la pena del mundo, le extendió su petaca y le dio a beber agua, también algo de pan y queso, Lucien lloró al sentir su estomago arder ante la sensación de bebida y comida dentro de él.
—¿Qué haremos con el muchacho?— preguntó el mago que tenia una serpiente entrelazada en su brazo derecho.
—Lo que es correcto— contestó el hombre que lo salvó — El niño necesita un padre y yo un heredero.
—¿Estas seguro Godric?— preguntó la bruja con mucha delicadeza. Lucien miro a los adultos y comprendió su situación, era huérfano, sus padres muertos, toda su vida destruida por los cazadores.
Godric se acercó a él y le extendió su mano.
Lucien la tomó.
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Prometeo Slytherin se convirtió en su hermano de armas.
Ambos iniciaron su enteramiento de duelo, equitación y espada al mismo tiempo. Se apoyaban mutuamente, tomaban sus lección de magia juntos, se volvieron hermanos jurados.
A la par con los años avanzaban, su interés se posó en la hija de Lord Slytherin.
La primera vez que la vio pensó que era un hada, su cabello parecía sangre derramada y sus ojos se podía deslumbrar una amplia primavera. Con los años fue testigo como las mejillas redondas de la infancia se derretían como nueve a la llegada de la primera dejando ver rasgos finos que la hacían ver como un ser etéreo.
Saber que Rhea correspondía sus sentimientos fue un alivio para su alma.
Solo había un obstáculo, Lord y Lady Slytherin.
Ambos le mostraban su cortesía por ser el mejor amigo de su hijo, pero Lucien era bueno leyendo las miradas. Había algo en él que no lo aprobaban.
Lady Slytherin le enseñó a Rhea el arte de la espada y la arquería, Rhea lo perfecciono y adapto a ella.
En un combate individual, Rhea tenia una desventaja por su delgada contextura. Pero ella lograba usarlo a su favor, una agilidad más amplia y una puntería de amazona.
Cuando se dio cuenta, cayó ante el encanto del Sol y la Luna.
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—Bien hecho mi muchacho— dijo Lord Godric palmeándole la espalda. A los pies de Lucien estaban tres cazadores, todos con una expresión vacía típica de un cadáver.
Las cruzadas habituales con los cazadores eran cada vez más. Magos estaban de su lado, ya sea por temor o por seguridad.
Cobardes. Traidores. Sangre Sucias.
Eso era lo que eran, empuñar armas contra las suyos era algo totalmente despreciable.
Lucien miro hacia de las ramas de los números arboles del bosque. Como una juguetona hada, Rhea se ocultaba entre las hojas con sus ojos brillando ante su labor con su arco y carj lleno de flechas. Ella sola los derribo y Lucien les aserto el golpe final.
—Es momento de regresar a casa muchacho— le avisó Lord Gryffindor.— Tal vez logremos azar a un ciervo, tengo apetito de un buen estofado.
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Cuando huyeron de Hogwarts a mitad de la noche su objetivo era llegar a Roma y luego a Egipto. Primero buscarían a un druida para que los casen.
Ya era grave viajar sin estar casado, Lucien no haría que el honor de Rhea se vea aun más empeñado, se casarían antes de abandonar el conteniente.
Pero los planes cambiaron rápidamente en su viaje. Niños colgados de los arboles, aun podían percibir un núcleo mágico formando.
Niños magos.
Lucien recordó la mazmorra, sus amigos muertos, apilados en pilas.
El hedor a cadáver y los ojos sin vida de la condesa mirarlo fijamente.
Lucien fue testigo de como Rhea lloraba de manera desgarradora mientras desesperadamente baja los cuerpos de los niños. Ella con cuidado les limpiaba el rostro y le daba un beso en la frente mientras que él se encargaba de cavar tumbas en el suelo.
—No podemos irnos— dijo Rhea acunando a el cuerpo de una niña que no parecía pasar de los cinco. — La red que Ariadne Black formó debe restablecerse.
—Debemos encontrar un lugar donde levantar protecciones— dijo Lucien dejado la pala de lado. Con cuidado le quito a la niña de los brazos y con delicadeza la ponía en hoyo.— Nuestros padres nos llevarían devuelta a Hogwarts.
—Hay que encontrar a alguien quien dialogue por nosotros— ella se limpió las lagrimas del rostro— Salvaremos a tantos niños podamos y serán enviados a Hogwarts.
Lucien luego de cubrir la tumba, abrazó a Rhea permitiéndole llorar.
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Los Slytherin siempre consiguen con lo que se proponen, le había dicho Prometeo una vez y de eso era testigo Lucien los siguientes años luego de casarse con Rhea.
Su red de apoyo se deslizó como una serpiente entre la hiera ante la narices de los cazadores.
Los Slytherin eran fríos y despiadados cuando eran necesarios.
Lucien observó las veces que Rhea rebanaba de un solo tajo los cuellos de los cazadores y envenenaba a los traidores.
Los Slytherin eran lideres nato.
Rhea manejó personalmente su red de espías dentro de las cortes muggles, brujas que se ofrecían voluntariamente como criadas, cantantes, taberneras, amantes de grandes señores de fortaleza o clérigos con tal de tener información.
A pesar de esa faceta fría y sanguinaria, la visión de Rhea favorito de Lucien era con su cabello suelto mientras dormía junto a Darius, le leía o le tocaba el arpa.
Lucien la siguió a cada paso, a cada cruzada.
Rhea le forjó una espada, y Lucien la empuñó para protegerla.
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Darius no era un niño de hacer rabietas, a pesar de tener cuatro, Rhea lo había educado bien.
Pero el corazón de Lucien se rompía al ver a su hijo llorar aferrado a las faldas de Rhea. Tener que decirle que se tendrían que ir no fue sencillo, aun mas sabiendo que Rhea se quedaba.
—Mami estará bien, mi amor— dijo Rhea, ella se hubiera inclinado para estar a la altura de Darius, pero su pesado vientre no se le permitía, así que solo se limito a acariciarle el cabello.
—No quiero irme— sollozó Darius— Me quedo aquí.
—Darius— dijo Lucien serio. Los ojos de su hijo se llenaron de lagrimas, una mirada heredera de Rhea.
—No puedes dejar a mamá aquí— le recriminó su hijo.
—Ella estará bien, tendrá a Marigold y dos más— contestó Lucien mientras lo separaba de las faldas de Rhea, con fuerza lo cargo en brazos
Rhea lo miro y se quitó su collar, un sol y una luna forjada en plata, con cuidado se lo entregó a Darius.
—¿Cuidarías esto por mami?— le preguntó con cuidado. Darius , aun lloroso, asintió con la cabeza. Rhea sonrió y le beso la frente.
Lucien lo dejó en la carreta con los demás niños y la bruja que los vigilaba, regresó con Rhea.
Los años favorecieron a su belleza etérea, cabello rojo sangre, ojos brillantes y rasgos afilados.
—Estaré— dijo Rhea con la voz rota, su nariz se ponía ligeramente rojiza cuando tenia ganas de llorar— Estaremos bien.
—Vendré por ti y nuestra bebé.
—Lo se— dijo ella mientras le ajustaba unas de las cuerdas de cuero de su armadura— Tu siempre cumples tus promesas.
Lucien y los demás marcharon antes del amanecer, desde la cabeza de la caravana él los guio a un lugar seguro.
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Un hombre sin su alma, es un hombre sin razón para vivir.
La muerte de su alama lo devastó, si no había perdido la cordura era por Darius, el ultimo vestigio de Rhea en esta vida mundana.
Rhea ni siquiera tenia una tumba para poder llorarla, Lord Slytherin cremó su cuerpo junto al de la bebé y esparció las cenizas al mar.
Lucien se destruyó, con ayuda de un Druida los maldijo.
Si los descendiente de Prometeo alzaban su varita contra los descendientes de Darius quedarían malditos, su magia los consumaría y vagarían por el mundo como una sombra de quimera.
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Nuevamente estaba apilado sobre una pila de cadáveres.
Podía sentir a la muerte acercándose a él, sus garras rozarle el cuello.
Fueron emboscados, un traidor dio aviso. El banquete paso a ser una carnecería. Sobre su cuerpo cayó una lluvia de flechas, y un soldado le acertó una puñalada en el pecho.
Mientras la sangre subía por su garganta Lucien sabia que los niños del calabozo estaban libre.
El frio subió por su cuerpo.
Darius estaba en buenas manos.
Mirando hacia el bosque donde arrojaron los cadáveres Lucien deslumbró una aparición.
Estaba muriendo porque veía a su hermosa Rhea. Con el cabello rozándole las rodillas y su ojos de eterna primavera.
Ella se sonrió mientra avanzaba. Lucien estaba muriendo porque sentía la calidez de su tacto en rozarle la mejilla.
—Rhea— dijo Lucien sonriendo y con el sabor de su sangre empapar su boca.
—Vamos casa— le sonrió y el mundo se oscureció para Lucien.