
Prólogo
Año 1982
Este año la crisis financiera de la familia Weasley había llegado a otro nivel. Con Arthur en una investigación de su propio departamento por hechizar objetos muggles y experimentar con ellos y Molly quedándose en la casa para cuidar a sus hijos, no había quien trajera sustento a la familia, sobrevivían con lo poco que podían recoger de su huerto y los pequeños ahorros que se les iban acabando poco a poco.
Después de la guerra todo se había sumido en un caos y la investigación del Departamento del uso incorrecto de Objetos Muggles estaba tardando meses, meses que no tenían si querían no morir de hambre. Por eso Arthur y Molly tomaron la decisión de abandonar a dos de sus hijos para poder salvar a todos los demás. A pesar de que sonara cruel, ellos habían estado de acuerdo enseguida con la idea y tenían en mente a los candidatos perfectos.
George y Fred Weasley eran los gemelos de la familia, los hermanos del medio, siempre juntos. Nacieron el 1ero de Abril y aún a sus cortos cuatro años de edad eran considerados revoltosos y busca problemas por todos los demás miembros de la familia. A pesar de que nunca les hicieron nada malo, Molly y Arthur solían criticarles más a ellos y pensaban constantemente que no tenían nada especial o característico de la familia Weasley más que su físico. Por eso, fueron la elección perfecta para llevar a cabo su plan.
Fue un día lluvioso de noviembre, Fred estaba tratando de convencer a su hermano gemelo de poner babosas en los calcetines de su hermano Charlie y este estaba renuente, ya que la última vez su madre les había gritado hasta casi dejarlos sordos, con ese recuerdo en mente, George se asustó y casi cae al suelo de la impresión cuando su madre abrió la puerta de un golpe y los apuntó con su dedo regordete. “¡Ustedes!” exclamó “Bajen ahora mismo a la cocina y despídanse de sus hermanos, iremos de… paseo”.
Sus hijos, olvidando de lo que habían estado hablando, bajaron corriendo las escaleras con la emoción pintada en sus caritas infantiles llenas de pecas. Sus sonrisas felices ignoraban que es su habitación su propia madre empacaba sus peores ropas, sin ni siquiera importarle si servirían para el invierno o no.
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Severus Snape admiraba con brillo en sus generalmente inexpresivos ojos negros las escrituras del local que había comprado en el Callejón Diagon, era perfecto, ni muy al centro, ni muy al extremo, ni muy grande, ni muy pequeño y lo mejor, todo suyo. Ansiaba dejar de depender de gente externa y poder crear su propia vida. El pequeño local que ahora era legalmente suyo consistía en un primer piso de tres habitaciones, la bodega, el laboratorio de pociones y el lugar dedicado a la venta, y un segundo piso con dos habitaciones, una cocina, un living-comedor decente y un baño. No era ni sería algo que sus amigos de Slytherin, como Lucius Malfoy, aprobarían, pero a él le funcionaba a la perfección.
Con aprensión vio la lluvia que caía desde la salida del Banco Gringotts, el agua le dificultaría enormemente la mudanza y posiblemente tendría que retrasar hasta el próximo día todos sus planes con su nuevo lugar, pero lo peor sería tener que volver al departamento de su mejor amiga Lily y pedirle quedarse una noche más, aunque Severus sabía que esta diría que si encantada, sentía que estaba abusando de su hospitalidad, y sobre todo que los merodeadores, amigos de Lily, les desagradaba la presencia de el allí. El pelinegro sacudió la cabeza en un intento de disolver los pensamientos negativos, agarró con fuerza su varita y estaba a punto de aparecerse cuando un pequeño grito de pánico le llamó la atención.
Ahora bien, Severus se consideraba un Slytherin de pies a cabeza, y el acto de correr hacia un posible peligro no era una rasgo de su casa, quizás si el grito que había escuchado fuera el de un adulto, él solo se alejaría lentamente del lugar, o llamaría a los aurores, sin embargo ese grito no había sido el de un adulto, si no el de un niño pequeño. Así que sin pensarlo, Severus corrió bajo la torrencial lluvia buscando el origen de ese sonido.
Y lo que encontró le dejó pasmado.
Dos pequeños niños de no más de cinco años estaban tratando de soltarse del agarre de un hombre claramente mayor que el mismo, que tenía solo veintidós años, quien les tenía tomados del brazo e intentaba llevárselos hacia una botella rota que era claramente un traslador ilegal.
El ojinegro reaccionó rápido, lanzó un aturdidor al hombre y corrió hacia los niños, poniéndoles tras de si en un claro acto de protección, sin embargo fue en vano, ya que el hombre había caído al suelo totalmente desmayado. Con una mueca Sev dedujo que estaba ebrio y la contusión que tendría por la mañana provocada al caer, le haría olvidarse de todo, lo que era bueno, ya que no tendría que usar un Obliviate.
Giró su cuerpo para observar a los infantes, estos eran muy parecidos, cabello rojo rizado, abundantes pecas y chispeantes ojos azules, tenían la misma nariz, pero deformada en muecas diferentes, uno tenia la cara llorosa y completamente aterrada y el otro, aunque tenía lágrimas decorando sus mejillas, portaba un gesto desafiante, muy gryffindoresco, si le preguntaban a Severus.
Con cautela, se agachó para estar a su altura y bajó la varita al suelo para que entendieran que no tenía malas intenciones.
- Hola, mi nombre es Severus Snape, ¿Les puedo ayudar a encontrar a sus padres?
Los niños cruzaron miradas brevemente, comunicándose entre si como solo dos personas muy unidas pueden hacerlo. El niño más asustado tomó la palabra, mientras retrocedía inconscientemente un pasito.
- Nuestdos pades no.. no nos… quieden, no estan. Pedo gdacias pod salvadnos señod.
El Slytherin sintió su corazón encogerse ante la confesión de que les habían abandonado y su alma le pedía a gritos ayudar a los pequeños. Con voz suave y calmada volvió a dirigirse a ellos, tratando de no asustarles.
- La lluvia está cayendo muy fuerte y este no es un lugar cómodo o seguro para quedarse, ¿Les gustaría venir conmigo esta noche? .- Los gemelos se volvieron a mirar con cautela y algo de incertidumbre. No conocían a este extraño, pero les había salvado. Quizás no era tan malo.
El niño desafiante tomó la palabra esta vez. “Edta bien, muchad graciad”
Y a pesar de todas sus dudas sobre el nuevo lugar y la lluvia, Severus los llevó allí, transfiguró algunas sillas en cómodas camas y les dió de comer mientras conversaban y se conocían entre ellos.
Esa noche Severus no volvió donde Lily, nunca supo que el merodeador rubio y bajito, lo estuvo esperando toda la noche para felicitarlo por su nuevo hogar hasta que se quedó dormido de cansancio en el sofá.