
❛Gracias a Merlin por la magia accidental del niño.❜
Severus Snape podía ser un experto en varias áreas de la magia, siendo las pociones la principal.
Tantos años de estudio le sirvió para comprender mejor la vida, tanto muggle como mágica.
Pero hay una cosa que nunca aprendió, y eso es como entender a los niños. Aunque, en su defensa, nunca había querido tener hijos, pero parece que la vida había decidido traerle a Harry.
Harry, el hijo de la única persona que había amado, y de su némesis.
Fue todo tan... Impactante. Y todo gracias a Minerva.
La profesora, en una de sus patrullas mensuales en su forma animaga, había obtenido las pruebas suficientes como para sacar al niño de allí.
Y mandarlo a vivir con él.
Porque claro, Albus Dumbledore estaba seguro de que él, Severus Snape, era la persona adecuada para cuidar al Niño-que-Vivió.
Una noche en vela fue cuanto le tomó para tomar una decisión, y por la promesa que le hizo a Lily, acogió al chico, obviando su odio hacia James Potter.
Así había empezado su vida con Harry, su hijo, quería llamarlo él. Y aunque al principio las cosas eran complicadas, intentando deshacer todo el daño que los Dursleys habían hecho, ahora parecían ir mejor
Hasta la llegada del invierno.
Habían regresado de Hogwarts a Prince Manor, donde pasarían sus primeras navidades.
Severus se alegró de ver al pequeño tan emocionado tras comentarle de que irían a por un árbol y algunas decoraciones para la mansión, sorprendiéndose a si mismo por la promesa.
Por ello, unos días antes de la noche de Navidad, la pequeña familia ya se encargaba de decorar todo, centrándose principalmente en la sala de estar, donde un gran árbol de navidad descansaba en una de las esquinas.
— ¿Te gusta el resultado, Harry?— El niño, entusiasmado, asintió frenéticamente con la cabeza, mirando todo con un brillo en sus ojitos verdes.— Aún quedan unas horas antes de que Minerva, Albus y Poppy lleguen para cenar, así que, ¿porqué no vas a jugar un poco afuera?— Propuso Severus, abriendo uno de sus libros de pociones por la página marcada.
— ¿Puedo?— Susurró.
— Pero ponte algo abrigado, y no te alejes mucho de la zona del lago.— Ante esa invitación, Harry corrió hasta su habitación, agarró una chaqueta fina, y salió de la mansión.
Era la primera vez que jugaba con nieve. ¡Y Sev no le obligaba a trabajar afuera!
Esa era una de las principales diferencias entre vivir con sus tíos y vivir con Sev, el hombre no le pedía quitar la nieve de la puerta o cuidar el jardín, aunque algunas veces le gustaba echar una mano en el invernadero de su papá.
Un agradable sentimiento se apoderó de su pequeño cuerpo cuando pensó en Severus como su padre. El hombre ya ha hecho muchas cosas por él como para evitar llamarlo así. Solo esperaba que no se enfadara por ello.
Quitando esos pensamientos negativos de su cabeza, el pequeño Harry empezó a jugar cerca del lago, teniendo como principal objetivo hacer un pequeño muñeco de nieve.
Así pasó un tiempo hasta que Severus le llamó.
— ¡Harry! ¡Te dije que te pusieras algo abrigado!— Exclamó el adulto, y el niño no pudo evitar estremecerse al notar como su guardián sonaba enfadado.
De un momento a otro, unos brazos lo enredaron y lo levantaron en el aire. El pequeño cerró con fuerza sus ojos, esperando un golpe.
Unos momentos después, cuando aún no notó nada, reunió todo el valor dentro de sí y abrió los ojos, mirando a los orbes ónix de su guardián.
Severus suspiró.
— Nunca te pegaré como tus ineptos relativos muggles, Harry.— El joven pocionista ya había perdido la cuenta de cuántas veces ha repetido esa frase, pero la diría hasta que a su pupilo se le quede grabada en su cabeza. Era complicado, más aún sabiendo que el niño estaba reacio a ver a un Sanador Mental.
Aún Severus no ha podido descifrar el porqué de esa reacción, pero creía que también era culpa de los tíos del niño.
— Vamos adentro, niño insufrible.— Dijo sin malicia.— De seguro y tienes frío.— “Y por Merlin espero que no te resfríes.” Pensó por último.
Con el niño algo más relajado en sus brazos, ambos entraron de nuevo a la mansión. Severus no tardó mucho antes de utilizar un hechizo para calentar al chico, y este no dudó en acurrucarse un poco más en los brazos de su guardián, cómodo.
Una pequeña vocecilla dentro de la cabeza de Harry le decía que estaba siendo muy infantil, que ese tipo de relaciones no estaban hechas para él. Que era un fenómeno. No le hizo caso, y solo disfrutó el momento.
— ¿Por qué no te pusiste algo más abrigado, Harry?— Preguntó el profesor, pocos minutos después.— O me podrías haber pedido que usara algún encantamiento. Seguramente tendrías frío allá fuera.— El niño negó con la cabeza, y Severus no comprendía a lo que se refería.— ¿No tenías frío?— Un asentimiento.— Estabas temblando, niño.— Algo le decía que los Dursley también tenían algo que ver en esto.
Severus odiaba como todo lo negativo del niño venían de parte de su antigua familia.
— ¿Puedes repetirlo otra vez, Harry?— Pidió el profesor, tras oír un murmullo del niño que no pudo descifrar.
— No me di cuenta del frío.— Susurró el niño. Una pequeña pausa, y luego.— Gracias, papá.
Severus se quedó parado un momento, mirando sorprendido a Harry. ¿El niño le acababa de llamar papá? ¿Ha oído bien? ¿Enserio había escuchado eso? ¿Y a qué se refería con “no darse cuenta”?
Tendría que buscar respuesta, pero por ahora dejó que el sentimiento de alegría le inundara el corazón de pocionista ya no tan marchito, mientras abrazaba un poco más fuerte al infante que tenía en sus brazos.
— Gracias a ti, hijo mío.
Fue unos días más tarde cuando descubrió la verdad tras esas palabras.
Había expresado sus preocupaciones a su mentor, Albus, justo cuando llegó a la cena de esa noche, aprovechando de que su hijo seguía durmiendo su siesta.
El mago mayor no le pudo dar una respuesta certera, pero gracias a la expresión de su cara, sabía que tenía algunas teorías rondando por su mente de mago medio loco.
Al parecer, tras la cena, mientras Minerva, Poppy y él estaban teniendo una conversación, Albus aprovechó para hablar con el niño, quien estaba más que feliz por compartir parte de ese día con quien consideraba su abuelo.
Fue una conversación bastante sorprendente para el director, quien con paciencia dejó que Harry encontrara las palabras indicadas para explicarle todo mientras jugueteaba con sus manos.
Cuando Albus fue al pocionista para explicarle sus recientes descubrimientos, le dijo: —Es por los Dursleys, Severus.— El más joven pudo notar el arrepentimiento y la rabia tras esas palabras.— Tal parecer, ha estado expuesto a estas temperaturas tan bajas desde tiempo atrás, y como su ropa antes no era la adecuada, su cuerpo buscaba forma de calentarse por su cuenta.
— ¿Magia accidental?— Albus asintió.
— Lo más probable.— Un pequeño silencio se formó
— Los odio mucho.— Confesó el pocionista, con veneno en sus palabras.— Ojalá poder vengarme por cuenta propia.
— No puedes ir a Azkaban ahora, Severus.— Le reprochó el director.— Se está haciendo todo lo posible dentro de las vías legales.
— Lo sé, pero es todo tan lento.— Albus no pudo negar esa queja. Ya han pasado meses desde que sacaron al niño de allí, y aún Verno Dursley no ha pisado una celda muggle.
— Por ahora, cuida del joven Harry. Lo estás haciendo bien, Severus. Sabía que serías el indicado.— El orgullo era notorio en su mentor.— Ahora, ¿podrías explicarme cuales son esos caramelos que el joven Harry me ofreció?— Y Severus no pudo suprimir la carcajada.