Doppelgänger

Harry Potter - J. K. Rowling
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G
Doppelgänger
Summary
Ok, básicamente tiré los siete libros por la ventana con esto...Harry Potter salvó la piedra filosofal, pero Vomdemort logró escapar con el cuerpo de Quirrel. Los planes cambian y el Señor Tenebroso es traído de regreso antes de lo esperado.¿Por qué crees que esto se llama "doppelgänger"?
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Encuentro en el bosque

Todavía no llevaban tres meses dentro del término escolar y Severus ya podía decir que este era el peor de todos sus años en Howarts, incluyendo los que había pasado como estudiante.

Claro, no había ningún perro de tres cabezas tratando de arrancarle la pierna, profesor poseído (hasta ahora), dragón de contrabando o niño cayendo de una escoba maldita. Pero todo eso sería preferible al bastardo híbrido de serpiente en carne y hueso, torturándolo frente a todos esos sádicos, racistas y fanáticos de la pureza de sangre. ¡Y si escuchaba una vez más a Dumbledore hablar del "Bien Mayor" o de la profecía de esa ebria...!

Severus suspiró. Era sábado por la noche. El toque de queda de los estudiantes había pasado hacía más o menos una hora y él no tenía patrulla. Era libre para ir al bosque y recolectar ingredientes.

Caminando por los pasillos y afuera en los terrenos de Howarts, trató de pensar en algo que no lo hiciera sentirse como a punto de desatar una masacre.

Al menos ninguno de sus estudianres había salido herido. Y Voldemort aún tenía que sacar a los mortífagos de prisión. Hasta entonces estarían relativamente a salvo...

Además, el maestro de Defensa de ese año era... tolerable. Es decir, Williams era alguien con quien Severus podía, al menos, hablar. Los otros profesores lo evitaban y desconfiaban de él, y eso estaba bien, es como debía ser. Él era un espía, el punto de su rol era que nadie supiera con certeza de qué lado estaba, que dudaran de él. Entre más lejos se mantuvieran mejor.

Y él tenía a Lucius y a Narcissa. Ellos siempre habían estado allí para él, siempre lo habían cuidado. Eran prácticamente hermanos y Severus adoraba pasar el tiempo con ellos en sus vacaciones.

Solo que... ahora él estaba en Howarts y Voldemort había vuelto. Cada vez era más difícil encontrar un momento para estar juntos. Y los Malfoy tampoco sabía realmente de qué lado estaba Severus. Él no quería decirles, no quería ponerlos en peligro, los quería demasiado. Y ellos a él. Lo querían a tal punto que simplemente no les importaba de qué lado estuviera en verdad. Ellos ni siquiera apoyaban a Voldemort, no desde que entendieron lo que era ese hombre realmente.

En fin, el punto era que por mucho que quisiera verlos, entre el Ministerio, la Junta de Padres y sus negocios, los Malfoy apenas tenían tiempo para hablarle cuando él estaba en Howarts, y Severus entre sus clases y Dumbledore respirándole en la nuca, no podía ni acercarse a la chimenea para verlos por la red floo.

Y ahora con Voldemort en el medio...

Parecía que Severus no tendría a nadie con quien hablar por los próximos nueve meses.

Salvo, claro, por Williams.

Pero eso traía otra serie de problemas. El profesor era agradable y carismático, tenía a toda la escuela encantada. Era fuerte física y mágicamente, eso era fácil de notar. Y era inteligente. Severus se halló a sí mismo disfrutando de sus conversaciones con el hombre.

Pero he aquí el dilema: Williams parecía buscarlo activamente a él para hablar, incluso más que a sus otros colegas. Y eso tal vez podía explicarse. Quizá, como él, solo quería a alguien con quien pudiera hablar de distintos temas. Pero Williams podría hablar con cualquier otro de sus colegas. Y considerándo todas las cosas que el profesor de defensa había descubierto sobre él, las actividades en las que Severus estaba envuelto... ¿no tendría más sentido que Williams quisiera tenerlo lejos?

Entonces, ¿por qué no lo evitaba como los demás? ¿Qué podía tener él que el otro quisiera? Porque aparte de Lucius y Narcissa, Severus no estaba acostumbrado a personas buscándolo sin motivos ocultos.

Ese razonamiento combinado con las extrañas protecciones en la mente de Williams, lo hacían sospechar del profesor de defensa. ¿Y si él también era alguna clase de espía? ¿Y si estaba allí por Harry? ¿Y si descubría sus verdaderas lealdades?

Pero... habían pasado semanas y Williams no había hecho absolutamente 'nada' además de su trabajo.

Severus por lo general era un buen juez de carácter, algo que había aprendido tanto por sus actividades de espionaje como por su trabajo como profesor, y en ese momento, se veía incapaz de sentir verdaderas malas intenciones de su colega. Sí, sabía que el hombre ocultaba algo y tenía el presentimiento de que ese algo era peligroso, pero no se sentía amenazado por ello.

Y esa extraña mezcla de sospecha y seguridad, de querer confiar pero temer hacerlo, le pesaba en el corazón, creando un nudo en su garganta y agregando una carga en sus hombros que simplemente no sabía explicar.

Entrando al Bosque Prohibido con su canasta en mano, caminó hasta encontrar un claro donde crecían las flores de Urano. Este espécimen era particularmente potente en pociones si se lo recolectaba en noches sin luna. Claro, algunas criaturas nocturnas podía  ser un problema, pero Severus ya estaba acostumbrado. Además, el claro no estaba muy lejos de la cabaña de Hagrid, es decir que no se encontraba demasiado en lo profundo del bosque y que, en caso de un ataque, tendría un refugio cercano.

El maestro de pociones llegó al claro sin problemas. Se quitó su túnica y la colgó en una rama baja. Así, era libre de trabajar solo con sus pantalones de vestir y camisa negra. Sus zapatos también eran formales. En otras palabras, el conjunto no era ideal para hacer jardinería, pero con magia, la ropa le tenía sin cuidado. La túnica era estorbosa pero lo demás podía solucionarse con un simple 'Scourgify'.

Severus sacó unos guantes de cuero negro del bolsillo de su pantalón y se los puso. Se acercó al matorral de flores más cercano y empezó a sacar las plantas de raíz y a meterlas en su canasta. Poco a poco la fue llenando.

Llevaba ya un rato y no pasaba nada. Era una noche tranquila.

Parte debido a la paranoia y para no tentar su suerte, hizo un sutíl cambio en su anatomía y, redirigiendo su magia a sus tímpanos, agudizó su sentido de escucha al nivel de su animago sin cambiar la forma de sus orejas. Entonces pudo oír con más claridad el canto de los grillos, las pezuñas de los centauros y los unicornios, las acromantulas que se colgaban de los árboles, los gnomos en sus madrigueras, el agitar de las alas de los thestrales...

Pudo distinguir el sonido de pisadas, como un trote, no muy lejos de donde él estaba. Escuchó el olisqueo de una nariz y un gruñido profundo y bajo.

Severus ya tenía más que suficiente flor de Urano. Normalmente habría tomado su canasta, su túnica y se habría retirado por la noche, pero al poner más atención pudo notar otro par de pies no muy lejos. Por el patrón y la profundidad del sonido, no le costaba identificar las pisadas como pertenecientes a un ser humano. Pero no eran lo suficientemente pesadas como para ser de Hagrid. ¿De quién serían?

Otro gruñido corto lo puso en alerta y solo en ese momento se hizo consciente de la proximidad de la criatura que había oído y el humano.

Se olvidó de su canasta y de su túnica. Salió corriendo a toda velocidad en dirección a los pasos. Corrió esquivando los árboles con destreza. Había un tronco caído en el camino, tirado por alguna tormenta. Severus pasó por encima de un gran salto, transformandose en el vuelo y aterrizando agilmente en sus cuatro patas.

Con sus cinco sentidos mejorados, fue a toda máquina. Escuchó un fuerte golpe y un quejido. El humano había caído al piso. Otro gruñido, más fuerte y largo, y movimientos pesados y lentos. La criatura se preparaba para dar el golpe final.

Había una alta fila de arbustos y detrás estaban el humano y el montruo.

Lo escuchó rugir y empezar a correr.

Severus saltó por entre los arbustos y todo pareció ir en cámara lenta. Una parte de su cerebro registró a Williams en el piso, el resto vio a la quimera en el aire a medio salto.

El animago dio un brincó y se abalanzó al montruo, tirándolo al suelo. Clavó sus afilados colmillos en su cuello hasta saborear sangre. Tiró, llevandose un pedazo de piel y empujó el cuerpo debajo suyo con sus cuatro patas, tomando impulso para saltar, golpeando e hiriendo aún más a su víctima y poniendo distancia entre los dos.

Escupió la carne entre sus dientes y, sin quitar los ojos de su adversario se movió lentamente al costado, ubicándose entre Williams y la criatura.

La quimera se paró adolorida, girando el cuerpo a modo de proteger la parte herida de su cuello. Gruñó, pero Severus podía ver, podía sentir, que la criatura tenía miedo.

Tensando los músculos como para atacar, el animago arrugó el ocico y gruñó en advertencia. El monstruo de inmediato agachó la cabeza, mirando al suelo en sumisión y tratando de verse lo más pequeña posible. La criatura dio un paso adelante, dudosa. Severus volvió a gruñir, esta vez exibiendo los colmillos. La quimera soltó un quejido, dio la vuelta y salió corriendo con la cola de serpiente entre las patas.

Severus solo destensó los músculos cuando el trote del monstruo se perdió en la distancia.

Volteó a ver a Williams. Esperaba encontrarlo asustado, pero él hombre lo miraba con asombro. Supuso que habría adivinado que era un animago. Había muchas cosas en ese bosque pero la mayoría eran criaturas mágicas, no simples animales. El maestro de pociones solo debía irse, no había necesidad de...

"Gracias, Severus."


Aramis hacía su camino de regreso al castillo por el bosque.

Hagrid lo había invitado a cenar en su casa. La comida no la había hecho el guardabosques, se la habían traído los elfos.

El punto no era la cena en sí. Hagrid lo había invitado a ver la migración de la manada de hinkypuncks, pequeñas criaturas de una pierna que parecen hechas de humo y usan linternas para atraer a los viajeros en los pantanos. No se sabe porqué lo hacen ni qué tan peligrosos son, pero Hagrid había visto a tres corriendo cerca de su cabaña la noche anterior y estaba seguro de que la manada entera pasaría esa noche.

Y lo hizo. Fue un espectáculo magnífico. Él y Hagrid salieron de la cabaña y se adentraron un poco al bosque para poder observarlos con total claridad como los extraños seres hacían su camino al trote por el bosque. El profesor de defensa no podía creer que cada año que estuvo en Howarts se había perdido de semejante vista.

Los hinkypunks viajaban de a cientos, todos con sus luces, iban juntos como un banco de niebla. Pasaban junto a ellos, esquivándolos como si fueran piedras entre las olas de un mar estrellado. Cargaban sus linternas, iluminando el camino, y cuando la manada los envolvió, incapaces de ver el suelo y olvidándose de sus pies, Aramis estuvo seguro de que así se sentiría poder volar.

Demasiado pronto todo terminó.

Agradeció a Hagrid la oportunidad de contemplar con él a los hinkypunks. El guardabosques, como siempre, estaba feliz de haber podido hacer algo bueno por alguien más. Entonces el hombre se ofreció a acompañarlo de vuelta al castillo, pero Aramis se negó, no queriendo hacer que su amigo saliera para escoltarlo y regresara solo en medio de la noche. Tuvo que insistir y reafirmar a Hagrid una y otra vez, pero al final lo convenció de quedarse.

Y ahora se encontraba a sí mismo haciendo su camino de vuelta, tratando de no adentrarse demasiado al bosque.

Un cosquilleo en la nuca le avisó que estaba siendo observado. Escuchó el crujido de ramas rotas. Volteó tan rápido como pudo y vio un borrón de color saltando sobre él. Su cuerpo reaccionó antes que su cerebro y corriéndo a un lado, esquivó instintivamente el ataque, alzando su varita y lanzando un hechizo.

Stupefy!," pero su atacante lo esquivó. "¡Depulso!," dio en el blanco.

El ser fue empujada hacia atrás con fuerza y voló chocando de espaldas con el tronco de un árbol. Pero rápidamente se levantó y se puso en guardia. Quieta por primera vez la criatura se dejó ver clarente. La cara de Aramis se drenó de color al darse cuenta que se trataba de una quimera.

El monstruo gruñó y corrió hacia él. Aramis lanzó otro hechizo repulsor. Dio en el blanco y el mago de inmediato empezó a correr. Sabía que no tenía sentido tratar de ser más rápido que la criatura, pero pelear contra eso y arriesgarse a morir era peor.

Escuchó al monstruo acercársele por detrás. Lo escuchó parar y oyó el fuerte golpe de sus patas contra el suelo cuando saltó para embestirlo por detrás.

Aramis se tiró al suelo justo a tiempo para esquivar el asalto, soltando un gruñido de dolor al impactar contra la dura tierra. Pero ahora estaba en el piso, su posición era aún más vulnerable. Tuvo tiempo para voltear y apoyarse sobre su espalda, solo para conseguir una mejor vista de los ojos amarillos y enormes colmillos que le darían fin.

Quería cerrar los ojos, pero no podía dejar de mirar a la criatura. La vio saltar y abalanzarse sobre él.

De repente algo salió de los arbustos, golpeando a la quimera y desviándo su curzo.

Escuchó un quejido y supuso que era de la criatura que se encontraba debajo de lo que ahora distinguía como una pantera negra.

Vio al animal dar un salto hacia atrás usando el cuerpo de la quimera para impulsarse. Aterrizó grácilmente sobre sus cuatro patas y escupió el pedazo de cuello que había arrancado del monstruo.

Vio a la pantera gruñir, desafiándo a la quimera a atacar, pero la criatura estaba demasiado asustada para intentar. El monstruo volteó y huyó al bosque.

La pantera relajó su postura una vez que pareció segura de que la criatura no volvería. Luego se giró a ver al mago que aún estaba paralizado en el suelo.

Aramis se encontró con un par de inteligentes y brillantes ojos azul cielo.

El animal lo examinó, comprobando que estuviera bien.

Algo en el fondo de la mente del profesor de defensa empezó a removerse. Entonces recordó la imagen de dos hombres lobo persiguiendo un manchón negro con dirección al Bosque Prohibido.

Un pensamiento vagabundo sirvió para recordarle que allí no había panteras.

Por fin todas las piezas del rompecabezas cayeron en su lugar, y mirando al animago en frente suyo con un pelaje negro como la noche, ojos de zafiro y boca rojo resplandeciente de sangre, lo único que Aramis pudo decir fue:

"Gracias, Severus."

El animal pareció tensarse mínimamente. Luego rodó los ojos...

Sí, definitivamente es Severus.

Entonces comenzó a cambiar. La espalda curvada se enderezó hasta que el cuerpo se irguió en dos piernas. El pelo fue absorbido, dando lugar a piel blanquecina. Aramis observó maravillado como el celeste en los ojos de Severus se iba oscureciendo hasta volverse negro. Le recordaba al ocaso. A su vez vio como los colmillos se iban encogiéndo hasta ser dos ileras de dientes perlados teñidos de carmín.

Severus se acercó y le tendió una mano para ayudarlo a incorporarse.

"Voy a matar a Hagrid," lo escuchó decir mientras se ponía de pie.

Aramis no contestó, lo seguía mirando. Vio como el otro bajaba la vista y la fijaba en un punto entre ellos dos. Miró en la misma dirección y encontró su manos entrelazadas. El profesor de defensa había olvidado dejar ir el agarre de su colega.

Rápidamente lo soltó.

Sintió sus mejillas arder, ¿pero quién podía culparlo? Allí, bajo la tenue luz de las estrellas, Severus parecía resplandecer: Piel pálida reflejando los rayos platinados que venían del cielo, y sus ojos negros que parecían emitir un brillo propio. ¿Y cómo iba Aramis a saber que la oscuridad podía producir su propia extraña luz?

El profesor de defensa vio como los labios de su colega se movían y le tomó una vergonzosa cantidad de tiempo entender que le estaba hablando.

"¿...tas bien?," escuchó.

"Sí, sí. Estoy bien," contestó adivinando la pregunta mientras trataba de recuperar su composturar lo más rápido posible.

Severus no parecía convencido en lo absoluto. Se acercó más a su cara, mirándolo a los ojos. Sus narices estaban separadas por milímetro.

"¿Estás seguro?," le preguntó frunciendo el ceño. "Te ves algo rojo..."

¿¡Y qué quieres que haga si te acercas así!?, se quejó en su mente, esforzándose para calmar el sentimiento de pánico que subía desde su estómago y por su garganta.

Aún con algo de duda en su rostro, Severus se alejó.

Aramis disimuló un suspiro que pudo haber sido de alivio, decepción o los dos.

Lo vio sacar su varita de debajo de la manga de su camisa y, apuntando a su propia boca, se limpió la cara con un rápido Scourgify.

"Tengo que buscar unas cosas que dejé atrás," le informó el maestro de pociones. "Acompáñame y volveremos juntos."

Aramis accedió y empezó a caminar a la par de Severus hasta llegar a un claro. Allí, el maestro de pociones recogió una canasta del piso llena de plantas con flores negras salpicadas de pequeñas manchas blancas, rojas y azules, y tomó su túnica de la rama de un árbol.

Empezaron a caminar en dirección al castillo.

El profesor de defensa ojeó las flores que llevaba su colega.

"¿Qué son esas?," preguntó más que nada para hacer conversación.

"Flores de Urano," contestó Severus. "Son más potentes en pociones cuando se las recolecta en noches de luna nueva."

"Bueno, eso explica porqué estabas aquí," observó él.

"¿Y qué hay de tí, Williams?," inquirió el otro. "¿Qué hacías en el bosque de noche?"

Aramis tardó un poco en contestar. Miró a Severus de reojo y desvió la vista disimuladamente.

"Puedes llamarme por mi nombre, ¿sabes?," y algo incómodo, "después de salvarme la vida..." El hombre no podía recordar un momento de su existencia en el que se hubiera sentido tan nervioso.

Snape dejó de caminar. Aramis se detuvo dos pasos adelante de él y volteó a verlo. El maestro de pociones tenía el ceño levemente fruncido y lo miraba a los ojos con algo que el profesor de defensa no podía nombrar.

"De acuerdo, Aramis," contestó el otro de repente. Y ambos volvieron a caminar.

El nombrado se sintió dejar de respirar por un segundo. Algo se instaló en su pecho al escuchar ese nombre en boca de Severus, como un cosquilleo, una sensación extraña pero no desagradable. De algún modo, el profesor de defensa se sentía más como Aramis y menos como Tom. Se sentía más como él mismo, si eso tenía sentido.

No, no tenía ningún sentido... pero se sentía bien. Correcto, de alguna forma.

"¿Está bien si te llamo "Severus"?," preguntó él entonces, tratando de lucir casual pero mirando al costado para que su colega no viera como se mordía el interior de la mejilla.

Es decir, era lo justo, ¿no? Si el maestro de pociones podía llamarlo a él por su nombre, él debería tener el mismo privilegio.

"Ya lo hiciste," respondió el otro.

Aramis hizo memoria hasta recordar el momento en que agradeció a Severus por haberlo rescatado. ¿Eso contaba? Aramis estaba bastante seguro de que él aún estaba en estado de shock...

El profesor de defensa ignoró sus inquietudes y asintió complacido, tomando la respuesta de su colega como una afirmativa.

Continuaron su camino en silencio por un rato hasta que Severus habló otra vez.

"No respondiste mi pregunta." Rodó los ojos al ver la mirada confundida del profesor de defensa y aclaró: "Te pregunté qué hacías en el bosque."

"¡Oh, claro!," recordó Aramis de repente. Su rostro se tornó rojo. Esperó a que Severus no lo notara. La ceja alzada del maestro de pociones le dijo que sus esperanzas habían sido en vano. Soltó un corto y sufrido suspiro, lo miró y rascándose la nuca, contestó: "Hagrid me invitó a ver la migración de los hinkypunks." Dejó caer la mano que estaba en su cuello. "Es solo una vez por año... ¡Fue asombroso y...!," había dicho con emoción, pero se detuvo de repente, desviándo la vista una vez más.

"Ya veo," comemtó Severus tras unos segundos de silencio. "Tal parece que este año me la perdí."

Aramis no dijo nada, solo lo miró con ambas cejas arqueadas.

El maestro de pociones encogió un solo hombro.

"Empecé a ver la migración de los hinkypinks en mi quinto año," explicó. "No sabía que Hagrid también lo hacía. Por lo general la veo desde un punto cerca del centro del bosque."

"¿¡Te metías al bosque incluso cómo estudiante!?," preguntó Aramis incrédulo.

"¿Tú no?," fue la blanda respuesta.

Al profesor de defensa se le cayó la boca. ¿Y ese hombre se atrevía a acusar a los Gryffindor de hacer estipideces?

"¡Claro que no!," contestó de inmediato. "No estoy tan loco como para..."

Se detuvo de repente. La sonrisa en la cara de Severus lo puso nervioso. Se sentía descubierto.

Fue ahí que se dio cuenta de lo que había dicho. Quiso tratar de dar una excusa, pero...

"Ni lo pienses," lo interrumpió Severus con un tono confiado y a la vez entretenido, todavía con esa sonrisa predatoria en los labios. "Tienes suerte de que Géminis sea bueno en su trabajo," se burló.

Aramis bufó frustrado, pero era principalmente para ocultar su sorpresa y vergüenza.

"Ok, ok, me atrapaste," se dió por vencido. "¿Cómo rayos lo supiste?"

El maestro de pociones volvió a alzar un hombro, restándole importancia al hecho, "nunca te perdiste por los pasillos, ni siquiera el primer día. También pareces saber de algunos pasadizos..." frunció el ceño, "lo único que no entiendo es qué hiciste para que no te reconociéramos."

"¿Y por qué lo harían?," Aramis trató de desviar un poco la conversación. Severus parecía peligrosamente cerca de la verdad.

"Al menos yo debería saber quién eres," contestó el otro más para sí mismo que para su colega, "recuerdo bien a mis compañeros de casa."

"¿Qué te hace pensar que soy un Slytherin?," preguntó él entonces.

Severus lo miró desde arriba a pesar de que ellos eran de la misma altura. Ceja levantada y ojos clavados en él de tal forma que lo hacían sentirse pequeñito.

"¿Quieres hacerme creer que eres un Hufflepuff?," le preguntó con sarcásmo.

Aramis rodó los ojos acompañando el movimiento con su cabeza, girándola de forma tal que ocultaba su sonrojo.

"Bueno, ya entendí," dijo acongojado. En ese momento un nudo se formó en su garganta. Volteó a ver a Severus alarmado. "No les dirás, ¿verdad?" Sonaba casi desesperado.

"¿Y tú?", preguntó el maestro de pociones abriendo una de las grandes puertas del castillo. Aramis no se había dado cuenta de que ya habían llegado. Estaban los dos, parados uno frente al otro, Severus con una mano sosteniendo la puerta, mirando a su colega unos pasos atrás. "¿Le dirás a alguien lo que soy?"

"No," se apresuró a contestar. No entendía porqué el maestro de pociones querría mantener algo así en secreto pero respetaría sus deseos.

"Entonces estamos a mano," contestó el otro. "Buenas noches, Aramis," dijo sobre su hombro antes de desaparecer tras la puerta.

Para cuando el profesor de defensa ingresó al castillo, Severus ya había dado la vuelta al pasillo.

Aramis volvió a su propio cuarto y se preparó para dormir y descansar en espera de lo que sea que fuera a traerle el día de mañana.

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