Me enamore de mi musa

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Me enamore de mi musa
Summary
"Me enamore de mi musa" sigue a Francisco, un popular estudiante y escritor oculto, que enfrenta un bloqueo creativo. La llegada de Santino, un carismático nuevo chico, despierta en él una inesperada chispa de inspiración, además de un extraño sentimiento de familiaridad.
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Chapter 2

Lentamente comenzó a parpadear, luchando entre dormir y despertarse. Sintió que algo se clavaba en su costado, se removió en la cama y, de inmediato, se escuchó un ruido sordo. Se había dormido rodeado de libros la noche anterior, y ahora estaban esparcidos por toda la cama.

Los rayos del sol se filtraban suavemente por las cortinas, acariciaban parte de su rostro y se deslizaban por las tablas del piso. Repentinamente, la cabecera de la cama comenzó a vibrar, haciéndolo sobresaltarse, y mucho más cuando la inconfundible voz de Freddie Mercury comenzó a cantar. Era su despertador. Soltó un quejido sonoro mientras I Want to Break Free resonaba en la habitación. Perezosamente, levantó el brazo y lo apagó.

—Que lo parió —murmuró, medio dormido, mientras se sentaba en la cama lentamente y se reincorporaba al mundo real.

Agarró su celular para mirar la hora y se levantó lentamente para dirigirse al baño. Caminó por el pasillo hasta la puerta del fondo, sintiendo el frío del piso en sus pies descalzos. Al entrar, apoyó el celular sobre la bacha, abrió la canilla y dejó que el agua se deslizara entre sus manos antes de llevársela al rostro. Eso lo despertó un poco más, pero no lo suficiente.

—Dios, ¡tengo sueño! —se quejó somnoliento mientras el agua comenzaba a deslizarse por su cuello.

Con desgana, puso pasta dental en el cepillo de dientes y comenzó a cepillarse mientras se miraba en el espejo. Sus ojos verdes aún reflejaban el cansancio, pero sabía que se le pasaría.

Justo en ese momento, su celular vibró dos veces sobre la encimera, interrumpiendo lo que fuera que estaba a punto de cruzar su mente.

 

[7:34]Alejandro
Buenos días, hoy de nuevo a las 12:40.

 

Tomó el celular, vio el mensaje y rodó los ojos. "Ya tengo muchas cosas en la cabeza como para sumar una más", pensó mientras bajaba el celular y lo apoyaba sobre la bacha de nuevo.

—Idiota —susurró Francisco, escupiendo la pasta dental de su boca.

Lavó su cepillo, hizo buches y se volvió a lavar la cara. Suspiró pesadamente, abrió la puerta del baño y comenzó a dirigirse al primer piso, hacia la cocina, arrastrando un poco los pies.

Su mamá estaba preparando el desayuno y, al escucharlo caminar, giró la cabeza para verlo. Él le sonrió.

—Buen día, hijo —dijo su madre, devolviéndole la sonrisa antes de volver a lo suyo.

—Buen día, mami —respondió Francisco mientras caminaba hacia ella y le daba un beso en la mejilla.

Se dirigió a la mesa lentamente, aún arrastrando los pies como si cada paso pesara mil kilos. Cuando llegó a la silla, la corrió lentamente para sentarse, pero justo cuando estaba por hacerlo, su mamá habló.

—Fran, ya que estás levantado, ¿podés ir arriba a despertar a las chicas? Ya es hora de que estén acá y no bajan.

Se retractó de su movimiento mientras apoyaba la mano en la silla y, con evidente desgana, caminó junto a la mesa.

—Sí, ma, ahora las levanto —dijo Fran, saliendo de la cocina con la misma gracia y rapidez que una piedra.

Subió las escaleras y, mientras lo hacía, sintió que finalmente se despertaba por completo. Caminó por el pasillo hasta detenerse frente a la puerta de la habitación de sus hermanitas.

Tocó una vez y después dos veces. No escuchó respuesta, así que abrió lentamente la puerta mientras rechinaba la madera vieja al empujarla. La sombra de la habitación se disipó un poco.

Se acercó con la misma lentitud a las cortinas y las abrió con mucho cuidado, pero no por completo, solo apenas para que se deslizaran por una parte del suelo.

Las dos niñas se encontraban dormidas profundamente, y cuando sintieron la luz, se removieron un poco. Francisco se acercó a la cama de literas en la que dormían y removió un poco las sábanas de la de arriba, donde estaba Sofía, la hermanita más grande, con tan solo 9 años. Después removió las sábanas de la de abajo, donde estaba Paloma desparramada por toda la cama. Ambas se quejaron.

—Buen día, chicas —dijo lentamente Francisco en un intento de despertarlas. Sinceramente, apenas si él quería levantarse esa mañana como para torturar tan inhumanamente a otros a salir de la cama y del maravilloso mundo de los sueños.

Paloma abrió lentamente los ojos quejándose y removiéndose. Al ver a Paloma despertarse, Fran movió suavemente a Sofía, que al parecer repetía el mismo ritual de despertar.

—No me quiero levantar, Fran —protestó Paloma mientras miraba a la pared, tratando de forzar el sueño de nuevo.

—Vamos, hay que levantarse —dijo Fran moviéndola un poco para que no se durmiera de nuevo y lo escuchara.

—Nooo, por favooor —se quejó Sofía desde arriba con los ojos entrecerrados—. Aunque sea cinco minutitos más.

—Dale, chicas, el sol está a punto de terminar de salir. Si no se despiertan ahora, después va a ser peor —dijo Fran acercándose a Paloma y sentándola en la cama, haciendo lo mismo con Sofía.

Las vio a las dos repetir la misma acción simultáneamente: frotarse los ojos mientras bostezaban. En ese momento, al verlas, se le ocurrió algo.

Se alejó un poco de las literas y se paró lo suficientemente lejos como para que lo vieran las dos. Se puso las manos en la cadera y las miró fijamente hasta que notaron su mirada. Entonces, se cruzó de brazos y miró hacia el piso, sintiendo la atención de sus dos hermanitas sobre él. Comenzó a hablar lentamente.

—¿Y si... les preparo... EL SUPER LINDO DESAYUNO DE OSITOS? —dijo levantando la cabeza rápidamente y mirándolas.

Ambas abrieron los ojos como platos y, prácticamente saltando de la cama por la emoción, respondieron al unísono:

—¡¡Sí!!

Francisco se mantuvo en la misma posición, con una sonrisa triunfante y el mentón en alto. Luego, todavía con los brazos cruzados, giró la cabeza y las vio a ambas.

—Bueno, entonces levántense, cepíllense muy bien los dientes y lávense la cara, que su desayuno las va a estar esperando.

Las dos niñas, lo más rápido que pudieron, bajaron de sus camas y pasaron corriendo al lado de él, dejándolo solo en el cuarto. Francisco bajó las escaleras rápidamente y pasó a la cocina, donde estaba su mamá ya sentada en la mesa tomando un café.

—¿Y despertaron? —dijo su mamá levantando la mirada mientras lo veía llegar.

—A duras penas, ahora tengo que prepararles un desayuno —dijo Fran mientras se movía por la cocina para ponerse un delantal.

—Todavía no logro descifrar cómo consigues esa esponjosidad en los panqueques —dijo su madre frunciendo el ceño en curiosidad, mientras Francisco se movía buscando los ingredientes para el desayuno.

—Todo está en cómo bates los huevos, es lo que siempre dije —dijo mientras en un bol separaba las claras de las yemas.

—Voy a tener que intentarlo la próxima —dijo su mamá mientras agarraba su celular y tomaba un sorbo de café.

Mientras tanto, Francisco caminó hasta la heladera, tomó la leche y la manteca para ponerlas en la mesada, recordó que le faltaba algo y, estirándose hacia el estante, en puntas de pie, alcanzó la esencia de vainilla. Volvió a la mesada y comenzó a mezclar las yemas con la leche, integrando muy bien todo, luego añadió la esencia de vainilla. Tamizó dos cucharadas de harina y el polvo de hornear y lo mezcló con una espátula.

Luego se arrodilló y buscó en la puerta de abajo la batidora eléctrica, tomó otro bol del estante de arriba, enchufó la batidora y puso en el bol las claras con una cucharada de azúcar. Encendió la batidora y continuó batiendo hasta que se formaron picos firmes. Apagó la batidora, golpeó suavemente las varillas contra el bol y, con una espátula, vertió un tercio de las claras a la mezcla de las yemas, mezclando suavemente con la espátula. Vertió el resto con el mismo método.

Mientras calentaba la sartén, las dos niñas llegaron, ambas le dieron un beso a su mamá y tomaron su lugar en la mesa. Francisco se giró apenas las miró y luego puso un poco de manteca en la sartén, esparciéndola alrededor. Agarró un cucharón, bajó el fuego, tomó de la mezcla y la vertió en la sartén en forma de círculo grande (uno para la cabeza) y dos círculos pequeños (para las orejas).

Cocinó entre 3 y 4 minutos hasta que los bordes se vieron dorados y cuidadosamente dio vuelta los panqueques. En este lado esperó entre 2 y 3 minutos para luego sacarlo y ponerlo en un plato. Con el otro panqueque repitió el mismo procedimiento y luego decoró ambos con un poco de chocolate y frutas.

Ambas niñas se veían fascinadas con lo que tenían enfrente y su madre les dio un té para tomar. Francisco se movió, puso todo para lavar y se comenzó a preparar un café. Con el café ya en mano, se sentó en la mesa y su paz mental no duró mucho, porque mientras veía un punto fijo en la mesa, su mente se fue a quién sabe dónde, pensando en el día que venía por delante en la escuela, en los cuadernos que no había tocado en días. La ansiedad empezó a colarse poco a poco. Era esa sensación familiar, ese bloqueo creativo que lo atormentaba cada vez que se sentaba a escribir. Antes podía perderse horas entre las páginas de sus ideas, pero últimamente, su mente parecía estar vacía, como si algo dentro de él se hubiera apagado.

Sacudió la cabeza, tratando de arrojar sus pensamientos de alguna forma. Este no era el momento indicado para estar pensando en esas cosas y sus bloqueos creativos. No podía evitar sentir una ligera tensión en la boca del estómago, una mezcla de nervios y expectativa. Últimamente, ir a la escuela era un tira y afloja constante entre mantener las apariencias delante de todos y tener que lidiar con sus propios problemas y pensamientos.

Cuando terminó su café, sus hermanitas ya se habían ido a sus cuartos a terminar de prepararse. Francisco decidió tomar el ejemplo y subió a ponerse su uniforme, preparándose lo más rápido que pudo. Luego se puso las zapatillas, agarró su mochila y se la colgó a un hombro. Bajó, saludó a su mamá y a sus hermanitas, y salió caminando hacia la escuela.

El aire fresco de la mañana le golpeó la cara mientras caminaba por la calle. Al principio, el recorrido lo hacía de forma automática, con la mente aún atrapada en el nudo de pensamientos que no podía deshacer.

Todavía con los pensamientos rondando en su cabeza, pudo alcanzar a escuchar un llamado bastante familiar.

—¡Fraaan! —gritó Tomás desde atrás mientras caminaba con dos de los chicos del grupo.

Francisco se giró y, al verlos, frenó el paso para esperarlos. Tomás aceleró un poco hasta que todos quedaron lo suficientemente cerca.

—¿Qué onda? —dijo Francisco cuando ya estaban juntos.

Los que venían con Tomás eran Lucho y Luciano. Los tres lo saludaron y continuaron caminando en dirección a la escuela mientras hablaban.

Francisco los escuchaba a medias, asintiendo de vez en cuando o tirando algún comentario para no parecer desconectado. Sin embargo, su mente estaba en otra parte. Sabía que la mayoría del grupo no eran sus verdaderos amigos, y aunque pudiera considerar a alguno cercano, ninguno conocía realmente sus gustos o cómo era en realidad.

Algunos simplemente orbitaban alrededor suyo porque era "popular", y eso lo hacía sentirse vacío. Era irónico: rodeado de gente, pero con la sensación constante de estar solo. No importaba cuántas conversaciones tuviera ni cuántas risas compartiera con ellos, la falta de una verdadera conexión pesaba más que la compañía superficial.

Mientras seguía caminando, escuchaba a Tomás balbucear cosas sin sentido. Francisco iba en el centro del grupo, como si los estuviera guiando, pero él iba completamente distraído. La charla a su alrededor sobre la vez que Tomás quedó atrapado entre dos barrotes de una reja con la intención de salir y un perro quería morderlo no era lo suficientemente interesante como para mantenerlo concentrado y lejos de sus pensamientos.

Sin darse cuenta, en un descuido, algo en su camino lo hizo tropezar y, sin ver realmente por dónde iba, sintió que se desequilibraba. Antes de poder reaccionar a tiempo, cayó hacia adelante fuertemente y sintió como todo su cuerpo y el costado de su rostro se impactaron fuertemente.

Se sintió un poco mareado por el choque, pero en cuanto pudo recobrar todos sus sentidos, algo se sintió raro. El piso no tenía esa textura tan reconocible de cemento duro, en cambio, era diferente, era como... "¿Tela?" Pensó apenas lo reconoció.

Francisco todavía con la cara y las manos apoyadas levantó la vista muy lentamente, mientras seguía atentamente la línea de aquella tela suave y sus ojos se toparon de forma directa con un rostro que lo miraba fijamente, era..."El chico nuevo" pensó mientras abría los ojos ante el asombro, contrastando totalmente con la expresión en la cara del otro que lo esperaba con una expresión serena y, analizante ante la situación esto era algo que le molestaba mucho su fija mirada en sus ojos. En cuánto se dió cuenta realmente lo que estaba pasando saltó un poco del asombro.

—¡Ay! Lpm— dijo Francisco en voz baja, con los ojos todavía clavados en el chico nuevo, quien se apoyaba cómodamente sobre sus codos semi acostado, como si esto fuera completamente normal, entonces Francisco rápidamente retrocedió, apartándose lo más rápido que pudo mientras su corazón latía a mil por segundo como si estuviera en una maratón, el grupo de amigos se quedó perplejo, y después cuando Francisco quedó de rodillas en el piso comenzaron a reírse de él.

Francisco volteó la cabeza rápidamente con el ceño fruncido, algo avergonzado por la situación y con el corazón latiendo rápido, dijo:

—¿Qué es tan gracioso?

Sus amigos pararon de reír gradualmente, y el último en terminar fue Tomás. Francisco se levantó rápido y se sacudió el pantalón, sintiendo la fija mirada de Santino en cada una de sus acciones. Vio que el chico abrió la boca y estaba por hablar, pero sin querer escuchar ninguna burla más, comenzó a caminar rápido. Escuchó los pasos de sus amigos detrás de él mientras sentía una mirada clavada en su espalda, justo entre sus omóplatos.

Algunos de los chicos, mientras se iban, le dieron una mirada rápida al chico, que permanecía ahí, sin moverse, observando cómo Francisco se alejaba, visiblemente irritado. Entonces, esbozó una sonrisa de lado.

Francisco, todavía con la sensación persistente en su espalda, apretó los labios y aceleró el paso, moviéndose lo más rápido y normal que pudo. En poco tiempo llegaron al colegio, y Tomás lo alcanzó, pasando su brazo por encima de sus hombros y comenzando a reírse de nuevo.

—Por favor, Tomás, no seas tan inmaduro —dijo Francisco, volteando los ojos.

—No soy inmaduro, vos sos muy boludo para caerte así, ¡JAJAJA! —dijo Tomás mientras Francisco lo miraba seriamente.

—Bueno, bueno, no te enojes —agregó, bajando el brazo y caminando a su lado con sus manos en forma de rendición.

 

Chisto ante esto y se freno abrió la boca para hablar
—Solo...—comenzo pero se callo cuando se dió cuenta que estaban caminando solo ellos dos y los demás se quedaron atrás.

Francisco se dio vuelta para esperar a los demás y, cuando los alcanzaron, habló de nuevo:

—Solo olviden el tema, ¿sí? —soltó un soplido y se golpeó la frente con la palma de la mano.

Tomás se rió un poco y respondió:

—JAJAJA, bueno, está bien, amigo, olvidado.

Siguieron caminando hasta terminar en el mismo lugar de siempre, mientras hablaban de trivialidades a las que Francisco no les tomaba importancia. El tema de la caída no volvió a mencionarse.

Al igual que hace un rato, la cabeza de Francisco se desvió hacia cualquier lugar menos hacia donde debía estar. Seguía pensando en su bloqueo creativo y en lo frustrante que eso le resultaba, pero algo lo sacó de sus pensamientos rápidamente. El chico nuevo acababa de entrar al colegio, lo que lo hizo recordar lo que había pasado antes y su mirada insistente.

"Es un idiota, ni siquiera me dio una disculpa por el golpe... aunque, lo admito, yo también estaba distraído, pero... él también tenia que estar más atento", pensó Francisco, mientras miraba al chico con irritación. Apenas sintió que el chico lo miraba, desvió la mirada lo más rápido posible. "Mierda", pensó, sintiendo un poco de ansiedad por esto mismo.

En ese momento sintió una mirada desde otra dirección y luego su teléfono vibro en su bolsillo, tomo su celular y vio un mensaje desde la pantalla de bloqueo

[08:23] Alejandro
¿No respondes?

Apenas vio el mensaje, Francisco volteó los ojos y, sin pensar, respondió en voz alta:

—No tengo tiempo para esto.

Las palabras escaparon de sus labios antes de que pudiera detenerlas. El grupo de compañeros que charlaba a su alrededor se volteó a mirarlo, sorprendidos y algo desconcertados.

Buscando una salida rápida, Francisco pensó en una excusa para desviar la atención:

—No, es que… me acordé de un trabajo que tengo que entregar para una materia que me... quedó previa del año anterior.

Los miró expectante, buscando alguna reacción. Algunos solo asintieron, y escuchó cómo Lucho soltaba un suspiro pesado:

—Ay, boludo, por un momento me asusté. Pensé que había que entregar algo y no tenía nada hecho.

Algunos se empezaron a reír y, para su suerte, olvidaron el tema rápidamente. Francisco soltó un suspiro de alivio, levantó su celular, lo desbloqueó, entró al chat y examinó cada palabra de los mensajes antes de contestar.

[08:26]
Que sea a las 13:30, después de mis clases.

Esperó un momento y su celular volvió a vibrar. Lo levantó y lo desbloqueó.

[08:27]
Bueno, dale. ¿Dónde siempre?

[08:27]
Sí.

 

Sonó el timbre. Guardó su celular en el bolsillo y comenzó a caminar hacia las escaleras, directo al aula, seguido por sus amigos. Subió al segundo piso, entró al aula número 12 y se sentó junto a Tomás, sacando sus cosas y poniéndolas debajo del banco. Tomás empezó a hablar sobre trivialidades hasta que llegó el profesor y todos se callaron.

Durante las primeras horas de clases, Francisco no paró de cruzar miradas con el chico nuevo. En el receso, en el comedor, en los pasillos… en todos lados. Él estaba rodeado por su grupo de amigos, mientras que el chico nuevo se encontraba con un grupo de chicas que parecían disfrutar viéndolo algo tímido al respecto.

"Ughr, este boludo, ¿por qué no me deja de mirar?"

Los minutos y las horas pasaban entre clase y clase, pero Francisco no podía concentrarse en nada. Por más que lo intentara, su mente se escapaba entre su bloqueo creativo, que lo tenía frustrado, esa extraña sensación que sentía y, por supuesto, las miradas del chico nuevo.

Observaba fijamente al profesor moverse de un lado a otro mientras explicaba, hasta que lo vio detenerse de golpe, mirar su reloj y seguir hablando. Francisco sacó su celular y lo encendió.

"Cinco minutos para y veinte."

—Faltan cinco minutos para que nos vayamos —susurró Tomás.

—Ya sé —respondió Francisco en el mismo tono.

Se enderezó en su asiento y empezó a guardar su lapicera y cerrar su carpeta. En menos tiempo del que esperaba, el timbre resonó por los pasillos, haciendo que todos se movieran rápidamente para guardar sus cosas y salir.

Todos ya habían salido. Incluso Tomás se había ido corriendo más rápido de lo que canta un gallo, con la excusa de que tenía que ayudar a su mamá con algo. Francisco se colgó la mochila al hombro y, cuando quiso salir del aula, se topó con alguien.

Levantó la mirada lentamente y lo vio. Era el chico nuevo.

"¿Qué es lo que quiere?" pensó Francisco mientras lo miraba fijamente.

—¿Me dejás pasar? —dijo, algo impaciente. Tenía que encontrarse con Alejandro y no quería llegar tarde.

El chico nuevo lo observó en silencio por un momento y luego se inclinó un poco, acercando su rostro al de Francisco.

Francisco se alejó un poco y frunció el ceño.

"¿Es idiota o se hace? ¿Será que se quiere burlar de mí? Porque yo no me voy a dejar." pensó, todavía conteniendo el impulso de empujarlo.

—Hola, buenas tardes —respondió el chico nuevo con una sonrisa ladina.

—Buenas tardes —contestó rápidamente Francisco, tratando de no sonar molesto—. ¿Me dejás pasar?

—Me llamo Santi... Santino, en realidad. ¿Y vos?¿Cuál es tu nombre?

Francisco entrecerró los ojos mientras lo miraba. "¿Santino? Así que ese es el nombre del chico nuevo... ¿de dónde me suena? Bueno, no importa." Vio cómo Santino lo observaba de manera interrogativa, esperando una respuesta, así que desvió la mirada.

—Eso no te concierne —dijo fríamente, mirando el pasillo al que tan ansiosamente quería llegar.

Santino sonrió de nuevo, con esa expresión que tanto lo desconcertaba. Finalmente, se hizo a un lado, dejándolo pasar. Francisco no dudó en moverse rápido, chocando ligeramente el brazo de Santino al hacerlo, y empezó a caminar a toda prisa por el pasillo.

—¿A dónde vas tan rápido? ¿Dónde es el incendio? —dijo Santino, riéndose un poco mientras lo veía alejarse.

Francisco le lanzó una mirada asesina por encima del hombro antes de bajar las escaleras apresurado. Maldijo entre dientes al darse cuenta de que llegaba tarde. No tenía tiempo ni para enfrentar a Santino ni para lidiar con ese extraño sentimiento familiar que tenía en la boca del estómago.

Caminó rápido, cruzó el patio del colegio y salió por la puerta principal, saludando al portero con un gesto apresurado. Siguió su camino por las calles con paso firme y, después de unos minutos, llegó frente a la casa de la tía de Alejandro.

Rebuscó en su mochila hasta encontrar la copia de la llave de entrada. La introdujo en la cerradura con un movimiento casi automático y, al girarla y empujar levemente la puerta hacia arriba, esta se abrió sin esfuerzo. Entró con la familiaridad de quien ha cruzado esa puerta cientos de veces.

La casa llevaba más de dos meses vacía, pero estaba impecable, desde el patio hasta el interior, gracias a los cuidados de Alejandro.

Al escuchar el sonido de la puerta, Alejandro salió del comedor con una sonrisa juguetona, como siempre. Dejó un libro sobre la mesa y se acercó sin dudarlo.

Sin decir una palabra, rodeó la cintura de Francisco con sus brazos y lo besó suavemente en los labios, un gesto que ya era costumbre entre ellos.

—Hola —murmuró Alejandro, su voz baja, mientras se mantenía pegado a él.

Francisco le dió un beso en la mejilla.

—Hola— respondió mientras le daba una leve sonrisa, pero con la mente en otro lado. Apenas reaccionó cuando Alejandro le dió otro beso. La verdad es que Francisco no estaba de humor y ahora por fin podía mostrarse como realmente era, estaba bastante estresado, pero esto no impidió que Alejandro siguiera con su actitud pegajosa. Sin soltarlo, caminó junto a Francisco, rodeándolo todavía más fuerte de la cintura, mientras entraban a la casa. Francisco dejó su mochila en una silla, y Alejandro, sin dejarle mucho espacio para moverse, empezó a darle pequeños besos en la nuca mientras caminaban por la casa.

Francisco caminaba por el comedor con Alejandro prácticamente colgado de él, entró a la cocina notando que estaba bastante limpia. "Casi puedo oler los productos de limpieza, por lo menos sabe cuidar bien la casa de su tía", pensó fugazmente Francisco mientras se sentía un poco incómodo.

—¿Qué te pasa?— preguntó Alejandro, todavía pegado a él, mientras Francisco sacaba las llaves de su bolsillo e intentaba maniobrar para llegar al portallaves que colgaba junto a la puerta de la cocina y logró dejarlas con un suave tintineo en su lugar. Después soltó aire pesadamente, por la incomodidad y el calor que ya lo invadía, abrió la puerta de la heladera y sacó una botella con agua fría.

—No me pasa nada, solo tengo calor— dijo mientras abría la botella de agua encima de la mesada, dudando si Alejandro realmente lo había escuchado, mientras le plantaba un par de besos en el cuello.

Francisco tomó un largo trago de agua mientras Alejandro lo observaba, su ceño fruncido por la frustración creciente. Sin soltarlo, sus labios se acercaron nuevamente al cuello de Francisco, buscando el mínimo contacto para alivianar el ambiente.

—¿Estás pensando en otro? —preguntó Alejandro con una sonrisa que intentaba sonar juguetona.

Francisco lo miró con una mezcla de exasperación y sorpresa, como si la pregunta fuera totalmente absurda.

—No es nada —dijo mientras apoyaba la botella e y se daba vuelta apoyándose sobre la mesas.—Solo… Estoy bloqueado con la escritura, no puedo avanzar.

Alejandro lo miró con la cabeza algo inclinada mientras lo analizaba intentando desifrar si Francisco le estaba diciendo la verdad o estaba ocultando algo más.

—Si querés podemos ir a la pieza— le sugirio mientras subia un poco más las manos y lo miraba directo a los labios y se acercaba a su cuello

Francisco miró por la ventana de la cocina directo al patio, solo la idea lo agotaba estaba cansado "Apenas llegó y ya está con esto" pensó Francisco algo desganado

—No se Ale...—respondio lentamente Francisco, sin ganas de pelear ni de ceder, pero Alejandro siguió con el tema

—Dale, vamos— insistió Alejandro mientras le daba una sonrisa persistente—...Mira seguro te ayudo a inspirarte

Francisco lo miró de reojo. Su paciencia comenzaba a agotarse.

—No es tan sencillo Alejandro —le dijo, algo irritado. "Estoy cansado pero su falta de tacto y si incidencia..." Pensó algo molesto

Alejandro se encogió de hombros, quitándole importancia a la situación.

—Ah, dejate de joder. Eso le pasa a todos los escritores, es una etapa, lo vas a superar —respondió con un aire despreocupado, restándole valor a la lucha interna de Francisco.

El silencio entre los dos se volvió tenso. Francisco cerró los ojos, tratando de contener la rabia que empezaba a brotar.

—Sos un tarado —dijo en voz baja, su tono cargado de resentimiento.

Alejandro, aún abrazado a él, se paro en seco. Su expresión cambió de golpe, sorprendido por el insulto.

—¿Qué dijiste? —preguntó, aferrándose un poco más fuerte a la cintura de Francisco, como si ese gesto pudiera mantener las cosas bajo control.

—¿Sabes que? Deja—dijo Francisco y soltó un suspiro, intentando zafarse del agarre, pero Alejandro lo sostuvo fuerte y lo mantuvo cerca. Ante esta reacción Francisco se molestó

—Dije que sos un tarado —repitió, esta vez sin bajar la voz con las manos apoyadas sobre las de Alejandro

Alejandro soltó a Francisco y lo miró con una mezcla de incredulidad y enojo.

—¿Qué te pasa? Venís acá enojado y la culpa es mía, ¿no?— su voz empezaba a subir de tono. —Si estabas así, mejor ni te hubiera llamado.

Francisco abrió los ojos ante la reacción y, sin pelos en la lengua, con la frustración acumulada durante días empezando a salir a la superficie, explotó:

—Si, tenía razón, sos un tarado. ¿Ahora qué me pasa, decís? ¿Querés saber qué carajo me pasa, la concha de tu madre? Vengo a juntarme acá con vos cuando VOS QUERÉS, no respetás lo que tengo que hacer y pensás que el mundo gira alrededor tuyo, boludo.

—¡¿Qué decís!? Te ponés en dramático, a vos nadie te está diciendo nada, ridículo, te estás atacando solo.

—¡¿Dramático?! Dramático, las pelotas. ¿Te das cuenta de que hace dos segundos que acabo de entrar y ya querés ponerla? Ni siquiera me dejás tomar agua tranquilo. Con la única cabeza que pensás es con la de abajo. Vos SOS el único ridículo acá y, para colmo, tenés novia.

—¡Ah, pero mirá quién habla! Si vos no salís con nadie, pero bien que andás por ahí con todo el mundo. Y yo soy el que no piensa... ¡Y para empezar, ni siquiera sabés escribir bien!

Las palabras de Alejandro cayeron como un balazo de agua fría en Francisco. Respiró hondo, intentando mantener la calma, pero sintió el calor de la furia subirle por el pecho.

—¿Por qué no te vas a la concha de tu hermana, pelotudo? ¿Sabés qué?— le dijo, acercándose peligrosamente—Vos no tenés ni idea de las cosas que me gustan ni de quién soy. No te importa nada más que vos mismo. Sos un forro... un gay reprimido, doble cara, que ni se conoce a si mismo, hasta me das lastima.

Alejandro dio un paso atrás, su mirada ahora llena de furia.

—¿Y vos qué sos?— respondió, con el veneno a flor de piel— ¡Sos prácticamente una prostituta, Francisco! Andás con cualquiera que te mire y te tomás el tiempo para esconder que sos puto.

El golpe fue automático, sin pensarlo. Francisco levantó la mano y le dio una cachetada que resonó con fuerza en la habitación. Francisco tenía lágrimas en los ojos y ceño fruncido mientras que Alejandro lo miraba de costado con el ceño fruncido.

—No quiero verte nunca más— dijo Francisco, sin fuerza en la voz pero con una firme determinación.

Alejandro lo miró fijamente sin responder y Francisco salió de la cocina. Pasó por el comedor, agarró su mochila y abrió la puerta, caminando rápido por el patio hasta salir por la puerta principal, sintiendo cómo las lágrimas le corrían por los ojos. Cada vez aceleraba más el paso hasta que comenzó a correr mientras lloraba, con la mano palpitando, el corazón dado vuelta y todavía muy confundido por ese sentimiento extraño que sentía.

Siguió corriendo con las piernas ardiendo hasta que llegó a su casa y subió las escaleras rápidamente, sin saludar a nadie. Entró a su cuarto con los pies cansados los ojos llorosos y las piernas ardiendo, tiro la mochila al piso, haciendo que el ruido resonara en la habitación. Vio como desde la ventana se reflejaban los pequeños rayos del sol como una caricia por las paredes y el piso corrió hacia la ventana y la abrió de golpe, dejando que el viento helado le golpeara la cara. Se quedó ahí, en la venta, un largo rato, observando cómo el sol se escondía detrás del horizonte, mientras el aire se volvía cada vez más frío.

Se sobresaltó cuando su teléfono vibró. Lo tomo y miro la pantalla de bloqueo era Alejandro. “No voy a responder”, se dijo a si mismo, limitándose a ignorarlo. Caminó por la habitación, se quitó las zapatillas y se acostó en su cama. Los pensamientos comenzaron a divagar entre los recuerdos del día, reviviendo la cachetada que le había dado a Alejandro. Boca arriba, estiró su mano y fijamente observó su palma.

Repentinamente, mientras miraba su mano medio perdido en sus pensamientos sintió ese sentimiento raro de nuevo, y la cara de Santino vino a su mente. “¿Por qué él?”, pensó mientras se reía un poco por el pensamiento absurdo. En ese momento, la memoria de la mirada de Santino se apoderó de él: el color de sus ojos, color nuez, que parecían penetrar su alma, la forma en que sus pestañas se movían al parpadear y cómo la comisura de sus labios se estiraba al sonreír, achinando sus ojos al mismo tiempo.

Entonces, la voz de Santino resonó fuertemente en su cabeza: “¿Cuál es tu nombre?”. Francisco se sentó rápidamente, los ojos abiertos de par en par, sintiendo que su corazón se agitaba como si estuviera a punto de estallar.

Se levantó de su cama y, casi sin pensar, corrio hasta donde estaba su libreta y a buscar un lápiz. Su corazón latía a mil por hora y la respiración se le aceleró. En su frenético apuro, tropezó y cayó al suelo, sintiendo el golpe, pero no le importó. Se levantó más rápido de lo que pensaba y tomó la libreta y un lápiz.

Se sentó de golpe, abrió la libreta, y cuando el lápiz tocó el papel, comenzó a moverse por sí solo. Las palabras fluyeron en su cabeza, llenándose y desbordándose. La voz de Santino seguía resonando en su mente, y su rostro, lo molestaba. Pero su mano no se detuvo; pasaba las hojas con rapidez, incapaz de contener el torrente de ideas que lo invadía.

No podía parar. Escribía a una velocidad impresionante, sintiendo que cada letra cobraba vida. Era como si cada frase escrita lo liberara de las cadenas de su bloqueo creativo.

Mientras el sol se terminaba de esconder, su habitación se llenaba de palabras y hojas. El papel se convertía en su refugio, un lugar donde las emociones y pensamientos que había reprimido durante tanto tiempo podían finalmente encontrar su voz.

Por primera vez en mucho tiempo, tuvo ideas que parecían palpitar en la tinta. En ese momento, su bloqueo se rompió y decidió escribir lo más que pudiera, porque no sabía cuánto podía durar esto.

—Mierda...—

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