Triunfar o Morir

Harry Potter - J. K. Rowling
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Triunfar o Morir
Summary
En 1944, las fuerzas aliadas se preparan para el desembarco anfibio más grande desde Alhucemas. El muro atlántico de los nazis, una fortificación kilométrica de misiles, minas y divisiones acorazadas al mando de Rommel, los espera en la costa francesa. Si consiguen atravesarlo, los soldados del frente occidental desembarcarán en territorio ocupado y deberán conquistar Francia, Holanda y Bélgica hasta llegar a Alemania, antes de que llegue el invierno, antes de que sea demasiado tarde.Esta es su la historia.
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Epílogo

I

Los años de la guerra se habían hecho interminables; a veces, un minuto en una trinchera, en invierno, bajo fuego enemigo y bajo un cielo sin estrellas, era como una vida entera. Quizás por eso, los años que vinieron pasaban volando. Pasaron cosas pequeñas, como que las faldas y el pelo de las mujeres se acortaran, y cosas increíbles, como la condena a cadena perpetua de Joachim Peiper en los juicios de Núremberg, o la entrada en el parlamento del primer diputado negro, el capitán Kingsley Shacklebolt.

El día que Yuri Gagarin orbitó la tierra, Blythe Manor se llenó de gente. El cosmonauta de la URSS tenía una sonrisa que podía derretir la guerra fría, una voluntad de puro acero soviético, un pulso digno de un héroe de guerra y una mente de poeta ruso. “La tierra es azul”, dijo Gagarin desde el espacio exterior, y un silencio sereno se adueñó de la biblioteca  donde la quinta compañía estaba reunida alrededor de la radio para escucharlo. Los niños, -los dos de los Potter, los innumerables de los Longbottom, y las niñas de los Shacklebolt-, dormitaban en los sofás, en las butacas, en las alfombras. Y sus padres los miraron dormir, y sonrieron. Qué suerte, pensaron. Qué suerte que la tierra siga siendo azul.

*

Winston Churchill murió, Yuri Gagarin fue al espacio, y años después, en 1967, el Parlamento Británico derogó la ley que había condenado a Oscar Wilde. 

Ese día, el teléfono sonó sin parar en Blythe Manor. El primero de todos en llamar, siempre puntual y formal como ningún otro hombre, fue el recién estrenado diputado Kingsley Shacklebolt, que les dio los buenos días, les dijo que había sido un orgullo para él votar a favor de la derogación de la ley de 1885 y esperó pacientemente a que Sirius y Remus recobraran la compostura al otro lado del teléfono.

-Prepárate, Sirius, -dijo Remus, en cuanto se despidió de su capitán-. Creo que llamarán más.

Apenas podía creerse que tanta gente se tomase un momento de sus vidas para marcar su número en el teléfono y escuchar su voz ese día.

Las conversaciones con Fabian, Lovegood, Granger y todos los demás miembros de la quinta compañía fueron tan breves e incómodas como la conversación con Lily fue larga, lacrimógena y sanadora. Remus estuvo media hora al teléfono con ella, y cuando le tendió el teléfono a Sirius, se secó las lágrimas y dijo “te toca”, Sirius pensó que tenía cuarenta y cinco años, varias condecoraciones militares y una voluntad de acero como la de Yuri Gagarin: la maldita enfermera de Kent no iba a hacerlo llorar. 

Pero el que estaba al otro lado del teléfono no era Lily.

-Qué pasa, marica.

Sirius podía ver el brillo en esos ojos castaños tras las gafas redondas incluso a kilómetros de distancia.

-¿Te digo lo tonto del culo que eres cuando te llamo, Potter?

-¡Constantemente, no te jode!

Remus lo vio hablar con James de todo menos de la ley de 1885. Hablaron de fútbol, de los niños, de poder votar por Shacklebolt. A medida que la conversación avanzaba y se iba volviendo cada vez más trivial, Sirius parecía incapaz de quedarse quieto. Con el auricular atrapado entre la mejilla y el hombro, se paseaba por la biblioteca como una fiera domesticada, esquivando el cable que arrastraba tras él, sentándose en el sofá sólo para levantarse cinco segundos después. Hablaba, se reía, le tomaba el pelo a James y se dejaba vacilar, todo a la vez. Luego se quedó quieto. James hablaba al otro lado de la línea. Sirius dijo, “vale, Potter”, y “recuerdos a los niños”. Colgó.

Cuando dejó el teléfono en el escritorio, había un brillo en sus ojos que sólo podía calificarse con una palabra.

-¿Quieres follar legalmente por primera vez, Doc?

Los ojos de Sirius Black brillaban como los de un gamberro mientras empezaba a desabrocharse la camisa.

*

Millie Mae los llamó a las tantas de la noche desde Los Ángeles. Remus cogió el teléfono, todavía dormido, murmuró “creo que es para ti”, y se lo tendió a Sirius sin despertarse. La voz que llegó desde el otro lado sonaba como si se estuviera despertando para desayunar. Brisa en un hotel al lado del mar, zumo de naranja, albornoz de seda y los periódicos.

-¿Cómo te sientes?

Sirius podía oír las olas del pacífico a través del teléfono.

-Ya no soy un criminal -y lo dijo con tanta tristeza, y su tristeza era tan fingida, que Millie no pudo hacer otra cosa que reírse.

*

La llamada del padre de Remus, que no llamaba mucho y cuando llamaba no tenía mucho que decir, fue el detonante de lo que su hijo llevaba muchísimo tiempo queriendo hacer. Hubo muchos silencios en el lado de Blythe Manor, lo que significaba que había muchas palabras en el otro lado. Remus escuchaba, asentía, se mecía suavemente en la silla del escritorio.

-Así que mamá te lo dijo. -Y luego el silencio más largo de la historia-. Claro que sí, papá. Ven cuando quieras.

Remus colgó, se dio la vuelta y sonrió, todavía con el teléfono en la mano.

-Voy a hacerlo -dijo, como sorprendido de la fiereza con la que sonaron sus palabras.

Y estaba tan guapo, con las piernas cruzadas, dándose la vuelta en la silla giratoria, con ese jersey de color azul y esas cicatrices en su alma, que Sirius no pudo evitar cruzar la habitación, tirar de su camisa y besarlo con todo su ser.

-Llama ya, por Dios- le dijo, cuando consiguió separarse de él-. Llama a tu editora.

 

II

El viaje anual a Francia de 1968 ha sido al revés. Este año han empezado por el final: por las Ardenas. El bosque ha cambiado desde que lucharon en él. Todos los árboles que sobrevivieron a la artillería nazi ya han sido talados, y los nuevos árboles crecen en hileras perfectas, alterando el paisaje para siempre y haciendo imposible reconocer los sitios en los que sus amigos murieron, la explanada donde Peiper emergió de entre los tanques, el rincón de la ciudad donde Fabian lo abatió de un tiro en el hombro, o el límite del bosque por donde Shacklebolt apareció para reconquistar Saint Vith.

Empiezan en las Ardenas, y acaban en Normandía.

Van a los cementerios donde las fechas de la muerte están grabadas en las lápidas, distribuidas en hileras igual de perfectas que los árboles de las Ardenas, y en todas está escrita la misma fecha: seis de junio de 1944. Los hombres que caminan entre las tumbas de sus compañeros siempre traen a gente: a su novia, a su mujer, a sus niños, a sus padres. Y siempre se los presentan, mira, este año ha nacido mi hijo, y siempre hablan con ellos en sus mentes, ¿te acuerdas de cuando Snape nos hizo subir por la colina después de comer y vomité todas las judías?, aunque ya no se acuerden de cómo sonaban sus voces, ¿te acuerdas de que tiraste de mí y no me soltaste, y llegamos a la cima, y la coronamos cuando se ponía el sol?, aunque no tengan manera de saber cómo serían ahora, qué cara tendrían con veinte años más, cómo habrían envejecido, ¿te acuerdas?, les preguntan a sus muertos, de pie frente a sus tumbas, porque yo sí me acuerdo, los tranquilizan en silencio mientras les limpian las lápidas para que brillen bajo el sol de verano, yo me acordaré siempre, les dicen a sus hermanos, te recordaré siempre

Como cada año, Sirius y Remus buscan la tumba de Daniel, aunque su cuerpo rara vez descansa solo: su madre, su hermana y los sobrinos nunca llegó a conocer también vienen cada seis de junio para verlo. Siempre le llevan margaritas, como las que crecen en el prado donde se estrelló su avión. 

Si lo ven acompañado, lo dejan con su familia. Pero si está solo, se quedan un rato con él, a su lado, y se acuerdan de la chica en bikini que había pintado en la cola de su bombardero, de lo buen hombre que era, y de lo valiente que fue, y de cómo murió en el cielo para que ellos pudieran ganar en la tierra.

*

La pequeña librería en la costa normanda está abarrotada de gente: soldados, enfermeras, amigos del nuevo estado de Israel, una familia callada que ha hecho el viaje desde los Pirineos con su nuevo Seiscientos. 

Todos vienen a escuchar a Remus.

Su editora ha elegido esa librería cuidadosamente, sabiendo que allí no va a pasarle nada malo. Ha hecho un gran trabajo trayendo lectores de Inglaterra que sabe que lo van a apreciar, y periodistas de ciertas publicaciones lo suficientemente valientes como para leerlo y lo suficientemente buenos como para hacerle preguntas correctas. Sus amigos, sin embargo, están listos para protegerlo, listos para curarlo si a alguien se le ocurre hacerle una herida, como tantas veces los curó él en la guerra. 

Remus consigue abrirse camino hacia la mesa con el micrófono y los ejemplares de su primera y única novela. Sirius lo ve tan vulnerable presentando su libro como cuando lo escribió, y mientras se acomoda en su silla junto a los Potter, se pregunta si los demás lo ven como él lo está viendo. Si leerán la novela de Remus como él la leyó. Si sabrán por qué Remus escribe tan bien, como lo sabe él.

*

Cuando le preguntan a Remus de qué va el libro, Sirius piensa que va, obviamente y como no podía ser de otra forma, de hombres que se quieren; pero Remus debe creer que igual se necesita más explicación, porque empieza a narrar la guerra que ganaron y sobre la que escribió. Cuenta que el libro estuvo a punto de ser destruido varias veces durante la guerra, y alguna vez después. Que fue fácil escribirlo mientras estaban en batalla, pero difícil retomarlo cuando llegó la paz. Que hubo un tiempo, durante la posguerra, en el que se negó a escribir, y que la literatura lo castigó durante muchos años hasta que no tuvo más remedio que sentarse con sus miedos y seguir escribiéndolos. Y que entonces, la literatura lo premió. Y que sabe que la novela quizás no tendrá mucho éxito entonces, aunque sospecha que lo tendrá años más tarde, pero que le da igual cuántos ejemplares se vendan porque sabe, como lo saben todos los buenos escritores que escriben con la verdad por delante, que la suya es una buena novela.

No es un mal resumen.

Luego le preguntan sobre la dedicatoria.

-No creo que sepas lo que era luchar a tu lado, -dice Remus, dirigiéndose a Sirius-, pero eras fuego.

Un fuego purificador, dice, donde se forjaron las armas con las que vencieron. Verlo luchar,  con la cara sucia de barro, la voz potente como un incendio y la mirada en llamas, era asistir a un milagro. En batalla, Sirius, mi compañero desde hace más de veinte años, se convertía en un profeta al que era imposible no adorar; en un general, por el que era imposible no conseguir la victoria; en un héroe, que no quería otra opción que no fuera triunfar.

Finalmente le preguntan por el título, tres palabras impresas en letras doradas sobre la portada, como el sol que sintieron sobre sus cuerpos cuando supieron que habían ganado la guerra.

-Espero que a los soldados que formaron la quinta compañía de infantería no les importe que lo haya tomado prestado.

Por supuesto que no les importa; porque en Triunfar o Morir, hay lugares cambiados y nombres inventados, pero todo es verdadero y por tanto, no había otro título posible. Remus no ha mentido, no ha engañado; ha escrito sobre él, aunque haya escrito sobre Sirius; y no ha escondido nada, aunque no haya contado ciertas cosas. Y es por eso que no sólo ha escrito una historia de amor; ha escrito la historia del amor, una novela que terminó en el corazón de Alemania y que nació de las playas de Normandía. Y es justamente allí, veinte años más tarde, donde el mundo asiste a su luz por primera vez, una luz que brillará cuando todos se hayan ido de este mundo y que, como los personajes que viven bajo sus rayos, ya es inmortal.

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