
Cuando todo acabó
Después de siete años en el mundo mágico, Harry estaba bastante acostumbrado a que se hablara de él dondequiera que fuera, aunque todavía lo encontraba agotador a veces. Le habían dado una bienvenida de héroe a su regreso a Hogwarts en septiembre y el interés en él no había disminuido en lo más mínimo desde entonces. Muy pocas personas conocían el alcance total de los eventos que habían ocurrido la mañana de la muerte de Lord Voldemort, pero sabían que se había centrado en Harry y que Severus Snape realmente había estado trabajando de su lado todo el tiempo. Su relación se había convertido en un tema de gran fascinación para el ojo público y Harry tuvo que esquivar casi tantas preguntas al respecto como con el caso de Voldemort en esos días. Lo hizo agradecer más que nunca los momentos tranquilos que podía escabullirse con las personas que nunca se habían preocupado por su fama.
—Hagrid, ¿qué es eso? —preguntó Harry, mojando accidentalmente la parte delantera de su abrigo con su té mientras saltaba ante la repentina e inesperada aparición de una extraña criatura en la cabaña del Guardabosques.
—¡Franky! —exclamó Hagrid, dejando el par de calcetines que estaba tejiendo para extender los brazos a la extraña criatura que parecía ser un cruce entre un perezoso y un simio—. ¡Me preguntaba dónde te habías metido!
Harry observó con perplejidad cómo Franky se subía al regazo de Hagrid. Estaba acostumbrado a que éste amara a todo tipo de bestias y supuso que debería estar agradecido de que esta pareciera ser mucho más tolerable que Norbert el Ridgeback Noruego o los Escregutos de Cola Explosiva que tanto habían aterrorizado a su clase de Cuidado de Criaturas Mágicas en cuarto año. No era para nada sorprendente que Hagrid comenzara a balancearse de un lado a otro con Franky en sus brazos, pareciéndose mucho a un padre cariñoso de un hijo bastante feo.
—Aparece cuando quiere un poco de atención y luego se vuelve invisible una vez que ha tenido suficiente —explicó Hagrid.
—¿Así que ha estado aquí todo este tiempo? —preguntó Harry, dejando su taza sobre la mesa junto a su pastel de roca mordisqueado.
—Podría ser —dijo éste misteriosamente—. O podría haber atravesado la pared desde afuera. Grandes criaturas, Demiguises, ¿verdad? —Hizo cosquillas a Franky debajo de la barbilla con cariño—. Muy pacíficos, no morderán a menos que sean provocados. Y pueden volverse invisibles y predecir el futuro, lo que los hace muy difíciles de atrapar. Tienes que hacer algo completamente inesperado para engañar a un Demiguise.
—Bueno, parece amistoso —comentó Harry, sacando el reloj de bolsillo de su abuelo para comprobar la hora.
Había cambiado de manos más de una vez. De Lily a Severus después de la muerte de su padre; de Severus a Harry al cumplir quince años; y luego de regreso, justo antes de la muerte de Dumbledore, cuando Harry había pensado que Snape debería tener un símbolo para mantenerlo fuerte durante el momento más difícil que tendría que hacer. Snape se lo había devuelto después de la batalla y Harry se había empeñado en llevarlo con él desde entonces. Aunque todos los sentimientos habituales que normalmente experimentaba al mirarlo desaparecieron cuando lo miró en ese momento.
—¿Te tienes que ir? —preguntó Hagrid, retirando suavemente lo que había cosido de las curiosas manos del Demiguise.
—El tren se irá pronto —Harry asintió, metiendo el reloj en el bolsillo de su abrigo y ya levantándose de la mesa.
Hagrid dejó a Franky suavemente en el suelo, donde desapareció rápidamente y luego se puso de pie para seguirlo.
—¿Estás seguro de que no vendrás por Navidad, Hagrid? —preguntó, ajustando su mochila sobre un hombro y la caja de Grageas de Bertie Botts de todos los sabores debajo de su brazo que Hagrid acababa de darle como regalo.
—Alguien tiene que quedarse con los niños que se quedarán aquí durante las vacaciones —respondió Hagrid, sonriendo bajo su barba mientras salían al frío clima invernal—. No me gustaría dejar que nuestra directora lo hiciera todo sola, especialmente...
—Está bien —le aseguró Harry rápidamente, mientras grandes lágrimas brotaban de los ojos de Hagrid. Harry dio un paso adelante para darle un abrazo de despedida que fue correspondido con tal entusiasmo que lo dejó sin aliento—. Te veré cuando regrese entonces.
Harry se dio cuenta, mientras comenzaba a subir la colina al castillo unos minutos más tarde, que seguramente iba a ser una Navidad muy difícil tanto para Hagrid como para la profesora McGonagall sin que Dumbledore la pasara con ellos. Toda la esencia de Hogwarts había girado en torno a Albus Dumbledore y sin él había un tremendo vacío que incluso los primeros años entrantes, que nunca habían conocido nada diferente, habían podido sentir. Harry imaginaba que la Navidad en Hogwarts sería bastante agridulce ese año y se sentía bastante agradecido de tener un hogar en el que pasarla, aunque nunca se había apenado por haberse quedado en el colegio en el pasado.
De hecho, casi todos sus mejores recuerdos habían tenido lugar en esos terrenos. Hogwarts había sido, y siempre sería, su primer hogar. Era el lugar donde había encontrado amistad y familia. Las cosas que le habían faltado en los diez años que había pasado aislado del mundo mágico en los Dursley, le habían llegado en abundancia una vez que había comenzado a descubrir quién era realmente y nunca daría nada de eso por sentado. Ni tampoco la forma en que el señor y la señora Weasley siempre se habían asegurado de tener regalos para abrir a pesar de tener siete hijos propios que mantener, ni la forma en que Ron siempre lo había tratado como a un hermano, o cómo Dumbledore le había dado la Capa de Invisibilidad de James, que se había convertido en su posesión más preciada y su conexión con su padre.
James y Lily habían pesado en el corazón de Harry durante los últimos meses de una manera diferente a como lo habían hecho antes. Los anhelaba más que nunca y también sentía que finalmente había logrado ponerlos cómodamente a descansar. Había decidido no volver a buscar la Piedra de la Resurrección, pero todavía podía sentir su amor bombeando por sus venas cada minuto del día.
—Te he querido toda tu vida —le había recordado Lily, mientras se quedaba allí dándole la fuerza y el consuelo para mantenerse firme frente a la muerte.
—Y hemos estado contigo todo el camino —había añadido James, mientras había ido a ocupar su lugar al otro lado de Harry—. Siempre puedes encontrarnos, hijo. Nunca te dejaremos.
Pensando en ello más tarde, Harry estaba bastante seguro de que su madre y su padre sabían que realmente no iba a morir. Habían estado allí para apoyarlo y prepararlo para el sacrificio que había necesitado creer que estaba haciendo, pero en la sabiduría omnisciente que se les concedía a las personas después de la muerte, Harry creía que lo sabían todo... además de que estar protegido por la antigua magia lanzada por la negativa de su madre a hacerse a un lado de su cuna esa noche en el Valle de Godric. La bella magia del amor de su madre existía para siempre en su sangre, la sangre que Voldemort había tomado tontamente para reconstruir su propio cuerpo resucitado. Al final, Voldemort había provocado su propia caída. Había conservado el sacrificio de Lily Potter dentro de sí mismo y, por lo tanto, había hecho que Harry fuera imposible de matar, incluso cuando el horrocrux que se había aferrado a él había sido destruido.
—¡Oye, Potter!
Harry se sorprendió bastante al ver a Draco Malfoy acercándose a él con una expresión incómoda, casi nerviosa, en su rostro. Aunque tenían algunas clases juntos, nunca hablaban. Malfoy ya no se complicaba su vida para antagonizar a Harry y era objeto de muchas burlas por parte de otros estudiantes que estaban ansiosos por castigarlo por haber estado involucrado con los Mortífagos. Lucius Malfoy había sido sentenciado a Azkaban por una duración ciertamente más corta de lo que probablemente merecía, aunque la desgracia de toda su familia duraría mucho más.
—Mi padre salió la semana pasada —compartió Draco, metiendo las manos en los bolsillos de sus pantalones negros.
—Lo sé —respondió Harry con frialdad—. Lo leí en el periódico.
Continuó caminando y sintió una punzada de molestia al darse cuenta de que Malfoy lo estaba siguiendo. No estaba resentido con Draco porque su padre fuera absuelto tan a la ligera. Harry sabía que Snape era en gran parte responsable de eso, ya que había respondido por los tres Malfoy después de que su propio caso hubiera sido revisado y su nombre limpiado rápidamente. Snape estaba en el registro citando que Draco nunca había cometido voluntariamente ningún crimen, Narcisa había salvado su propia vida y Lucius se había desviado al final al elegir abandonar la escena en lugar de luchar en la batalla de Voldemort. Harry podía aceptar el deseo de Snape de mantener intacta a la familia Malfoy. Una cosa que Harry había aprendido a creer firmemente era que el amor de los padres no era nada de lo que nadie, incluido Draco, debería ser privado.
—¿Irás a casa para Navidad? —preguntó Draco, siguiéndole el paso.
—¿Por qué te importa? —preguntó él cortamente, para lo cual parecía que Malfoy no tenía respuesta.
No dijo nada, pero continuó caminando a su lado y soportando un silencio helado. Habló justo cuando se acercaban al vestíbulo de entrada donde los estudiantes se reunían para esperar los carruajes que los llevarían al pueblo.
—Sabía que algo pasaba esa noche —le dijo Draco y Harry supo que estaba hablando de la ocasión en el pasillo cuando había visto a Snape abrazarlo—. Nunca iba a decírselo igual... No se lo dije a nadie, ni siquiera a mis padres.
—Bueno, eso está bien o estaría muerto —dijo Harry fríamente, negándose a expresar gratitud porque Malfoy eligiera ser una persona decente por primera vez en su vida, aunque respetaba lo difícil que debía haber sido mentir, incluso por omisión, alrededor de Lord Voldemort.
—¿Le desearás una Feliz Navidad de mi parte? —preguntó Draco.
Harry se giró para mirarle fijamente de manera extraña. Por lo que sabía, Snape ni siquiera se había molestado en mantener ningún vínculo con la familia Malfoy y le molestaba que Draco estuviera tratando de mantener viva su conexión. Pero se encontró encogiéndose de hombros. Supuso que no era su decisión con quién su padre decidía ser amistoso y, le gustara o no, Draco siempre había tenido una relación cercana con el profesor Snape antes.
—¡Potter! ¡Malfoy! ¿Qué estáis haciendo? —La profesora McGonagall les ladró desde el otro lado del patio—. ¡Moveos antes de que se vayan sin vosotros!
—Se lo diré —le dijo Harry a Malfoy, antes de apresurarse hacia donde la profesora McGoangall estaba esperando con el ceño fruncido—. Perdone, profesora —le dijo a ésta—. Feliz Navidad.
—Feliz Navidad, Harry. —Algo en los ojos de Minerva McGonagall se suavizó mientras le daba una pequeña pero rara sonrisa. Mientras se apresuraba hacia donde estaban reunidos los Gryffindors, la oyó gritar—. ¡Venga, Malfoy!
—¿Dónde estabas? —exclamó Hermione, cuando Harry se acercó para unirse a ella y a Ron—. ¡Pensé que ibas a perder el carruaje!
—Fui a ver a Hagrid y no noté lo tarde que se había hecho —respondió Harry con calma, llamando la atención de Lupin mientras sonreía y revisaba su lista.
Sin el puesto ya maldito después de la muerte de Voldemort, Lupin había sido nombrado profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras una vez más, como también jefe de Gryffindor. El Ministerio de Magia se había recuperado bajo Kingsley Shacklebolt, quien ya había borrado muchas de las sanciones que habían impedido que los hombres lobo pudieran conseguir trabajos antes. Aunque había habido preocupaciones de que volviera a enseñar, con razón, ya que Lupin había sido despedido la última vez por olvidarse de tomar su poción Matalobos antes de transformarse en un hombre lobo que había intentado atacar a algunos estudiantes. Snape se había opuesto rotundamente a que Dumbledore lo contratara antes, por lo que era un cambio interesante para él ser su referencia más prometedora.
—¿A qué viene todos los libros igualmente, Hermione? —Harry la miró—. Nos vamos de vacaciones...
—Eso es lo que he dicho. —Ron negó con la cabeza.
—¿Habéis olvidado de que tenemos nuestros EXTASIS en junio? —Hermione puso los ojos en blanco—. ¿Cómo esperáis aprobarlos sin estudiar en serio?
—Harry podrá conseguir un trabajo en cualquier lugar que quiera, incluso si no hace los exámenes —señaló Ron—. ¿Qué fue lo que Moody dijo...Harry?
—¿El qué? —Harry saltó, apartando la mirada de donde había visto a Ginny hablando con Luna y Neville—. ¿Moody? Bueno, sólo dijo que daría buenas referencias para que todos nos uniéramos al departamento de aurores, ¿no? Ya ha anotado nuestros nombres para una vía rápida cuando queramos...
Aunque Harry ahora estaba menos seguro de qué era lo que realmente quería hacer consigo mismo. Nunca se había atrevido a pensar demasiado en el futuro en cuanto se enteró de la profecía y se preguntó cuánto de su ambición de convertirse en auror se había basado en creer que el resto de su vida se dedicaría a luchar contra Voldemort. Tal como estaba en ese momento, Harry no creía que deseara mucho más que una vida tranquila con las personas que amaba. No tenía nada de interés en sus exámenes y ya ni siquiera podía fingir que le importaba. Estaba a la deriva durante su último año en Hogwarts y sólo estaba realmente ahí porque tenía un padre que nunca lo dejaría salirse con la suya abandonando temprano.
—¿De qué habláis? —preguntó Ginny, llegando justo cuando un grupo de Thestrals, invisible para todos ellos excepto Harry, tiró de un carruaje y todos subieron.
—El futuro de Harry —respondió Hermione, colocándose frente a él en el banco junto a Ron, dejando a Ginny libre para sentarse junto a Harry.
A pesar del viento frío en su rostro, de repente se sintió bastante cálido.
—Bueno, creo que deberías jugar como Buscador de las Urracas de Montrose —le informó Ginny.
—¡No si el reclutador de Chudley Cannons le hace una oferta cuando aparezca para ver nuestro próximo partido en enero! —Ron discutió en nombre de su equipo favorito.
—A mi padre James le ofrecieron un lugar con las Urracas de Montrose —compartió Harry con ellos distraídamente, viendo a Draco subirse a un carruaje cerca de la parte posterior de la cola solo—. Sin embargo, no firmó porque me tenían a mí...
Recordaba cada palabra pronunciada y cada acción del recuerdo que Sirius le había dado de la vida feliz que podría haber sido suya en el Valle de Godric. Aunque no lo anhelaba de la misma manera que lo había hecho antes. Había demasiadas cosas buenas que habían sucedido alternativamente que Harry nunca querría deshacer.
—¿Puedes caber uno más? —preguntó Lupin, acercándose a su carruaje con una sonrisa después de haber acomodado al resto de los estudiantes.
—Por supuesto —dijo Ron de inmediato, acercándose a Hermione para crear algo de espacio en el banco. Tan pronto como Lupin se sentó, no pudo resistirse a anunciar la noticia que claramente había estado estallando para compartir.
—¡Es un niño! —les dijo contento—. ¡Nos acabamos de enterar anoche!
—¡Felicidades! —Hermione soltó.
Todos repitieron lo mismo y la sonrisa de Lupin brilló aún más. Se veía mucho mejor en esos días; confiado, esperanzado e incluso saludable. Las modificaciones que Snape había hecho a la poción Matalobos le habían hecho mucho bien. Lo mantenía en su sano juicio durante las transformaciones mientras minimizaba en gran medida los terribles efectos secundarios que habían hecho que la poción fuera tan desagradable para él antes. Como resultado, parecía mucho menos cansado de lo que solía estar y la ventaja de un empleo estable significaba que se había sentido capaz de disfrutar de nuevas túnicas para reemplazar las andrajosas que había usado durante años.
—¿Tonks sigue trabajando? —preguntó Ginny.
—Sí, se niega a parar —Lupin sonaba divertido—. Tiene la intención de seguir trabajando hasta que llegue el bebé en abril, pero afortunadamente ahora se está quedando bastante cerca del despacho.
Después de lo de Voldemort, se habían necesitado todas las manos en cubierta en el Ministerio. El departamento de aurores estaba, por supuesto, en primera línea, acorralando a los mortífagos que habían escapado de Azkaban y supervisando gran parte del trabajo para reconstruir el país. Naturalmente, la joven aurora burbujeante y entusiasta querría estar directamente en medio de la acción, tuviera un bebé en camino o no, y Lupin no podría haber parecido más orgulloso de su esposa si lo hubiera intentado. Pensando en lo angustiado que había estado durante el verano, a Harry le parecía perfectamente obvio que la infelicidad de Lupin con su matrimonio y su hijo por nacer no había tenido nada que ver con Tonks y todo que ver con su propia falta de autoestima. Qué tristemente común era ver a la gente resistiéndose a los mismos que solo querían dar amor.
—Dora y yo estaremos en Nochebuena después de haber cenado con sus padres —dijo Lupin, dando suavemente a Harry en el hombro mientras estaban de pie en la plataforma junto con el Expreso de Hogwarts pitando en alto y soplando mucho vapor frente a ellos.
—Creo que tu hijo va a ser muy afortunado de tenerte por padre, Remus —dijo Harry, dejando caer las formalidades mientras sus entrañas ardían de felicidad en previsión de la celebración de Navidad para la que todos se estaban preparando—. Cualquier cosa que te preocupe, bueno, no lo estás enfrentando solo, ¿verdad? No hay nada que no podamos resolver como familia.
—Tienes razón —acordó Lupin en voz baja, con una sonrisa más grande que se extendió por su rostro con cicatrices—. Me alegra mucho que mi hijo tenga a Harry como ejemplo. Eres muy excepcional, pero no sólo en la forma en que eres famoso. Cada día me recuerdas más a James, ¿lo sabes? Pero también veo mucho de Lily, Severus y Sirius en ti también. Creo que tienes lo mejor de todos tus padres.
—Bueno... lo intento —respondió Harry, un poco avergonzado, aunque complacido, por el sentimentalismo de la conversación—. Hasta dentro de unos días, profesor.
—Buen viaje —Lupin se despidió de él, mientras Harry abordaba el tren y buscaba el compartimento que Ginny, Ron y Hermione ya habían reclamado.
—¿Crees que Fred y George tendrán alguna mercancía nueva que quieran que probemos para ellos? —Ginny preguntó, después de que Harry había tomado su lugar a su lado y Ron había cerrado la puerta a los rezagados que miraban a Harry desde el pasillo.
—Y probablemente con algunas nuevas demostraciones también —Harry asintió, acomodándose de nuevo en el asiento acolchado para disfrutar del viaje a Londres, sintiéndose tranquilo y contento.
Estaba más que listo para una oportunidad de relajarse en casa lejos de toda la atención y la atmósfera abrumadora que era Hogwarts en esos días y especialmente estaba ansioso por estar de vuelta en su lugar seguro con dos de sus padres.
XXX
La luna estaba llena y brillante en el cielo esa noche, acompañada de estrellas parpadeantes que hacían que el aire libre pareciera brillante y acogedor a pesar de las temperaturas heladas. Las mejillas de Harry ardían por el aire helado y sus labios se agrietaron, pero eso no le impidió sonreír. Arriba en el cielo, donde pertenecía, y sintiéndose particularmente atrevido, Harry intentó hacer el pino en el espacio vacío y miró hacia el manto de nieve debajo de él.
—No te pongas arrogante —comentó Snape.
—No lo hacía —replicó Harry, molesto cuando su padre lo sacó de su intensa concentración.
Harry giró en el aire en posición vertical en un intento de recuperarse, pero aun así pudo sentir que comenzaba a caer hacia la tierra. Aunque no entró en pánico mientras se aferraba con fuerza a su varita, a punto de lanzar un Encantamiento de Almohadón debajo de él justo cuando experimentó que todo su cuerpo se volvía liviano como una pluma. Flotó lentamente hasta el suelo y sus botas se hundieron en la nieve esponjosa, con Snape aterrizando a su lado y bajando su propia varita, que había usado para impedir la caída de Harry.
—Sólo me estoy volviendo más confiado —le dijo a la defensiva.
—Hay una delgada línea entre la confianza y la arrogancia —sonrió Snape—, y te gusta pisarla.
—Sólo dilo —Harry lo incitó, una oleada de satisfacción corriendo a través de él como un rayo, incluso si casi se había caído al final—. Estás orgulloso de mí.
—Mucho —le aseguró él.
Harry sonrió más brillantemente mientras volvía a mirar la luna llena en el cielo, tratando de no pensar en Lupin, que seguramente estaba acurrucado en algún lugar en ese momento en la forma de hombre lobo que despreciaba. Mientras tanto, Harry disfrutó de la belleza y el brillo de la luna como telón de fondo perfecto como su regreso a casa. Era como si pudiera respirar más fácil ahí y tuviera la cabeza despejada. Acababa de conquistar el Vuelo sin ayuda por primera vez en su vida y ahora sentía que podía hacer cualquier cosa.
—No quiero volver a Hogwarts —suspiró Harry—. Quiero quedarme aquí.
—Pero vas a volver de todos modos —terminó Snape con calma.
Se miraron el uno al otro con expresiones de exasperación en sus rostros. Se parecían en muchos aspectos: su infancia, su coraje, sus relaciones afectuosas pero complicadas con Albus Dumbledore y su voluntad a intentarlo de nuevo y aprender a comenzar a hacerse cargo de sus propias vidas ahora que podían. Esa última era en parte la razón por la que Harry estaba tan ansioso por salir al mundo y ya no estar confinado a las restricciones y la rutina de Hogwarts. Aunque sabía que Snape tenía demasiado respeto por la teoría mágica como para permitirle considerar seriamente dejarlo temprano y Harry tenía demasiado respeto por él como para siquiera considerar desobedecer sus deseos. Sólo pretendía expresar su insatisfacción.
—Hablando del colegio —dijo Harry lentamente—. Malfoy me pilló justo cuando nos íbamos y me pidió que te dijera "Feliz Navidad" de su parte.
—¿Ah, sí? —dijo Snape—. Eso es extraño, porque ya dijo eso y más en su última carta.
—¿Te escribe? —Harry frunció el ceño—. ¿Le escribes también?
—Eso no es asunto tuyo —dijo Snape, luciendo como si la leve expresión de celos de Harry lo divirtiera.
El ceño fruncido de Harry se agravó.
—Bueno, entonces, ¿por qué me pediría que te dijera...?
—Tal vez quería hablar contigo, pero no estaba seguro de cómo romper el hielo —sugirió Snape en voz baja—. ¿Cómo le va a Draco en el colegio ahora igualmente? ¿Todavía lo están molestando?
—En su mayoría rechazado —Harry se encogió de hombros con indiferencia—. No lo sé. No le hago caso.
—Pareces tener muchas opiniones para alguien supuestamente demasiado indiferente para darse cuenta —comentó Snape—. Draco ha crecido mucho. Ha pasado por casi tanto como tú y ha cambiado de bando.
Harry no respondió. Todavía se sentía demasiado resentido con Malfoy como para concederle la consideración que su padre parecía estar sugiriendo que debería hacer, pero no era porque no reconociera el poder del cambio que podría provenir de las segundas oportunidades. Por supuesto, Harry reconocía eso por lo que era y también aceptaba que Draco no siempre, o nunca, había sido el maestro de sus propias elecciones. Ciertamente había sufrido enormemente a manos de Voldemort y le habría resultado casi imposible esconderse una vez las cosas hubieran llegado al punto de no retorno... pero Harry no quería pasar su primera noche en casa discutiendo compasión por ninguno de los Malfoy con su padre. Quería intentar volar sin ayuda una vez más y perderse en la buena fortuna que lo había hecho más feliz que nunca en su vida.
—¿Puedo ir más alto esta vez? —preguntó Harry, meciéndose en las puntas de los pies como un buzo que se prepara para zambullirse.
—Sí —respondió Snape—. A ver si puedes llegar hasta el balcón.
—Está bien —exhaló Harry, su aliento era visible en el aire frente a su cara.
Fijó sus ojos en el balcón que llevaban al dormitorio principal en el segundo piso de la casa, iluminado por el cielo invernal y el resplandor del fuego a través de las ventanas.
Harry se centró en sentirse tan ligero y libre como un pájaro. No necesitaba depender de su escoba y no necesitaba depender de alas que no tenía para elevarse por encima de él y simplemente ser. Con un empujón desde el suelo, Harry sintió que se levantaba. Bombeó las piernas como si estuviera subiendo un conjunto invisible de escaleras hacia el cielo. Con las manos extendidas frente a él, Harry comenzó a apartar el viento por encima de él para permitir un paso seguro. Subiendo más alto de lo que nunca había intentado antes, alcanzando la arquitectura de piedra de la barandilla. Cuando sintió su rugosidad fría contra sus manos, Harry dejó de pensar en elevarse y se dejó colgar allí, sintiendo los músculos de sus brazos contrayéndose y todo su peso colgando una vez más.
—Lo has hecho bien —dijo Snape con justicia, mientras pasaba por la pared parcial y salía al balcón cubierto de nieve de la última tormenta.
Las puertas dobles se abrieron para admitirlos y Harry se lanzó apresuradamente sobre la cornisa para entrar en el dormitorio que pertenecía a Sirius, pero en el que ya había descubierto las zapatillas y la bata de Snape en el interior esa misma noche. Aunque aparentemente nadie consideró necesario discutir los límites siempre cambiantes que pertenecían a los dos hombres que habían dejado de lado todas las diferencias para reclamarle, Harry tenía claro que la relación entre sus padres adoptivos ya no giraba exclusivamente en torno a él. Y le llenó de gratitud presenciar la comodidad y el afecto que ahora compartían y le extendían a él, su hijo.
—Papá, ¿por qué estás escuchando a Celestina Warbeck? —preguntó Harry a Sirius, contemplándolo acurrucado en la cama con un cuenco de palomitas de maíz en sus mantas y el sonido de una hechicera cantando desde la radio en su mesilla.
—¿Cómo reconoces a Celestina Warbeck? —Snape le preguntó, mientras Sirius reía y silenciaba la música con un toque de su varita.
—La señora Weasley es fan —respondió Harry, subiéndose a la cama junto a Sirius y sirviéndose un puñado de palomitas de maíz—. Siempre está puesta cuando estoy allí.
—Ah, bueno, para que conste, no soy un fanático —les dijo Sirius—, pero las noticias empezaron hace un minuto. Hablaban más de la sentencia de Dolores Umbridge a Azkaban. Parece que a la vieja sapo le espera una estancia bastante larga.
—Bien —dijo Harry con frialdad—. Ella es alguien a quien no me habría sentido mal por enviar allí, incluso si todavía hubiera dementores dirigiendo el lugar.
Aunque la nueva administración se había centrado en hacer que la prisión fuera más humana y segura. Kingsley Shacklebolt había eliminado a los dementores, además de su método cruel e inusual de volver locos a los prisioneros quitándoles todos los buenos recuerdos. Ahora Azkaban estaba en manos del departamento de aurores. Los partidarios de Voldemort habían sido detenidos y sentenciados allí, y Dolores Umbridge había sido acusada de crímenes contra la humanidad por sus esfuerzos apasionados y crueles como presidenta del Comité de Registro de Hijos de Muggles.
—Voy a hacer una taza de té —anunció Snape—, ¿alguno de vosotros quiere una?
Aunque tanto Sirius como Harry negaron con la cabeza, no rechazaron a levantarse de la cama y seguir a Snape hasta la cocina de todos modos. Éste miró por encima del hombro en ese momento y negó con la cabeza como si estuviera exasperado, pero Sirius sólo se rio mientras se apresuraba a besar la comisura de la boca de Snape a la vista de Harry.
—Si haces eso frente a gente de nuevo, te arrojaré al olvido —dijo Snape suavemente.
—Vamos, yo no cuento. —Harry sonaba desconcertado.
Encantado, pero sorprendido igualmente. ¿Quién podría haber imaginado que llegaría a eso? Y en ese momento, era la única forma que tenía sentido.
—Estoy de acuerdo con Harry —añadió Sirius agradablemente—. Es bueno para él ver cuánto nos preocupamos el uno por el otro.
Snape no dijo nada, pero mantuvo los labios apretados para reprimir la sonrisa que ya estaba haciendo brillar su piel cetrina. Ser amado, aceptado y apreciado, era todo lo que cualquiera podía desear. Reunidos a través de las dificultades y la ferviente necesidad de tener a alguien que los tres hubieran compartido, el amor lo había hecho todo posible. Habían hecho todo lo que se les había pedido. Habían hecho todo lo necesario y doloroso en el arduo trabajo de crecer, evolucionar y perdonar para que el amor pudiera florecer incluso en los lugares anteriormente más hostiles. De modo que la batalla había sido ganada y su familia había sido encontrada. Y Harry sonrió mientras sus padres compartían una mirada y luego se centraban en él. Harry tenía todo lo que le había faltado. Todo estaba bien.