Si Estás Dispuesto

Harry Potter - J. K. Rowling
G
Si Estás Dispuesto
Summary
Severus Snape había elegido un camino hacía mucho tiempo y no creía que merecía el perdón o ser feliz. Sin embargo, aprender a aceptar que no es la única persona capaz de cambiar lo llevará a un futuro mejor con la familia que nunca había tenido. Criar a Harry con Sirius nunca había sido parte de su trato con Dumbledore, pero de alguna manera se había convertido en su papel más importante. [Comienza al final de El cáliz de Fuego].
Note
Esta historia la escribió la increíble VeraRose19, quien me ha dado permiso para hacer esta grande traducción. Os prometo que esta historia vale la pena ^^ No dudéis en dejar comentarios y dar también un montón de kudos a la autora original de este fanfic. ¡Disfrutad!
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Corregir lo que era y será

—Una mujer de mediana edad que vivía sola, llamada Amelia Bones, ha sido encontrada asesinada esta mañana en una habitación cerrada con llave desde el interior. La policía está desconcertada...

Harry se paró en las escaleras para escuchar lo que el presentador de noticias estaba diciendo. Conocía ese nombre. Se había mencionado en conversaciones en Grimmauld Place más de una vez antes.

Amelia Bones trabajaba en el Ministerio, en el Departamento de Seguridad Mágica. Era muy probable que fuera una de las funcionarias más involucradas en el caso de exonerar a Sirius Black. Sólo que ahora estaba muerta.

Todavía escuchando el informe, Harry lentamente llevó su baúl y la jaula vacía de Hedwig por la escalera del número cuatro de Privet Drive.

Las dos primeras semanas de verano se habían prolongado terriblemente y había pasado la mayor parte del tiempo en su habitación evitando a los Dursley tanto como podía. Sólo ahora el nombre familiar alertó algo dentro de él. Una vez que dejó sus pertenencias al lado de la puerta principal, no pudo resistirse a apresurarse a entrar en el salón para ver el resto del segmento de noticias, que coincidía cada vez más con lo que estaba sucediendo en el mundo mágico.

—Amelia Bones era una bruja —soltó Harry. Ignoró el resoplido de molestia del tío Vernon y la forma en que la tía Petunia frunció los labios agitada por el sonido de su voz—. Voldemort está detrás de ese asesinato. Sé que lo está.

—Voldetipo... ¿Te refieres al que mató a tus padres? —preguntó el tío Vernon bruscamente, sus ojos de cerdito todavía pegados a la pantalla mientras una repetición del colapso del Puente Brockdale llenaba la pantalla.

—Sí —respondió Harry y sintió que algo se hundía profundamente dentro de él.

La actividad de los mortífagos estaba superando a Londres ahora que Voldemort había salido de su escondite. Sirius había dicho que era exactamente como había sido antes. Con desapariciones, muerte y destrucción por todas partes.

La Marca Tenebrosa aparecía en el cielo casi todas las noches dondequiera que golpeaban, incitando miedo en cada alma. Incluso los muggles habían notado los cambios, y el clima sombrío tampoco ayudaba con la moral. Los dementores eran responsables del brumoso verano, habiendo abandonado Azkaban para reproducirse en todo el país mientras se alimentaban de la abundante fiesta de desesperación.

—Bueno, una razón más para sacarte de aquí antes de que terminemos así nosotros mismos —dijo el tío Vernon desagradablemente—. ¿Cuándo llegará aquí?

—Pronto —respondió Harry, sentándose en la alfombra para ver las noticias con ellos mientras esperaba.

Saludar a los Dursley a principios del verano con la noticia de que su padrino estaba tratando de adoptarlo había sido recibido con mucha celebración. Harry no se ofendía porque se sentía exactamente de la misma manera. Ser capaz de despegarse de los Dursley era algo que podía anticipar con bastante alegría.

—El profesor Snape me escribió esta mañana para decirme que llegaría alrededor de las siete —les recordó, razón por la cual Dudley había salido esa noche para evitar otro encuentro aterrador con un mago—. Tendrá papeles para que los dos los firméis.

—Eso no será un problema —dijo el tío Vernon felizmente, frotándose sus manos gordas.

Mientras a su lado, la tía Petunia parecía extremadamente agitada ante la perspectiva de que el viejo amigo de su hermana volviera a aparecer en su casa. Había estado inquieta por ello durante días, aunque la perspectiva de deshacerse de Harry había conseguido que ambos Dursley estuvieran de acuerdo con esa reunión.

—Eso tampoco ha sido un huracán real —señaló Harry unos minutos más tarde—. Son los mortífagos y algunos gigantes. Voldemort los ha reclutado para...

—Cállate —soltó la tía Petunia, mirando nerviosa la ventana cerrada como si esperara que uno de los vecinos tuviera la oreja pegada a ella.

Harry puso sus manos en puños y apretó los labios. Se consoló con recordatorios de que esta parte de su vida casi había terminado. Cuando era niño, había soñado y soñado con alguna relación desconocida que lo llevara lejos de los Dursley y nunca había sucedido hasta ahora.

Cuando el timbre de la puerta finalmente sonó, Harry se levantó y corrió hacia ahí antes de que alguien pudiera detenerlo. Abrió la puerta y una sonrisa de alivio estalló en su rostro. Sólo que no era Snape quien había ido a llamar.

—Profesora McGonagall. —Harry se alejó de la puerta sorprendido ante la inesperada visión de su profesora de Transformaciones.

No parecía ser ella misma. Vestía una falda azul marina con medias, botines negros y una chaqueta elegante. Le recordaba a Harry a una abogada muggle, sosteniendo un gran bolso con un archivo que sobresalía de él. Aunque estaba usando un bastón, se veía en muy buena forma después de más de un mes en el Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas.

—Buenas tardes, Potter —dijo la profesora McGonagall enérgicamente—. ¿No me vas a invitar a entrar? No es prudente quedarse en la puerta en estos días y pensé que estarías ansioso por ponerte en marcha.

—Lo estoy —dijo él rápidamente, abriendo la puerta lo máximo posible.

Minerva entró y se apoyó fuertemente en su bastón mientras se quitaba las dos botas una tras otra. Sus pies ataviados de medias se veían inusuales para Harry mientras la llevaba por el pasillo, pero sabía que la tía Petunia apreciaría el respeto mostrado a sus pisos prístinamente mantenidos.

—¿Dónde está el profesor Snape? —preguntó Harry.

—Realmente no lo sé, Potter —respondió Minerva—. No podía venir y no quería hacerte esperar. Me ha pedido que me reúna con tus tíos sobre los documentos que necesitamos que firmen y luego te acompañaré a Grimmauld Place.

Caminó audazmente delante de él hacia el salón donde los Dursley estaban sentados esperando. Su cabeza se mantuvo en alto y se acercó directamente a ellos con la mano extendida.

—Minerva McGonagall —se presentó—. Ustedes deben ser Vernon y Petunia Dursley.

Ninguno de ellos respondió, pero la profesora McGonagall no parecía esperar nada más de ellos. Harry miró desde el pasillo mientras ésta se movió para sentarse en el sofá frente a los Dursley, sacando un archivo del bolso al mismo tiempo.

—Esta es la primera vez que nos reunimos a pesar de que he enseñado a su sobrino y he sido su jefa de casa durante los últimos cinco años —dijo con severidad. Los Dursley aún no dijeron nada. Minerva les mostró una mirada de desaprobación antes de continuar—. Habéis hecho caso omiso a todas mis ofertas de reuniones e ignorado cualquiera de mis intentos de involucraros en la educación de vuestro sobrino.

—No participamos con ese tipo de gentuza —gruñó el tío Vernon, pero que alguna vez hubieran sido contactados sobre él era por completo una noticia para Harry.

Sintió que si la profesora McGonagall hubiera compartido esto con él antes, podría haberla ahorrado el problema.

—Lo habéis dejado perfectamente claro —dijo Minerva con brusquedad—. Y no me iré de aquí sin decir esto... Que si la situación se hubiera invertido, si a Lily se le hubiera encomendado el cuidado de tu hijo, Petunia, ella nunca lo habría tratado de la manera en que tú has tratado a Harry. Espero que esto te acompañe durante mucho tiempo.

Harry podría haberlo imaginado, pero pensó que la tez de la tía Petunia había palidecido ante las palabras honestas de McGonagall, aunque la subdirectora no volvió a mirar a ninguno de los Dursley. Había abierto el expediente y sacado los decretos mágicos que transferían la tutela de sí mismo de los Dursley a Sirius.

—Potter, deja de merodear por ahí y ven a sentarte para que podamos ser rápidos al respecto —ordenó la profesora McGonagall, empujándose las gafas hacia arriba en el puente de su nariz.

Sin mirar a los Dursley, Harry se acercó para sentarse en el sofá junto a McGonagall.

—Solo dame los malditos formularios y firmaremos —dijo el tío Vernon.

—Por supuesto —replicó Minerva secamente, golpeándolos contra la mesa baja entre ellos con disgusto—. Por lo general, recomendaría que alguien lea un documento a fondo antes de firmar, pero parece saber lo que está haciendo.

La vena en la frente del tío Vernon palpitaba mientras agarraba los papeles y la pluma autoentintada que McGonagall había proporcionado. Parecía atípicamente reacio a discutir; tal vez era el atuendo muggle que tenía a la profesora McGonagall, pareciendo alguien que fácilmente podría haber sido confundida con una superior de su oficina. Firmó su nombre, renunciando a la tutela de Harry, y luego mostró los formularios a la tía Petunia, quien rápidamente hizo lo mismo.

—Eso será todo entonces —dijo Minerva, empujando su bastón para volver a ponerse de pie.

Fue solo ahí que sacó su varita de su bolso y la tía Petunia se estremeció. Sin embargo, todo lo que Minerva hizo fue apuntarla al documento sobre la mesa. Desapareció el pergamino que habían firmado en un golpe de llamas.

—Eso será presentado en la audiencia de mañana por Albus Dumbledore—informó a los Dursley—. Después de eso, vuestras responsabilidades financieras y legales con vuestro sobrino cesarán oficialmente, lo que estoy segura será un alivio para ambos. La tutela será transferida a su padrino, Sirius Black.

—Ya era hora —dijo el tío Vernon con brusquedad.

McGonagall lo miró severamente a través de sus ojos radiantes, abrió la boca y luego la cerró unas cuantas veces, aparentemente tratando de averiguar si responder o no, antes de decidir permanecer en silencio. Hizo un gesto con la cabeza hacia la puerta para llamar a Harry.

—Nos vemos —dijo torpemente al salir de la habitación y ni la tía Petunia ni el tío Vernon lo miraron cuando pasó.

—No sé si alguien te lo ha dicho antes, Potter —dijo la profesora McGonagall, mientras lentamente volvía a meterse los pies en las botas cuando llegaron a la puerta principal.

—¿Decirme el qué? —Harry la miró fijamente, mientras ella enfocaba su mirada a un jarrón con unas peonías de la tía Petunia.

—Que estuve aquí la noche en que el profesor Dumbledore te dejó en esta puerta —confesó—. Traté de cambiar su opinión, le dije que tu tía y tu tío eran el peor tipo de muggles imaginables.

—No se equivocaba, profesora —replicó Harry.

—No —aceptó, mientras usaba su varita para encoger su baúl y la jaula de Hedwig por él. Luego volvió a meter su varita en su bolso.

—¿Crees que el profesor Snape está bien? —preguntó Harry, mientras se guardaba sus pertenencias encogidas y luego le abría la puerta principal.

—Oh, sí, estoy segura de que está bien —respondió ella, mientras salía delante de él—. El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado no debe haber estado con él porque Severus pudo enviarme un mensaje. Dijo que lamentaba no poder venir a por ti, pero te verá más tarde esta noche.

—Eso es un alivio —dijo él.

—Estoy segura de que lo es —simpatizó—. Significas mucho para él, ¿sabes? Has sido muy bueno para él.

—No he hecho nada —respondió Harry torpemente—. Además de ocupar mucho de su tiempo y atención, claro.

—Necesitaba eso —dijo ella con una pequeña sonrisa—. Al igual que tú. Aunque tengo que admitir, Potter, que me gusta ser la que te lleve lejos de aquí esta noche en su lugar. Es algo que me hubiera gustado haber hecho hace mucho tiempo.

XXXX

Snape había luchado contra la tentación de recoger a Harry temprano de Privet Drive durante todas las vacaciones de verano. Sobre todo porque sabía que no debía ir en contra de los deseos de Dumbledore y porque entendía lo cruciales que eran esas dos semanas en compañía de Petunia Dursley para la protección de Harry. No que eso hizo que fuera más fácil lidiar con lo miserable que sabía que era Harry en ese momento. Snape estaba ansioso por llevarlo a casa y le pareció tremendamente frustrante retrasarse ahora que finalmente podía.

Sin embargo, no tenía intención de salir de donde se sentía que era más necesario en ese momento, totalmente con la intención de permitir que la Orden creyera que había estado con Voldemort en vez de decirles la verdad. Porque nadie más podía ver la humanidad en las personas equivocadas de la manera que él podía. Nadie más podía relacionarse con la división que ardía dentro de Snape cuando su papel como espía lo obligaba a traicionar a las personas que le importaban una y otra vez. Porque cuando él miraba a Narcissa Malfoy, no solo veía a una supremacista de sangre pura, que se había casado voluntariamente con un mortífago y había mimado a un hijo de forma irreparable. También veía a una mujer que ponía todo su corazón para su familia, una madre devota y su amiga.

—Fue solo ayer y parecía casi orgulloso cuando me la mostró —decía Narcissa con tristeza, mirando a Snape buscando a través de ojos llorosos del color de los cristales.

Acababa de terminar de decirle que su hijo había sido marcado como mortífago, con la Marca Tenebrosa quemada en su brazo incluso antes de cumplir los diecisiete años. Una lágrima bajó por la mejilla de Narcisa y estaba tan pálida que parecía brillar en el oscuro salón, con las pesadas cortinas cerradas bloqueando el sol.

—Bueno, ¿cómo preferirías que se comportara Draco? —le preguntó Snape en voz baja, dolido por el mero pensamiento de lo que sabía que su estudiante acababa de soportar.

Cuán asustado debía estar Draco, preguntándose qué iba a pasar ahora. Snape nunca olvidaría cómo se había sentido al ser marcado de esa manera. Cuánto le había dolido y cómo la permanencia lo había asustado cuando era demasiado joven para saber realmente en qué se estaba metiendo. Pero no compartió nada de eso con Narcissa, cuyas lágrimas solo se habían vuelto más pronunciadas.

Acarició el dorso de su mano distraídamente mientras luchaba por encontrar palabras para consolar a una mujer cegada por algo que él pensaba que debería haber sido obvio. Ser reconfortante nunca había sido exactamente una fortaleza suya y se había quedado sin cosas que decirle hacía varias horas.

Mientras Narcissa se aferraba a él, Snape volvió a mirar el reloj por tercera vez en el cuarto de hora. Puesto que había enviado discretamente a Minerva McGonagall un mensaje antes para recoger a Harry en su lugar, tenía curiosidad por saber si habían llegado o no al Cuartel General.

—¿Tienes que ir a alguna parte? —Narcisa susurró, su cabeza descansando contra su pecho.

Snape vaciló, limpiando suavemente las lágrimas de su rostro.

—Probablemente deberías volver antes de que te extrañen —le recordó en bajo—. Y Dumbledore me está esperando.

Sintió que todo el cuerpo de Narcissa se tensaba contra él al mencionar el nombre del director, reafirmando a Snape que nunca estarían del mismo lado otra vez. Sin embargo, Narcissa confiaba tanto en él que hacía que Snape se sintiera casi culpable de estar trabajando realmente en su contra. Ella se había expuesto por completo esa noche y Snape lo usaría en su contra en un instante si fuera necesario. Incluso hacer lo correcto no era moralmente sencillo.

—Solo un poco más —suplicó ella, presionando su suave y elegante mano contra la suya, seca y llena de callos—. ¿A quién le importa lo que quiere ese viejo tonto amante de los muggles? Dile cualquier excusa y no tengo ninguna duda de que se la tragará.

—Está bien —aceptó Snape después de una pequeña pausa.

Se desenredó de ella lo suficiente como para inclinarse hacia adelante para recoger la botella de vino abierta en la mesa baja. En silencio, vertió más del líquido ámbar en cada uno de sus vasos. Luego colocó el que estaba manchado con lápiz labial por el borde en la mano de Narcissa. Ya habían acabado con una botella que yacía en el suelo, habiendo sido tirada sin querer por uno de ellos antes.

—Por el Señor Tenebroso. —Levantó su bebida para brindar.

Narcisa lo copió, tintineando su vaso con el suyo antes de tomar un pequeño sorbo. Snape la vio limpiarse la mancha carmesí de la boca. Entonces se puso más en contra él y a éste no le importó.

Esa no era la primera visita de Narcissa a La Hilandera, pero nunca había estado tan alterada antes. Ni siquiera después de que su marido había sido enviado a Azkaban; o al comienzo de las vacaciones de verano, cuando se había preocupado de que Voldemort se interesara especialmente en Draco. Siendo los viejos amigos que eran, parecía natural que ella y Snape se buscaran de esa manera cuando no había nadie más.

—¿Puedes hablar por Draco? —preguntó ella en voz baja—. El Señor Tenebroso podría escucharte. Es solo un niño, Severus.

—Precisamente. Es solo un niño —dijo Snape con calma—. ¿De verdad crees que el Señor Tenebroso va a pedir tanto de un mago no cualificado que ni siquiera ha terminado la escuela? Claro que no. Estás desperdiciando toda esta energía preocupándote por nada. Estoy seguro.

—Le dijo a Draco que esperaba grandes cosas de él —se quebró la voz de Narcissa, y cuando se llevó el vaso a los labios, Snape vio que le temblaba el brazo.

—Como hijo de un mortífago, este siempre iba a ser el camino de tu hijo, Narcissa —dijo él en voz baja—. Necesitas controlarte a ti misma. ¿Qué pasa si el Señor Tenebroso supiera de tu reacción a este honor?

—Ahora suenas como Bella —murmuró Narcissa—. Pero no me importa qué lado gane si mi hijo está en riesgo.

—Bellatrix no tolerará una calumnia hacia el Señor Tenebroso y yo tampoco —respondió Snape—. Necesitas pensar en lo que estás diciendo antes de decirlo frente a la persona equivocada.

Narcissa sacudió la cabeza y su cabello rubio pálido le hizo cosquillas en un lado del cuello.

—Esta es una casa segura —le dijo—. No hay nadie aquí aparte de nosotros dos.

—Lucius no estará fuera para siempre —dijo Snape, incapaz de resistirse a acariciar con su mano su cabello sedoso una vez más—. Creo firmemente que recuperaremos a todos de Azkaban en poco tiempo. Draco no va a tener que hacer nada. El Señor Tenebroso está jugando con él ahora mismo en ausencia de su padre.

—Un juego cruel —susurró—. Pero aun así le ha dado la marca que solo reciben los más cercanos a él.

—Entonces deberías saber lo mucho que el Señor Tenebroso piensa de él, de toda tu familia —respondió Snape—. Pero como madre de Draco, debes encontrar dentro de ti al menos pretender estar feliz. Draco está cumpliendo con su deber y entiende lo que se espera de él.

—¿De verdad? —La voz de Narcissa estaba llena de dudas.

—Sí, por supuesto —dijo Snape con firmeza—. Sólo está actuando arrogante porque está tratando de ocultarte lo asustado que está. Pero él y yo hemos hablado mucho sobre esto juntos en Hogwarts. Ha visto dolor y ha sido testigo de puro terror. Sabe de lo que puede hacer el Señor Tenebroso: a su padre, a mí...Ya no es solo tu hijo, Narcissa. Sabe ya demasiado.

No añadió que él ahora entendía personalmente su problema: el instinto de querer estar ahí y de alguna manera hacer que lo inevitable desapareciera para su hijo. Snape no podía eliminar la profecía que marcaba el destino de Harry más de lo que Narcissa podía borrar la Marca Tenebrosa del brazo de Draco. Había tanto que estaba fuera de las manos de Snape, incluyendo el destino de los amigos que le importaban, que casualmente estaban en el lado que él estaba trabajando en secreto para destruir. Pero se negaba a considerar malvada a la familia Malfoy, al igual que no estaba dispuesto a canonizar a James Potter como un santo por luchar en el lado correcto. Nada era tan fácil.

—No dejaré que nada le pase a tu hijo —le recordó Snape en voz baja, y lo decía en serio incluso cuando se preguntaba cómo podría cumplir esa promesa cuando no podía hacer retroceder a Draco o incluso ser honesto con él.

Era imposible evitar que un chico cometiera los mismos errores, teniendo que fingir que no lamentaba haberlos cometido él mismo, pero había cuidado a Draco como Jefe de Casa durante los últimos cinco años. Haría todo lo que pudiera por él.

—Lo sé —susurró Narcisa, apretando su mano con fuerza.

Y Snape esperó en silencio que sus temores fueran solo las preocupaciones exageradas de una madre preocupada. Que Draco se salvaría. O al menos se le diera más tiempo antes de que se chocara con lo que estaba por venir.

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