
WINKY
Una semana después, Hermione se encontraba en Grimmauld Place para una pequeña reunión por motivo de su cumpleaños. Estaba rodeada de muchos de sus antiguos compañeros del colegio, la mayoría con sus respectivas parejas, y ella sentía que le faltaba algo a su velada, la cual no estaba resultando como había imaginado.
La conversación con Ron la había entretenido, pero después de escuchar por veinte minutos lo estupenda que era Mandy, lo bien que jugaba Quidditch y las increíbles ideas que le había dado a George para su tienda de bromas, se aburrió. Luna, quien se había casado recientemente sin anunciarle a nadie, acababa de regresar de su luna de miel por las Islas Maldivas y no dejaba de comentar que Terry, quién había abierto una tienda de pociones en el Callejón Diagon, recientemente había creado una para reparar huesos que mejoraba la anterior en cuanto a sabor, no quemaba la garganta y reducía en un sesenta por ciento el dolor durante la reparación.
Harry, después de una hora, la tenía muy tensa por su actitud sobreprotectora con Ginny quien, con treinta y cinco semanas de embarazo, intentaba llevar una vida lo más normal posible a pesar de la intensidad de su marido. Neville y Hannah habían anunciado que también esperaban un bebé para la próxima primavera, y eso le dio algo de nostalgia. Además, habían acudido los señores Weasley, Bill y Fleur con sus hijas Victoire y la recién nacida Dominique.
Aparte de Dean, Hermione era la única sin pareja esa tarde; sin embargo, nadie le había preguntado cómo iban las cosas con Draco, como si todos evitaran adrede el asunto, como si le tuvieran lástima por haber quedado emparejada con el mortífago. En un principio, ese había sido su propio sentimiento, como prácticamente el cien por ciento de los afectados por el decreto al ver con quién les había tocado, pero eso había quedado atrás y quizá por estar sola era que se sentía fuera de lugar, sensación que en realidad nunca había experimentado.
«Creíamos que traerías a Malfoy», le había dicho Harry apenas puso un pie en la casa, y ella se excusó pues ni siquiera le había contado que saldría ese jueves. Lo admitía: lo había estado evitando los últimos siete días porque no quería aceptar, en voz alta, que estaba aterrorizada por lo que sentía por él y que cada día lo extrañaba más.
Sintiendo que no podía seguir con esa actitud, mientras estaba comiendo un trozo de pastel de cumpleaños que le había dejado Winky, le dio forma a una idea en su mente. Antes de arrepentirse, buscó pergamino y pluma y le escribió una nota a Draco diciéndole que lo esperaba para cenar a las ocho de la noche en el apartamento, y la envió con la lechuza de los Potter.
Harry, después de comentar la situación con Minerva McGonagall, había hablado con Winky, la antigua elfina doméstica de los Crouch, para ofrecerle vivir en Grimmauld Place y así ayudar a Kreacher, quien ya era muy mayor y apreció el gesto. Eso había ocurrido recientemente y la criatura se veía muy feliz atendiendo a todos los invitados. Harry sabía que Winky no era feliz como cocinera en Hogwarts y quería ofrecer algo mejor. Ya no bebía cerveza de mantequilla y luego de un largo período depresivo, había aceptado la muerte de la familia a la que había servido tantos años, pero seguía añorando servir en una familia como lo había hecho su abuela y su madre. El ofrecimiento del amigo de Dobby, que dichosamente no le había ofrecido un pago, pues ella lo consideraba como caer muy bajo, le había devuelto la felicidad y adoraba a Ginny. También estaba ansiosa por cuidar al futuro bebé Potter, como había cuidado con tanto cariño a su amo Barty Jr. Los enormes ojos marrones, las orejas caídas y la nariz como tomate seguían dándole un aspecto algo melancólico, pero actualmente iba siempre limpia con un vestido azul y tarareando cancioncillas por toda la casa.
Eran las siete y media de la noche cuando Hermione regresó al apartamento. Estaba deseosa por terminar su cumpleaños de una forma diferente. Rápidamente, se cambió por un elegante enterizo blanco que había comprado para una actividad de la fundación para la que trabajaba en Australia. El atuendo dejaba parte de la espalda al descubierto y tenía un pronunciado escote en V; complementó el atuendo con unas sandalias altas color plateado. Luego aplicó brillo color coral en los labios y también un poco de rubor en sus mejillas; posteriormente arregló su cabello en un moño lateral bajo.
A las ocho en punto escuchó un sonido en la chimenea y con los nervios a flor de piel, colgó en su brazo un delgado abrigo negro y caminô hasta la sala de estar. Draco se quedó estático cuando la vio.
—Hola —saludó ella sintiendo un leve sonrojo.
—Hermione… —murmuró.
—Resulta que hoy es mi cumpleaños y esperaba que me invitaras a cenar en alguno de esos lugares lindos que, estoy segura, conoces —le dijo fingiendo no percatarse que él la estaba devorando con la mirada; eso la hacía sentir traviesa y lo estaba disfrutando.
Draco seguía de una pieza, pasando descaradamente su mirada por todo su cuerpo.
—Será un placer acompañarla, señorita Granger, y justo conozco el lugar perfecto —le dijo con ojos oscuros, extendiendo el brazo izquierdo al que ella se aferró como si de eso dependiera su vida. Cuándo aparecieron detrás de unos arbustos, a poca distancia se divisaba un restaurante de alta cocina francesa.
Hermione nunca había comido mejor en su vida: colas de langosta a la mantequilla, el mejor vino blanco de la casa, luego un soufflé caliente de maracuyá con helado de chocolate blanco como postre. Draco había pedido chuletas de cordero con guarnición, un merlot y de postre, peras caramelizadas con crema de vainilla.
Mientras comían, Hermione le comentó sobre su tarde. Con fingido reproche, Draco le dijo que debió haberle dicho para acompañarla, y luego hablaron sobre la posibilidad de invitar a sus amigos al penthouse. Él asintió y pusieron como fecha tentativa el siguiente domingo.
—Madre desea visitarte nuevamente. Sospecho que es algo relacionado con tu vestido. Sugirió el sábado muy temprano.
—Por mí está bien.
Hermione sintió que su corazón se emocionaba con una idea que anteriormente le había incomodado. Su vida había dado un giro tan rápido que la había mareado, en sentido figurado, pero estaba ansiosa por ver lo que su futura suegra había elegido para ella. Que hablara del vestido los llevó a hablar sobre ellos. Draco tomó una de sus manos a través de la mesa.
—Creo que no es un secreto para ti que me dejaste impresionado con esta sorpresa. Te ves muy hermosa, Hermione, y son tantas cosas que quisiera decirte, pero este no es el lugar adecuado… ¿Te gustaría ir a otro lugar? ¿O al apartamento?
—Sorpréndeme —le dijo con sonrisa pícara, temblando por lo que podía pasar, deseando algo que no sabía qué era, pero que estaba segura que terminaría de poner las piezas de su vida que no estaban ordenadas, en su lugar.