
MONEDA
Hermione lo había invitado a cenar esa tarde de viernes.
Luego de la fiesta de Blaise el sábado anterior, él la había acompañado al apartamento y cuando ella le había dicho que se había aburrido en casa durante la semana, le había vuelto a hacer la oferta de trabajo. Esta vez había sido bien recibida, e incluso ella se había disculpado por haber sido tan tajante cuando días atrás habían hablado de ese tema por primera vez.
Él le estuvo llevando diferentes documentos a partir del lunes siguiente para que ella los estudiara y fuera conociendo e involucrándose en todos los aspectos. Cuando al día siguiente llegaba con nueva documentación, él evacuaba sus dudas y así el resto de la semana. El viernes en la mañana le había dicho que luego de tanto trabajo, se merecían salir a cenar hamburguesas y papas fritas. Él nunca había comido ni escuchado tales cosas, pero no iba a oponerse sin tener conocimiento alguno. Las probaría, esperando que no fuera algo muy extraño de comer.
Habían quedado de verse en el Londres muggle pues ella debía primero hacer unos mandados. Cuándo llegaron al punto de encuentro, ella ya lo esperaba.
—Creí que te habías arrepentido —le dijo fingiendo enojo.
—Debes estar hambrienta. Aún faltan cinco minutos para las ocho —sonrió.
—Bueno, sí; siempre tengo hambre cuando se trata de comer mis papas fritas favoritas.
—¿Entonces?¿Por qué la hamburguesa?
—Es el pretexto para comer papas fritas con mucha mayonesa —río divertida.
Jamás había notado el buen humor de la bruja y era un aspecto que le gustaba de ella.
¡Un momento!
¿¡Le gustaba!?
¡Definitivamente no! La frase correcta era que le intrigaba.
Ella había empezado a caminar cuando de pronto la vio agacharse a recoger algo del suelo para luego voltearse mostrando orgullosa una moneda de cincuenta peniques.
—¡Mira! Papá decía que encontrar una moneda en el suelo era señal de que algo bueno iba a ocurrir.
—Supongo que lo bueno es que comerás papas, ¿no? —dijo sonriendo de lado; ella también sonrió ampliamente y sus ojos brillaron.
—¡Síii! —dijo como si fuera una niña pequeña.
Siguieron hasta llegar al lugar donde ella ordenó un combo de cuarto de libra con queso, papas fritas tamaño grande y un refresco dietético «para compensar». Él estaba ansioso por saber qué pedir sin dejar de ver las grandes pantallas con el menú, pero ella le aconsejó que pidiera el combo de la triple o doble quesoburguesa. Finalmente, optó por mejor pedir lo mismo que ella.
Hermione pagó, recordándole que así lo habían acordado la última vez y cuando le sirvieron en una bandeja plástica, él la tomó y buscaron un lugar. Ella alcanzó unos pequeños recipientes de papel y se dirigió a un estante donde sirvió tres con salsa kétchup y cinco con mayonesa. Le dejó dos de cada una a él, diciéndole que podía mezclarlas, aunque ella prefería sus papas con más mayonesa que kétchup, habiendo explicado esto, empezó a hundir las papas en las salsas. Emitió un pequeño gritito de placer al comer y él la imitó aún algo reacio de tener que comer tocando directamente su comida con las manos.
—Imagina que es un scone —le dijo ella con expresión divertida—, solo que más rico.
Draco tomó la hamburguesa con las dos manos, tal cual lo hacía ella y el primer mordisco fue suficiente para sentir que esa sería desde ese día, su nueva comida preferida. Las papas tenían exceso de sal en la superficie y lejos de disgustarle, casi le hizo querer lamerse los dedos. Su madre estaría horrorizada ante tal situación, pero se resistió a hacerlo porque estaba rodeado de personas. No sabía si Theo o Blaise habían probado este tipo de comida que Hermione había llamado «chatarra», pero sentía que debía ir con ellos a ese lugar.
Al salir del restaurante, decidieron regresar al penthouse caminando, según la bruja, para quemar calorías. Le causaba gracia que las mujeres tuvieran esa actitud. Recordaba a Pansy y a Daphne siempre haciendo largas caminatas por los jardines de Hogwarts cuando se habían excedido con la cantidad de postre, a pesar de ser delgadas. Tardaron poco más de treinta minutos de tiempo llegar y estuvieron hablando sobre los documentos que le había dejado esa mañana.
Al llegar a casa, Hermione de repente se puso algo rígida.
—Me gustaría que habláramos sobre la forma en que deseas la boda —le dijo nerviosa.
Draco frunció el ceño sin entender el punto. Desconocía que existieran diferentes formas para casarse. Lo que conocía lo había vivido hacía seis días con Blaise.
—No entiendo… —murmuró temiendo que lo que acababa de decir molestara a Hermione y empezara una discusión. Habían pasado una buena semana y no deseaba arruinarlo.
—Una boda con muchos invitados y en un lugar lujoso, o algo más pequeño como lo de Blaise y Susan… detalles como esos.
—Sinceramente no he pensado en eso; como tú lo desees está bien para mi.
—No puedes ir por la vida intentando complacerme para expiar tus culpas conmigo, Malfoy.
—¿A qué te refieres?
—Primero con lo del lugar para vivir —Hermione, quien previamente se había sentado en un sillón, se había levantado y caminaba por la sala—, ahora con la boda.
—Quiero que estemos bien, Granger, y si eso significa hacer algo tan fácil como hacer lo que quieras, mientras no sienta que me va a afectar de alguna forma, no hay problema. Supongo que también debemos hablar sobre la forma en que vamos a concebir a nuestro hijo. —«Nuestro…», eso se había sentido muy extraño—. Yo supongo que conocerás los métodos a los que se refería el ministerio para lograr el embarazo, y estoy dispuesto a colaborar con todo lo que me digas. No debes preocuparte por eso.
—Algo querrás hacer a tu manera —dijo sin tapujos deteniéndose frente a él.
—Creo que el ministerio ya nos quitó esa elección.
—Lo sé —reanudó sus pasos—, pero igual deberá haber algo.
—Con que logres perdonarme algún día por todo lo que una vez dije, hice o deje de hacer —dijo estas últimas palabras recordando a su tía Bellatrix— está bien para mí. Un perdón real.
Draco sentía su corazón hecho un puño por hacer esa petición. Nunca había sentido que estuviera hablando tan sinceramente como en ese momento. De verdad quería que ella olvidara el trágico pasado que ambos tenían por su culpa. Se estaba humillando, lo sabía, pero era algo que necesitaba para sentir paz. Hermione se había paralizado en medio de la sala y él estaba ahora frente a ella.
—Si tengo que arrodillarme… —dijo empezando a hacerlo.
—¡No! —Lo detuvo prácticamente horrorizada—. No es necesario.
Tenía lágrimas en sus ojos y él sintió que también iba a llorar. ¡Estúpidos sentimientos! Si su padre lo viera probablemente le lanzaría un cruciatus por comportarse como un blandengue. Pasaban los segundos y ella aún lo sostenía por los brazos, pero percatándose de la situación lo había soltado como si le quemara el contacto. Eso le había dolido, pero ella percatándose, le puso una mano en el antebrazo izquierdo y viéndolo a los ojos murmuró:
—Te perdono…
Él supo que era verdad.