
Cuatro noches, una madrugada
Noche uno: Primeros encuentros.
Si hay algo que a Severus le encantaba era poder pasar sus noches en tranquilidad. Gracias a todo su control en el arte de la oclumancia, había logrado deshacerse de la mayoría de terrores nocturnos que abordaban sus noches, pesadillas que principalmente acaparaban las peores partes de su niñez, adolescencia, y etapa de joven adulto.
Así que su descanso en sus habitaciones personales de Hogwarts no debería ser interrumpido por algún recuerdo o memoria de años anteriores. Pero esto era diferente, lo que preocupaba a Severus.
Esa noche había tenido un encuentro poco tranquilizador. No se atrevía a llamarlo sueño, pues tenía la fuerte creencia de que no era uno. Tampoco un recuerdo, pues en su vida nunca había experimentado algo por el estilo.
¿Entonces…?
Con lo poco que había encontrado en sus libros de oclumancia, los cuales había devorado en la madrugada tras no poder regresar a dormir, había deducido que se trataba de un enlace mágico-cerebral con otra persona. En algún punto de su vida tuvo que haberse creado ese enlace. Lo malo, no sabía cuándo, cómo, con quién, y dónde. Tenía muchas preguntas, las cuales la mayoría no tenían respuestas. Si alguien se las diera, resolvería la mitad de sus problemas actuales.
La otra mitad sería saber por qué esa persona parecía estar dentro de un habitáculo, o algo por el estilo. Bajo toda la oscuridad del lugar no vio mucho desde su punto de vista, solo una vieja tela, lo pequeño que parecía ser ese sitio, y una puerta color blanca cerrada.
Eso era lo poco que podía recordar de su incidente la noche anterior, y no le daba ni un pizco de tranquilidad. Pensó que lo mejor sería hablar con alguien, pero la confianza que tenía con respecto a eso no era mucha.
Salió de sus aposentos, yendo a paso ligero hasta el Gran Comedor donde la mayoría de alumnos y profesores ya se encontraban. Tomó su puesto usual entre Filius y Minerva, sirviéndose, por primera vez en mucho tiempo, una taza de café bastante cargado en vez de una de té.
— ¿Mala noche?— Le preguntó Minerva al notar la bebida del pocionista.
— Si tú supieras.— Murmuró el profesor pasando ambas manos por su rostro. La animaga no dejó de observarlo por unos segundos, como si intentara descifrar algo.
Severus hizo como si no notara la mirada, centrándose en los estudiantes mientras desayunaba. Sus serpientes interactuaban entre sí, los de años más bajos de forma alegre, mientras que de cuarto para arriba se concentraban en repasar para algún examen del final del trimestre. Todas esas preocupaciones mañaneras fueron sustituidas por su deber de vigilar a sus estudiantes, algo que de cierta forma agradecía.
Para su desgracia eso no duró mucho, pues cuando la comida terminó y se encaminó a su aula en las mazmorras, todos sus pensamientos pasados regresaron. El poder recordar también con una extraña claridad todo lo ocurrido no ayudaba.
No mucho tiempo después, los alumnos ya empezaban a entrar al aula. Por ahora debía preocuparse de controlar a todos los mocosos. Gracias a que le tocaba con los Hufflepuff y Ravenclaw de quinto año. Ese grupo solía ser de lo más tranquilo.
Noche dos: miedo
Tres de la madrugada, en una de las habitaciones de las mazmorras, el maestro de pociones saltó levemente de su cama, abriendo sus ojos y mirando inquieto a todo su alrededor. Gotas de sudores fríos aún bajaban por su piel, y su mano tembló ligeramente cuando hizo un movimiento para encender las luces.
De nuevo vio algo similar a la noche anterior, pero en esta ocasión pudo sentir una sensación de miedo que inundaba al individuo, y que, por consiguiente, también le afectaba a él. Además, tampoco pudo captar muy bien su alrededor, otra vez. Solo notó que la tela de la vez pasada parecía ser una manta rasgada y mugrienta que cubría su regazo y que la puerta seguía cerrada.
Lo más que notó fue el miedo, el miedo a algo que no sabía, a algo que no podía explicar, y eso seguía sin gustarle. Últimamente le estaban gustando pocas cosas…
Tras asegurarse de que nadie se encontrara en sus aposentos, se tomó una larga y cálida ducha, pero la paranoia de que alguien más grande que él vendría por detrás no se le iba.
— Esto es una bobería. A estas habitaciones no puede entrar nadie sin mi permiso.— Murmuró el pocionista, intentando calmar su sin sentido y absurdo temor. Se salpicó agua en la cara, como si intentara espabilarse.— Vamos, has vivido cosas peores. No hay nada de lo que el murciélago de las mazmorras deba preocuparse. — Con ese último intento de ánimo el pocionista salió de la bañera, colocándose sus túnicas para empezar el día.
Esa misma tarde tuvo una amena reunión con Minerva, donde como ya era costumbre la pasaron hablando y jugando al ajedrez. Esos pequeños encuentros empezaron cuando Severus llegó como profesor a Hogwarts, y hasta la fecha han seguido así. Incluso algunas veces el director se les unía.
Justo cuando Snape se encontraba tranquilo, moviendo uno de sus caballos negros bajo el acogedor despacho de la Gryffindor, fue cuando Minerva lanzó la bomba.
— Me preocupas, Severus.— Sin entender muy bien a lo que se refería la mujer, el más joven apartó su vista del tablero y la miró. Ambas miradas se cruzaron, y Severus notó la preocupación en los ojos de la mayor, una preocupación similar a cuando lo ayudó en su época de estudiante. El lado maternal de la leona volvía a ver la luz.— ¿Qué pasa? ¿Pesadillas?— Intentó adivinar cuando no consiguió respuestas.
— Sabes que no tengo malos sueños desde que dominé la Oclumancia, Minerva.— Comentó con algo de obviedad.— Todo está bien, no hay nada de lo que preocuparse.
— Pienso lo contrario.
— Puedes pensar lo que tú quieras, pero esa es la verdad.— McGonagall suspiró. A veces su ex-estudiante podía ser muy terco y cabezón, algo que hasta cierto punto la podría sacar de sus casillas.
Para evitar explotar y exigir la verdadera respuesta, como su instinto le decía, continuó con su partida, esta vez moviendo su alfil blanco, comiéndose una de las torres de Severus. Sabía que algo estaba mal, pero tendría tiempo para averiguarlo.
Paciencia.
Por ahora debía conseguir hacer un Jaque Mate .
Noche 3: Disconformidad
Cierta parte de su cerebro ya esperaba volver a ese oscuro sitio, lo que no significaba que tuviera muchas ganas de sentir algo parecido a lo de la última vez. Pero, bueno, hasta cierto punto también sentía curiosidad por saber más sobre lo que le estaba ocurriendo.
Esta vez sus sentidos mejoraron, algo que solo lo frustraba más, pues expandía más sus dudas.
En esta ocasión el sitio no estaba a oscuras, pues una leve luz que a veces parpadeaba iluminaba la zona. Aprovechó ese momento para fijarse en cada detalle de su alrededor: varias telas con manchas de diferentes tonalidades cálidas, paredes amarillentas, unas botellas de lo que parecía ser… ¿productos de limpieza? Algo nuevo que acababa de notar era la mala vista que tenía la persona, pues aunque las botellas no estaban muy lejos, no podía ver con exactitud de qué eran. Solo podía adivinar.
Sus ojos se enfocaron en un pequeño y viejo juguete de soldadito de plomo, el cual fue tomado por el individuo, y apretado contra su pecho. Eso el pocionista lo pudo sentir, al igual que la sensación de frío que le empezaba a inundar.
Sus manos temblaban de forma leve, cada vez sintiendo esa desagradable sensación por todo su cuerpo. Severus siempre se consideró una persona friolera, pero solo bajo el efecto del post-Cruciatus había sentido algo similar. ¿Acaso esa persona estaba en cautiverio bajo algún grupo de mortífagos? Él no era consciente de alguna actividad tras la caída del Señor Tenebroso, por lo que le pareció extraño. Además, las botellas y el soldadito no pintaban nada ahí si así fuera el caso
En todo caso, un viejo trastero o algo por el estilo tendría más sentido, ¿pero qué pintaba entonces un juguete roto allí? ¿Y todos esos harapos? Parecía más bien como si alguien estuviera encerrado allí.
Una leve alarma roja se encendió en su cabeza, la cual fue acompañada por un sonido de un estómago hambriento, y la repentina necesidad que el pocionista sentía por comer algo.
Eso fue lo que lo sacó de su sueño disconforme.
A las cuatro de la mañana, Severus, desde su salón, y con una manta gruesa cubriendo su cuerpo, le pedía a un elfo doméstico que le trajera algo para comer. Cuando su pedido llegó: un sandwich de pollo junto a una taza de té, tardó menos de un minuto en devorarlo todo.
Durante todo ese día no pudo evitar ponerse un poco más de cantidad en todas sus comidas, todo bajo la atenta mirada de Minerva y Albus, quien recientemente había sido informado por la leona.
Noche cuatro: La Voz
Con algo de incertidumbre Severus cayó dormido la siguiente noche. Se había tomado una poción para dormir sin sueños, solo para comprobar si de esa manera no pasaría lo mismo que la última vez.
Lo veía necesario. Con el paso del tiempo se sentía más cansado, y aunque le gustaría ayudar a esa persona con la que compartía un enlace, no podría hacerlo estando con poca fuerza.
Digamos que su plan no funcionó muy bien, pues otra vez estaba en el mismo lugar, sin luz, como las dos primeras noches.
Lo primero que Severus pudo notar fue un constante dolor de cabeza, el cual parecía ser de alta intensidad. El pocionista notó como, con su mano derecha, se frotaba la frente, intentando calmar el dolor. No sirvió para mucho.
La vista se le nublaba un poco más, si eso era posible, y notó como algo húmedo caía por sus cachetes. “Lágrimas” Dedujo Severus. Rápidamente fueron secadas, sin dejar rastro de ellas. Ante ese movimiento de mano, notó un incómodo dolor.
El pocionista no se esperó lo siguiente. En un pequeño hilo de voz, la persona habló: — ¿Tío Vernon?— La voz era demasiado baja como para que alguien la escuchara desde fuera.— Por favor, tengo hambre.— La realidad le cayó a Severus como si de un balde de agua fría se tratase. No era una persona cualquiera la que estaba atrapada allí, era un niño que suplicaba por comida a un tal ‘tío Vernon’. Un escalofrío recorrió su cuerpo, y esa vez no sabe si es culpa del niño o de sí mismo.
— Por favor...— Esa súplica tan bajita junto con un intento para abrir la puerta cerrada fue lo último que necesitó para despertarse y empezar a hacer algo. Como si su vida dependiera de ello, corrió a su chimenea y llamó a Minerva. No importaba si eran las cuatro y media de la madrugada, necesitaba ayuda.
La estricta profesora, aún con su túnica de dormir, entró en los aposentos del maestro de pociones, su rostro lleno de preocupación, y sus ojos escaneando al hombre que tenía enfrente.
— ¿Estás bien, Severus?
— No.— Admitió el pocionista, sorprendiendo a la mujer.— No estoy bien, Minerva.— Como si de un tsunami se tratase, todo lo visto en las últimas noches impactó en su mente. ¡Joder! ¡Estaba claro desde el principio de que algo andaba mal! ¡Pero nunca se esperó que se tratase de un caso de abuso! ¡Porque estaba seguro al 99,99% de que se trataba de eso! ¡Bastantes experiencias en su vida ha tenido ya como para no notarlo!
Notó como algo frío era presionado entre sus labios, para luego dejar entrar un líquido.— Traga, Severus.— Ordenó la animaga.— Muy bien.— Minerva se quedó sosteniendo por un momento al maestro, evitando que este se cayera al suelo. Con un rápido movimiento de mano lanzó un hechizo de peso de pluma en el hombre. Después, con lentitud, se movieron hasta el sofá más cercano que tenían.
Si bien Minerva tenía mil y una preguntas rondando por su cabeza, comprendía que en esos momentos no sería de lo más oportuno hacerlas. Así pasaron los minutos, ambos adultos sentados en el sofá, con la mujer mayor calmando al temible profesor.
Cualquier alumno que los viera diría que se encontraba en algún tipo de universo paralelo, pero no era la primera vez que algo similar pasaba entre la serpiente y la leona.
Madrugada uno: La alacena.
Gracias a que todo ese alboroto pasó en la madrugada del domingo, ninguno de los dos adultos tenían la necesidad de dar clases, algo que, en esta ocasión, agradecían.
Ambos estuvieron el resto de la madrugada sentados en el sofá, en un silencio que al principio fue algo tenso, pero que poco a poco se fue calmando. Treinta minutos después de la llegada de Minerva, el pocionista empezó a hablar, contando con sumo detalle todo lo ocurrido durante las cuatro noches anteriores.
La cara de la animaga pasó de ser una de seriedad, a una de horror al ver qué implicaba todo lo que le estaba contando Severus, sobre todo cuando llegaron a la parte de la voz.
— Tiene muchas similitudes con mi caso.— Dijo por último el maestro.— Supongo que todo el pánico que sentí anteriormente fue por culpa de eso.
— No te juzgo por ello. Eso lo sabes perfectamente.— Le advirtió la bruja, aún procesando toda la información.— Deberíamos llamar a Albus, puede que él sepa algo más.— Sin dejar que el pocionista pudiera opinar, Minerva se levantó para dirigirse nuevamente a la chimenea.
Minutos después, el director llegó al salón, aún con su pijama colorido puesto, y con una expresión calmada, aunque cansada.
— ¿Puedo saber ahora a qué se viene tu preocupación, querida?— Pidió Albus, sentándose en uno de los sillones que habían, mientras Minerva volvía a su puesto en el sofá.— No es que no me gusten este tipo de reuniones de índole familiar, pero no creo que me hayan despertado tan temprano solo para charlar.
— Y estás en lo correcto, Albus.— Respondió la mujer.— Sé que, al igual que Severus, eres un maestro de oclumancia.— El anciano asintió, esta vez mirando al mago más joven.— ¿Sabes algo de los enlaces dentro de ese campo?
— ¿Enlaces?
— Una unión que hace que una persona, el espectador, vea desde el punto de vista de otra, el transmisor.— Albus se quedó pensando, con sus ojos cerrados, por unos segundos, revisando en cada rincón de su mente cualquier pequeño detalle que le pudiera servir.
Abrió sus ojos al recordar el título de un libro que le podía ser de ayuda, para luego invocarlo. Rápidamente pasó las páginas de este para llegar a la 75, empezando a leer.
— Según dice esto aquí, cuando el núcleo del enlace se activa, poco a poco el espectador va sintiendo más del entorno del transmisor. ¿Eso es lo que te ha pasado, mi muchacho?— Severus asintió, y como el director probablemente querría más detalles, volvió otra vez a contar todo lo vivido.
Los ojos del anciano se abrieron tras la mención del ‘Tío Vernon’ la última noche, mientras se aferraba con ambas manos al libro que tenía en su regazo.
— ¿Cómo dijiste que se llamaba el hombre, Severus?
— Vernon, o tío Vernon, según el chico.— Repitió el pocionista.
El suelo del salón tembló levemente, pero no lo suficiente como para tirar el antiguo jarrón que estaba en la mesita del medio. Las dos personas sentadas en el sofá miraron al director, el cual hacía su mayor esfuerzo para no dejar salir más de su magia. Esta vez fue Seerus quien le ofreció una poción calmante al anciano.
— Hay que ir al número cuatro de Privet Drive.— Indicó el mago mayor sin dar mayor explicación. Se apresuró a la chimenea, seguido por los otros dos.— ¡Residencia Figg!— Sin saber muy bien qué pasaba, Minerva y Severus lo siguieron, intrigados en la repentina preocupación del director.
Al llegar solo se limitaron a asentir a la señora mayor amante de los gatos, para luego caminar a paso ligero.
Colocando anteriormente un hechizo para evitar que el ruido sonase por toda la casa, Albus abrió con un Alohomora la entrada principal del número cuatro, apresurándose a entrar.
Detrás suya, y sin entender muy bien qué pasaba, le seguían los dos profesores, ambos preguntándose por qué entraban a la casa del Niño-Que-Vivió.
Todas sus preguntas pararon cuando Albus, el cual estaba enfrente de lo que parecía ser una alacena, abrió la puerta y miró su interior. Minerva, la segunda en entrar, también se quedó parada al ver lo que se encontraba dentro.
Siendo consciente de que ninguno de los mayores se movería, fue Severus quien tuvo que tomar la iniciativa de hacer algo para ayudar al joven que se encontraba en esa espantosa escena.
Ni siquiera se paró un segundo a procesar que ese era el hijo de James Potter, solo invocó una poción para aliviar un poco el dolor que el niño probablemente sentiría. Severus sonrió un poco al notar como el rostro del chico se iba relajando.
El primero en volver a la realidad fue Albus, quien, con pocas palabras, le pidió al pocionista que cargara al niño para llevarlo a la enfermería de la escuela, sabiendo que, por ahora, ese sería el mejor lugar.
Con el niño en brazos, Severus salió de la casa, dejando a los otros dos aún dentro.
— Minerva.— Llamó Albus, intentando captar la atención de la mujer. Todos los objetos de su alrededor empezaron a temblar.
— ¡Te lo dije, Albus!— Exclamó la animaga, ya sin poder aguantar su temperamento. Dumbledore agradeció haber puesto el silenciador.— ¡Te dije que Harry no estaría bien allí!— Viendo que no conseguiría nada intentando hablar con la mujer en esos momentos, dejó que ella se desahogara, suprimiendo la magia de la mujer con la suya propia.
Albus, muy dentro de sí, también sabía que era su culpa.
— Haré todo lo posible para solucionalo.— Juró el director.
— ¿Y qué piensas hacer para hacerlo?— La voz, algo ronca de la profesora, le inquirió.
— Darle un nuevo hogar. Reparar los cimientos rotos, y construir algo nuevo.— Minerva lo miró sorprendido, sabiendo más o menos lo que implicaba el anciano.
— ¿No pensarás…?— Albus asintió.
— Creo que es lo mejor. Tanto para Severus, como para el joven Harry.— Sentenció el hombre.— Aún necesitan saber el porqué de su enlace, aunque ya me hago una idea…
— ¿Crees que Lily se lo transfirió a Harry?— El anciano negó.
— Creo que fue por culpa del juramento de Severus.— Ambos, sin continuar con ese tema, se quedaron mirando a la subida del segundo piso.
— Espero que tomes represalias.— Le advirtió la mujer, mirándolo severamente.
— Lo haré, pero todo a su debido tiempo.
Mientras tanto, en la enfermería, el pocionista esperaba sentado al lado de la cama en donde el hijo de su enemigo y de su mejor amiga descansaba. Todo mejoraría, solo hacía falta tiempo.
Que un nuevo integrante a la familia llegara era lo último que Albus, Minerva y Severus esperaban para comenzar con las Navidades.