
Como todos los últimos viernes de cada mes, aurores, inefables, entre otros empleados del Ministerio Británico de Magia se encontraban en Entre quaffles y mandrágoras —EQM como preferían llamarlo todos—, el bar de moda que había abierto Blaise Zabini en una de las tiendas del Callejón Diagon que había quedado libre posterior a la guerra, y cuya estrambótica decoración unía una de las más grandes pasiones del mago, el Quidditch, con la materia que más había odiado durante su etapa escolar, herbología y las gritonas mandrágoras.
Era el momento relajante de cada empleado del ministerio y el lema que se había implementado entre todos era «lo que pasa en EQM se queda en EQM», frase que había propuesto Harry Potter copiando el recién salido eslogan de la campaña publicitaria que incentivaba el turismo en Las Vegas, Nevada.
Cinco años habían pasado desde el final de la Segunda Guerra Mágica y había habido tantos cambios en las vidas de aquellos que habían participado en la batalla del dos de mayo de 1998, que nada en la vida de muchos de estos participantes de uno u otro bando recordaba el pasado. Es más, atrás habían quedado bandos, casas de Hogwarts o ideas supremacistas. El pasado había hecho mella en la mayoría de los magos y brujas del Reino Unido y muchos se habían propuesto mejorar el mundo mágico empezando por el corrupto ministerio.
Kingsley Shacklebolt había logrado en cinco años lo que ningún ministro había hecho en décadas anteriores; había mejorado muchas leyes e implementado otra más, había renovado el Wizengamot y muchos más etcéteras, apoyado por personas como Hermione Granger como asesora suya, Harry Potter como auror en jefe y el encargado de atrapar a cada seguidor de Lord Voldemort. Incluso algunos como Draco Malfoy, conocido por ser el mortífago más joven reclutado por el Señor Tenebroso y quién había sido absuelto junto a su familia de los cargos por uso de magia oscura y el papel desempeñado en la guerra, formaba desde hacía casi un lustro parte del Wizengamot.
Algo que también llamaba la atención entre esta generación era el giro que habían dado sus vidas amorosas. Harry, después de unos meses de relación con Ginevra Weasley, había decidido terminar con ella y desde entonces se había mantenido soltero, lo que lo había convertido en uno de los más codiciados del mundo mágico al lado de Theodore Nott y Draco Malfoy. Este último había vivido un tórrido romance con Daphne Greengrass durante tres años; sin embargo, de un pronto a otro había terminado esa relación que todos coincidían en asegurar que era casi idílica y, contra todo pronóstico, se sabía que ahora pretendía a la bruja nacida de muggles, Hermione Granger.
Precisamente esa noche de mediados de julio, Draco se encontraba sentado en una mesa viendo a su amiga Hermione —sí, porque por alguna razón había empezado a relacionarse con ella y los antiguos Gryffindors desde hacía tres años— sin importar que alguien más supiera de sus intenciones. Esa mujer lo atraía de una manera que no sabía explicar, probablemente por ser alguien prohibido para él, aunque ya ni él mismo recordaba por qué se suponía que no podía enamorarse de ella.
En otra mesa, Theodore Nott el inefable, con el porte elegante característico de un mago acostumbrado a solo lo mejor de lo mejor en todos los aspectos, pero sobre todo en su manera de vestir, esa noche parecía un modelo de pasarela: enfundado en un traje azul cobalto hecho a la medida y una corbata verde agua, con su cabello castaño algo largo que se ensortijaba en las puntas, no despegaba sus ojos color avellana del causante de sus desvelos. Nada más y nada menos que el niño que vivió, el elegido para librarlos del mago oscuro que se había convertido en la pesadilla viviente durante su adolescencia pues su padre había sido uno de sus mortífagos de confianza.
Theodore Nott, Theo para sus amigos más cercanos, había sido siempre un hombre tranquilo pero muy observador y por lo general no se equivocaba. Podía sentir una mirada verde esmeralda siguiendo cada uno de sus movimientos, y podía apostar toda su cuantiosa fortuna que ese brillo cada vez que lo veía nunca se había manifestado cuando había estado con la chica Weasley. Por supuesto que esa mirada provocaba un remolino en el interior de Theo, pero nunca habían pasado más que de unas miradas, miradas que aparecían únicamente cuando Harry había tomado al menos tres whiskys de fuego y se relajaba.
Esa tarde, mientras Hermione y Draco coqueteaban descaradamente cada uno en mesas distintas, Harry analizó las muchas razones que ella le había enumerado y que la hacían sonreír, sonrisas provocadas nada más y nada menos que por su antiguo tormento del colegio y, por más ilógico que sonara, deseaba que con Malfoy Hermione encontrara la felicidad que Ron no había podido darle porque si alguien merecía ser feliz era ella y si Draco era quien la hacía feliz, Harry estaría bien con eso; supo también que deseaba una ilusión así para su propia vida.
Harry se aventuró a ¿coquetear? con Theo y ese juego estaba empezando a cansar a este último, pues el resto del mes era completamente ignorado por el auror. Theo siempre había tenido claro que él no tendría descendencia y nada tenía que ver con su renuencia a seguir prolongando su asqueroso apellido, apellido que únicamente había significado dolor, maldad y muerte.
Teniendo muy claras sus preferencias sexuales desde temprana edad y sabiendo que debía esconderlas de su odiado padre, ahora a sus veintitrés años podía asegurar que jamás había sentido por alguien lo que la sola presencia de Harry Potter provocaba en su interior. Contrario a todo lo que muchos aseguraban, Theodore nunca se había enamorado de Draco, quien era como más como el hermano que nunca tuvo.
Harry se quitó su túnica de trabajo y Theo comprobó, como quien dice en primera fila, que en el excepcional y poderoso mago no quedaba ni un solo rastro de aquella apariencia en extremo delgada de su adolescencia. Su entrenamiento como auror había mejorado sus rasgos, aunque su cabello siempre lucía desordenado. Harry Potter era todo un enigma para Theodore, pero él estaba dispuesto a develar todos sus secretos y decidió que de esa noche no pasaría.
Una sonrisa ladeada apareció en sus labios y Harry, por supuesto atento a cada uno de sus gestos, la vio porque bajó su cabeza sonriendo también. Si hubiera habido una luz directa a ese rostro que para él era el más hermoso, hubiera visto un sonrojo y su ego se hubiera inflado por ser el causante de esa reacción . Perfecto. Estaban en la misma sintonía. Apuró su trago —ya no recordaba cuántos llevaba pero a él la cantidad no lo afectaba—, pidió otro y con el andar pausado que lo caracterizaba empezó a acercarse a la mesa donde compartían la mayoría de los aurores. Harry, sintiéndose nervioso por ese movimiento, arrastró la silla para atrás y se levantó sin soltar su vaso para dirigirse a la azotea del bar.
La noche estaba inusualmente cálida, —¿o sería efecto del alcohol?—, el cielo estaba completamente despejado y corría algo de brisa; estuvo tentado a desnudar la corbata color terracota que se había puesto esa mañana, pero se detuvo al escuchar la puerta tras él. Cerró los ojos deseando que fuera… él …
Sí; hacía algunos años que había descubierto que por más que quisiera negarlo, Ginny ni otra mujer lo haría feliz. Su novia había sido comprensiva a pesar de haberle roto el corazón en mil pedazos con su ruptura, pero no podía seguir engañándose ni engañándola. Al menos le consolaba saber que ella había encontrado el verdadero amor en Neville Longbottom y se habían casado el año pasado y esperaban a su primer hijo para inicios del año siguiente.
Harry, por otro lado, había incursionado en algunos sitios muggles de Londres, especialmente en el Soho y en ellos, aparte de la satisfacción de pasar completamente desapercibido, había disfrutado al máximo sin tener que aparentar nada de lo que no era entre discotecas, saunas y actividades de la vida nocturna hasta altas horas de la noche, o más bien, tempranas horas de la madrugada.
No había tenido relaciones serias, más que todo porque ninguno se parecía a cierto mago que ocupaba todos sus pensamientos desde hacía tres años, a pesar de no tener mucha relación con él. No es que él tuviera todavía prejuicios contra Malfoy y sus amigos. Eso había quedado atrás. Pero había algo en Theodore Nott que lo desarmaba y por eso prefería evitarlo.
Theodore… A veces se imaginaba pronunciando ese nombre y era mejor que cualquier afrodisíaco; no el infantil diminutivo de ese nombre, tan corto y poco elegante que nada encajaba con el hombre.
A raíz de cierto algo que tenía su mejor amiga con su otrora enemigo de Hogwarts, Harry había empezado a relacionarse más con Theodore, Blaise y el mismo Draco puesto que Hermione también los consideraba sus amigos junto a Daphne y Pansy Parkinson, ahora Zabini, por lo que una larga sucesión de cumpleaños, fiestas por la llegada del verano, del invierno, de la Navidad, el Año Nuevo, San Valentín… Uff… tantos eventos en los que había tenido que fingir que no deseaba que todos desaparecieran, todos menos Theodore Nott, por supuesto.
Harry estaba casi obsesionado con él y con frecuencia se preguntaba cuándo tomaría en serio las riendas de su vida, pondría las cartas sobre la mesa y se atrevería a pasar de una simple sonrisa. Sabía que no pasaba desapercibido por el mago e incluso había fantaseado con estar juntos, simplemente abrazados frente a una cálida chimenea, abrazados después de compartir su día… Definitivamente estaba loco.
—Hace calor allá dentro ¿cierto? —comenzó a hablar el recién llegado para luego darle un sorbo al contenido de su vaso.
—Sí… —casi balbuceó Harry sin despegar la mirada de los edificios al frente, sintiéndose estúpido por no poder controlar la inestabilidad emocional que le estaba provocando Theo con solo llegar.
Harry se había enfrentado a peores cosas en su vida, pero nada se parecía a sentir las notas cítricas y amaderadas de la colonia de Theodore tan cerca nublando cada uno de sus sentidos. No recordaba desde hace cuánto deseaba estar unos minutos a solas con él y casi se sentía en el paraíso por estarlo haciendo realidad. Le dio un sorbo a su bebida y luego decidió encararlo.
Theo sintió cómo esa mirada que muchas veces había visto en sus sueños lo hipnotizaba.
—¿Qué haces acá? —preguntó Harry luego de unos segundos.
—Ni idea… —Seguían viéndose a los ojos, esmeralda y avellana chocando, generando en cada uno el equivalente a una explosión cósmica masiva, envolviéndolos en una energía que parecía prenderlos cada segundo más y más—. Pero estoy dispuesto a descubrirlo. —Theo se había acercado hasta casi chocar con él; estaba tan cerca que Harry sentía su aliento y eso erizó su piel—. Aunque… si te soy sincero —sonrió de lado, esa sonrisa que a Harry le encantaba—, hace meses que no logro sacarte de mi mente… —confesó sin pizca de vergüenza.
Harry intentó decir algo pero Theo estaba tan cerca que la anticipación por lo que pudiera ocurrir en esa azotea lo tenía prácticamente paralizado. Theo desapareció ambos vasos con un movimiento de su mano, lo tomó por la corbata y entrecerró ligeramente los ojos. Seguía hipnotizado y prácticamente dejó que sus instintos lo guiaran.
—Quiero que sepas que aún estás a tiempo de escapar… —dijo con voz un tono más bajo de lo usual—, porque después de lo que deseo hacer, no habrá vuelta atrás —advirtió con seriedad rogando a Merlín que Harry no se fuera porque no estaba dispuesto a ceder tan fácilmente todo lo que había avanzado en esos pocos minutos.
—No tengo planeado ir a ningún lado, Theodore… —respondió sin titubear.
Decir en voz alta ese nombre aumentó la combustión entre ambos y Harry pudo notar, a pesar de la oscuridad, un leve rubor en el blanco rostro de su interlocutor. No hizo falta nada más para que ambos se acercaran los escasos centímetros que los separaba para fundirse en un beso que sabía a anhelo, a espera contenida, porque nunca se habían sentido tan vivos como en ese momento.
—¿Eres real o producto de mi imaginación nuevamente? —preguntó Theo minutos después mientras, en un reconfortante abrazo, descansaban sus frentes juntas, los dos con los ojos cerrados dejando que sus respectivas respiraciones volvieran a la normalidad.
—Espero que sea real… —Theo asintió con la cabeza.
—Demás está decir que eso de «lo que pasa en EQM se queda…»
—¡Completamente de acuerdo! Esto no es una aventura de una noche… —interrumpió Harry sonriendo. Ya no tenían juntas sus cabezas y ambos sonreían tontamente—. Quizá… quizá es demasiado pronto para decirlo pero, estoy feliz de haberte encontrado, y no me refiero específicamente a esta noche.
De repente, Harry se sintió un idiota y cursi enamorado.
—Lo sé… siento lo mismo… —murmuró Theo muy cerca de su boca para después volverse a besar.
Mientras tanto, el aire que los rodeaba parecía silbar: Te miré a los ojos y encontré la paz… te miré a los ojos y había felicidad…