Black Hole

Harry Potter - J. K. Rowling
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Black Hole
Summary
Regulus está enamorado de James, pero él le rompe el corazón. Barty está enamorado de Regulus, pero él le rompe el corazón. Perspectiva de Barty Crouch Jr. ...“¡Pues bien, hazlo! ¡Arruina todo lo que has hecho hasta ahora por un idiota de Gryffindor!”, Barty estalló, haciendo una mueca desagradable. “¡Bien! ¡No te necesito!”“¡Yo tampoco!”“¡Desearía no haberte conocido jamás!”, gritó Regulus, completamente rojo.

Barty Crouh Jr siempre había pensado que era encantador cuánto a Regulus le gustaba mirar el cielo, como si pudiera dejar la tierra y escapar hacia una galaxia infinita y en constante cambio. Estaba seguro de que él sería la estrella más brillante de todas, y la más lejana.

Era un ritual para ellos ir a la Torre de Astronomía acompañados de las sombras de la noche. Barty se sentaría apartado en algún lugar y jugaría con su varita mientras Regulus miraba el cielo, anotaba cosas en su libreta y dibujaba. A veces hablaban, a veces no, pero nunca fue incómodo.

Y entonces Barty dirigiría sus ojos a Regulus. Como siempre hacía, atraído por su luz.

En secreto admiraría la forma en que mordía sus labios mientras pensaba. Sería cautivado por la forma en que sus dedos trabajaban en el cuaderno con delicadeza y perfeccionismo, anhelando sentir su tacto aunque sea una vez. Contemplaría cada hebra de su cabello ondulado y añoraría cómo se mecía contra el viento, deseando poder acariciarlo de la misma manera.

Y moriría por sus ojos.

Descubriría que las estrellas del cielo no eran nada comparado con sus brillantes ojos, anidando el universo mismo. Eran como un mar de estrellas nebulosas cubiertas tan solo por el manto de sus largas pestañas, que se enroscaban tentativamente. Era extraordinariamente hermoso.

De vez en cuando Regulus voltearía a verlo, y se quedaría sin aliento.

El hecho de que su mirada distante y fría se detuviera un momento en él lo hacía sentir especial. Ser el foco de atención de Regulus Black era un privilegio, y atesoraba cada pequeño detalle. Su diminuta nariz, sus mejillas sonrosadas por el viento, sus labios entreabiertos, su exquisito cuello y sus ojos enamorados del cielo. Todo era magnífico.

Regulus enarcaría una ceja en su dirección, probablemente pensando por qué el contrario se había quedado mirándolo fijamente, inmerso en sus pensamientos.

Obviamente sonreiría de forma engreída, disimulando.

“Eres hermoso”, le diría.

“Deja de bromear”, respondería el contrario.

Y volvería a sus asuntos, dejando a Barty con el corazón desembocado y latiendo con fuerza mientras sentía que se hundía en el suelo, pero sin poder hacer nada al respecto más que reír. Siempre sonreía y actuaba de forma natural a su lado, bromeando con él e incitándolo a hacer maldades. Al final del día su comportamiento era de simples amigos.

Pero guardaba un secreto horrible.

Se sentía sucio e indigno de merecer ver las sonrisas del azabache, de abrazarlo y de compartir habitación con él. Porque todo lo hacían juntos, desde cepillarse los dientes hasta acurrucarse en la cama, y su mente estaba tan contaminada que no podía disfrutar aquellos momentos felices sin añorarlo, sin bajar la mirada hacia sus labios y de acariciar su mejilla por más tiempo del debido.

Porque amar a Regulus Black era como ahogarse.

Y él hace tiempo había dejado de respirar.

Desde el momento en que sus ojos se cruzaron supo que aquel chico se escabulliría en su piel y sería maravilloso, solo para después ser desterrado del mismísimo cielo y caer contra la dureza de la tierra.

Pero no podía olvidar al paraíso. No podía olvidar a Regulus Black.

Era doloroso. Muchas veces se halló a sí mismo teniendo ataques de ira y destruyendo todo a su alrededor solo por la frustración que sentía al siempre, siempre, encontrarse mirando con otros ojos a su amigo. A veces se sumergía en un espiral de tristeza y simplemente quería hacer desaparecer sus sentimientos, gritaba, enterraba las uñas tan fuerte contra su piel que dolía, porque sabía que jamás sería correspondido. Se culpaba a sí mismo por dejarse llevar y por soñar cuando personas como él no tenían derecho a tener un final feliz.

Las estrellas no eran para él.

Su mundo era oscuro y vacío, destruyendo todo a su alrededor como un huracán.

Una vez Regulus Black le dijo algo interesante.

“Un agujero negro”, dijo, mientras miraba el cielo. La noche estaba brillante.

“¿Qué?”.

“Eres como un agujero negro, Barty”, le explicó.

El castaño enarcó las cejas y lo miró con interés. Una sonrisa se extendió en su rostro, sin poder evitarlo.

“¿Qué cosas se te están ocurriendo de repente, pequeño astronauta?”.

Regulus se encogió de hombros. Barty notó que estaba temblando por el frío. Tenía esa mala costumbre de no ir abrigado a ninguna parte, porque era extremadamente despreocupado cuando de sí mismo se trataba. Eso molestaba al castaño, que siempre tenía que estar pendiente de que Regulus no tropezara cuando caminaba leyendo a la vez, de hacer que comiera en las horas correspondientes y que no se esforzara demasiado estudiando.

“Ustedes siempre dicen que soy una estrella. Estaba pensando en qué serías tú”, respondió con simpleza, en un susurro. “Ven, te explicaré”.

Lo miró con extrañeza. Regulus casi siempre quería su espacio cuando miraba el cielo, así que fue inusual. Se levantó de su sitio y se posicionó junto a él, sentándose a una distancia prudente. Notó que el frío y el viento era mayor allí.

Regulus tenía otros planes, ya que se corrió para sentarse junto a Barty, hombro contra hombro. Tenía un libro muggle entre sus piernas, y señalaba una página con interés. Era un artículo sobre agujeros negros, leyó el castaño, y tenía varias anotaciones alrededor. Entre ellas estaba su nombre encerrado en un círculo.

“Los agujeros negros son los restos fríos de antiguas estrellas, tan densas que ninguna partícula material, ni siquiera la luz, es capaz de escapar de su poderosa fuerza gravitatoria”, leyó Regulus suavemente. Barty no podía dejar de ver sus bonitas pestañas, distraído.

“Su superficie esférica recibe el nombre de 'horizonte de eventos', que define el límite donde la velocidad requerida para evadirlo excede la luz”, continuó. Un cabello había caído sobre su nariz, y Barty estaba tentado a colocarlo tras su oreja. “En otras palabras, toda la materia y radiación dentro de esta superficie es atrapada y no puede salir”.

Notó que el menor lo estaba mirando. Ni si quiera se había dado cuenta que había terminado de hablar, ya que estaba concentrado en su cabello. Parpadeó, confundido, y segundos después sonrió de forma traviesa.

“No entendí nada”, exclamó. Amaba molestarlo.

“Me lo imaginé”, Regulus frunció el ceño. “Estabas concentrado mirándome”.

Eso hizo que tragara saliva, quedándose sospechosamente callado. Al pelinegro no le importó, y volvió a hablar. Su mano cayó delicadamente contra el pecho ajeno, apuntándolo acusadoramente.

“Solo me hace recordar a ti”, murmuró, evitando su mirada. “Al final, es el resultado de una triste explosión que provocó un agujero distante, oscuro y peligroso. Ninguna persona sabe qué esperar de él. Y orbita a la espera de que todo a su alrededor sea consumido por él lenta e inevitablemente”.

“¿Tan mal piensas de mí?”, se rió.

“Es la verdad”, Regulus sonrió levemente, divertido. “Desde que te conozco lo único que has hecho es ocasionar problemas. Atraes los malos problemas”.

“¿Existen los buenos problemas?”.

“Creo que hay una diferencia”, reflexionó. “Por ejemplo, Potter es problemático pero porque construye cosas. Tú eres problemático porque destruyes cosas”.

Barty entrecerró los ojos, sonriendo feroz.

“Oh, soy taaaan malo”, y se lanzó encima del contrario.

Empezó a hacerle cosquillas, porque sabía que eran su debilidad. Regulus se rió tan fuerte que terminó chocando su espalda completamente contra el suelo, soltando pequeñas carcajadas mientras se mordía los labios, intentando no hacer ruido. Oh, era encantador.

Barty se detuvo, mirándolo desde arriba fijamente. Su mirada era oscura como dos agujeros negros, y su expresión estaba vacía de emociones. Sus pensamientos eran un revoltijo.

Regulus le devolvió la mirada, y estiró la mano hacia él, acariciando su mejilla suavemente. Nadie merecía ser tocado así por el menor, ni si quiera él, porque era un placer que simplemente los mortales no estaban preparados para soportar. Su caricia era cálida, y cerró los ojos ante el contacto.

“Eres el mejor amigo que he tenido”, murmuró Regulus suavemente. Sus rizos estaban desparramados contra el suelo, haciendo que su rostro destacara. Tenía las mejillas de un encantador tono rosa. “Sabes lo especial que eres para mí, ¿verdad?”.

Amigo.

Ese era el problema.

Las palabras se atascaron en su garganta, y lo que brotó fueron mentiras, mentiras y más mentiras. Barty Crouch Jr era una máscara de mentiras y sonrisas feroces que intimidaban al resto. Solo así sobrevivía.

“Aw, estrellita, ¿te pusiste sentimental?”, se burló, en cambio.

“Cállate”, Regulus exclamó, rodando los ojos.

“No, no, continúa. Me encanta ver cómo te esfuerzas por decirme cosas encantadoras”, se inclinó un poco más, sonriente.

“Te voy a asesinar”.

“¡Para eso tendrás que levantarte primero!”, el castaño se rió, y luego lo miró con inocencia. “¿Por qué debería dejarte ir? ¿Qué gano a cambio?”.

Regulus frunció el ceño, notablemente molesto. Amaba cómo sus ojos echaban chispas cada vez que era desafiado, y sintió como su cuerpo intentaba levantarse, pero Barty siempre había sido mucho más fuerte. Sus brazos eran gruesos y su espalda ancha, así que el más bajo falló estrepitosamente en su plan de escape.

“Eres un idiota”.

“Lo sé, cariño”, entrecerró los ojos. “Podría hacerte mil cosas malas ahora, ¿sabes?”.

“¿Cosas malas?”, inquirió.

“Besarte, por ejemplo”.

“Atrévete”, murmuró.

Eso lo tomó desprevenido. Regulus lo había dicho tan despacio que pensó que había sido su imaginación, pero entonces aquellos preciosos ojos parpadearon hacia él y estaban tan deseables. Quería besar cada centímetro de su rostro y susurrarle cosas maravillosas, porque Regulus era maravilloso. Y allí estaba, dándole una oportunidad, permitiéndole cumplir sus más profundos deseos en una realidad. Era tentador como la manzana de Adán.

Pero no se atrevió.

Se separó, con aparente despreocupación, mientras le sonreía con picardía al menor, como si hubiera estado a punto de hacer una travesura. Su tono era burlesco.

“Si lo hiciera te enamorarías inevitablemente de mí, Regulus”.

“Cómo si pudiera pasar algo tan absurdo”.

Sí, era absurdo.

El tiempo pasó, pero las estrellas seguían en el cielo, así como Regulus continuaba orbitando a su lado, pero esta vez los ojos del pequeño se desviaban con más frecuencia. Lo solía descubrir en el comedor mirando por sobre la comida, en dirección a la mesa de Gryffindor. Al principio no le tomó atención, pensando que estaba viendo a su hermano.

Pero en un entrenamiento de Quidditch sus dudas fueron aclaradas.

Solía ir a verlo a menudo. Se sentaba en las gradas y observaba cómo el viento y Regulus se volvían uno, como si hubiera nacido para volar. Siempre había pensado en el pelinegro como algo idílico que no tenía que estar en la tierra, sino que pertenecía al cielo.

Aquella vez había alguien más volando con él.

James Potter.

El chico de Gryffindor jamás se había acercado tanto al pelinegro, no que él supiera, y enseguida creó una clase de rechazo contra él. De por sí se llevaban mal, así que en los pasillos solían lanzarse maldiciones y atormentarse mutuamente —aunque Barty siempre iba más lejos— así que no tenía sentido que estuviera compartiendo con Regulus. No lo entendía.

Sus ojos se abrieron inmensamente.

¿Por qué Regulus se estaba riendo?

El tiempo desde entonces fue ambiguo y onírico.

James Potter perseguía a Regulus Black como si fuera un cachorro tras su hueso, y de a poco aquello se convirtió en algo más. Intercambiaban miradas en el comedor, James lo esperaba fuera de clases y más de una vez lo había acompañado a las mazmorras. Llegó un momento en que a dónde miraba estaba James, como un invasor en su vida.

Eso lo tenía malhumorado.

“¿Ahora eres amigo de los idiotas de Gryffindor?”, le escupió a Regulus un día.

El menor se tensó en la cama de su habitación. Tragó saliva.

“No es eso”, explicó. “Potter es… distinto”.

“¿Cómo puede ser distinto el idiota que es mejor amigo de tu hermano?”, dijo Barty, sin la mínima gracia en su voz, pero mantenía una sonrisa cruel en su rostro. “¿El que nos atormentaba en los pasillos? ¡¿El que no hizo absolutamente nada cuando te golpeaban?!”

Regulus apretó los puños, pero no dijo nada más.

Esa fue la gota que derramó el vaso.

Barty salió de la habitación dando un portazo mientras su rostro se contraía por la ira, totalmente furioso. Todo aquel que se cruzaba con él era absorbido inevitablemente por su caos y malicia. Aquel día insultó a la gente más que nunca, se burló de cada maldita criatura que tenía la mala suerte de encontrarse con él, y fue directo a hechizar a los Gryffindor. Ellos tenían la culpa de todo, de absolutamente todo.

Los odiaba tanto.

Se ganó detenciones hasta el fin del año.

Al salir de la oficina del subdirector lo esperaba Regulus Black. Lo veía con su típica inexpresividad y frialdad, aun así se veía hermoso, como el mar en calma antes de la tormenta. A Barty se le encogió el corazón, y estiró la mano hacia él.

Si tan solo pudiera alcanzarlo.

Pero Regulus se alejó de su mano.

Y todo estalló.

“¡No puedo creer que seas tan decadente cerebralmente como para buscarte castigos solo porque soy amigo de James Potter!”, le gritó.

“¡Yo no puedo creer que ahora confraternices con personas que nos hicieron daño!”.

“¡Ellos no fueron! ¡Aprende a dejar las cosas en el pasado!”.

Barty sonrió con amargura.

“¿Oh? ¿Ese fue uno de los sabios consejos que te dio Potter? ¿Qué otra mentira te dijo?”.

“¡Tú no lo conoces!”, se acercó hacia él, desafiándolo. “Pero me conoces a mí, Barty. ¡¿No puedes simplemente confiar en lo que estoy haciendo?!”.

“¡No, no puedo, porque ahora de la nada crees en cosas imposibles! ¿Dejar ir el pasado? Nosotros somos nuestro pasado”, Barty subió aún más la voz.

“¡Yo no quiero ser mi pasado! ¡Quiero cambiarlo!”, también subió la voz. “¡Y no voy a dejar que lo arruines solo porque no te agrada Potter!”

“¡Pues bien, hazlo! ¡Arruina todo lo que has hecho hasta ahora por un idiota de Gryffindor!”, Barty estalló, haciendo una mueca desagradable.

“¡Bien! ¡No te necesito!”

“¡Yo tampoco!”

“¡Desearía no haberte conocido jamás!”, gritó Regulus, completamente rojo.

El pasillo quedó en completo silencio.

Regulus jamás había visto a Barty poner una expresión tan dolorosa como aquella. Sus ojos lo miraban con horror absoluto, completamente abiertos, y la mueca burlesca que siempre anidaba en su rostro se quebró. Lo vio con una tristeza inmensa y antinatural. Barty, quien siempre sonreía y tenía algo que decir, estaba absolutamente inexpresivo y en silencio.

Sus ojos se apagaron, sin vida.

Había dañado sus más puros sentimientos y ya no había modo de volver hacia atrás.

Sintió que se asfixiaba, las palabras simplemente no podían salir de su garganta. Vio que Regulus intentó decirle algo, parecía asustado, y temblaba ligeramente. Nunca lo había visto tan vulnerable y desesperado, intentando deshacer algo irreparable.

Pasó a su lado sin mirarlo.

“¡¿No me vas a escuchar, Barty?!”, gritó Regulus, abrumado. Y cuando vio que no había caso se rindió. “¡Haz lo que quieras, imbécil!”

Desde entonces el lazo indestructible que unía a los Slytherin se rompió. Se evitaban en los pasillos y en la habitación actuaban en completo silencio, cada uno por su lado. No volvieron a pronunciar el nombre contrario en el día, y cada vez que alguien más lo hacía simplemente lo ignoraban. Para Barty ya no existía Regulus, y para Regulus ya no existía Barty.

Eso no lo hizo menos doloroso.

Barty lo extrañaba. Oh, lo jodidamente extrañaba. Su calor, su risa, sus ojos. Lo quería tanto que podría morir.

Y cada vez que se decía a sí mismo que iba a disculparse veía a James Potter junto a Regulus, hablando cómodamente y sonriendo mientras él sufría en la oscuridad de su habitación. Lo que más le enfadaba era que ellos estaban simplemente destinados.

Regulus y James eran la pareja perfecta.

James, el chico al que todo el mundo admiraba y que con solo hablar atraía a la gente. El capitán de Quidditch, el más popular de la clase y la persona más noble del castillo con complejo de héroe. Y Regulus, el chico callado pero sarcástico que odiaba a la gente y atesoraba su soledad, quien era un amante de las estrellas y de los libros, el estudiante que resaltaba por su tranquilidad e inteligencia. Se complementaban.

James era el sol, mientras Regulus era la noche estrellada.

Barty era un simple agujero negro.

Él conocía su reputación, nunca le había agradado completamente a la gente. Todos creían que era una clase de matón que se divertía a costa de los demás, que no se preocupaba por nada y que no le interesaba nada más allá de sí mismo. Y era normal aquella visión, ya que tampoco hacía nada para corregirlo, sino que acrecentaba más los rumores actuando como tal. Le hacía gracia.

Como tal, James y Regulus eran la más pura luz, mientras él era la gran oscuridad. Y le gustaba.

Odiaba encajar, odiaba tener que complacer a sus padres y cumplir expectativas irreales. Hubo un punto en su vida donde decidió que nadie más iba a dominarlo y seguiría solo sus propias reglas, aunque a nadie le gustara. Si eso significaba ganarse el odio de todos estaba bien.

Y, de forma estúpida, pensó que Regulus podría ser la pequeña luz que estaba esperando.

Pero no estaban destinados, era una ilusión imposible. El corazón de Regulus le pertenecía a James Potter.

Barty veía sus avances cada día. Ni ellos mismos sabían por qué orbitaban tanto alrededor del otro, pero la pareja no podía distanciarse. Barty sabía que era solo cuestión de tiempo para que terminaran juntos y vivieran una historia maravillosa.

Mientras él observaba desde la lejanía, en silencio.

Porque nadie imaginaba que Barty estaba irremediablemente enamorado de Regulus Black.

Y dolía tanto.

Sus amigos habían empezado a notar el distanciamiento de los jóvenes, así que la tensión en los dormitorios de Slytherin iba en aumento. Cada vez que alguien le preguntaba al respecto simplemente se reía y hacía una broma de mal gusto, haciendo que dejaran el tema.

Pero Evan Rosier no se rindió con eso.

Estaba sentado frente al escritorio estudiando para los EXTASIS. Había tinta manchando el mueble descuidadamente, mientras los dedos de Barty también tenían huellas de color negro. A su alrededor había varias hojas arrugadas, y tenía la mitad de una taza de chocolate que ya estaba fría. Su cabello caía sobre su rostro sin vergüenza, y su ceño se arrugaba mientras intentaba comprender la materia. Lo único bueno de su separación con Regulus era que había podido estudiar más.

Intentó ignorar los ojos fijos en él.

Evan Rosier era su otro compañero de habitación y gran amigo, aunque el chico la mayoría de las veces era astuto y callado de una forma elegante. Todo lo que hacía era calculado, y cuando hablaba solía decir las palabras correctas, sin tacto. Su cabello era de un adorable tono dorado.

“¿Admirando mis preciosos rasgos faciales, Evan?”, comentó finalmente Barty, sin despegar sus ojos del ensayo.

“Tus bromas no van a evitar que tengamos esta conversación, por más incómoda que sea”, le respondió.

“Qué aburrido eres”, Barty se rió. “Si no entrego esta tarea le diré a la profesora que fue tu culpa por distraer a un inocente y responsable estudiante como yo”.

“¿Qué pasó entre tú y Regulus?”, preguntó, sin darse más vueltas. Lo miraba fijamente. “Ustedes siempre han sido unidos como nadie. Ahora se evitan en las comidas, evitan estar en la misma habitación, ni si quiera se saludan”.

“¿Por qué no le preguntas a Regulus?”, respondió, cortante.

“Porque estoy preocupado por ti”.

El tono de voz llamó la atención de Barty, quien volteó a ver a su amigo. Parecía igual de frío y calmado que siempre, pero si miraba a detalle podía notar la forma en que sus dedos jugaban nerviosamente con la sábana de la cama. Estaba ansioso.

“Tuvimos una discusión fuerte”, confesó, por fin. “Y llegamos a la bonita conclusión de que ahora tiene a Potter y ya no me necesita. Es todo”.

“Los amigos pelean todo el tiempo. Y ustedes son… no puede existir uno sin el otro. Lo que sea que se dijeron fue por el enojo del momento”.

“Créeme, no fue por el enojo. Regulus me dijo literalmente que desearía no haberme conocido”, dijo, sin expresión alguna. Entonces sonrió falsamente, estaba apretando la pluma con demasiada fuerza. “¡Lo entiendo! En su lugar también desearía no haberme conocido”.

“Estás mintiendo”, Rosier suspiró. “No te hará ver débil reconocer que lo extrañas y estás herido, ¿sabes?”.

“¿Qué gano reconociéndolo?”, exclamó con una risa ronca y amarga. Sus ojos eran cínicos y oscuros. “Para la gente como yo es mejor callar y seguir adelante”.

Barty se levantó. Ya no tenía ganas ni la concentración de seguir escribiendo. Y eso se traducía en salir a rondar por los pasillos del castillo taciturnamente mientras molestaba a alguien.

“Simplemente habla con él”, insistió Evan. Esta vez su voz sonó firme y dura. “No seas tan terco”.

Si el castaño hubiera prestado más atención, en vez de enojarse, habría descubierto que Evan lo miraba de la misma forma en que él miraba a Regulus: con profunda adoración detrás de la frialdad de su mirada. Habría visto la manera en que apretaba los labios y quería acercarse.

Pero aquello no sucedió y ni si quiera pasó por su cabeza.

Caminó por el jardín del castillo dispuesto a despejar su mente mientras pensaba en qué momento había perdido el rumbo de su vida. ¿Había sido por culpa de sus padres? Nunca fueron especialmente cariñosos con él y jamás se comunicaban más allá de una conversación superficial, pero de todas formas creían que habían criado bien a su hijo. Le dieron un hogar, comida y estudios, así que el trabajo estaba hecho a pesar de jamás haber tenido un verdadero contacto y cuidado emocional con él.

Siempre estuvo solo.

Era Barty contra el mundo.

A veces simplemente quería incendiar el mundo.

Hace tiempo había encontrado un refugio en la magia oscura que ahora se sentía como un hogar. Su familia jamás lo amó, desconfiaba de sus amigos y no se veía en el futuro, pero El Señor Oscuro ofrecía una alternativa: un mundo nuevo, donde poder iniciar desde cero. Los magos no tendrían que ocultarse nunca más, los Slytherin no serían discriminados por su casa, las artes oscuras serían reconocidas e investigadas formalmente, y no tendrían que preocuparse de la fuerza destructiva de los muggles.

Tal vez allí encontraría un lugar. Tal vez él no estaba mal, sino que era el mundo el que tenía que cambiar.

“Barty, ¿puedo hablar contigo?”, una voz lo sacó de sus pensamientos.

Volteó con cara de pocos amigos. Reconocía perfectamente el sonido molesto de James Potter, y sonrió con burla, abriendo mucho los ojos.

“¡Vaya! ¿En qué puedo ayudar al rey de Gryffindor?”.

El chico de lentes abrió la boca para decir algo, pero lo pensó dos veces. Parecía estar haciendo un esfuerzo para contenerse, y simplemente lo miró con seriedad. Como siempre, su mirada era noble e intimidante.

“Yo no te agrado. Tú no me agradas. Lo entiendo, pero esto es más importante”, le dijo.

“Todo lo que sale de tu boca es menos interesante de lo que piensas, Potter”, Barty lo miró con aburrimiento.

“Eres un…”, James tomó aire, y volvió a hablar tranquilamente. “¿Te importa Regulus? ¿Alguna vez te importó?”.

Su corazón dio un brinco. Su expresión de fastidio no cambió, y sonrió de lado, sin humor.

“Tienes diez segundos para hablar antes de que te lance un maleficio”.

James no se asustó.

“Sé que ustedes tuvieron una… uh, pelea. Está realmente afectado, realmente. No te imaginas”, habló, y Barty notó cómo su tono se suavizaba en preocupación al hablar de aquello. “No estaría aquí de lo contrario. Simplemente arréglenlo”.

“Gracias por la información”, le respondió. “Colloshoo”, y agitó su varita.

Barty sonó divertido. Aquel maleficio pegaría los zapatos de James en el suelo y no podría moverse de allí a menos que se los sacara, lo cual seguramente no pasaría por la idiota mente del chico de lentes. Su víctima lo miró con la boca y los ojos abiertos, como si no hubiera esperado que Barty efectivamente lo maldijera.

“¡Imbécil!”

“¡Te lo advertí!”, y se fue riéndose.

Pasaron tres días hasta que finalmente le habló a Regulus Black.

En esos días ocurrieron muchas cosas. Entre ellas, James y Regulus por fin habían empezado una relación, aunque la ocultaban de los demás. Barty se enteró simplemente por Evan y Dorcas, quienes sabían que no iba a decir nada. Además, querían ver su reacción.

La respuesta de Barty fue aburrida. Simplemente dijo: “Ya veo” y se marchó despreocupadamente.

Lo veía venir, así que pensó que el golpe no sería tan duro.

Sí lo fue.

Se encerró en su pieza y enterró la cabeza en su almohada mientras gritó contra ella.

Por otro lado, había estado reflexionando sobre hablar con Regulus y pedirle disculpas. Después de todo ya estaba con James, no había nada que pudiera hacer para cambiarlo, y prefería no dejarlo solo ahora que estaba viviendo por primera vez una relación.

Así que sí, lo que le habían dicho tanto Evan como James sí había dado frutos, pues el pensamiento de hacer las paces con su amigo era tentador. Lo resistió todo lo que pudo, actuando de forma indiferente y burlesca, pero ocurrió un incidente en clases de pociones.

La maldita poción de Amortentia.

Los alumnos de sexto año se encontraban preparándose para sus exámenes EXTASIS del próximo año. Aquel día tocaba Pociones. La sala estaba adornada con distintos contenedores de vidrio que tenían líquidos y etiquetas de distintos colores, mientras al fondo había estantes con libros viejos. Cada mesa tenía un caldero hirviendo, y el escritorio del profesor se doblaba en forma de espiral, estando al medio.

Pociones era una de las asignaturas más difíciles, así que Barty especialmente se había encargado de estudiarla bastante. El profesor los había hecho coger unos libros de los estantes y leer las características de la poción.

Al parecer era el filtro de amor más poderoso, provocando enamoramiento u obsesión en aquel que la bebiera.

“Tiene un brillo nacarado y el vapor se eleva en espirales”, leyó en voz baja. Bien, lo tenía.

Mientras el profesor les explicaba la ética del fabricante a la hora de preparar aquella poción altamente peligrosa, los ojos del castaño se desviaron a un alumno lejano, que antaño habría estado a su lado haciendo anotaciones con perfecta caligrafía e ignorando sus bromas en clase.

Regulus Black.

Era inevitable no mirarlo.

La única diferencia era que ahora sentía una profunda tristeza en el pecho cada vez que notaba sus risos. Y tenía que disimular. Después de todo Barty era el alumno gracioso y al que no le afectaba nada.

Sin darse cuenta Barty había estado escribiendo su nombre en un papel. Se sintió confundido, y con cierto miedo siguió escribiendo. Después de todo nadie veía qué hacía, estaba solo y sus sentimientos estaban a salvo.

“Regulus. ¿Podemos hablar? Fui un tonto”, decían las letras. “No me importa tu amistad con Potter, simplemente te extraño. Te extraño tanto”.

Arrugó el papel y lo guardó dentro de su túnica. Se fijó en que cierto rubio lo observaba más de la cuenta, y le sacó la lengua a Evan. Este rodó los ojos, pero se rió en voz baja diciéndole de forma muda que era un idiota.

“En esta clase yo elegiré los equipos”, anunció el profesor. Eso llamó la atención del par.

Los alumnos que eran nombrados rápidamente iban cambiando de lugar. Barty estaba decepcionado, ya que la única vez que estudiaba tendría que soportar a un compañero nuevo. El maestro dijo su nombre y se levantó, pero casi se tropieza cuando fue puesto junto a Regulus.

Sus ojos se cruzaron con el menor. Logró ver el pánico en ellos.

Entonces el azabache volvió a poner aquella mirada indiferente y fría, sin mirarlo dos veces, mientras simplemente le daba espacio en la mesa y empezaba a hojear el libro. Aquello le dolió un poco a Barty, pero sabía que el contrario era aún más terco que él, y no demostraría ningún sentimiento de debilidad.

Regulus siempre había sido bueno fingiendo.

Empezaron a trabajar en silencio. Regulus leía las instrucciones y Barty echaba los ingredientes con cuidado, mientras revolvía los minutos correspondientes y dejaba reposar la mezcla. Se conocían, así que hacían un excelente equipo a pesar de que no hablaban, y más de una vez el profesor los felicitó.

Llegó el final de la clase y la mayoría de calderos estaban listos, aunque no todos tenían buen aspecto. El caldero de Evan emitía burbujas y era de un horroroso color verde. Miró al rubio y estaba totalmente rojo de la ira, probablemente le había tocado un compañero inepto. Eso le divirtió.

Su caldero también estaba listo. Lo sentía por el olor.

Era inconfundible. El olor a libro nuevo junto a escoba usada, acompañado de una fragancia elegante que solo una persona en clase utilizaba, y, si existiera, probablemente a estrellas.

La Amortentia no mentía.

Volteó a ver a su amigo, solo por curiosidad, y se sorprendió al notar su ceño fruncido. Estaba pensativo.

“Creo que lo hicimos mal”, comentó en voz baja Regulus, con un tono molesto. “Porque huele a ti”.

Barty parpadeó, confundido. ¿Qué?

¿Había escuchado mal?

Regulus levantó la mirada y vio sus hermosos rasgos. Lo miraba con duda, como si quisiera su confirmación de que algo había salido mal urgentemente. Tenía pánico. Y Barty odiaba que su amigo sintiera miedo, era el peor sentimiento que quería provocarle, así que colocó su mejor sonrisa relajada.

“Sí, debe haber un error, porque deberías oler a Potter, ¿no?”, comentó con inocencia, como si no se hubiera quedado sin aliento por la afirmación. Regulus simplemente asintió, con cuidado. “¿Oh? ¿Había que esperar tres minutos para echar los pétalos de rosa? Creo que me salté esa parte”, mintió.

Regulus lo miró con sospecha, pero su expresión se había calmado notablemente. Volvió a hojear su libro, para asegurarse de las instrucciones, y Barty aprovechó para echar más azúcar a la poción y un poco de menta, ingrediente que no debía ir.

Rápidamente el color cambió a uno azulado.

“¡Mira, Reggie, cambió más!”, fingió sorpresa.

El profesor había llegado a su puesto, era su turno de la revisión, y sus rasgos felices disminuyeron a uno de decepción y cero tolerancia, seguramente pensando que Barty había perjudicado a Regulus, el estudiante estrella de la clase.

“Esta poción claramente está mal”, anunció. “Para la otra vigile que se sigan correctamente las instrucciones, señor Black”.

“Sí, profesor”, parecía sofocado.

El maestro siguió revisando y la pareja se quedó frente al caldero sin decir nada. Barty miraba a cualquier lado distraído, pero de reojo veía cómo Regulus intentaba entender por qué había salido mal. Solía obsesionarse con las cosas cuando fallaba y era extremadamente perfeccionista, así que no pudo evitar colocar una mano sobre su hombro.

“Olvídalo, Reggie. Salió mal y ya, no le des más vueltas”, comentó.

“Pero…”

“¡Ya sé! ¿Por qué no te concentras en odiarme un poco más?”, exclamó, obviamente queriendo sabotearse a sí mismo. Porque tenía ese instinto autodestructivo. “Eso lo disfrutarás más que obsesionarte con una estúpida poción”.

Regulus enseguida lo miró con irritación.

“¿Realmente quieres tener esta conversación en medio de la clase?”, dijo, molesto. “Y yo no te odio”.

Intentó ignorar su último comentario, pero de a poco una sonrisa tonta se formó en su rostro. Aunque externamente se veía engreído.

“¿Y dónde más? Afuera siempre estás con Potter”.

“¿Y qué? ¿Estás celoso?”, lo retó.

“Puede”.

Habló antes de pensarlo bien, y su tono sonó bastante sugerente.

Regulus lo miraba con desconfianza. Barty ya había metido la pata, así que, con un asomo de valentía e imprudencia que no sabía que tenía, se inclinó sobre el menor, acercando sus labios a su oído. Lo sintió estremecerse debajo de él.

“Ven alrededor de las seis a verme al jardín, junto a la gárgola”, susurró, entrecerrando los ojos. “Solo”.

“¿Por qué debería hacer eso?”, le respondió igualmente, sin ocultar su frialdad.

Barty se separó y le dedicó una gran sonrisa torcida.

“Descúbrelo”.

Alguien tosió cerca de ellos. La clase ya había terminado y la mayoría de alumnos se estaban marchando, así que eran de los pocos atrasados en salir, incluso el profesor se había ido. Evan Rosier los miraba con cuidado, como si no quisiera espantar a un gato, y habló despreocupadamente.

“Entonces ustedes hicieron las paces”.

“No”, dijeron al unísono.

“Pero están hablando”, sonrió de lado. “Es un avance”.

Después de aquello Regulus se fue antes, estaba James esperándolo en la entrada. Barty y Evan salieron al rato después. El castaño estaba decidido a distraer con bromas a su amigo para que no preguntara nada sobre lo que pasó en la clase de pociones.

Y funcionó.

Pero por dentro no podía sacar de su cabeza dos cosas.

Regulus no lo odiaba.

Y Regulus lo había olido en su Amortentia.

El primer pensamiento lo llenaba de tanta calidez que podía explotar, y eso se notaba por su eufórica personalidad. Los chicos se quitaban de su paso, pues estaba tan contento que podría hechizar gente simplemente para reírse de ellos, y todos sabían que la magia del castaño era especialmente dolorosa.

El segundo pensamiento lo asfixiaba de dudas e inseguridades. ¿Eso había sido real? ¿Por qué su amigo lo había olido a él en su Amortentia en vez de a su novio? No tenía sentido.

Y le daba falsas esperanzas. Barty tenía que eliminar cualquier falsa esperanza de raíz, así que desechó el segundo pensamiento como si fuera veneno.

El tiempo pasó y el jardín de Hogwarts se hallaba desierto, probablemente porque a esa hora la mayoría de estudiantes estaba cenando en el Gran Comedor. En el lugar había diversas plantas y árboles, y Barty estaba apoyado contra una columna del castillo, mientras fumaba. Últimamente su adicción por aquel objeto muggle iba en aumento, y era de las pocas cosas de los no magos que le gustaba. El sabor de la nicotina era relajante.

Por el pasillo llegó una figura que no pasaba desapercibida a sus ojos. Vestía, otra vez, desabrigado, y tenía el cabello un poco revuelto por el viento, seguramente había estado volando. Regulus cruzó la mirada con Barty y se acercó, entrando al jardín con su perfecta e imponente figura. Era pequeño, pero todas sus acciones resaltaban lo pudiente y Black que era.

“Hey”, saludó Barty, perezoso.

“Hola”.

“Pensé que no ibas a venir”.

Regulus se cruzó de brazos, suspirando.

“Conociéndote, ibas a montar una escena si no venía. Una mala escena, como pegar los zapatos de James al suelo”.

Eso hizo que Barty soltara una sonora carcajada, emitiendo humo. Se llevó la mano a la boca mientras sus ojos se arrugaban con diversión y travesura. Recordar aquello realmente lo hacía feliz.

“Oh, ¡vamos! ¡Admite que fue divertido!”, exclamó.

“No”, dictaminó Regulus.

“Admítelo”.

“No”.

“¿Ni un poco?”.

Regulus no pudo evitarlo, se le formó una pequeña sonrisa en la cara.

“Tal vez solo un poco”, y se rió también.

La risa de Regulus era como el canto de los ángeles. Su expresión se contraía de manera adorable y se le formaban margaritas en las mejillas sonrosadas, mientras intentaba morderse los labios para contener aquel arrebato de emociones que odiaba. Barty sonrió en respuesta, admirándolo.

Había extrañado aquel sonido. Se rió junto a él.

“Ven”, comentó Barty, una vez se calmaron. “Sígueme a un lugar más privado”.

Los chicos avanzaron por el jardín y llegaron a la parte trasera. Ese lugar era ideal, pues las columnas se juntaban y los árboles actuaban como una pequeña muralla, haciendo aquel el espacio predilecto para las citas y los alumnos que quisieran besarse a escondidas. Por suerte estaba vacío.

Regulus no hizo ningún comentario al respecto, simplemente se apoyó en la pared casualmente y enarcó una ceja. “¿Y? ¿Qué quieres?”, preguntó.

“Evan y Potter hablaron conmigo, ¿sabes?”, inhaló el humo.

“¿Qué? Les advertí que no se metieran en mis asuntos”.

“Les dije lo mismo, pero al parecer somos muy interesantes”, comentó con aquel tono gracioso y cruel que pocas veces abandonaba su voz. Tenía que continuar hablando, pero las palabras se le atascaban en la garganta y con Regulus mirando se entorpecía más. “Bueno, entonces… mierda, es más difícil de lo que pensé”.

Regulus acomodó la cabeza contra la pared, levantando el mentón. Su cabello negro caía en ondas alrededor, formando una hermosa cortina oscura, y se distrajo mirándolo. El atardecer hacía que sus ojos grises brillaran como el cielo, y eso lo distrajo.

¿Qué iba a decir? Barty frunció el ceño. ¡¿Qué iba a decir?!

“Espera, espera, espera, me olvidé”, exclamó con torpeza. “Y no me mires así, no estás ayudando”.

“¿Qué? ¿Te pongo nervioso?”, se burló Regulus, cruelmente.

Lo que no sabía el menor era que esa pregunta era perfecta para Barty, pues eso le estaba pasando, pero con astucia halló una manera de devolverle la incomodidad.

“¿Quién no se pondría nervioso con tu linda carita?”, bromeó, y siguiendo su propio juego apoyó el antebrazo contra la pared, dejando el rostro de Regulus justo debajo del suyo.

“Por Merlín, no puedes evitar ser idiota incluso en momentos serios”, comentó, volteando a ver a otra parte. Entonces suspiró, probablemente harto del silencio y las bromas incómodas. “Me voy, esto fue un error”.

“Espera”, rogó Barty, y no se dio cuenta que su voz brotó como un mero susurro. Realmente no quería arruinarlo, solo que era malo con los sentimientos, no porque fuera torpe, sino que estaba acostumbrado a ser frío y superficial. ¿Barty disculpándose? Era algo nunca antes visto. “Solo… ahg. Quería pedirte perdón por gritarte, me excedí. No tendría que haberle hecho eso a ninguno de mis amigos, menos a ti, porque eres especial para mí. No lo tomé bien y fui un estúpido”.

Regulus se quedó callado, volviendo a su cómoda posición. Y no dejó de mirarlo fijamente.

“Y te extraño”, prosiguió.

El menor se sonrojó furiosamente.

“Basta. Entendí el punto”, murmuró también. Barty no se había dado cuenta, pero había estirado su mano libre para jugar distraídamente con los rizos de Regulus, y este no había quitado su mano. Regulus prosiguió, con la voz de un tono inusual: estaba inseguro. “La verdad es que yo también quería pedirte disculpas, pero te veías bastante malhumorado. Temía que si me acercaba íbamos a pelear de nuevo. Lo siento por decirte algo tan cruel”.

Regulus ladeó la cabeza, posando su mejilla contra los dedos de Barty mientras dejaba que lo acariciara con suavidad. El castaño se quedó sin aliento y lo complació, acunando su mejilla. “Conocerte fue lo mejor que me pudo pasar en el mundo, no creas lo contrario”.

Eso bastó para que el corazón de Barty volviera a latir y, no solo eso, sino que sus pulsaciones aumentaron hasta el cielo. Tenía tantas ganas de demostrar su amor de cualquier forma, aunque sabía estaba mal, y simplemente siguió sus emociones y abrazó a Regulus por la cintura, atrayéndolo como siempre quiso.

Regulus no lo odiaba.

No se dio cuenta hasta ese momento de cuánto lo necesitaba. Cuánto vivía por sus comentarios sarcásticos. Cuánto se alegraba por lograr la más mínima sonrisa. Y cómo disfrutaba que su pequeño cuerpo encajara perfectamente entre sus brazos.

Por fin habían arreglado su conflicto. Por fin se sentía otra vez vivo.

Regulus recibió el abrazo con sorpresa, y lo correspondió con igual fuerza, enredando los brazos tras su cuello mientras ocultaba el rostro contra la clavícula del mayor.

Los chicos se separaron después de unos segundos, pero Barty no soltó los brazos del contrario.

“Entonces… mi relación con James. ¿No te molesta?”, preguntó Regulus, curioso.

“Como el infierno”, respondió, haciendo una mueca feroz. “Pero si a ti te hace feliz, a mí me hace feliz”.

Regulus rueda los ojos, pero comprende el rechazo de su mejor amigo.

“¿Y que yo sea… gay?”, tanteó el menor. Barty notó que bajó los ojos, seguramente incómodo.

“No fue tan sorprendente”, comentó con simpleza. Nunca se le pasó por la cabeza que eso fuera molesto. “Además, a mí también me gustan los chicos. Y las chicas”.

“Eso no es un secreto. Tienes fama de que te acuestas con cualquiera”, dijo Regulus sin pensarlo mucho, pero luego se aclaró la garganta. “Claro, yo sé que en realidad tienes un gusto selecto de personas privilegiadas y no es así”.

Barty dejó soltar una pequeña carcajada, sin estar en absoluto molesto. Sabía que ese tema era un punto sensible para Regulus, así que lo utilizaría en su contra. Amaba ver cómo se incomodaba e intentaba evitar cosas vergonzosas como aquella.

“Me gusta divertirme”, le dedicó una sonrisa coqueta, inclinándose hacia él como si tuviera un secreto. “¿Y tú y Potter…?”. Regulus abrió mucho los ojos.

“No, no, no. Ni si quiera me atrevo en pensar la posibilidad. No.”

“Aw, te da vergüenza”, lo molestó.

“¡Cállate!”, un bonito tono rojo adornó sus mejillas.

Dejó caer sus manos hacia el cuerpo de Regulus, deslizándolas por su cintura nuevamente y jalando aquella parte hacia él, por lo que sus piernas se enredaron. El de cabello negro parpadeó, confundido, sin saber realmente cuál era su objetivo.

“No es tan malo una vez lo pruebas. Incluso podría convertirse en tu nueva obsesión, ¿sabes?”, murmuró Barty, acercándose a su oreja. “Yo podría enseñarte”.

“Deja de bromear”, frunció el ceño, alejando su rostro a una distancia de seguridad.

“¿Quién está bromeando?”, lo miró con malicia.

Regulus sabía que cuando se ponía así simplemente venían problemas. Hizo una pequeña mueca, y aprovechó el acercamiento para volver a abrazarlo. Fue algo natural, sin planearlo, simplemente ahora tenía a Barty devuelta.

“A pesar de que sigues siendo un imbécil… me gusta tenerte de vuelta”, comentó suavemente Regulus, dejándose mimar por el mayor. Sintió las manos de Barty enrollándose en su cabello. “Me gusta estar aquí”.

A Barty también le gustaba. Demasiado. Tanto que podría quedarse así todo el día, simplemente con
Regulus en sus brazos mientras acariciaba su cabello y lo escuchaba suspirar tranquilamente. Sus brazos estaban hechos para abrazar a Regulus Black.

“¿Tu novio no se va a enojar por esto?”, fue lo que salió de su boca.

“No estamos haciendo nada”, respondió Regulus, confundido.

“¿Y si quisiera hacer algo?”, dijo en voz baja.

Regulus se rió levemente. Seguramente pensaba que no lo decía en serio.

“Deja de bromear”.

Desde entonces Barty simplemente tuvo que soportar la relación de Regulus con James, ya que volvieron a ser amigos. Soportó conversaciones incómodas en la Sala Común donde Regulus contaba del nuevo regalo que le había hecho su pareja, o de cómo habían salido de cita tal día. Vio las marcas en el cuello de Regulus y simplemente tuvo que reír y bromear sobre aquello. Notó las escapadas nocturnas de su amigo y se quedó noches sin dormir.

Lo peor de todo era que Regulus estaba feliz, realmente feliz.

Se preguntaba si él podría hacerlo sentir igual de feliz si hubiera tenido la oportunidad. Probablemente no, ya que Barty era un bastardo inestable que solo pensaba en él. Sería la peor pareja del mundo.

Pero también habían sucedido eventos extraños.

Barty convirtió en un hábito molestar a James Potter. Cada vez que lo veía junto a su amigo aparecía por detrás y abrazaba al de ojos grises, mientras hacía comentarios coquetos al aire frente a James, sin vergüenza alguna. Regulus se enojaba y claramente le decía que dejara de bromear, mientras James lo veía con furia contenida.

Y así empezaron los juegos. Barty molestaba a Regulus invitándolo a salir, diciéndole que abandonara a su novio por él, o que él besaba mejor. Regulus al principio se molestaba, pero después simplemente soportó el extraño humor negro de su amigo, devolviéndole las bromas con sarcasmo y letalidad. El castaño fingía que le habían roto el corazón.

Nadie notaba que estaba haciendo de su condición verdadera un simple juego.

Regulus se estaba preparando para salir a Hogsmeade con James Potter. No podía decidirse por la ropa, así que se paseaba frente al espejo eligiendo una u otra pregunta, y bufaba cuando algo no le convencía. Barty lo veía de vez en cuando y le daba silbidos molestos.

Y, como siempre, lo abrazó por la espalda, molestándolo.

“Este me gusta”, comentó Barty, observando el conjunto negro de su amigo. Tenía el cuello alto de forma elegante y pantalones anchos.

“No estoy buscando que te guste a ti”, dijo Regulus sin tacto. “¿En serio crees que me queda bien?”.

“Qué cruel eres, cariño, ¡mi corazón!”, se rió. “Claro. El que no vea lo hermoso que eres es un tonto”.

Aquel comentario dejó pensativo a Regulus, y pareció desconectarse de la realidad. Usualmente le pasaba eso, simplemente desenfocaba los ojos y su mente se iba a otro lado, quedándose pegado mirando un punto fijo.

“James la otra vez hizo un comentario parecido. Solo que no conmigo”, susurró.

“Te dije que era un tonto”.

A Regulus eso no le ayudó con sus inseguridades, así que simplemente suspiró y salió de los brazos de Barty, ordenando la ropa que quedó esparcida por el suelo. Después se acostó en la cama boca arriba, pensativo.

“Siempre dices cosas buenas de mí”, comentó Regulus. “¿De verdad las crees? ¿O solo quieres molestarme?”.

Oh, Regulus, si supieras.

“Me molesta incluso que me preguntes eso”, dijo Barty, ofendido, mientras se sentó junto a él, apoyando su espalda contra el respaldo de la cama.

“Es solo que a veces me siento inseguro. Siento que no soy lo suficientemente agradable o lindo”, confesó, cerrando los ojos. Era extraño que hablara de sus sentimientos, así que Barty lo escuchó con atención.

“Es normal sentirse así. Nadie es perfecto, si alguien te está idealizando entonces comete un error. Pero tampoco debes sentirse insuficiente por culpa de un idiota”.

“No es culpa de James. Yo soy insuficiente”.

“Oh, Reggie”, el tono de Barty salió tan dulce que hasta él se impresionó. Había una profunda adoración y afecto que tan solo era capaz de dedicarle al menor. “Desearía que pudieras verte de la forma en que yo te miro”.

Regulus se volteó en la cama, quedando de lado, y abrió sus ojos perezosamente en dirección a Barty.

“¿Y cómo es eso?”, preguntó en voz baja.

“Como el cielo”.

Se quedaron en silencio.

La mano de Regulus subió y acarició lentamente el brazo de Barty, haciéndole cosquillas. Era un toque distraído y natural, sin segundas intenciones. El azabache no se daba cuenta de lo que provocaba en el mayor.

Simplemente eran dos amigos acurrucados en la cama, mirándose mientras uno acariciaba al contrario.

Barty cerró los ojos, disfrutando el momento. Sintió las uñas de Regulus deslizarse en su piel y fue perfecto. La mano del menor subió un poco más, acariciando más extensión de piel, y luego bajó hacia su mano, tocando entre sus dedos con suavidad distraídamente.

Se quedaron así un buen rato.

Cuando Barty abrió los ojos estaba Regulus mirándolo fijamente. Notó esas largas pestañas negras que oscurecían su mirada y deseó acariciarlas.

“¿En qué piensas?”, Barty fue el primero en hablar, acostado junto a él.

“Es algo tonto”, confesó.

El castaño se rió notablemente. Sus hombros subieron y bajaron con el movimiento.

“Soy un imbécil tonto todo el tiempo, Regulus. Tengo licencia oficial en ser el capitán de los tontos, así que simplemente confiésalo, dulzura”, dijo divertido.

Regulus bajó los ojos, sintiéndose avergonzado e irritado por las palabras ajenas.

“Es demasiado tonto”.

“Bien, si tanto te afecta, prometo no decirle a nadie tu oscuro secreto”.

“Estaba pensando en lo mucho que a mí yo del pasado le habría gustado esta situación”, dijo lentamente, como pensando las palabras. “Porque me gustabas”.

Abrió mucho los ojos.

Su corazón dejó de latir.

Eso fue una flecha que destruyó totalmente el alma de Barty y lo dejó paralizado. Las palabras parecían hacer eco en sus oídos y por un momento todo el silencio se extinguió y la frase se repetía continuamente en su mente. Jamás se le habría pasado por la cabeza pensar en aquello.

¿Regulus le correspondió una vez?

¡Ni si quiera se había dado cuenta! Su yo pequeño era demasiado idiota como para lidiar con sus sentimientos por Regulus, y cuando lo descubrió ya era demasiado tarde. Se sentía estúpido, idiota, ineficiente. Su suerte era una mierda.

Regulus aparentemente notó su sufrimiento interno, porque rápidamente volvió a hablar.

“¿Ves? Era tonto. En serio”, dijo nerviosamente. “Ya no es así, te lo aseguro. Lo siento, seguro te incómoda y…”.

“No, no, no me incómoda. Ese no es el problema, no”, le aseguró rápidamente, antes de que se hiciera la idea equivocada. Regulus lo miró con sospecha, entrecerrando los ojos.

“¿Y cuál es…?”

“Algo tonto también”.

“Ya dijiste que eras el capitán de los tontos. Ahora confiesa, maldito Crouch”, se acercó más.

“A mí también me gustabas”, lo soltó sin más.

Bien, la confesión ya estaba hecha, ahora tenía que vivir con la cara de asco de Regulus para toda su vida miserablemente. Pero prefería sentir el dolor de una vez a seguir ilusionándose con sus sentimientos.

Pero no fue eso lo que obtuvo.

Regulus lo miraba con sorpresa, sí, pero su rostro fue todo lo contrario al asco. Tenía los ojos más brillantes que nunca, y sus orejas se colorearon de un bonito tono rosa mientras lo miraba de la misma manera en que miraba al cielo. Parecía estar hipnotizado.

Barty tenía tantas ganas de besarlo en aquel momento.

Finalmente Regulus habló, con voz tensa.

“Éramos dos tontos”.

Pero Barty siguió haciendo lo que siempre hacía cuando estaba nervioso, bromear con un tema delicado y convertirlo en algo nimio y sin importancia.

“Imagínate, si nos hubiéramos confesado seríamos novios en este momento”, se rió incómodamente. “Nos daríamos besos, nos tomaríamos de la mano, nos diríamos cosas románticas…”

“Cállate”.

“Me pregunto si yo te hubiera hecho más feliz que Potter”, simplemente dijo, bromeando. Pero no era una broma, no, definitivamente no lo era.

“En serio, Barty, cállate”.

“Siempre me pregunté cómo sería besarte”, siguió hablando, ya sin parar.

Su mano se posó en la mejilla del menor y lo acunó con profunda delicadeza. Regulus era como el cristal, y sabía que si insistía mucho lo rompería, pero él simplemente no podía controlarse después de haber escuchado la confesión de Regulus y sentirse tan idiota.

Regulus cerró los ojos ante el contacto. Movió sus piernas, entrelazándolas con el mayor.

El ambiente se volvió pesado. A ambos los envolvía una cortina hipnótica que los separaba de la realidad. Barty acarició los cabellos de Regulus y sintió su exquisito aroma, aroma que había olido en la Amortentia. Su deseo se desbordaba como el agua, y simplemente mirar sus labios había hecho que se inclinara en la cama.

Estaban cada vez más cerca. Los ojos de Regulus estaban nublados, sucumbiendo al momento.

Aquello estaba mal. Regulus tenía novio. Y Regulus no lo amaba.

Pero allí estaba, totalmente dispuesto y entregándose a él, entrelazando sus piernas mientras elevaba el mentón en busca de más contacto. Era irresistible y magnético, simplemente su cuerpo se movía solo.

“¿Aún tienes la duda?”, susurró Regulus, entrecerrando los ojos.

“Maldición”, Barty jadeó. “Cada noche me lo pregunto”.

Y cuando se estaba inclinando para besarlo alguien abrió la puerta del dormitorio, interrumpiéndolos. Rápidamente los chicos se separaron, aunque no se movieron de sus posiciones cómodas. De todas formas, no era raro verlos tan juntos.

Barty tenía el corazón desembocado. Notó que Regulus igual.

Evan Rosier había entrado tranquilamente a la habitación y simplemente les había dado una ligera mirada mientras se fue a su escritorio, sacando los libros de sus cajones para ponerse a hacer la tarea para el día siguiente. Ni si quiera los saludó, pues pensaba que estaban durmiendo.

Barty fue el primero en actuar con normalidad. Fingió un bostezo, mientras se estiraba en la cama, sentándose.

“¡Rosier, llegaste!”, exclamó.

“Hola, Barty”, comentó sin mirarlo. “Deberías despertar a Regulus. Se supone que tenía una cita con James a esta hora, ¿no?”.

“Oh, sí, claro”, se acercó a mover al muchacho.

Estaba tan rojo. Eso lo hizo sonreír con orgullo. Era un engreído.

Regulus rápidamente se marchó de la habitación, despidiéndose con torpeza de sus amigos mientras se marchaba hacia Hogsmeade.

Barty no podía borrar la sonrisa de su cara.

Estuvo a punto de besar a Regulus Black.

Y era terrible y poco ético, ya que el chico tenía novio y era su mejor amigo. Podía simplemente arruinar su amistad y una relación de por medio.

Pero a Barty jamás le había importado la moral.

Su relación se volvió inmensamente tensa después de eso. Regulus solía evitar quedarse en una habitación a solas con Barty, y siempre decía una excusa para estar ocupado, evidentemente lo estaba evitando a él y al tema de conversación. Barty, por su puesto, estaba encantado con ese ambiente de secretismo que guardaban entre ellos y solía guiñarle el ojo mientras nadie miraba.

Esta vez el efecto era diferente, Regulus se avergonzaba completamente, pero intentaba simular un rostro inexpresivo y neutral, pero Barty lo notaba.

Y le encantaba.

Aún no podía deshacerse del nudo en su estómago cada vez que veía a James y Regulus besarse, pero se contentaba con esos pequeños momentos donde Regulus le daba la mano por debajo de la mesa, sin decir nada, mientras hablaba normalmente con la gente en el Gran Comedor.

Y sus ojos se desviaban hacia él. Podía sentir que era observado.

Casi siempre se burlaba.

Su humor estaba por los cielos, hasta que un incidente ocurrió.

No había sido su intención, pero iba caminando por el castillo y escuchó unos gritos, aunque no de esos acalorados, sino aquellos gritos secretos que uno intenta mantener controlados. Miró y vio a James y Regulus, al parecer estaban discutiendo acaloradamente.

Escuchó el nombre de “Lily” en la conversación, pero no pudo espiar mucho tiempo porque Regulus salió corriendo mientras dejaba a James solo, y al voltear por el pasillo se encontró de frente con Barty.

Antes de que pudiera hablar, Regulus se le adelantó.

“No, Barty, hoy no. Necesito estar solo, por favor”, su voz se quebró. Tenía las mejillas húmedas, y el menor casi nunca lloraba. “No tengo tiempo para tus estúpidos juegos”.

Y se marchó rápidamente.

Eso dejó a Barty con malhumor lo que duró de la semana. Pasaron los días y Regulus no había demostrado interés en él nuevamente, simplemente lo ignoraba como un juguete. Pensó, ilusoriamente, que por un momento había sido algo para el menor, pero al parecer otra vez era él dándose falsas esperanzas.

Cayendo en su juego como un imbécil.

No se hablaron en varios días.

Y todos dejaban en paz a Barty, ya que sabían que su malhumor era dañino. Absorbía a la gente hacia su horizonte de malas vibras y las hacía añicos verbal o físicamente, era mejor evitarlo.

Un día escuchó un ruido extraño mientras caminaba. Pensó que eran los cuadros del pasillo, pero ninguno parecía realizar aquel pequeño sonido, como si alguien lo ocultara. Se dio cuenta de que venía del baño de los prefectos y, motivado por su curiosidad, simplemente entró.

Vio a un joven agachado apoyado contra la pared, tenía el rostro oculto entre sus piernas y se abrazaba a sí mismo. Tenía el cabello hecho un lío, como si se lo hubiera estado jalando. Levantó la cabeza al notarlo entrar y Barty vio el surco de ojeras que manchaba sus ojos llorosos, mientras tenía la cara roja por la desesperación.

Había abierto el grifo del baño para que no se escucharan sus lastimosos gemidos.

Era Regulus Black. Estaba llorando.

Su corazón se encogió. Pero sabía que no era de su incumbencia y que hablar con él solo lo empeoraría, porque el contrario no lo quería más en su vida, así que con todo el sufrimiento del mundo se dio la vuelta para marcharse.

“Espera”, rogó Regulus. “Quédate, por favor”.

“¿Realmente crees que es una buena idea?”, le preguntó, sin mirarlo.

“No”, confesó. “Pero te necesito”.

Mierda.

¿Por qué no podía decirle que no a Regulus?

Sería más fácil si simplemente lo mandara a la mierda.

Deslizó su cuerpo hacia el chico y se sentó frente a él, sin mirarlo. Su expresión era neutral, como si no le afectara que el chico de sus sueños estuviera llorando frente a él y se viera tan deplorable. Simplemente encendió un cigarro y empezó a fumar, era uno de los objetos muggles a los que se había vuelto adicto últimamente.

Pasó un tiempo hasta que Regulus se calmó. Deslizó los dedos sobre sus mejillas húmedas.

Entonces sus ojos se cruzaron con Barty a través del humo, era hipnótico. El castaño exhaló el humo, sin desconectar la mirada profunda mirada contraria. Ambos hablaron al mismo tiempo, con urgencia.

“Regulus”.

“Barty”.

El mayor sonrió con sorna, encontrando divertida la situación.

“Lo siento”, comentó. “Tú primero, chico Black”.

“Me besé con James”, confesó con miedo.

Barty pensaba que ya se había desecho de la mayoría de sentimientos hacia Regulus cuando terminaron su amistad, pero los encontró rápidamente en su interior cuando sintió un revoltijo en su pecho. Angustia, celos, ira, dolor, todo se mezclaba y orbitaba a su alrededor mientras iba absorbiendo cada pésimo pensamiento.

Así que, como era Barty, lo único que hizo fue sonreír con burla.

“¿Y por eso llorabas como bebé? ¿Qué, acaso besa mal?”.

La expresión de Regulus se ensombreció.

“Sabía que no tenía que haberte contado nada”, dijo, con frialdad.

“¿Para qué lo hiciste, entonces?”, se rió sin gracia. “Créeme, lo que menos quiero es escucharte sobre cómo presumes a tu estúpido novio”.

Barty estaba a punto de pararse y largarse de aquel lugar rápidamente. Se había equivocado otra vez. Regulus no lo necesitaba, jamás lo necesitó, y simplemente estaba teniendo un maldito mal día como todas las personas en el universo, no era algo especial.

Y Regulus tomó su mano, evitando que se levantara.

“Mientras me besaba dijo el nombre de Lily Evans”, susurró, con la voz rota.

Por fin pudo apreciar con claridad el rostro del menor, su expresión era vulnerable mientras su labio temblaba ligeramente. Probablemente había estado llorando por horas en el baño, sin considerar la frialdad del suelo. Era tan descuidado.

Se sacó su abrigo y lo colocó en los hombros ajenos, casi por reflejo.

Regulus lo jaló, buscando ser reconfortado desesperadamente, persiguiendo el calor que emanaba del cuerpo de Barty. Se veía tan demacrado, como una persona sin vida, y el mayor odiaba eso. Odiaba que su chico de las estrellas estuviera perdiendo su brillo por culpa de la enormidad del sol.

Lo abrazó. Regulus envolvió los brazos en su cuello.

Y lloró desconsoladamente.

Barty sintió la ira crecer en su cuerpo a cada minuto que pasaba, mientras más fuertes se volvían los jadeos de Regulus y más apretaba los dedos en su espalda, completamente destruido. Era la primera vez que a Regulus le rompían el corazón, y él sabía de primera mano lo doloroso que era.

Eso era lo que más lo enojaba. No comprendía cómo en el mundo existía alguien capaz de desaprovechar el amor de Regulus, de simplemente aplastarlo y utilizarlo. Regulus era su más preciado tesoro, su musa, y tenía que aguantar cómo era dañado mientras él agonizaba por simplemente verlo sonreír.

¿Cómo, en su sano juicio, James Potter le rompió el corazón a Regulus Black?

¿Por qué fue tan tonto?

Si fuera suyo… Oh, si fuera suyo.

Besaría cada centímetro de su rostro y no se cansaría de hacerlo una y otra vez, abrazando el calor de su cuerpo. Susurraría palabras de amor en su oído en las noches más frías y lo protegería cada vez que tuviera miedo de sus padres. Le haría un hueco en su cama para que no pudiera abrazar a alguien si tuviera pesadillas, y lo amaría con todo su ser.

“Estás enamorado de él”, fueron las palabras que salieron de la boca de Barty, como una afirmación.

“Duele tanto, Barty”, susurró débilmente. “Tenías razón, en todo”.

“No es así. Me equivoqué también. Tú querías cambiar, estás en tu derecho”, le respondió cariñosamente, viéndolo con adoración. Colocó una mano bajo su mejilla, acariciándolo. “No debes depender de él para comenzar el nuevo camino que quieres, Reggie”.

“Quiero desaparecer”, confesó. “Quiero dejar de sentir, solo una vez, por favor”.

Regulus Black tenía esa mirada vacía en su rostro que siempre le aterraba. Pocas veces lo había visto así, y sabía que hablaba en serio sobre el suicidio, porque una vez lo había descubierto intentando hacerlo. Aquella situación era una constante en su mente, por eso era mil veces más cuidadoso con Regulus que con sus demás amigos, y solía despertar asustado pensando que el pelinegro otra vez se había encerrado en el baño.

“No digas eso”, la voz de Barty se quebró. “Por favor, no vuelvas a decir eso nunca más”.

“Lo siento, lo siento, lo siento…”, murmuró repetidas veces, abrazándolo con más fuerza.

“Te amo, Regulus”.

El tiempo se detuvo. El secreto que más le aterraba se derramó de sus labios antes de que se diera cuenta y sonó tan desesperado y roto que el amor sonaba como todo excepto algo maravilloso. No tenía planeado decirle, como tampoco tenía planeado ver cómo los ojos de su amigo adquirían levemente su brillo habitual y lo miraban con profunda dulzura.

Y temor.

“Te he amado desde la primera vez que te vi, Regulus. Desde que te sentaste a mi lado petulantemente y me dijiste qué libros te gustaban. No pude evitarlo, simplemente te amé. Amé tu sonrisa, amé tu forma de ser, amé las estrellas de tus ojos y cuando me di cuenta ya estaba irremediablemente perdido”, murmuró, al borde de las lágrimas.

Barty sintió unos dedos deslizarse en sus mejillas y vio cómo Regulus acunaba su rostro. Él también tenía los ojos brillantes, y sus mejillas estaban bellamente sonrosadas. No dijo nada, simplemente delineó con sus dedos los pómulos ajenos, luego hizo lo mismo con su nariz y sus labios.

Regulus levantó el mentón, haciendo que sus narices se rozaran. Estaban muy cerca. Sus alientos se mezclaban. Los ojos castaños se fundían con los grises y luego el mundo desapareció.

“Eres mi primer y único amor”, finalizó Barty.

“Entonces hazme olvidar, por favor”, susurró Regulus. “Bésame hasta que ya no quede rastro de James Potter en mí”.

Besar a Regulus Black era como hundirse debajo del océano. Su imaginación sufrió una cruel derrotada al darse cuenta que la realidad era muchísimo mejor, que los labios del menor eran el tesoro más exquisito que había probado y de cuánto quería más. Él no era James Potter, él no iba a dejarlo ir entre delicados besos, él lo besaría ferozmente hasta que Regulus perdiera completamente la cordura y se rindiera ante él.

Era un sueño maravilloso. Sus lenguas rápidamente hallaron armonía y los gemidos empezaron a inundar el baño. Regulus cayó contra la pared, siendo aplastado por un Barty que no podía alejarse de él, como si su boca fuera un imán. Lo amaba, amaba sus gemidos y la manera en que necesitaba aire, pero de todas formas volvía a someterse al beso.

Barty en ese momento conoció el cielo.

Regulus Black era absolutamente delicioso. Lo mordió con fuerza, volviendo sus labios aún más hinchados, y luego empezó a repartir besos por todo su cuello, lamiendo y mordiéndolo, dejando marcas con demasiada fuerza mientras el menor gemía entre sus brazos, derritiéndose entre temblores. Barty simplemente era incontrolable, como un huracán que arrasaba todo lo que tocaba, y entregándose a alguien era igual de apasionado.

Le daría el mundo si pudiera.

Quemaría el mundo si se lo pidiera.

“Barty, hay que parar”, gimió Regulus.

“No quiero parar”, besó su clavícula. “Un poco más, por favor”.

Regulus dudó. Su pecho subía y bajaba rápidamente, su respiración era entrecortada, teniendo que tomar grandes bocanadas de aire, y su cuello era un completo desastre. Tenía profundas marcas rojas que eran imposibles de ocultar de manera normal. Para Barty era un deleite.

“Solo un poco más”, le respondió Regulus. El pecho del mayor se calentó, sintiendo una inmensa dicha.

El baño se llenó de gemidos placenteros y de caricias deseadas desde hace tanto tiempo. Sus cuerpos se enredaron como raíces, volviéndose prácticamente uno, y sus besos curaron todas las heridas que habían en sus almas, esparciendo besos fundados en el cariño y en la maldita perdición. Sus ojos se perdieron en el otro y se rindieron ante el más puro deseo.

Aquellas almas que no estaban destinadas a estar juntas estaban yendo contra el destino.

Y era glorioso.

El secreto se mantuvo como secreto y la pareja ocultó aquel encuentro, sintiéndose contaminados por la oscuridad que los hizo sucumbir a ello, pero ninguno se arrepentía.

Tal vez la oscuridad era el camino a seguir.

Barty se sentía como en el cielo. Había vivido el paraíso y ahora lo tenía para él solo, atesorando a Regulus Black de todas las formas posibles y dándole el mundo que se merecía. El menor terminó con James finalmente, y los chicos dieron rienda suelta a su amor, amándose con ferocidad, sin ir despacio, porque Barty era un fuego ardiente que arrasaba con todo y Regulus la inspiración de sus llamas.

En Slytherin todos lo sabían, pero era un secreto a voces. Nadie hablaba de la manera en que los chicos intercambiaban miradas o de cómo el cuello de Regulus siempre estaba tapado. Ni si quiera Evan mencionó algo al respecto, principalmente porque sus amigos habían cambiado con notoriedad.

Ambos se habían convertido a la oscuridad, juntos, aceptando la marca tenebrosa en sus brazos. Querían estar juntos en el nuevo mundo, y si para eso tenían que aceptar la maldad y corrupción de sus corazones estaban dispuestos a hacerlo. Todo por una causa mayor.

“¿Estás seguro de que quieres venir a la oscuridad conmigo?”, susurró Barty.

“Si es junto a ti, entonces estoy seguro”, le respondió Regulus. “Te pertenezco”.

Regulus era la estrella más brillante del cielo, rodeada de la oscuridad de un agujero negro.