on a wednesday in a cafe (i watched begin again)

Harry Potter - J. K. Rowling
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on a wednesday in a cafe (i watched begin again)
Summary
"¡Hey! ¡Tú, la de la camisa de gato!"Sí, era ella. Culpa de los niños y de la escuela en donde trabajaba donde tenía que usar ropa divertida y colorida. Nunca lo odió tanto como ahora.Con cara de pocos amigos, giró en su lugar y vió que la voz provenía de un chico de, al parecer, su edad. Tenía rulos y vestía de una forma un tanto elegante para ir a una cafetería. "¿Sí? ¿Puedo ayudarte?""Al contrario, quería ayudarte yo a tí. Tengo una silla libre por sí quieres sentarte."[ o: en donde albus le ofrece un lugar a alice en su mesa en una cafetería ]

Alice quería golpear algo. O a alguien, mejor dicho. Y ese merecedor de sus golpes tenía nombre y apellido: John Lockhart. El cobarde de su exnovio que había decidido llamarla para cortar su relación, en su aniversario. ¿Se puede caer más bajo que eso? Lo dudaba mucho.

Y para ponerle la cereza al pastel, había sido en medio de una de sus clases. Mientras recibía la que debía ser la llamada más humillante de su vida, veinte pares de ojos curiosos pertenecientes a niños menores de 6 años la veían fijamente, atentos a cada movimiento que realizaba su maestra –o casi maestra–. En su garganta quedaron atascados los miles de insultos y groserías que quería soltarle al castaño del otro lado del teléfono, y en varias ocasiones uno que otro estuvo apunto de escaparse, pero siempre atrapaba la mirada de uno de los niños antes de ceder. La llamada llegó a su fin, exactamente, veintisiete segundos después, y se sintieron como los veintisiete segundos más largos de su corta vida. Pero, ¡hey! No todo era malo; podía tachar el "que alguien me deje" de su lista de cosas que hacer antes de morir. ¡Bien por tí, Alice!

Aún le quedaba una hora y media de clase después de aquella llamada, así que puso su mejor cara de alegría e intentó animarse con las personalidades burbujeantes de cada uno de sus niños. Y sorprendentemente tuvo resultado. Poco después se encontró sonriendo genuinamente, y esa sonrisa solo creció luego de ver el dibujo que una de sus niñas favoritas, Elizabeth, le regaló. En el se encontraba la infante con su maestra preferida al lado, es decir, Alice. Un mensaje corto y mal escrito reposaba al borde de la hoja: "Gracias por darme chocolates en cada clase. Te quiero". ¿Y para qué mentir? Claro que algunas lágrimas se habían formado en sus ojos. Y como regalo, le dió otro chocolate a escondidas a la menor que le dió a cambio otra de sus sonrisas a la que le faltaba unos cuantos dientes.

El timbre sonó, dándole así fin a la clase, y así Alice se encontró despidiéndose de cada niño a medida que iban saliendo con sus padres. No pasó mucho tiempo para que el salón quedara vacío y así ella pudiera retirarse también, cerrando con llave la puerta detrás suyo. Eran las cuatro y veintiséis de la tarde, y el ambiente empezaba a tornarse frío aún con el sol en su punto más alto. Su abrigo cumplió la función de cubrirla de tal clima, pero un sentimiento amargo la invadió al recordar de quién era ese maldito abrigo. Con molestia, sacó su teléfono del bolsillo y abrió la aplicación de mensajes.

[ John. 16:29 PM ] : Dejaré tu feo abrigo fuera de tu casa, en el jardín. Y sí un perro le hace pipí encima será culpa tuya.

Sí, tal vez era un poco infantil de su parte enviar tal texto, pero no podían culparla. Estaba en todo su derecho como mujer a la que le acaban de terminar de una manera humillante.

Su teléfono vibró unos minutos después, dándole a entender que John le había respondido, pero decidió revisarlo luego de calmarse un poco. No estaba en su mejor momento y seguramente terminaría escribiéndole más cosas de las necesarias, y aunque no sería del todo malo, Alice sabía que se arrepentiría luego. En su lugar, decidió tomarse un respiro y encaminarse a su café favorito de la ciudad. Un pequeño y acogedor negocio en el que siempre le habían recibido como en su casa, además que el café y los pastelitos eran legendarios. Ha ido en incontables ocasiones, a veces sola y a veces con compañía, y la compañía en esos pocos momentos solía ser la misma; Lucy Weasley. Su mejor amiga desde la infancia y confidente. Pensó en llamarla para que la acompañara, y tal vez para que escuchara todas sus quejas sobre el idiota de Lockhart, pero recordó que la pelirroja estaba en una cita con su hermana. 

Siempre tienen citas, ¿hoy justamente tenían que tener una también? Pensó amargamente, y luego soltó una risa baja cayendo en lo que acababa de pensar. 

Tenía amigos, claro, y cualquiera de ellos la escucharía quejarse de su exnovio, pero no tenía ganas de arruinar la tarde de nadie con eso. Ya varias veces había sido su propia compañía y había pasado un buen rato, podía volver a hacerlo. 

La vista de la pequeña cafetería le dió bienvenida y también el peculiar olor de café y a galletas recién hechas. Y al cruzar la puerta, la misma rubia amigable de siempre la saludó detrás de la caja registradora. Si mal no recordaba, le había dicho hacía unas semanas que su nombre era Jenny. Su cabello rubio estaba atado en una coleta alta como siempre y su uniforme lucía reluciente; era una linda chica, y más con esa sonrisa de oreja a oreja que le otorgaba a cada cliente. 

"¡Alice, bienvenida seas, linda! ¿Qué puedo servirte hoy?" exclamó la muchacha apenas Alice se acercó a la caja. 

"¡Jenny! Hola. Lo mismo de siempre, un café grande con leche y dos de azúcar y unas galletas con chispas de chocolate, por favor."

La sonrisa de la rubia decayó un poco ante eso, y Alice ya sabía que le iba a dar una mala noticia. Justo hoy.

"Justamente se acaba de vender la última galleta, Alice. ¡Pero! Tenemos las de vainilla, que también son de mis favoritas." 

"Oh.. No, no importa," respondió Alice, tratando de controlar el tic en el ojo derecho que le ocasionaba el estrés. ¿Algo más quería salir mal hoy? "Solo el café entonces."

Pasaron unos cinco minutos y ya tenía su café en mano, y luego de pagarle a Jenny se dió la vuelta para buscar una mesa vacía. Y, ¡sorpresa! Claro que no había una. No podía ser un mal día completamente sí todas las mesas no estaban ocupadas. ¿Había hecho algo malo? ¿Estaba acaso recibiendo el karma de algo que no cometió? Porque así parecía. Ahora estaba de pie en medio de la cafetería con su café –que estaba hirviendo, por cierto– en mano, y rogaba no parecer una completa estúpida ante las miradas ajenas. Estuvo apunto de salir de la cafetería, recordando las bancas que estaban en el parque a unas pocas cuadras del lugar, pero una voz la detuvo en seco a unos pasos de la puerta.

"¡Hey! ¡Tú, la de la camisa de gato!"

Sí, era ella. Culpa de los niños y de la escuela en donde trabajaba donde tenía que usar ropa divertida y colorida. Nunca lo odió tanto como ahora.

Con cara de pocos amigos, giró en su lugar y vió que la voz provenía de un chico de, al parecer, su edad. Tenía rulos y vestía de una forma un tanto elegante para ir a una cafetería. "¿Sí? ¿Puedo ayudarte?"

"Al contrario, quería ayudarte yo a tí. Tengo una silla libre por sí quieres sentarte."

Y con una sonrisa ladeada, el extrañamente amable desconocido la dejó tomar su decisión. Y aquí solo tenía dos opciones; sentarse en esa silla y dejar de quemarse la mano con el maldito café que parecía no querer enfriarse o negarse e irse al parque que estaba algo lejos para su gusto. Más atractiva le parecía la primera opción, pero no sería Alice Longbottom si no sobrepasara cada decisión que toma. ¿Qué le decía que el chico lindo no era un asesino que de alguna u otra manera le pondría algo en su café para desmayarla y luego la llevaría a un callejón para matarla? Había visto muchos documentales sobre asesinos en serie como para confiarse de chicos lindos que conocía en la calle. Y hablando de él, el desconocido la miraba ahora con más diversión que antes al notar el dilema en el que estaba. El muy idiota. 

"No muerdo, sí eso es lo que te preocupa."

"Uhm. Seguro," replicó simplemente, decidiéndose por tomar la silla vacía enfrente del de rulos. Dejó su café en la mesa y su bolso recostado en su silla en el piso, todo esto sin dejar de mirarlo. Una risa escapó de los labios ajenos y eso hizo que rompiera el contacto de miradas. "¿Tengo algo en la cara o qué?

"Eso mismo digo yo. ¿Qué haces mirándome tanto, chica gato?" contraatacó el aún-sin-nombre, inclinándose un poco en la mesa para dar a relucir aún más su punto. Y no sabía porqué, pero tal acción la puso nerviosa.

"No me llames así."

"¿Y cómo debería llamarte? ¿Gatita?"

Okay. Okay. Eso la hizo ponerse más nerviosa.

"Solo llámame Alice, por favor. Y nunca más en tu vida digas esa palabra," le dijo, frunciendo el ceño.

Eso solo hizo que la sonrisa del contrario creciera, evidentemente se estaba divirtiendo con como se desarrollaba la conversación. "Bien, no hay necesidad de sacar las garras, Alice. Yo soy Albus, Albus Potter específicamente."

Mmh. Le quedaba el nombre.

"Bien. ¿No eres un asesino, verdad?"

"¿Tengo pinta de uno?"

"No lo sé, dímelo tú."

El pequeño juego de palabras la hizo sonreír ahora a ella, al mismo tiempo que tomaba un sorbo de su olvidado café, que ahora sí estaba frío.

"¿Me creerás sí digo que no?"

"No."

"Entonces sí soy un asesino. Todas las tardes vengo a esta cafetería a ver quién será mi próxima víctima y hoy resultó ser la chica con una horrenda camisa de gato que no pudo obtener sus galletas con chispas de chocolate."

Puso los ojos en blanco ante la exagerada voz grave que utilizó Albus para decir esa oración.

"Primero, no es horrenda. A los niños a los que les doy clases les gusta," y ella misma se dió cuenta en cuanto terminó de decir eso que su excusa sonaba débil y miserable. Albus escondió su risa tomando de su propio café. "¡Y segundo! No menciones esas galletas de chocolate. Estoy segura de que la persona que compró las últimas no las está disfrutando tanto como yo."

"Mmh, la verdad yo las estoy disfrutando mucho."

Espera.

¿Qué?

Parpadeó repetidamente, tratando de captar las palabras del pelinegro, mientras se le quedaba mirando con ambos ojos abiertos como platos.

Y luego su mirada se desvió a la bolsa de papel a la cual no le había prestado atención cuando se sentó.

"Tú.. ¡Tú compraste las últimas!" no sabía porque sentía aquello como una traición hacia su persona, después de todo, no se conocían de nada. Pero aún así, se encontraba mirando al ladrón de galletas como sí quisiera enterrarlo ella misma.

"No es mi culpa haber llegado primero que tú, Alice. Cuando llegaste, no pude evitar escuchar lo que le pedías a la mesera y pensé '¿por qué no compartir con esta linda chica que no tiene sentido de la moda?'"

Sus mejillas enrojecieron un poco gracias al comentario.. Bueno, solo gracias a una parte de el. Sin esperar que Alice contestara, Albus giró la bolsa, ofreciéndole silenciosamente a Alice una de las galletas que había dentro. Con una extraña timidez, estiró su brazo y sacó una de ellas, y en cuanto la mordió no pudo evitar soltar un sonido de satisfacción.

"Parece que te gustan bastante, eh."

"Son la gloria estas galletas, Albus. No me culpes," dijo de forma muy poco atractiva, puesto que tenía la boca llena de galleta.

Pero a Albus no pareció molestarle, es más, se rió otra vez. Había perdido la cuenta de cuántas veces había escuchado la risa del chico. Era un sonido lindo, debía admitir, le quedaba bien. E inconscientemente, pidió que no fuera la última vez que tenía la oportunidad de escucharlo.

"Iré a buscar unas servilletas porque parece que la chica gato no saber comer," informó, a la vez que se levantaba de su silla para ir a hacer lo previamente mencionado. "¡Oh! Y espero que no te hayas terminado toda esa bolsa cuando regrese, eh. Te estoy vigilando," y con eso se alejó de la mesa, no sin antes guiñarle un ojo. Lo que causó que Alice sintiera sus mejillas aún más rojas. 

Y bueno, no tenía nada de malo sí al final de la salida le pidió su número a Albus.

Y sí luego de eso pasó hablándole toda la noche. 

Nada raro ni nada extraño ahí.