
La noche había caído hacía poco pero aún era temprano, una agradable brisa se sentía en aquel prado, la tienda de campaña convenientemente agrandada para cuando quisieran retirarse a dormir y ellos disfrutando del principio del fin de la velada.
La cena había quedado atrás, los brindis por el inminente matrimonio fueron largos y demasiado numerosos teniendo en cuenta que sólo eran cinco personas, pero estaban envueltos de amor y risas; la música no había dejado de sonar y con dos botellas de vino ya terminadas esperaban que Peter encontrara algo más entre sus provisiones.
—Yo sé que mañana tenemos que cosas importantes que hacer y Potter no quiere que tengamos resaca —se lamentó Sirius recostándose en una de las sillas—, pero estoy seguro de que ahí dentro hay al menos una botella de alcohol que no es tan difícil de encontrar.
Remus, sentado a su lado, le miró como sólo él sabía mirar. Todo en Remus eran miradas, miradas que parecían el libro de su alma abierto de par en par, un libro que jamás te cansarías de leer porque tenía tanta historia que hipnotizaba, y en ese preciso momento el afortunado en contemplarlo era Sirius, que vio en aquellas pupilas esa mezcla de cariño y diversión que ya conocías de sobra, ese gesto que te decía que te prepararas para que te llamara niño de 3 años poco inteligente de la forma más elegante posible.
—Bueno, quizás no deberíamos haber mandado a Peter a buscarla teniendo en cuenta que ya va medio borracho, a lo mejor debería haber ido en su lugar alguien con mayores dotes para encontrar las cosas que le hacen acabar metido en problemas.
—Eh, Lunático, si querías ir tú, sólo tenías que decirlo.
Con la ceja derecha alzada, Remus se giró para quedar sentado mirando cara a cara a su novio y hablarle con total seriedad.
—Recuérdame por qué sigo contigo.
Sirius ni si quiere se paró a pensar una respuesta.
—Porque si no, tu pareja para la boda sería Peter, y si bailas con él acabarás sin dedos de los pies.
Remus intentó no reírse, desviando su atención y volviendo a mirar hacia el frente, al verde iluminado por decenas de farolillos donde James y Lily se balanceaban de un lado a otro, pero su fachada de seriedad estaba destinada a derrumbarse con sólo recordar que estaba celebrando el compromiso de sus mejores amigos mientras sentía la mirada del chico que amaba sobre él, provocándole escalofríos por todo el cuerpo al saberse observado con tanto amor y deseo como jamás creyó posible que alguien le mirara.
—¿Crees que algún día... ? —preguntó de repente Sirius atrayendo de nuevo sobre él la atención de Remus—. ¿Crees que nosotros también podremos?
—¿A qué te refieres? —respondió con el ceño levemente fruncido reflejando la confusión.
Sirius se limitó a dirigir la mirada a la joven pareja que bailaba entre risas a un compás completamente distinto al que marcaba la música, y aun así parecía que estaban siguiendo una coreografía milimétricamente ensayada, pero así era todo con James y Lily, aunque fueran a contracorriente cada movimiento que hacían parecía tan natural como la vida misma, como la magia que corría por sus venas; y quizás era eso, porque si había dos personas capaces de hacer magia sólo estando juntas, esos eran James y Lily.
—Oh —suspiró Remus cuando siguió la dirección de aquellos ojos grises y entendió a lo que se referían a sus palabras, el corazón saltándose un latido ante una perspectiva que en aquel momento sólo podía ser una fantasía.
Cuando se recuperó de la primera impresión y volvió a tener la capacidad de ordenar las palabras que quería decir, elevó levemente las cejas en un signo de sorpresa y, dejando que su boca se curvara en una divertida sonrisa, se centró de nuevo en el chico a su izquierda.
—Bueno, si esto es una proposición, permíteme decirte que esperaba algo más glamuroso de parte del gran Sirius Black.
Con la sorpresa impresa en el rostro Sirius se recolocó en su asiento, poniéndose recto y mirando con cara de pocos amigos a Remus. Era sublime, si le preguntaban al hombre lobo, Sirius no tardaba más de dos segundos en pasar de la pose de chico despreocupado a la de rey al que necesitas suplicarle piedad.
—Eres idiota. —Bufó fingiendo indignación y manteniendo la postura erguida, aunque el ligero rubor en sus mejillas delataba que, a fin de cuentas, seguía siendo él, Sirius Black, el Sirius Black que sólo se sentía él mismo cuando estaba rodeado de esas personas.
Una escueta risa escapó de entre los labios de Remus antes de que se inclinara más hacia delante, cogiendo las manos de Sirius entre las propias y acercando sus caras para que bastara con un susurro para oírse, y cuando habló, bajito, dando más una sensación de intimidad que de secreto, Sirius podría haber afirmado que estaba conjurando, porque a él sus palabras le parecieron auténtica magia.
—Si algún día podemos, y si no nos hemos matado para ese entonces, prometo que me casaré contigo, Canuto.
Aunque intentó esconderla, la sonrisa de Sirius creció en su cara como las flores en primavera, y no le dejó más opción a Remus que besarla, despacio y dulce, como nunca se acostumbraría a besar a Sirius Black. Como Sirius nunca se acostumbraría a ser besado por Remus Lupin.
—Siento interrumpir, pero me apetece que mi mejor amigo me conceda un baile.
La voz de Lily les separó, pero no pudo importarles menos. No es que no quisieran seguir besándose hasta que se acabara el mundo, pero era muy complicado molestarse cuando su amiga destilaba felicidad por todas partes y se contagiaba allí donde fuera; sus ojos verdes brillaban más que las estrellas que cubrían el cielo y todos habían aprendido que no era posible resistirse a ellos, Lily Evans era como el agua que se cuela por todos tus recovecos antes de que te des cuenta y cuando lo haces, sólo sabes que ya no puedes vivir sin ella. Remus agarró su mano y se levantó dispuesto a cumplir con su petición.
—Qué suerte he tenido, amigo mío —comentó James, sentándose en la silla que instantes antes había ocupado Remus, con el brazo izquierdo apoyado en el respaldo de la que seguía ocupando Sirius—. No recuerdo haber estado nunca tan feliz, creo que deberíamos hacer un hechizo para poder quedarnos así para siempre.
Sirius, que aún seguía algo disperso por la conversación con Remus, más concretamente por la promesa hecha sobre sus labios, se esforzó por cambiar el chip y sacar su lado “como me gusta meterme contigo, James”, antes de posar la mano en su hombro y hablarle con una seriedad completamente fingida.
—¿Pero entonces no quieres que llegue el día de la boda, Potter? Porque no voy a permitir que te escapes y me dejes sin fiesta, sin contar lo mucho que he tardado en conseguir que la señorita Evans me quiera, me parecería fatal haber hecho ese esfuerzo en vano.
James se limitó a poner los ojos en blanco y darle un capirotazo en la nuca a su amigo. Si había una pregunta en toda la existencia que no necesitaba respuesta era esa, él supo que iba a casarse con Lily Evans desde el primer momento en que la vio; daba un poco de vértigo sentir que estaba tan cerca de hacerse realidad, y nunca una sensación que se solía describir como inquietante le había parecido tan placentera.
—Sí que has tenido suerte —acabó cediendo Sirius con la sonrisa ladeada hacia la derecha, el tono más calmado aunque aún con esa pizca de diversión colándose entre las palabras—, pero yo he tenido más, quiero decirte, mira como baila ese hombre lobo, y es todo para mí.
Remus y Lily se movían mucho más acompañados de lo que la otra pareja había ido anteriormente, el cuidado y cariño con el que se balanceaban parecía mágico y probablemente lo era, ese tipo de magia ancestral que sólo contiene los grandes sentimientos, como el amor entre dos amigos que se han acompañado el uno al otro durante años y que, por fin, están viendo al contrario vivir su final feliz.
—No lo digas muy alto, Canuto, que en cuanto nos descuidemos se fugan los dos y nos dejan aquí tirados. Son mucho mejor partido el uno para el otro que nosotros.
—No te pienso negar eso último —respondió Sirius como si fuera una obviedad—, pero lo siento mucho, Potter, si eso llega a pasar no tendré más remedio que convertirme en perro para siempre y buscarme otra familia, no podría aguantarte llorando todo el día. Por Lily Evans. Otra vez.
La sonrisa de Sirius era de esas sonrisas que opacaba todo, no podías hacer nada más que mirarla intentando desentrañar todo lo que escondía dentro, la felicidad, la ironía, la diversión, el cariño... La sonrisa de Sirius te llenaba de alegría aunque por su boca estuvieran saliendo las palabras más devastadoras, porque lo que salía de ella pudieron ser una sarta de mentiras o de estupideces, pero su sonrisa nunca engañaba y siempre te hacía sentir mejor.
—No te hagas el duro, si Lunático se fugase yo tendría que hechizarme para quedarme sordo si quisiera sobrevivir a tus lamentos. Estás locamente enamorado.
—No eres quién para acusar a nadie de eso.
—Claro que lo soy, Canuto —sentenció, su tono de voz no había variado, pero había solemnidad en sus palabras—, precisamente porque sé de lo que hablo.
Sirius no respondió, sólo le miró, con esa mueca de “soy James Potter y sabes que tengo razón” encajada en su rostro mientras sonreía a un Remus Lupin girando sobre sí mismo con Lily entre los brazos. Y muchas otras veces le habría contradicho en voz alta aunque ambos supieran que estaba diciendo verdades como puños, y ambos supieran que el otro sabía que lo eran, pero aquella vez se quedó callado.
Porque si, estaban locamente enamorados, y tenían que disfrutarlo todo lo que les fuera posible.
Como si les hubieran lanzado un hechizo directo a la nuca, Remus y Lily miraron en su dirección, y fue cómico ver cómo se sonrojaron a la vez al sentir las miradas sobre ellos, pero no hubo risas, solo cuatro pares de ojos comunicándose sin necesidad de palabras.
—¡He encontrado la botella! —exclamó Peter saliendo de la tienda con champagne en la mano y devolviéndoles a todos de vuelta a la realidad.
Su sonrisa estaba achispada, su cara resplandecía por haber logrado un gran objetivo, porque para Peter hacer feliz a sus amigos era como ganar la media maratón, y para los otros cuatro verle feliz era una caricia al alma. Eso era lo único que necesitaban, verse felices los unos a los otros, nada más.
—Pues si Peter la ha encontrado tras tanto esfuerzo, no vamos a hacerle el feo —se encogió de hombros Sirius levantándose de un bote.
—Si mi novio me deja por una botella de alcohol puedo irme a vivir con vosotros, ¿verdad?
Remus habló apoyándose en su amigo y sintiendo la risa rebotar en su cuerpo antes de que el otro chico le abrazase por los hombros.
Los abrazos de James siempre se sentían como estar en casa, y aunque pocas veces lo decía, Remus sabía que había encontrado un lugar seguro en ellos, tampoco había necesidad de expresarlo con palabras, porque puede que Sirius fuera capaz de leerle casi sin esfuerzo, como si fueran uno sólo, pero James había pasado años buscando todas las formas de desentrañar los misterios de su amigo, de escuchar todo aquello que no llegaba a decir.
—Por mi podrías venirte a vivir con nosotros ya mismo y dejarle tú a él, Lily estará de acuerdo.
—Después de lo que Sirius ha luchado por ganarse mi cariño, me sentiría mal dejándole abandonado —intervino la pelirroja acariciando el pelo negro de su amigo como si se tratase de un perro.
—Yo también te quiero, Evans, pero tranquila, me iría a vivir con Peter y nos lo pasaríamos estupendamente.
Peter dejó escapar una risa mientras llenaba las copas de sus amigos y se imaginaba el desastre que sería vivir en una casa con Sirius; le quería mucho, pero no tenía ni idea de cómo Remus era capaz de ello; primero pensó que esa sería la diferencia entre la amistad y el amor, pero James tampoco había terminado harto de tenerle en casa, así que el problema sería suyo, en el último tiempo había descubierto que no estaba nada mal tener su propio espacio.
—Todos sabéis que acabaríamos los cinco arrinconados en el salón de los Potter, así que… —acabó diciendo, levantando su vaso—. ¡Un brindis por los novios que siempre nos acogerán en su casa!
Los cinco rieron estruendosamente, brindaron después, y la noche continuó. Chistes y besos, bailes y abrazos; gritos de felicidad, lágrimas de alegría, champagne, whisky de fuego, y agua de lluvia que les pilló desprevenidos, pero no lograron variar su estado de ánimo.
—Acostumbráos a esto —dijo James mientras dejaba que su rostro se empapara—, porque ya os digo que en la boda va a llover.
Cuatro miradas se dirigieron a la vez hacia aquel chico, que era todo corazón y pasión, con el pelo desordenado y una sonrisa de oreja a oreja, reflejando siempre la nobleza en su más puro significado. También él los miró a ellos, a sus amigos, que eran la valentía, la fuerza y la perseverancia; y la miró a ella, el amor de su vida, que siempre había sido y siempre sería la magia en sí misma.
Unos segundos después, respondió a sus miradas interrogantes como si nada.
—Una vez escuché a un muggle decir que cuando una bruja se casa, llueve y hace sol.
Y a ninguno les importó si aquello tenía sentido, ni Lily y Remus dijeron que jamás lo habían escuchado, simplemente rieron y se dejaron sentir las gotas de lluvia en la piel un rato más.
Era una noche cualquiera, con una guerra en ciernes, con peligros y esperanzas, con destinos que no sabían a dónde iban a ir a parar; era una noche cualquiera pero aquellos cinco magos la grabaron a fuego en su memoria, porque por un instante nada más importaba.
Porque por un momento eran solo un grupo de amigos disfrutando de la vida y celebrando el amor.