
Harry estaba enamorado de Draco. Draco estaba enamorado de Harry y todo era felicidad. Los Malfoy aceptaban con orgullo la relación de su hijo, después de todo, el menor era feliz. Sin embargo, estaban en una mala época. Su romance había florecido en un mal momento.
1998, era difícil.
A vista de todo Hogwarts y el mundo mágico, aquellos dos adolescentes eran enemigos jurados. Ellos seguían peleando en los pasillos, insultándose en el patio, discutiendo en clases sobre tonterías. Fingiendo que se odiaban.
La segunda guerra mágica estaba a la vuelta de la esquina. Ellos seguían intentando ignorar en vano que Voldemort no estaba ascendiendo nuevamente.
Pronto los días se tornaron fríos y pesados, los pasillos antes llenos de estudiantes y maestros ahora se encontraban desiertos. La tensión y el miedo se sentían en el aire, pero Draco y Harry seguían fingiendo que se odiaban.
Cuando llegaba la puesta de sol, era un descanso absoluto. A partir de las cinco de la tarde estaba prohibido poner un pie fuera de las habitaciones, mucho menos en los pasillos. La cena se empacaba en frascos que se repartían al almuerzo. Ya no había prefectos recorriendo los corredores y castigando a los estudiantes que estuvieran fuera de sus camas, porque ya nadie se atrevía a poner un pie fuera luego del toque de queda. No eran estúpidos, sabían que las cosas estaban mal y lo mejor, era no tentar a la suerte. Lamentablemente, Harry Potter no era alguien que se apegara a las reglas, por algo era un Gryffindor.
Todos los días, a las seis de la tarde, Harry iba a buscar a Draco bajo la capa de invisibilidad, sabiendo que su chico lo esperaba en la sala común de Slytherin. Iban a la torre de astronomía pasaban la noche allí. A veces miraban la puesta de sol, a veces se abrazaban hasta quedarse dormidos. O a veces, simplemente Draco recostaba su cabeza en el hombro de Harry mientras este acariciaba su mano y se quedaban allí durante horas.
En una de aquellas tardes, para ser mas específicos, la tarde del primero de mayo, la pareja estrella se encontraba mirando el amanecer, los primeros rayos de luz ingresando por la torre. Luego de horas de silencio, Draco finalmente habló.
—¿Y si nos escapamos?
—¿Escaparnos, dices? —repitió Harry riendo.
—Si. Huir. Lejos de acá, al mundo muggle. A un lugar donde nadie nos conozca. Donde podamos ser felices sin necesidad de escondernos. Donde no tengamos que fingir que nos odiamos para estar cerca el uno del otro.
Harry besó la mano de su pareja.
—No suena demasiado descabellada la idea. ¿Dónde te gustaría ir?
—¿Italia? ¿Francia?
—¿Has pensado en salir de Europa? No sé, ¿Estados Unidos?
Draco rio.
—¿Texas, Orlando? —preguntó bromeando el rubio.
—Iría a cualquier lugar si es contigo —susurró Harry en su cuello, cualquier rastro de broma había quedado en el olvido con aquella confesión.
—¿Si? ¿Te atreverías a vivir lejos de todo y de todos? Imagínanos, con una casa en medio de la nada, rodeados de montañas y bosques, con una pequeña huerta...
—Con una granja donde tengamos nuestros propios animales.
—Donde podamos dar largos viajes a caballo mientras vemos el atardecer —musitó Draco en respuesta. Sus ojos se llenaron de lágrimas, algo le decía que no lo iban a lograr. No era de dejarse llevar por los sentimientos, pero en el fondo, tenía la certeza de que algo malo iba a ocurrir.
Harry lo acunó entre sus brazos, compartiendo ese sentimiento. El también sentía que algo malo iba a pasar, algo grande que no podría evitar. Eso le asustaba, para que negarlo, a los dos.
Cuando se dieron cuenta, se encontraban en el patio de la escuela destruido. Dumbledore había sido asesinado hace un par de horas y ahora ellos estaban allí, temerosos de lo que fuera a ocurrir.
—Oh, Harry Potter. Eres tan ingenuo de pensar que te mataré —una carcajada brotó de sus labios, misma que le erizó los vellos a todo aquel que estuviera presente—. No voy a ganar nada asesinándote, lo logré una vez y mira —siseó cerca de su oído— acá estas, vivo. ¿Qué cambiara si lo hago hoy? ¿Qué tus padres no están?
—¿Qué es lo que quieres entonces? —preguntó, intentando no demostrar su miedo.
—¿Tantos años y todavía no lo has entendido? —volvió a reír y giró la varita en su mano, alertando a todos, sin embargo, no lanzó ningún hechizo—. Quiero... arrebatarte hasta tu último gramo de felicidad. Tus padres, Sirius, Lupin... ¿Quién más me falta? —se llevó uno de sus dedos hasta su barbilla y fingió pensar—, cierto —aquel tono de total alegría y diversión quedó atrás para ser reemplazado por uno frío y serio— él.
Y entonces, en un acto de tan solo dos segundos, Voldemort giró su varita, sonrió y susurró un Avada Kedravra hacia su víctima, Draco Malfoy. El desgarrador grito de Narcissa inundó el patio, su marido la acunó entre sus brazos mientras rompía en llanto. Otro grito resonó en el lugar, este hizo que el piso llegara a temblar, asustando incluso a Voldemort, el cual detuvo su incesante risa, para mirar al dueño de aquel estridente sonido, Harry Potter; quién con furia asesina miraba la escena.
Cuando sus ojos se toparon con los del Innombrable, este supo que había firmado su sentencia de muerte. Había desatado a la bestia que Potter llevaba dentro. Por primera vez, el gran Lord Voldemort sintió el verdadero terror.
Harry guardaba una tranquilidad que hacía sentir a todos los presentes que algo iba a pasar. Era una tensa calma.
El que alguna vez fue el mago más poderoso de todo el mundo mágico, entendió que nadie escapa de su destino. Voldemort sabía muy bien que algo acababa de desatar y por algún motivo tenía el presentimiento, de que las cosas no saldrían como el esperaba, aun así, él era Lord Voldemort, no iba a temblar ante El Niño Que Vivió. Antes de poder levantar su varita y dar otro monologo, observó por última vez los ojos de su mayor enemigo. Todos escucharon el quiebre de un hueso, posteriormente vieron como el cuerpo del Innombrable se desvanecía sin llegar a tocar el suelo en una nube de cenizas, dejando a todos con la boca abierta.
Para cuando se dieron cuenta, ni Harry ni el cadáver de Draco, estaban por ningún lugar.
—Vean —empezó Zacharias, acercándose hasta donde se supone que debería estar el cuerpo de Voldemort—, solo necesitaban matarle al novio para acabar con el Innombrable. —La penetrante mirada de Pansy se posó sobre él, causándole un escalofrío. Para antes de poder notarlo, la chica estaba caminando hacia el con los ojos llorosos. Lo tomó de la túnica, alzó el puño y aterrizó sobre su nariz, rompiéndola instantáneamente.
—Púdrete.
Existe un rumor entre las brujas y los magos, que el Gran Elegido, venció la muerte. Le arrancó de los brazos a su amado, para vivir en un mundo de ensueño, que el creó para los dos, porque no por nada, él era el Elegido.
Eso era lo que se contaba, ¿verdad?
—¡Dragón, la mesa está lista!
El rubio rio antes de bajar del caballo con ayuda de su novio.
—¿Comemos afuera? Quiero ver el atardecer.
¿Cómo negarle algo a aquellos ojos que lo miraban con tanto amor?
—Claro.
Entre los dos pasaron la comida y la bebida a una de las mesas en el patio rodeado de flores. Draco observó con aprecio todo lo que había a su alrededor. Tenían una hermosa cabaña alejados de toda civilización. Estaban rodeados de vegetación, cultivaban su propia comida y vivían tranquilos.
Eran ellos dos, con sus animales y su huerto, sin que nadie los molestara. No habían magos locos queriendo acabar con ellos. Nada. En aquel lugar se respiraba calma. Lo que Draco y Harry siempre habían querido.
Era el paraíso.
—¿Era esto con lo que soñabas? —preguntó Harry, abrazando la cintura de su amor.
—Si... pero extraño a mamá y a papá.
—Un día de estos podríamos volver —susurró Potter, dejando suaves besos en el cuello de Draco.
—¿Y si vamos cada cierto tiempo al mundo mágico? ¿Qué te parece?
Harry fingió pensarlo por unos segundos.
—De acuerdo. Ahora, a comer. La comida se va a enfriar.
Draco rio antes de besar los labios de su novio.
Por cada siglo en el mundo de los magos, se han esparcido rumores de que han visto a Harry Potter en compañía de un rubio muchacho muy parecido a quién alguna vez, fue su gran amor. Muchos aseguraban que se trataba del mismismo Draco Malfoy.
Pero ¿Qué importaba?
Nada.