Recuérdame

Kim Possible (Cartoon)
F/F
G
Recuérdame
Summary
La historia sigue el viaje de una heroína amnésica y su dedicada novia exvillana reformada. Después de una batalla cataclísmica que deja a la heroína sin recuerdos, ella se encuentra vulnerable y ajena a los peligros ocultos que acechan en las sombras. Su novia exvillana reformada, ahora su protectora más feroz, debe navegar el camino traicionero de proteger a su amor del peligro mientras lucha por ayudarla a recuperar los fragmentos de su pasado compartido.A medida que la heroína lucha por reconstruir sus recuerdos perdidos, el vínculo entre las dos mujeres se pone a prueba. Enfrentan viejos adversarios, descubren verdades ocultas y redescubren la profundidad de su amor.
Note
¡Hola!Siempre he sido fan de Kim Possible, y Shego fue mi primer crush. A lo largo de los últimos años, he disfrutado leyendo innumerables historias de fanfiction de Kim/Shego, y decidí que es hora de contribuir con mi propio relato. Aunque no soy un escritor profesional, pongo todo mi corazón en mi trabajo.Esta historia es un trabajo en progreso; todavía estoy escribiendo los capítulos finales y haciendo ediciones, pero no podía esperar para compartirla con todos ustedes. Me encantaría leer sus opiniones sobre esta introducción y saber si estarían interesados en leer más.(Hay una versión en inglés de esta historia también)
All Chapters

Entre Espinas y Palabras

A mitad de camino, la determinación de Shego comenzó a desvanecerse. Su mente se llenó de excusas, cada una más razonable que la anterior, sobre por qué era una pésima idea presentarse sin previo aviso. Para cuando estuvo frente a la casa de los Possible, estaba completamente convencida de que su impulso había sido un error. Sin pensarlo dos veces, giró la motocicleta y emprendió el camino de regreso.

O al menos, eso creyó.

Dividida entre dos impulsos —regresar e intentar ver a Kim, o aceptar que ella no quería saber nada de ella y resignarse a vivir sola, atrapada en su miseria dentro de su apartamento— no se dio cuenta de que no estaba conduciendo de regreso a casa. Manejaba sin rumbo, perdida en una maraña de pensamientos contradictorios.

Frustrada y desorientada, detuvo la motocicleta y miró a su alrededor para ubicarse. Estaba cerca del centro de la ciudad. Con un suspiro resignado, decidió adentrarse entre las calles y distraerse mirando los escaparates de las tiendas.

No había caminado ni diez minutos cuando se topó con una floristería-vivero cuya vitrina exhibía una colección de cactus. Se detuvo en seco, cautivada por la imagen. Sin darse cuenta, se quedó observándolos en silencio, sumida en una corriente de recuerdos que inundaron sus sentidos. Una sonrisa melancólica asomó en sus labios.

Shego nunca había sido aficionada a las flores ni a las plantas. En realidad, Kim tampoco lo era, aunque apreciaba un ramo ocasional en contextos románticos, lo que había llevado a Shego a regalarle flores en fechas especiales. Sin embargo, los cactus se convirtieron con el tiempo en sus plantas favoritas. Y durante un periodo, también lo fueron para Kim.

Todo comenzó cuando Kim, en un arranque de ternura inesperada, la comparó con un cactus. Le dijo que le recordaba a ella no solo por el color verde, sino por las espinas: defensas visibles, diseñadas para proteger un interior vulnerable. Al principio, Shego se molestó con la analogía, pero con el tiempo —a medida que Kim atravesaba una a una sus barreras— la imagen comenzó a resonar. Hasta que un día, Kim le regaló un pequeño cactus (uno que aún conservaba), y le dijo con una mirada intensa:

—¿Sabes por qué más me recuerdas a un cactus? Porque son fuertes. Sobreviven en temperaturas extremas y pueden pasar largos períodos sin agua. Y tú... tú eres fuerte, valiente. Has superado cosas que nadie debería vivir. Eres admirable, Shego. Estas son solo algunas de las razones por las que te amo.

Aquella fue la primera vez que Kim le confesó su amor. Uno de los días más felices de su vida. Desde entonces, el cactus se convirtió en un símbolo silencioso pero poderoso del amor que Kim le había tenido.

—Hija, ¿hay alguna flor que te interese? —interrumpió una voz anciana desde el umbral de la tienda—. Llevas un rato mirando mi vitrina.

—Oh, lo siento... solo estaba... —Shego dejó la frase inconclusa mientras se apresuraba a limpiar las lágrimas que no se había percatado de haber derramado—. En realidad, sí. Quiero llevarme ese cactus de allí —dijo, señalando con un leve temblor en la voz el ejemplar que había detonado el torrente de recuerdos.

Con el cactus en mano, regresó a su motocicleta. Asegurándose de que podía transportarlo sin dañarlo, encendió el motor y emprendió de nuevo el camino hacia la casa de los Possible. Esta vez, con una determinación firme: intentaría hablar con Kim.

Para su sorpresa, fue Kim quien abrió la puerta.

No dijeron nada al principio. Como de costumbre, los ojos de Kim la examinaron con una mezcla de recelo y algo muy cercano al odio. Pero por primera vez en mucho tiempo, eso no le importó a Shego. Al contrario, su corazón dio un vuelco al verla tan cerca, y un nerviosismo cálido se apoderó de ella.

Kim, al notar que Shego no decía nada y simplemente la observaba con las manos detrás de la espalda, dejó escapar un suspiro cargado de frustración. Sin mediar palabra, comenzó a cerrar la puerta.

—Espera —dijo Shego al fin, apresurándose a colocar el pie entre la puerta y el marco antes de que se cerrara por completo.

—¿Qué quieres? —replicó Kim con frialdad—. Mis padres no están, los gemelos tampoco. No tienes nada que hacer aquí.

—Vine a verte a ti.

—Pues yo no quiero verte.

—Lo sé... —admitió Shego, su voz apenas un susurro—. Pero quería darte esto.

Sacó de detrás de su espalda la pequeña maceta que llevaba consigo. Un cactus, sencillo pero vibrante, que parecía contener en su forma compacta todo el peso de sus recuerdos.

—¿Un cactus?

—Sí. Sé que te gustan...

La frase quedó suspendida entre ambas, cargada de una inseguridad que Shego apenas lograba disimular. En realidad, no sabía si Kim aún sentía algo por los cactus. Durante la época que su mente aún recordaba, aquellas plantas no habían significado nada especial. Su valor había llegado después... cuando estaban juntas. Cuando Kim la había ayudado a entender que incluso algo cubierto de espinas podía albergar ternura en su interior.

—¿Cómo sabes que los cactus son mis favoritos? —preguntó Kim sin pensar, más por reflejo que por verdadera curiosidad.

Pero aquella pregunta, casi casual, encendió en Shego una chispa inesperada. Un atisbo de esperanza. ¿Acaso quedaban fragmentos de su Kimmie aún latentes en su memoria?

—Si quieres, puedo contarte cómo lo sé... —ofreció con suavidad—. Solo necesito que me dejes entrar.

—No. No quiero hablar contigo.

Kim volvió a intentar cerrar la puerta, pero Shego seguía firme, bloqueando el paso.

—Está bien —cedió al fin—. Pero al menos toma el cactus.

—No quiero tu cactus.

—De acuerdo... lo dejaré aquí, por si cambias de opinión.

Shego dio un paso atrás y colocó con delicadeza la maceta frente a la puerta. Kim no respondió, pero tampoco cerró de inmediato.

—Buenas noches, princesa —murmuró Shego, esbozando una sonrisa melancólica.

Fue entonces cuando Kim, sin decir una palabra más, cerró la puerta de un portazo.

Shego no pudo evitar sonreír. Aquella obstinación que tanto la desesperaba también era parte de lo que más amaba de ella. Incluso en su rechazo, Kim era ferozmente auténtica.

Esa noche, Shego regresó a su apartamento envuelta en la oscuridad y el silencio. Pero en su interior, algo se había encendido de nuevo. Una resolución serena, firme, de seguir intentándolo. De ganarse su lugar, una vez más, en el corazón de Kim.

-

Han pasado tres semanas desde que Shego le entregó el cactus a Kim. Al final, sí lo recibió; Ann se lo confirmó al día siguiente, cuando Shego pasó a visitar. Aquel día no fue bien recibida. Tampoco lo fue al siguiente. Aun así, siguió intentando hablar con Kim cada día de esa semana, sin éxito.

La semana siguiente, redujo sus visitas: solo insistió tres veces. En la primera de ellas llevó otra ofrenda de paz—un Pandaroo de edición limitada que sabía con certeza que Kim aún no tenía. Se armó de valor y fue hasta su habitación para entregárselo en persona. Por un par de segundos, vio un destello de felicidad en el rostro de Kim—una reacción espontánea que esta se apresuró a esconder tras una máscara de sospecha e irritación. No aceptó el peluche y le cerró la trampilla de la buhardilla en la nariz. Más tarde, cuando Shego regresó, Ann le confirmó que Kim sí lo había guardado. Aquella simple revelación dibujó una sonrisa en los labios de la exvillana y reavivó su determinación de seguir intentando.

La semana siguiente, aunque entusiasmada por continuar acercándose, solo pudo visitar a Kim una vez: creía haber encontrado una pista importante en la grabación del día del accidente y estaba inmersa en los preparativos para seguirla. Su único intento de contacto fue durante el fin de semana, en la noche.

Sin anunciar su llegada a la casa Possible, se dirigió directamente hacia la ventana de Kim, como tantas veces en el pasado. Llevaba su guitarra colgando a la espalda—el mismo instrumento que había utilizado en el hospital para componerle una canción. Ya instalada en el árbol frente a la habitación, comenzó a tocar suavemente y a cantar la nueva melodía que había compuesto, esperando que la música dijera lo que sus palabras ya no podían.

Vio el momento exacto en que Kim la reconoció y avanzó hacia la ventana, visiblemente molesta. La abrió de golpe y le gritó que se marchara. Luego, en un impulso, le lanzó lo primero que tenía a mano—el mouse de su computadora—y repitió con dureza que no quería volver a verla. Cerró la ventana con tanta fuerza que Shego temió que el vidrio se quebrara.

Aquella escena le había apagado el ánimo como un balde de agua helada. Ya era jueves, y desde entonces no se había vuelto a asomar a la residencia Possible.

—¿Será que simplemente debería dejarla en paz? —murmuró, dirigiéndose al cactus que regaba con cuidado en ese momento—. No quiero darme por vencida... pero tal vez lo correcto sea darle espacio.

Estaba debatiéndose aún en esa encrucijada emocional cuando el sonido del celular la sacó de su cavilación. Un mensaje apareció en la pantalla.

"Tu encargo está listo."

 

"Llego por él en media hora."

Tal vez esa era la respuesta que buscaba. Todo estaba preparado para seguir la pista que había encontrado, y eso implicaba salir de Middleton por un tiempo.

Suspiró, contrariada ante la idea de alejarse de Kim justo ahora, pero al mismo tiempo aliviada. Aquello la acercaba, aunque fuera un poco, a descubrir quién estaba detrás de todo esto... y a garantizar, de una vez por todas, la seguridad de la mujer que amaba.

Terminó de poner en orden su apartamento, revisó sus cosas con meticulosidad, y luego se dirigió rumbo a la casa de Wade.

—Sheryl, pasa adelante. Wade te espera en su habitación.
—Gracias, señora Load.

Esta era apenas la segunda vez que Shego visitaba la casa de Wade, y ambas habían sido únicamente por necesidad, no por elección.

—Treinta minutos exactos, impresionante —fue lo primero que dijo el joven genio al abrir la puerta.
—No veo qué tiene de impresionante —replicó Shego con desdén—. Dame mi aparato.
—Bueno, directo al grano entonces —respondió Wade, encogiéndose de hombros antes de girarse hacia su escritorio y tomar el dispositivo que había preparado para ella—. ¿Cómo están las cosas con Kim? —preguntó al volverse y extenderle el artefacto.
—Bien.
—Ajá... así de mal, entonces.
—¿De qué hablas? Ella está bien.
—Tú sabes que no me refería a su estado físico.
—No tengo idea de qué otra cosa podrías estar hablando —zanjó Shego con frialdad, dejando claro que la conversación, al menos para ella, había terminado.

A Wade no le sorprendió. Shego era una persona completamente distinta cuando estaba con Kim o con los Possible, pero frente a los demás, sus muros seguían firmemente en pie.

—El Kimmunicador está programado tal como lo pediste —explicó Wade, adoptando un tono más técnico—. Tiene todas las funciones del original, más un par de mejoras adaptadas a ti. Por ejemplo, no tendrás que tener cuidado con el calor: está diseñado para resistir tu plasma sin problema. También puede autodestruirse con una simple señal activada por tu brillo. La comunicación está asegurada: solo puede conectarse conmigo, únicamente cuando tú lo decidas, y no es rastreable... ni siquiera por mí. Además, puede camuflarse completamente con tu traje.
—¿El nuevo traje?
—Sí.
—Muéstramelo.

El joven, que ahora era notablemente más alto y delgado, se dirigió a su armario. Tras ingresar un código, se abrió un compartimento oculto del que extrajo un traje completamente negro, con detalles en cuello y puños del característico verde eléctrico de Shego.

—Este también está diseñado para interactuar sin problemas con tu plasma. Absorbe la energía de los impactos y te permite redirigirla a tus movimientos. Además, posee una capa regenerativa que puede resistir ciertos cortes menores y autorrepararse. Aunque esa función es limitada.
—Excelente, todo suena bien. Pero lo que más me importa es lo de Kim. Con el traje y el comunicador... ¿puedo hacerme pasar por ella? Una vez activado, ¿confundirá cualquier señal que la esté rastreando?
—Correcto. Una vez lo actives, el sistema que instalé, junto al que configuraron los gemelos, generará una señal que engañará a cualquier rastreador. Todos los datos apuntarán a ti.
—Perfecto. Eso es todo —dijo Shego, poniéndose de pie con su nuevo traje y el comunicador en mano.
—¿Cuándo partes? ¿Cuál es tu primer destino?
—Clasificado.
—Vamos, Shego. Puedes confiar en mí, podría ayudarte.
—No.
—Auch...
—No es por eso. Es porque, mientras menos personas estén involucradas, más segura estará Kim... y todos los demás.
—Shego, no hay nadie más involucrado. Solo tú.
—Exacto.

Wade soltó un suspiro resignado.

—Está bien. Hazlo a tu manera. Pero, por favor, pide ayuda si la necesitas.
—Adiós, Wade. Gracias por esto.

Sin decir nada más, Shego salió de la habitación y luego de la casa. Poco después, regresó a su apartamento, lista para lo que vendría.

Apenas llegó, comenzó a empacar lo esencial en una mochila. No sabía con certeza cuánto tiempo estaría fuera, pero calculaba que sería al menos un mes. Aun así, solo llevaría lo imprescindible para una misión; todo lo demás lo compraría —y descartaría— sobre la marcha. Terminar de empacar le tomó menos tiempo del que esperaba. Ya estaba lista para partir. Podía irse en ese mismo instante si lo deseaba... pero no quería. Sabía que Kim no la extrañaría, pero ella sin duda echaría de menos estar cerca. Sobre todo, irse sin haber podido arreglar las cosas con Kim le dejaba un nudo persistente en el pecho.

Tomó la mochila, y luego su cactus. Caminó hacia la puerta, se detuvo frente a ella, y la contempló durante varios minutos como si en su superficie pudiera encontrar todas las respuestas del universo. Finalmente, dejando caer los hombros con resignación, depositó el cactus sobre la mesita junto a la entrada y dejó la mochila en el suelo. Luego se dirigió al piano, se sentó y comenzó a tocar. No había propósito en las melodías más que el de apaciguar su mente, pero inevitablemente sus pensamientos terminaron, como siempre, en Kim.

Había hecho todo lo posible para asegurarse de que estuviera protegida incluso sin su presencia. Desde que la heroína despertó del coma, Shego había intentado acercarse a ella una y otra vez. Sabía que había dado lo mejor de sí... y, sin embargo, no podía evitar la ansiedad, esa inquietud que la devoraba por dentro. ¿Estaría olvidando algo? ¿Podría hacer más? No lo sabía.

Poco a poco, las notas sin rumbo fueron tomando forma. Las melodías improvisadas se transformaron en piezas conocidas, familiares. Sin darse cuenta, había comenzado a tocar todas las canciones que alguna vez compuso para Kim. Siguió tocando una tras otra, y con cada acorde, una memoria distinta inundaba su mente: risas, caricias, silencios compartidos. Todo aquello que ahora parecía tan lejano.

De pronto, se detuvo en seco. Una idea surgió con tal fuerza que la impulsó a levantarse de un salto, haciendo caer el banquillo del piano sin darse cuenta. Salió directo a su estudio. Tomó lápiz y papel y, con la determinación de quien se aferra a una última esperanza, comenzó a escribir.

Pasó toda la noche y la mañana trabajando sin descanso. Cuando finalmente concluyó, se sentía más serena. Se encaminó a la puerta, tomó su mochila y su cactus, y esta vez salió sin mirar atrás. Subió al aerodeslizador camuflado en la azotea de su edificio y se dirigió a la residencia de los Possible.

El sol del mediodía brillaba con intensidad, pero a Shego no le molestaba; por el contrario, disfrutaba del calor sobre su piel pálida, un pequeño consuelo antes de enfrentar lo que seguramente sería otra despedida. Al llegar, dejó el aerodeslizador en el patio trasero y trepó hasta la ventana de Kim. Sabía que, a esa hora, nadie más estaría en casa. Y también sabía que Kim rara vez salía de su habitación desde su regreso del hospital. No podía verla debido al reflejo del sol, pero tenía la certeza de que Kim la veía a ella.

Tocó. Una, dos, tres veces.

Finalmente, Kim abrió la ventana con evidente molestia, el ceño fruncido y los labios tensos en una línea de impaciencia. —¿Cuándo vas a entender que no quiero verte?

—Tal vez pronto —respondió Shego con voz baja, pero firme, como si cada palabra fuera una piedra que debía empujar cuesta arriba.

La respuesta desconcertó a Kim. Parpadeó un par de veces, atrapada entre la ira y la incredulidad. —¿Otro cactus? ¿En serio?

—Este no es para ti.

—Ah, ¿ahora andas regalando cactus por ahí? —El sarcasmo goteaba en cada sílaba.

—No te pongas celosa, pastelito. Tú eres la única a quien le regalo cactus —replicó Shego con una media sonrisa, intentando ocultar la fragilidad que se escondía detrás del apodo.

—¿¡Celosa!? ¡¿Qué?! ¡Yo no...! ¡Arg! —Kim apretó los puños, el rostro encendido por una emoción que no quería nombrar.

—Tranquila, princesa. Solo quería hablar contigo.

—Pues, por milésima vez, te digo que no quiero hablar contigo.

—Por favor —suplicó Shego, y su voz ya no era la de la villana segura de sí misma, sino la de una mujer al borde de romperse—. Dame la oportunidad de contarte mi versión. De explicarte por qué insisto tanto. Solo escúchame. Y si después de hacerlo aún quieres que me aleje, te prometo que lo haré.

—Shego, no quiero escucharte. No vale la pena. No voy a creer nada de lo que digas. No quiero hacerlo. No me importa.

Shego bajó la mirada un instante, tragándose el dolor como si fuera vidrio molido. Luego levantó la vista con una sonrisa apagada. —Temía que dijeras eso —murmuró, y con movimientos pausados, retiró la mochila de su hombro. De su interior sacó un pequeño fajo de cartas, atadas con un lazo modesto—. Si no quieres escucharme, lo entiendo. Pero por favor, acepta esto. En estas cartas está todo lo que deseo que sepas. Léelas a tu ritmo. No volveré a buscarte, Kim. No durante mucho tiempo. Quizá... quizá nunca. Solo regresaré si tú me buscas primero. Por favor, léelas. Es lo único que te pido.

Extendió el manojo de cartas hacia ella. Kim no dijo nada. Solo las observó. El aire entre ambas parecía haberse congelado.

Shego no insistió. Solo aguardó, con la paciencia tensa de quien espera su juicio final.

La expresión de Kim fluctuaba entre la sorpresa, la desconfianza y un atisbo de curiosidad que luchaba por no asomar. Shego pudo verlo: el conflicto interno, las emociones contenidas que se arremolinaban tras esos ojos verdes.

Kim alzó lentamente la mirada. Por primera vez desde que había despertado, la observó de verdad. Y al hacerlo, algo en su rostro cambió. Como si buscara, casi con desesperación, una mentira que le diera permiso de seguir odiándola. Pero no encontró más que vulnerabilidad. Sinceridad. Y un amor intacto, tan evidente que resultaba doloroso.

Sin decir una palabra, Kim tomó las cartas. Su mirada bajó brevemente a los labios de Shego, pálidos, desprovistos de su habitual labial negro, temblorosos por contener lo que no se atrevía a decir.

Los contempló por más segundos de los que habría querido admitir. Y cuando esa sonrisa melancólica se curvó apenas hacia un costado, recordándole la sonrisa ladeada que conocía tan bien, el corazón le dio un vuelco involuntario. Sintió el calor ascender por su cuello hasta instalarse en sus mejillas.

Avergonzada, alzó la vista, encontrándose con esos ojos verdes que la miraban con una ternura abrasadora. Una ternura que la desarmaba y la envolvía, que la obligaba a ver más allá del resentimiento.

Shego, atrapada en esa mirada, extendió una mano con lentitud reverente. Rozó apenas con la yema de los dedos la mejilla sonrojada de Kim. Fue un contacto etéreo, tan leve que bien pudo haber sido un recuerdo.

Kim se sobresaltó. Retrocedió un paso.

No fue por rechazo. Aunque jamás lo admitiría, esa caricia la había descolocado. La piel desnuda de Shego, sin guantes, le resultaba extraña... y al mismo tiempo, extrañamente familiar. Como una canción olvidada que de pronto vuelve a la mente.

Ese gesto fue suficiente para romper el hechizo.

Shego entendió. No podía quedarse más. Vio cómo la confusión en los ojos de Kim se apagaba, sustituida una vez más por esa coraza de enojo tras la cual ahora se refugiaba.

—Ya tomé tus cartas. Ahora, por favor, vete.

Shego asintió. Sus labios temblaron antes de pronunciar algo más. —Sí... Kim...

Quiso decir "te amo". Pero las palabras se atragantaron, pesadas, peligrosas. No podía arriesgarse a romper lo poco que había logrado.

—Adiós, Kim —susurró, con una voz cargada de todo lo que no se atrevía a decir.

Y entonces, se dejó caer desde la ventana, protegiendo con los brazos el cactus que aún llevaba consigo. Ni siquiera pensó en protegerse a sí misma. Como siempre, era más fácil cuidar algo que representara a Kim... que intentar salvarse de lo que ella misma sentía.

Entró brevemente por la puerta trasera, se dirigió a la cocina, tomó una notita y escribió:

Por favor, cuídalo.
No sé cuándo regresaré.

—S.G.

Pegó el post-it a la maceta y salió hacia su aerodeslizador, una vez más con el corazón hecho pedazos y los ojos cubiertos de lágrimas.

 

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