
Un muro entre nosotras
Al llegar a Middleton, Shego se dirigió de inmediato a la casa de los Possible. Quería ver a Kim, aun sabiendo que esta no querría verla a ella. Estacionó el aerodeslizador en el patio trasero de la residencia y activó su capa de invisibilidad. Luego avanzó con paso lento hacia el frente de la casa. Desde allí, pudo escuchar el bullicio doméstico: la familia preparándose para la cena. Instintivamente, su ritmo se hizo más pausado hasta que sus pies se detuvieron por completo, justo antes de doblar la esquina hacia la puerta principal.
Fue en ese momento que sintió su corazón latir más rápido de lo normal, la respiración volverse un poco errática, y sus manos humedecerse con un sudor frío.
La frustración la golpeó de inmediato. ¿En qué momento había empezado a comportarse como una colegiala nerviosa a punto de enfrentar a su primer amor? Pero entonces, con una ironía que dolía, tuvo que admitirlo: enamorada lo estaba. Lo había estado por mucho tiempo. Y, sin embargo, no era la primera vez que llegaba hasta esta casa en busca de Kim.
El recuerdo de su primer encuentro con los Possible tras hacer pública su relación cruzó su mente sin permiso. Recordó la forma en que Kim le había abierto la puerta aquel día y la había recibido con esa sonrisa capaz de iluminar su mundo entero. Sintió un anhelo punzante en el pecho, deseando que, por algún milagro, la historia se repitiera. Pero no era ilusa. Sabía que esta vez la recibiría con todo menos con una sonrisa.
Sacudió la cabeza, tratando de disipar el peso de los pensamientos que la invadían. Respiró hondo y pasó las manos por sus pantalones en un intento inútil de secarlas. Luego, con un suspiro, deslizó una mano por su rostro y se giró, dispuesta a volver al aerodeslizador. Quizá sería mejor intentarlo otro día.
—Sheryl.
La voz del doctor Possible la hizo detenerse en seco.
—Papá —respondió al darse la vuelta, esbozando una sonrisa.
—¿No vas a pasar? Llevas un buen rato aquí parada. Al menos ven a saludar.
—Lo siento, papá… Pensé que tal vez no era una buena idea después de todo. Pero, ¿cómo supiste que estaba aquí?
—Los gemelos te vieron por las cámaras.
—Ah… ya están instaladas. Supongo que estaba demasiado distraída para notarlo —murmuró, rascándose la nuca con cierta vergüenza.
James se encogió de hombros con una media sonrisa.
—Parecías estar debatiendo algo. ¿Quieres hablarlo?
—No es nada importante, no te preocupes.
—Es sobre Kim, ¿verdad?
Shego exhaló un suspiro y dejó caer los hombros, como si una parte de su fuerza la hubiera abandonado.
—Sí.
—Vamos, camina conmigo un rato —la invitó James con una sonrisa afable.
—Pero están por cenar. No quiero interrumpir.
—No pasa nada. Podemos comer después. Ahora quiero hablar contigo.
Shego dudó un instante, pero terminó asintiendo y se acercó al doctor para caminar a su lado por las calles del vecindario.
—Sheryl, todo esto que está pasando con Kim es difícil para todos… pero sé que, para ti, lo es aún más. Solo quiero que sepas que Ann y yo estamos aquí para ti. Puedes acudir a nosotros para lo que necesites.
Shego bajó la mirada, casi avergonzada por lo mucho que aquellas palabras la reconfortaban.
—Gracias, papá… Supongo que todavía no me acostumbro a tener padres otra vez.
James sonrió con ternura.
—Lo entiendo. Pero Ann y yo no insistimos en que nos llames así solo por el nombre. Queremos serlo de verdad. Si en algún momento necesitas ayuda, o simplemente hablar… estamos aquí. Aunque… —se rió con cierta torpeza— tal vez Ann sería mejor en esto que yo.
Shego soltó una risa genuina.
—Es bueno saber que no soy la única nerviosa aquí.
Siguieron caminando en silencio por un rato. La luz del sol se desvanecía tras el horizonte, y los faroles comenzaban a iluminar las calles con un resplandor cálido. No era un silencio incómodo. Al contrario, Shego se sorprendió de lo bien que se sentía. Hacía años que no experimentaba la sensación de tener a alguien que se preocupara por ella como un padre. Miró de reojo al hombre a su lado, con las manos en los bolsillos, y no pudo evitar sonreír. Quién lo hubiera dicho… ella, Shego, la que alguna vez había sido la archienemiga de su hija, caminando junto a James Possible en una conversación casi paternal.
Recordó lo complicado que había sido al principio. Cuando Kim les reveló su relación, Ann y James se mostraron comprensiblemente recelosos. Shego jamás los culpó por ello. Ann, aunque siempre amable, la vigilaba con una sutileza cortante, asegurándose de que entendiera que si le hacía daño a su hija, habría consecuencias. James, en cambio, jamás intentó ocultar su escepticismo.
Aquel día, tras superar el impacto inicial de la noticia, el doctor Possible la llevó a su estudio. No perdió tiempo en interrogarla sobre sus intenciones con "su Kimmie-cub", y luego le dedicó un discurso protector que incluía advertencias sobre cohetes espaciales y agujeros negros en caso de que se atreviera a lastimar a su niña. Desde entonces, cada vez que Shego visitaba la casa, James se encargaba de recordarle aquella conversación.
Pero con el tiempo, todo cambió. Conforme su relación con Kim se fortalecía, la vigilancia comenzó a ceder. Luego, un día, sin que Shego supiera exactamente cómo, los Possible descubrieron lo que había pasado con su familia cuando era niña. Aquello fue un punto de inflexión. Ann fue la primera en acercarse, y tras algunas conversaciones profundas, le ofreció abiertamente ocupar un espacio materno en su vida. James, seguramente influenciado por su esposa, terminó siguiéndole los pasos.
Al principio fue extraño, pero poco a poco Shego comenzó a bajar la guardia. Se encontró confiando en ellos de una forma que no había creído posible. Compartió partes de su historia que nunca antes había contado. Y cuando ocurrió el accidente de Kim…
Cerró los ojos un instante, tratando de ahuyentar el nudo que se formó en su garganta.
Cuando ocurrió el accidente, había temido perderlos. Temió que la culparan, que la miraran con resentimiento. Pero no. En lugar de eso, habían estado allí para ella, inquebrantables, como si realmente fuera su propia hija.
Desde entonces, su vínculo solo se fortaleció. Y ahora, aquí estaba, caminando junto a James Possible, a punto de hablar con él de todo lo que la había estado atormentando.
—¿Papá?
James giró ligeramente la cabeza, indicándole que la escuchaba.
—Hmm...
—¿Alguna vez has tenido miedo de perder a mamá?
James sonrió con nostalgia.
—Oh, sí. Incluso una vez la perdí.
Shego arqueó una ceja, sorprendida.
—¿En serio? ¿Qué pasó? Si es que está bien preguntar...
—No voy a aburrirte con la versión larga de la historia —dijo James con una risita—. Solo diré que nos conocimos jóvenes, no tanto como Kim y tú, pero iniciamos nuestro primer noviazgo a una edad similar. Ella tenía diecinueve y yo veintitrés. Estudiábamos en la misma universidad; ella comenzaba su segundo año y yo mi primera maestría. Nos hicimos novios en la segunda cita porque nuestra química fue fuerte desde el inicio, pero yo era inmaduro e idiota, y descuidé nuestra relación. No fue intencional, solo que en ese entonces no sabía balancear mi pasión por mis estudios y trabajo con mi vida personal. Y por ello, no fui el novio que debí ser. Así que, tras dos meses de cero esfuerzo de mi parte y con Ann siendo una mujer fuerte que se da a respetar, me dijo que si no le iba a dar la importancia debida a nuestra relación, entonces no valía la pena continuar. Aparte de idiota, también era orgulloso... y la dejé ir.
Shego escuchaba atenta, fascinada por el relato.
—¡Vaya! ¿Y qué hiciste después?
—Al principio, nada —admitió James—. Pero cuando la vi empezar a salir con alguien más, no pude ignorar mis celos. Dejé pasar un mes más así hasta que finalmente me tragué mi orgullo y acepté mis errores.
—Entonces, ¿cómo la recuperaste?
James soltó un suspiro acompañado de una sonrisa.
—Tomó tiempo y esfuerzo. Cuando por fin comprendí lo que había perdido, ella ya estaba con otro chico. Robert era un buen muchacho, pero yo no podía permitir que él se quedara con mi Ann. Así que, con paciencia, empecé a tratar de conquistarla otra vez. Ella me rechazó muchas veces durante meses, incluso después de terminar con Robert. Pero yo no me di por vencido. Quise demostrarle que estaba dispuesto a luchar por ella y que podía confiar en mí. Finalmente, Ann accedió a darme otra oportunidad, y desde entonces he trabajado cada día para demostrarle que no se equivocó al hacerlo.
Shego sonrió, genuinamente conmovida.
—Me alegra que todo haya funcionado para ustedes. Hacen una gran pareja... no puedo imaginarlos con nadie más.
James detuvo su paso y la miró con afecto.
—Gracias, Sheryl.
Cuando Shego se detuvo junto a él, sintió el peso de su mano en su hombro. James se aseguró de que tuviera toda su atención antes de continuar.
—Sé que mi historia con Ann no se compara exactamente con la tuya con Kim, pero hay algo que quiero que sepas. Va a tomar tiempo y esfuerzo, pero no te des por vencida. Nunca pensé decir esto, pero luego de estos meses conociéndote y viendo cómo amas a mi hija... estoy seguro de que eres la indicada para ella. Y por mucho que a mi corazón de padre sobreprotector le cueste admitirlo, confío en ti. Sé que harás lo que es mejor para las dos.
Shego sintió su garganta cerrarse y sus ojos comenzar a picarle. Abrió y cerró los puños, insegura, cambiando el peso de una pierna a otra. Dio un paso hacia él, alzó los brazos en un intento vacilante de abrazarlo, pero los dejó caer a sus costados. Su rostro enrojeció y, sintiéndose repentinamente tímida, carraspeó antes de extender una mano hacia James.
—Gracias, papá —susurró con torpeza, como si esas palabras le resultaran ajenas.
James soltó una leve risa y, en lugar de tomar su mano, acortó la distancia y la envolvió en un abrazo cálido y firme. Shego, sorprendida al principio, se dejó llevar por la sensación de confort en su pecho. Esta vez, con más seguridad, repitió:
—Gracias, papá.
—No hay de qué, Sheryl —respondíó James antes de separarse y retomar el camino. Shego agradeció que no hiciera un gran alboroto del momento, porque aunque le había gustado, todavía no se acostumbraba a la calidez de un lazo familiar tan sincero.
Cuando la casa de los Possible comenzó a asomar entre los árboles, Shego respiró hondo y habló con determinación.
—Prometo que no defraudaré tu confianza.
—Sé que no lo harás.
—Sé que de cierta manera tengo que volver a ganarme el corazón de Kim, pero aún no sé cómo hacerlo. Ya no soy la misma que ella recuerda y de la que se enamoró cuando tenía la edad que cree tener. Tengo miedo de que mi verdadero yo no sea de su agrado... o que ni siquiera quiera conocerme otra vez.
James la observó con comprensión mientras Shego suspiraba.
—No voy a darme por vencida, pero si Kim decide que no me quiere en su vida, entonces respetaré su decisión. Solo quiero hacerla feliz, y si eso significa alejarme... entonces lo haré.
James le dedicó una sonrisa afable.
—Por eso mismo sé que eres la indicada. Gracias por amar a mi hija de esa manera, Sheryl. Pase lo que pase, tú siempre serás parte de esta familia.
Shego no dijo nada, solo asintió, expresando en sus ojos y con su media sonrisa su agradecimiento. Ya habían llegado a la casa y se encontraban frente a la puerta.
—Te dejaré disfrutar tu cena ahora —dijo, preparándose para caminar hacia el aerodeslizador—. Gracias por la plática, me ayudó mucho.
—Con gusto, Sheryl, pero nada de despedidas, aún tienes que pasar a cenar.
—No quisiera causar molestias y no sé si es una buena idea.
—Nada de eso, Ann estará feliz de saludarte. Además, ¿cuándo fue la última vez que comiste?
Shego recordó que ese día solo había comido un desayuno liviano muy temprano en la mañana y, siendo consciente de eso, ahora podía sentir el hambre en su estómago. Le dedicó una sonrisa vergonzosa al doctor y eso fue respuesta suficiente para que ahora se encontrara caminando hacia el comedor, donde todavía podía ver al resto de la familia reunida, incluyendo a la pelirroja que hacía que su corazón se acelerara.
Kim estaba de espaldas a ella, pero Shego no podía quitar su mirada de ella, apenas consciente de los demás. Ann y los gemelos notaron la presencia de James y Shego y los saludaron efusivamente, causando que Kim se volteara y sus miradas se encontraran. Para Shego, el mundo se detuvo; esos ojos verdes siempre tenían ese efecto en ella, y aunque la mirada no duró más que un par de segundos, fue suficiente para que las mariposas comenzaran a revolotear en su estómago y sus mejillas se calentaran.
Por su lado, cuando Kim notó a Shego, su cuerpo se tensó en el instante. La heroína lo atribuyó a la costumbre de estar alerta por cualquier pelea que pudiera surgir, aunque pronto su mente le recordó que eso parecía ya no ser el caso, por lo que, frunciendo un poco el ceño, desvió la mirada hacia su padre, al que saludó con una cálida sonrisa. Ann notó todo esto, y un dejo de nostalgia atravesó su corazón al recordar los meses anteriores, cuando era común que Kim y Shego se perdieran en sus miradas como si solo ellas dos existieran en el mundo. Deseó que pronto pudieran recuperar esa conexión.
Shego y James se sentaron a comer, automáticamente tomando sus lugares asignados: James al frente de la mesa y Shego junto a Kim. Un silencio incómodo se instaló en el comedor por unos minutos, hasta que Ann lo rompió:
—¿Cómo has estado, Sheryl? Siento que tengo ratos de no verte.
—Bien, mamá. Siento no haber pasado a saludar, es solo que... bueno... he estado haciendo muchas cosas.
—Pues qué bueno que pasaste hoy, porque el sistema de seguridad ya está listo —dijo Tim.
—Y nosotros regresamos a la universidad en dos días, así que necesitamos mostrarte todo antes de eso —concluyó Jim.
—Eso está genial, chicos, pero ¿podemos ver eso mañana? Vengo de hurgar un par de guaridas de Drakken y de hablar con él, y las interacciones con él siempre son agotadoras.
—Yo puedo ver lo de la seguridad —ofreció Kim, terminando en ese momento su plato y sorprendiendo a todos, ya que las pocas veces que se habían dado interacciones similares, Kim o le daba el trato silente a todos o simplemente se alejaba de allí. Los gemelos fueron los primeros en recuperarse de la sorpresa y dijeron:
—Este es un proyecto que tenemos con Shego...
—... solo hablaremos con ella de los detalles —y luego ambos le sacaron la lengua a su hermana.
—Como sea —refunfuñó Kim, levantándose de su silla con el propósito de volver a su habitación.
—Espera, Kim —Shego se apresuró a llamar la atención de la heroína. Había visto en el interés que Kim había mostrado en ayudar con la seguridad una oportunidad para acercarse a ella, o al menos pasar más tiempo con ella, y no iba a desaprovecharla.
—¿Qué? —se volteó Kim con mala cara.
—Puedes ayudar con la seguridad, esto es algo que te concierne y deberíamos ponerte al tanto.
Antes de que Kim respondiera, los gemelos interrumpieron con sus quejas:
—¿Por qué tenemos que involucrarla? Así ya no será divertido.
—¡Mamá! Dile a Kim que no puede involucrarse. ¿Acaso ella no debe estar en reposo?
—¿Y quién dice que ahora quiero involucrarme? Adelante, hagan su proyecto con su querida Shego. Siempre es "Shego esto, Shego aquello". ¿Saben qué? Ya me da igual. Y tú...
Ahora se dirigía directamente a Shego, señalando con un dedo acusatorio.
—Espero que estés feliz. Ya me robaste mi memoria y a mi mejor amigo, ahora también a mi familia... ¿qué sigue?! ¿Cuál es la siguiente fase de tu plan?
—No hay ningún plan, Kim —contestó Shego, tratando de no mostrar el dolor que las palabras de Kim le causaron y reflejando en sus propias palabras un poco de compasión y paciencia.
—Siempre dices lo mismo, y sigo sin creerte —espetó Kim con hielo en su voz y comenzó a darse la vuelta para seguir su camino, pero Shego no podía dejarla ir. Corrió a alcanzarla y, tomándola suavemente del brazo, le preguntó:
—¿Qué puedo hacer para que me creas?
La desesperación que Shego había estado sintiendo todo este tiempo fue evidente en su voz. Aunque a Kim le causó cierta curiosidad la emoción en la voz de la pelinegra, rápidamente la reemplazó con irritación. Se volteó decidida a zafarse del agarre de Shego e iniciar una pelea allí mismo, pero al hacerlo y ver los ojos de Shego como nunca antes los había visto, quedó desconcertada e inmóvil. Había tanta vulnerabilidad en ellos, tanta tristeza, y algo en el verde eléctrico que la invitaba a perderse en ellos.
La tensión del momento era palpable. La familia de Kim observaba todo reteniendo el aliento. Kim no removió el agarre de Shego y esta no se atrevió a moverse ni a decir nada, solo le sostuvo la mirada, tratando de hacerla ver su sinceridad. Lentamente, Shego soltó su agarre sin apartar la vista. En los ojos de Kim vio un destello de confusión, un instante fugaz en el que su coraza pareció resquebrajarse. Pero, como un relámpago, lo cubrió con irritación, enderezándose con una determinación férrea, como si con ello pudiera ahogar cualquier duda que amenazara con salir a la superficie.
—No puedes hacer nada,— contestó Kim después de ese largo minuto de tensión. —Porque la cosa es que no confío en ti.— Dicho esto, se retiró sin oposición a su cuarto.
Era lógico que Kim no confiara en ella, trató de consolarse Shego. Por mucho que Kim haya aceptado su pérdida de memoria y el paso del tiempo, el último recuerdo real que tenía de ella era el peor. Shego lo sabía, pero aun así, escuchar las palabras de Kim fue como sentir cómo su corazón, ya hecho pedazos, se volvía a romper, como si el dolor no tuviera fin. Sin darse la vuelta para que la familia no viera las lágrimas que comenzaban a llenar sus ojos, Shego trató de recuperar la compostura suficiente para despedirse.
—Gracias por la comida, mamá. Lamento no poder quedarme más, pero necesito... tengo cosas que hacer todavía.— No esperó respuesta y comenzó a caminar hacia la puerta principal.
Los doctores Posible no dijeron nada, pero dirigieron miradas severas a los gemelos, obligándolos a reaccionar.
—Shego, espera,— los gemelos se acercaron. —Creo que arruinamos una oportunidad para que te acercaras a Kim.
—Por favor, perdónanos,— terminó Tim.
—Los perdono. Si eso es todo, debo irme.— Y con eso, Shego salió por la puerta y se apresuró hacia su aerodeslizador.