El primer Black

Harry Potter - J. K. Rowling
Gen
G
El primer Black

El primer amigo

La mano en el hombro del pequeño Antares se sentía pesada, más de lo habitual, y no sabía porqué. Su padre sabía que cualquier decisión que tomara sería aceptada sin rechistar. Después de todo, era solo un niño tonto que quería aceptación de su padre, a quién solo veía para ese tipo de cosas.

Estaba junto a sus padres en la casa de los Lestrange, un matrimonio pudiente de su mismo círculo social. Cuando vio la severidad en el rostro de Corvus, el patriarca de la familia, entendió porqué su padre apretaba su hombro con tanta fuerza. Le estaba diciendo “como la cagues te arrepentirás”. Quería que estuviera orgulloso.

Su padre lo soltó cuando se sentaron en la larga mesa de comedor de la mansión de la otra familia. Quedó delante de uno de los hijos, a quién no podía ponerle nombre. Lo único que sabía de ellos era que eran cuatro hermanos, pero no sabría reconocerlos. La única distinguible era Anoux, la mayor, por ser la única chica del grupo. Tenía un porte sereno y elegante para su corta edad. El niño que tenía delante, que probablemente tendría su edad más o menos, no dejaba de mirarlo. Ni siquiera parecía analizarlo o estar pensando, solo estaba mirándolo con algo extraño en sus ojos que Antares no podía reconocer.

La señora Lestrange le preguntó por sus estudios y el único hijo de los Black le contestó que iban bien, que su institutriz creía que hablaría fluidamente latín y alemán antes de que acabara el año. La mujer miró acusadoramente al niño que tenía delante, como si intentara que se sintiera presionado para ser igual. No pareció funcionar, ya que él seguía mirando a Antares, esta vez con una sonrisa en la boca. No era una sonrisa bonita, ni reconfortante, ni presagiaba nada bueno.

El niño rubio no decía nada si no le preguntaban, como le habían dicho que debía hacer. El moreno parecía esta vez sí intentar analizarlo, pero no parecía tener mucho éxito. Había otro muchacho, que parecía algo menor que ellos, al lado del Lestrange de delante. Movía su mano derecha apretando el mantel de manera discreta pero rítmica mientras con la izquierda comía. No pasó desapercibido para su hermano, que agarró suavemente su mano y con un gesto pareció preguntarle si estaba bien (Antares no sabía si lo había interpretado bien, al no tener hermanos no sabía exactamente como era la comunicación entre ellos). El menor le dio una mirada que Antares no identificó pero que hizo que el otro niño le soltara.

Pasó un rato más callado, sin decir una palabra, hasta que su padre le indicó con un gesto brusco que saliera, que iban a hablar los adultos. Lo mismo le dijo el señor Lestrange a sus cuatro hijos, que se retiraron a diferentes lugares. Antares dudaba sobre a donde ir. Pensó en explorar los pasillos por los que había llegado, ya que tenían estatuas que le habían parecido curiosas y quería examinarlas detenidamente. Sin embargo, parecía que el niño que antes había estado sentado delante suyo tenía otros planes. Agarró a Antares por la manga de su túnica y lo arrastró por varios tramos de escalera hacia lo que el rubio supuso que era su habitación. Allí estaba el niño del mantel, doblando una hoja de papel con un cuidado inmenso.

Sacudió la mano en su dirección a modo de saludo, manteniendo la cabeza alta. Se sentía ligeramente intimidado por el niño que le había arrastrado. Su presencia no era fuerte o imponente, pero no conocía la casa y estaba en los aposentos de un niño al que ni siquiera conocía. Al no obtener respuesta abrió la boca para decir algo, pero en ese momento el niño le miró el interior de la boca, concretamente sus dientes.

—¿Por qué tus colmillos son así? ¿Eres un vampiro o algo? —el tono era más de burla que otra cosa. Su hermano desde la cama abrió los ojos ante el sonido pero siguió a lo suyo. —No me mires así, Rod.

—¿Cómo sabías que te estaba mirando? —soltó Antares sin pensar, pero abrió mucho los ojos al darse cuenta.

—Mira, si puedes hablar —continúa con la burla el niño de cabello negro. —Me sorprende, sobre todo porque las únicas veces que has hablado en toda la noche ha sido cuando te han preguntado directamente. Parecías casi un muerto viviente que esperaba a las indicaciones de su amo.

—Corvus, no te pases. Ni siquiera lo conoces, no actúes con esas confianzas —dijo el más joven de los tres, dejando la figura de papel ya acabada encima de la cama. Acto seguido agarró otro papel y empezó de nuevo el proceso.

—Vamos, Rodolphus, quiero romper un poco el caparazón de este chico. Parece que nadie le ha sacado de su zona de confort en mucho tiempo.

—Ahora mismo estoy fuera de ella, así que dudo que sea así —replicó el rubio.

—Hasta puedes ser gracioso, qué curioso.

—No quería ser gracioso.

—Y sin pretenderlo. Qué mono.

Harto, resopló y fue directamente a la puerta de la habitación para ver las tan interesantes esculturas, pero Corvus lo detuvo del brazo.

—Perdón, supongo que sí que me he pasado un poco. Solo quería bromear un poco, eres demasiado rígido —él extendió su mano izquierda en su dirección—. ¿Podrías perdonarme?

Con dudas Antares estrechó la mano. Sin saberlo, acababa de formar la amistad más cercana que tendría en toda su vida.