BEYOND TIME (ES)

Harry Potter - J. K. Rowling Chronicles of Narnia - All Media Types Chronicles of Narnia - C. S. Lewis Chronicles of Narnia (Movies)
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BEYOND TIME (ES)
Summary
En una búsqueda por encontrar una nueva y temible arma, El Señor Oscuro se adentra en territorios inexplorados, en busca de algo que le faltaba en su anterior reinado de terror.La Orden del Fénix sospecha que su enemigo ha tropezado con la existencia de nuevos mundos, un secreto celosamente guardado y cuidadosamente transmitido a lo largo de generaciones de varios de sus miembros.Poco saben que la respuesta a su dilema podría encontrarse donde menos lo esperan: en los hermanos Pevensie, quienes albergan un secreto propio que será clave para la salvación del mundo tal y como lo conocen.
Note
Antes de comenzar, quiero aclarar varios puntos sobre el contenido de esta historia:- Esta historia de fanfiction se esfuerza por mantener un alto nivel de fidelidad al canon establecido del universo de Harry Potter. Los elementos centrales, las reglas y la mitología del mundo mágico de J.K. Rowling son mantenidos y respetado. Sin embargo, se introducen modificaciones significativas debido a la inclusión de Narnia y sus personajes en la trama. Esta fusión de dos universos ficticios distintos crea una dinámica en la que la narrativa familiar de Harry Potter se ve alterada por la introducción de elementos de Narnia.- Como resultado de esta fusión, surgen nuevas relaciones y personajes. Las interacciones entre los personajes de ambos mundos conducen a desarrollos únicos e inesperados, enriqueciendo la complejidad de la historia.- El siniestro plan de Voldemort experimenta cambios sustanciales debido a la presencia inesperada e influencia de Narnia en el mundo mágico. Esta alteración en su estrategia introduce un nivel de imprevisibilidad que desafía la narrativa convencional de Harry Potter.- El fanfiction mantiene una línea de tiempo paralela a la serie original de Harry Potter, con la distinción clave de que la familia Pevensie se integra perfectamente en el mundo de la magia. Poseen su propia ascendencia mágica, historia y conexiones familiares dentro de este universo, enriqueciendo la profundidad de la historia.- Los eventos de los tres viajes de los hermanos Pevensie a Narnia ya han tenido lugar en la historia, manteniendo su esencia. Los Pevensie triunfaron exitosamente sobre la Bruja Blanca y ayudaron a Caspian, como en el canon de Narnia. Sin embargo, en esta narrativa, nacen en una época y entorno diferentes dentro de nuestro mundo.- Además, este fanfiction tiene como objetivo dar importancia a personajes secundarios de la serie de Harry Potter, brindándoles la oportunidad de dar un paso al frente y desempeñar roles significativos en la narrativa que se desarrolla. Si bien los personajes principales siguen siendo fundamentales, estos personajes secundarios aportarán nuevas perspectivas y profundidad a la historia. Conoceremos a personajes de otras cosas que pasaron desapercibidos en la saga original, como por ejemplo: Hannah Abott, Eloise Midgen, los hermanos Creevey, Pansy Parkinson... entre otros.- Sin hacer spoiler sobre de qué manera ocurrirá esto, los lectores encontrarán personajes de diversas eras en la historia del mundo mágico. Esto incluye a los Merodeadores y sus ancestros, ampliando el alcance de la historia y brindando perspectivas sobre la rica trama de la historia mágica.Eso es todo, creo ¡Espero que disfrutéis de esta historia! ¡Hogwarts y Narnia os esperan!
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Chapter 24

Edith Macready dormía plácidamente en una de las camas de la enfermería. Un traslado a San Mungo hubiera sido, sin duda, el protocolo apropiado para ella, pero por intervención de Dumbledore y la profesora Plummer, se había decidido, que, por su seguridad, sería primero trasladada a Hogwarts.

Pero Edmund tenía claro que no era la seguridad de la mujer lo único que estaba en juego. No, estaba claro que lo que se buscaba proteger eran los secretos que la antigua ama de llaves del profesor podría estar guardando.

- No podemos fiarnos de ella, Albus – susurró Robert Pevensie en la oscura estancia – intentó encerrarnos en un sótano.

- Debe descansar – replicó el director – ¿no ves que ella puede tener la información que buscamos?

- Que buscas, Albus, no lo confundas – dijo Helen – creo que Polly debería hablar con ella, o mis hijos...

- Esto empieza a ser más grande que todos nosotros, Helen – susurró pausadamente el anciano.

Llevaban ya varios minutos discutiendo, a escasos metros de donde la Señora Macready estaba tumbada. Ninguno de los hermanos había querido irse a la cama. No eran capaces. Peter, Susan y Lucy estaban ahora en el pasillo, alejados de la discusión silenciosa que se llevaba a cabo en la enfermería. Pero Edmund no había podido evitar quedarse a escuchar.

- Creo que mi madre tiene razón, Profesor – dijo, tras sopesar si debía intervenir o no – no le ocultaremos nada, pero quizás será mejor que lo hable primero con nosotros.

- Quizás la mujer ni siquiera sepa nada sobre... - empezó a decir Polly, parando abruptamente al darse cuenta de que Remus y otros miembros de la Orden aún estaban allí – sobre el tema que ocupaba nuestra visita.

- Además, esta obviamente traumatizada – dijo Edmund – estaba asustada como un niño cuando Lucy la encontró. Solo quiso hablar con nosotros. Quizás por ello encerró a los demás. Creo que es bastante deducible que se estaba ocultando en la casa. Y solo salió a la luz ante una cara conocida.

- Exactamente – dijo Helen, mientras el orgullo inundaba su voz – bien dicho, cariño.

- Está bien – dijo el profesor – pero quiero que se me reporte todo.

- ¿No la enviaremos a San Mungo? – preguntó Remus.

- No, eso sería peligroso para ella – dijo Albus Dumbledore – no sabemos hasta qué punto el enemigo se ha infiltrado en el hospital. Los medios oficiales dejan de ser fiables.

- En eso tiene toda la razón – dijo Helen – aquí está más segura.

- Bien... - dijo Dumbledore – creo que los muchachos podrán hacer turnos esta noche, y esperar a que despierte... ¿Está conforme con eso, Señor Pevensie?

- Claro, profesor – dijo Edmund – nos quedaremos aquí.

Albus sonrió a Edmund, y el muchacho le devolvió la sonrisa. Al Slyhterin se le hacía difícil ocultar los secretos de Narnia al director. Sabía que debía, pero entendía el agobio de Dumbledore por proteger el mundo mágico. No era un juego, lo que tenían entre manos. Lo que Voldemort podía llegar a hacer con la información de como viajar entre mundos, de cómo viajar a Narnia, podría destruirlo todo.

Su madre le besó en la frente antes de marchar, mientras su padre apretaba afectuosamente su hombro. Ambos desaparecieron en la oscuridad de la noche, dejándolo solo frente a la cama de la Señora Macready.

Se acercó a ella, observando su rostro desnutrido, bajo la luz de la antorcha. No pudo evitar recordar el pavor que le había producido la mujer la primera vez que la había visto. Le habían entrado ganas de revelarse contra ella, en cada pequeña cosa. Pero tras su severidad, con el tiempo, pudo ir conociendo a una mujer buena, y valiente, aunque quizás también, algo triste.

Hoy también parecía triste, dormida plácidamente en la enfermería del que un día fue su colegio.

- Se ve diferente ¿verdad? – susurró la voz de Lucy a sus espaldas – no fue capaz de contarme más de dos frases coherentes el rato que estuve con ella.

- ¿Qué dijo? – pregunto Edmund, mientras su hermana se acercaba a tapar a la mujer con otra manta.

- Algo sobre quien no debe ser nombrado – dijo ella – y el profesor. Estaba aterrada. Creo que se escondió. La noche que fueron a por el profesor. Habló de un traidor.

- ¿Un traidor?

- Alguien tendría que haberles dejado entrar en la mansión aquel día ¿No? – dijo la Hufflepuff.

- Supongo que si – dijo él – tiene todo el sentido.

- Creo que esa persona volvió a entrar, más de una vez – dijo ella – o eso he deducido de lo que habló conmigo. Y ella se escondía de él.

- Y de todos los demás, al parecer – dijo Edmund.

- A saber, por lo que ha pasado – suspiró Lucy – pobre Señora Macready.

Ambos hablaban despacio y suavemente, como no queriendo romper el silencio que les rodeaba. La visita a la Mansión les había dejado pensativos y exhaustos.

- Creo que deberías irte a la cama, Lu – dijo el muchacho, poniendo su mano en la espalda de su hermana – estas agotada.

- Me encantaría quedarme aquí...

- Pero no debes – dijo él – harás tu turno por la mañana.

- Está bien... - dijo ella – Peter vendrá en un par de horas a relevarte ¿de acuerdo?

- Bien... - dijo Edmund, mientras su hermana le estrechaba la mano cariñosamente – que descanses...

Edmund volvió a quedarse solo en la penumbra. Pasó el tiempo, y sus esperanzas de que la mujer despertara y le revelara todas las incógnitas que quería saber, se fueron desvaneciendo. El aburrimiento se adueñó de él, y comenzó a bostezar.

Y es que, por desgracia, en esta guerra, Edmund Pevensie debía acostumbrarse a que, a veces, en medio de las batallas, solo había silencio.

 


 

Sirius Black despertó a mitad de la noche sobresaltado. Después de tantos años, uno pensaría que se había acostumbrado a las acechantes pesadillas que inundaban su mente cada vez que el sueño lo envolvía. Pero no, el sobresalto siempre era el mismo. Igual de angustiante.

Levantarse en la trastienda de Borgin & Burkes no mejoraba la sensación desapacible que le acompañaba al despertarse. Pero quizás era mejor que la de su antigua casa familiar. Era quizás, un entorno más tétrico, pero no tan invadido por la carga emocional que los recuerdos traían consigo.

Se levantó, descalzo, e hizo crujir el frio suelo de madera. Estaba acostumbrado a sentir el frio sobre su piel. Había sido su compañero durante innumerables noches, presente en el viento que se colaba por la rendija de aquella celda, trayendo consigo el eco de las olas del mar y las gotas de lluvia. Recordaba el tacto de los barrotes, y la sucia piedra. En el aire plagado de dementores. Durante años, solo había sentido frio.

Encendió una luz con la varita que guardaba en su mesilla de noche. La estancia tenía mejor aspecto una vez iluminada. Se había encargado de decorarla medianamente a su gusto, pero sin levantar sospechas para cualquiera que pudiera adentrarse en ella.

Salió por el umbral de la trastienda sin dar ningún trago a la poción multijugos. No había sabor tan desagradable como el de la fétida poción mezclada con los pelos de los dueños de aquella tétrica tienda. Las ventanas ya estaban cubiertas con persianas encantadas, que ocultaban el interior. Y en un aprieto, siempre podía tomar su forma perruna en un instante.

Avanzó lentamente hacia el armario evanescente, y acarició su madera. Era tan tentador, tener un portal a Hogwarts a su alcance y tener que quedarse en aquel lugar. Pero Dumbledore le había transmitido una misión, y él debía obedecer. Se lo debía, al fin y al cabo. Era el precio de su libertad.

Abrió la puerta, y encontró una pequeña libreta. Negra, con letras plateadas que grababan las iniciales de su dueño: D.L.M.

- Estas metido hasta el fondo, pequeño Draco – susurro el hombre - ¿No es así?

Agarró la libreta y la abrió. Parecía una agenda, prácticamente vacía. Analizó las páginas anteriores a aquel día. De vez en cuando, había una cruz escrita por el muchacho, y a su lado, otra cruz, pintada con otra tinta. Giró las páginas hasta llegar a la fecha actual, y encontró en ella una cruz, pero esta vez sin acompañar.

Tardó un rato en encontrar el tintero del que procedían los anteriores garabatos del Señor Borgin, o quien fuera que había contestado, pero tras varios minutos, encontró la tinta. Instantes más tarde, la libreta volvió a desaparecer, con un leve chasquido, y el silencio pareció volver a la tienda.

Sirius Black respiró hondo y contempló la estancia. Había perdido ya el sueño, y se encontró a si mismo despierto en medio de la noche. Se estaba acostumbrando a esta vida. No entraba demasiada gente a comprar durante el día, y nada sospechoso había pasado, desde que él había remplazado a los verdaderos dueños. Una señora venía todas las mañanas, confundida, buscando una heladería, y él, cada mañana, le indicaba, de malas maneras (para no levantar sospechas) que se había confundido de calle. Algún cliente de aspecto intrigante entraba de vez en cuando, pero compraban lo que venían a buscar y se iban.

La mayor parte del día estaba solo entre aquellas paredes.

Comenzó a dar vueltas por la tienda, observando las estanterías. Realmente, todo eran objetos espeluznantes, que, por algún motivo, alguien acabaría comprando. Avanzó hasta el fondo del local, donde el polvo parecía estar más acumulado en los muebles. Nadie compraba nada nunca en aquella sección. Hacía días que no merodeaba por ese pasillo.

Algo llamó su atención, en una zona de libros. Entre los polvorientos ejemplares se encontraba uno que destacaba. Era de un morado oscuro, y sus letras plateadas parecían moverse levemente a través del lomo.

- Memorias de Charn – leyó Sirius, en voz baja.

Sacándolo de la estantería leyó el nombre del autor, que, por alguna razón, le resultaba extrañamente familiar: Andrew Ketterley.

¿Dónde había escuchado antes ese nombre? Sentía que debía saberlo, pero su cabeza no encontraba el recuerdo.

- Que extraño – musitó.

La portada también estaba en movimiento. Menos leve, pero no rápido. Eran líneas que giraban, unas alrededor de las otras, sin tocarse nunca. Casi mareaba contemplarlas, pero, por otra parte, no podías dejar de hacerlo. Parecía casi hipnótico, como las líneas giraban y formaban círculos, como afectadas unas por las órbitas de las otras.

Sirius abrió el libro de golpe, y el contenido contrastó con su portada. Las letras eran sobrias, y su edición no buscaba resaltar la estética. Había abierto por la página del autor.

 

Sobre el autor

El Profesor Ketterley, erudito en las más intrigantes y misteriosas ciencias de su tiempo, dedicó toda su vida a la exploración rigurosa y apasionada de una posibilidad que, en nuestra época, roza lo insólito: la existencia de mundos más allá del nuestro. A pesar de su lógica naturaleza, su curiosidad, sin embargo, le llevó a adentrarse en reinos de la ciencia y el conocimiento que pocos habrían osado explorar. Con una mente aguda y un espíritu incansable, Ketterley vivió aislado del reconocimiento que otros nunca atrevieron a buscar, pues sus investigaciones, visionarias para unos, extrañas para otros, despertaban pocas simpatías entre sus contemporáneos. No obstante, el Profesor se mantuvo fiel a su convicción de que la realidad misma estaba constituida por tejidos más finos de lo que comúnmente se cree.

Este primer tomo, inaugurando una vasta y ambiciosa colección, revela los pormenores de su singular descubrimiento: el contacto con un habitante del reino de Charn, una tierra ajena a cualquier concepción humana, pero vinculada con nuestro universo por senderos que hasta entonces habían permanecido ocultos. Con la precisión de un naturalista y el fervor de un visionario, Ketterley narra este encuentro como una pieza clave de su tesis, argumentando que las barreras entre los mundos no son más que ilusiones disueltas por la ciencia y el entendimiento. En estas páginas, el lector hallará una introducción no solo a la vasta teoría de universos paralelos, sino al alma misma de un hombre que buscó, incansable, desentrañar los misterios que yacen más allá de la vista humana.

 

Sirius se quedó pensativo. Cuanto menos, aquella era un tema extraño. Casi nadie en el mundo mágico había entrado nunca a valorar la existencia de otros mundos, más allá de aquel.

Sin embargo, recordaba, que, en su momento, el tema había infectado también la mente de su difunta madre. Solo durante un tiempo, fue algo fugaz ¿Podría ser que hubiera visto aquel libro en las estanterías? Quizás por eso recordaba el nombre del autor.

La duda sembró su mente ¿y si aquel libro había realmente pertenecido a Walburga Black?

No pudo evitarlo. Con el corazón en un puño, giró las páginas hasta el título escrito en papel. Sus dedos casi cortándose por la rapidez de su movimiento. Sus ojos, moviéndose aún más rápido.

Antes, Sirius había pensado que se encontraba en medio del más absoluto silencio, pero nada se comparó a cuando miró a la contraportada, y encontró el nombre del propietario de aquel libro escrito en tinta.

El mundo pareció pararse en seco, como si la noche lo engullera.

Sirius volvió a leer el nombre, sin dar crédito. Su corazón acelerado. Si, realmente lo había leído bien. Estaba allí, escrito, en una sibilina caligrafía. El nombre que tantos y tantos temían:

"Tom Marvolo Riddle"

 


 

Peter despertó al sentir su cabeza caer. Por un instante, creyó estar en la línea de autobús muggle, volviendo a casa desde la ciudad. Pero, rápidamente, la realidad le golpeó: no estaba ni cerca de eso.

Contempló la enfermería, somnoliento, con los ojos apenas entreabiertos, escudriñando la penumbra que lo envolvía. Era tarde, muy tarde, y la señora Macready seguía profundamente dormida.

Estaba agotado. El día había sido extenuante. Su mente, aún embotada, lo arrastró de vuelta al despacho del profesor Kirke, donde Hermione Granger le había ayudado a buscar entre papeles y libros. Surrealista.

- ¿Qué tema investigaba el profesor? -había preguntado ella.

- Pensé que habíamos acordado no hacer preguntas -respondió él, algo tenso.

- No te voy a preguntar qué haces aquí ni qué buscas - insistió Hermione, su mirada fija en los libros - pero esta colección me genera mucha curiosidad.

- Era erudito en muchos temas - contestó Peter, su voz vacilante - Pero lo que necesitamos ahora está relacionado con... viajes.

- ¿Viajes? - murmuró ella, ladeando la cabeza.

- Entre mundos - susurró él finalmente, sintiendo cómo su corazón se aceleraba - Viajes entre mundos.

Ese momento estaba grabado con firmeza en su memoria. Mientras él se sentía ridículamente torpe, casi temblando al pronunciar aquellas palabras, Hermione, por el contrario, permanecía serena. Había girado la cabeza desde la estantería con una expresión seria, que poco a poco se transformó en una sonrisa reflexiva.

¿Por qué se sentía tan estúpido? ¿Por qué le costaba tanto ocultar secretos frente a Dumbledore, pero se desmoronaba por completo ante Hermione?

Sin embargo, ella no había dicho nada más. Con una destreza impresionante, adquirida claramente por años de práctica, comenzó a guardar libros en la bolsa con una rapidez abrumadora, sin hacer más preguntas. Bueno, salvo una. Tan solo una.

- ¿Qué es esa hoja?

Había sido justo antes de que el reloj marcara la hora límite, cuando Hermione vio la hoja con fechas que Peter recogía del escritorio. La curiosidad debió vencerla, pues se acercó a él de inmediato, casi como por instinto, sin siquiera notarlo, quedando a pocos centímetros de él.

Peter recordaba cómo el calor había subido a su rostro de golpe. De repente, la cara de Hermione estaba tan cerca de la suya que podía sentir su respiración, mientras ella miraba la hoja que él intentaba guardar apresuradamente. Hermione levantó la vista, sus ojos chispeando de curiosidad.

—No lo sé —balbuceó Peter, nervioso— pero podría ser importante.

Ella no dijo más, aunque sus labios parecían luchar por no romper su promesa de no preguntar. Simplemente asintió, y uno de sus mechones, movido por una leve corriente, rozó la mejilla de Peter.

Quizá solo pasaron unos segundos, pero para Peter se sintió como una eternidad. Los ojos de Hermione clavados en los suyos, sus frentes tan próximas que casi podía sentir el calor de su piel. Con cualquier otra chica, aquello habría sido incómodo. Pero no con ella.

Había estado nervioso, sí. Pero no incómodo.

Volviendo a la realidad, Peter abrió los ojos. Necesitaba algo en lo que concentrar su mente agotada. Con manos temblorosas, buscó en su mochila y sacó el libro encantado del profesor Kirke, junto con la hoja que había escondido entre sus páginas.

Eran solo fechas, lugares y coordenadas dispersos en el papel, como piezas de un rompecabezas que él no lograba entender. No parecía una lista, más bien un mapa abstracto, un dibujo que él no era capaz de descifrar.

- Esa hoja de nuevo - susurró una voz a sus espaldas, suave como la brisa que comenzaba a colarse por la ventana.

Peter se sobresaltó ligeramente, al no haber escuchado pasos acercarse. Al girarse, se encontró de nuevo Hermione Granger. La chica en la que no había podido dejar de pensar en toda la noche. Vestía una sudadera holgada y pantalones anchos, su pelo recogido en un moño desordenado. A pesar de su aspecto somnoliento, le sonreía con calidez.

- Buenos días - susurró ella, algo indecisa, como si no quisiera molestar al muchacho.

Peter le devolvió otra pequeña sonrisa. Afuera, el cielo comenzaba a teñirse de un suave tono anaranjado y rosado, que anunciaba la salida del sol. Las horas de la noche parecían haber pasado, por fin.

- Buenos días - respondió él, con voz algo ronca, pero en un tono suave.

Hermione se acercó un poco más, sus ojos se dirigieron hacia la cama donde la señora Macready descansaba.

- ¿Cómo se encuentra? - preguntó ella, con un deje de preocupación en su voz.

- Aún no lo sabemos - dijo Peter.

Hermione guardó silencio por un momento, sin terminar de encontrar las palabras. Bajó la mirada, pensativa.

- ¿Erais muy cercanos? - preguntó finalmente.

Peter esbozó una media sonrisa, ladeando la cabeza.

- No creo que sea el tipo de persona con la que es fácil ser cercano —respondió él— pero creo que, con el tiempo, llegamos a tenernos cierto afecto.

- Bueno, tú sí que eres ese tipo de persona - dijo Hermione - Pero... esto... ¿has podido descansar algo?

Peter negó suavemente con la cabeza, una pequeña sonrisa en sus labios.

- Ni una pizca - respondió.

- Si te consuela... yo tampoco - dijo Hermione, sentándose a su lado con un gesto de complicidad.

- No me consuela —dijo él, levantando una ceja - más bien me preocupa. ¿te inquietó algo de lo ocurrido la mansión?

- No... no es eso... No exactamente —repuso Hermione, con cierta inquietud.

Se acomodó en la silla, cruzando lentamente las piernas, mientras sus ojos volvían a la hoja que Peter sostenía.

- Escucha... no quiero meterme donde no me llaman - dijo ella, algo tensa - y no lo haré, lo prometo. A menos que... bueno, si no quieres...

- No es que no confíe en ti, Hermione - dijo Peter, con sinceridad - es solo que... no sé si me está permitido...

Hermione lo miró fijamente, y fue como si no le hicieran falta más palabras para comprender. Peter se sintió escuchado, y se dio cuenta, de que debía dejar que ella hablara.

- Creo que puedo resolver el enigma de esa hoja - dijo ella finalmente, en voz baja, pero con mucha firmeza.

Peter se quedó mirando a la muchacha, perplejo, como si estuviera sopesando si lo que acababa de escuchar era fruto de todas sus horas de insomnio.

- ¿La hoja...? - preguntó en un susurro.

- Sí, creo que sí - reafirmó ella, serena.

- ¿En serio? – volvió a preguntar él, sorprendido, por un momento preguntándose si Hermione bromearía con algo así.

- Sí - repitió ella, de nuevo, con seguridad.

Peter frunció el ceño, aun intentando procesarlo.

- ¿Lo harías? – preguntó, con el corazón en un puño.

Hermione inclinó ligeramente la cabeza, como si hubiera estado esperando a que formulara aquella pregunta toda la noche.

- Solo si tú quieres... - respondió ella, con una media sonrisa.

Los ojos de Peter se encontraron con los de ella, esos ojos castaños que siempre parecían ver más allá de lo que él intentaba ocultar a todos. La luz suave del amanecer se filtró entonces a través de la ventana, bañándolos en un resplandor dorado que chocó justo a la altura de sus caras. En ese momento, Peter no pudo evitar sonreír, aunque no dijo nada. Solo sonrió, sin saber si realmente debía verbalizar nada más.

- Quizás ni siquiera sea importante - dijo finalmente.

- No perdemos nada por intentarlo - respondió ella, su tono cálido pero firme.

Peter asintió lentamente, su cabeza intentando pensar mientras contemplaba a la muchacha.

- Está bien - dijo, por fin con cierta decisión - Lo consultaré. Lo prometo. Si puedo, te contaré lo que pueda sobre por qué estaba buscando estas cosas, y...

Se quedó sin palabras, incapaz de continuar. Porque, de repente, Hermione Granger sonrió de una manera que él nunca antes había visto. Era una sonrisa amplia, genuina, que parecía iluminar todo a su alrededor, y Peter no pudo evitar quedarse anonadado, observándola durante varios segundos, como si aquella expresión fuera algo precioso y frágil. Algo que debía proteger.

—¿Tan feliz te hace resolver un misterio? —preguntó él, con una pequeña risa.

Hermione sacudió la cabeza, su sonrisa aún en sus labios.

—No tanto como saber que confías en mí —respondió ella, su voz aún suave, pero mucho más profunda.

- Pensaba que eso se daba ya por hecho – repuso él.

 


 

- Parkinson.

La voz del Señor Tenebroso resonó en la galería. El Mortifago dio media vuelta, sin mostrar en su expresión el terror que le causaba la voz del mago al que había jurado lealtad.

- ¿Mi señor?

Lord Voldemort apareció en el umbral de la puerta, su expresión fría y distante. Parecía enfadado, pero contenido. Instintivamente, el señor Parkinson buscó entre sus piernas en busca de la serpiente. Pero su mascota no parecía estar ahí.

- Necesito saber que descubrimientos ha hecho tu hija – dijo él, con una falsa sonrisa – no he recibido ningún reporte tuyo... todavía.

- Mi Señor... - dijo el hombre, intentando no titubear.

- Espero que tu primogénita me siga siendo leal – dijo el mago – espero que toda tu familia me siga siendo tan leal como hasta el momento... no me gustaría tener motivos de... sospecha.

Su voz escondía una clara amenaza que aceleró el corazón del Mortifago.

- Sabe que sí, Milord – dijo el hombre, haciendo una inclinación, de nuevo – Pansy está cumpliendo su misión, no le es fácil acercarse... pero parece haber encontrado algo.

- Continua – dijo Voldemort, con curiosidad, sin moverse de la puerta.

- Parece ser, que la profesora suele estar acompañada de los hermanos Pevensie, Señor – informó el mortifago.

La expresión del señor tenebroso cambió, aunque apenas fue perceptible en medio de la poco iluminada habitación. Por un momento, el señor Parkinson pensó que iba a ser castigado.

- Interesante – dijo Voldemort – bueno, son los hijos de unos de mis grandes enemigos. Tiene sentido.

- Ha indagado más – dijo él – al parecer, pasaron una temporada con el profesor Kirke hace unos años. Y hoy, hoy... han visitado la Mansión.

- ¿La Mansión Kirke? – siseó el mago.

- Sí – dijo él – al parecer fue una visita escolar – no sé nada más.

Voldemort no dio respuesta. Se quedó allí, parado, durante unos segundos, mirando al mago. Su cabeza se movía lentamente, mientras su furia se iba concentrando en sus ojos. Su postura se tensó, y su aliento pudo escucharse por el silencioso pasillo.

Dio media vuelta. Y se alejó de la puerta lentamente, antes de volver a mirar al mago una última vez.

- Asegúrate de que tu hija traiga un reporte más completo la próxima vez. Quiero saberlo todo sobre... los pequeños Pevensie – dijo con una voz fría – si no quieres que la pequeña Pansy reciba el trato que doy a los que me traicionan.

El Señor Oscuro desapareció en la penumbra. Raphael Parkinson bajó la mirada, inclinándose de nuevo, no pudiendo evitar un leve temblor en su espalda. Al levantar de nuevo la vista, se encontró con la mirada de su reflejo en un espejo.

Y allí, tras meses de esconder cada emoción que se atrincheraba en su cuerpo, el mortifago derramó una sola lagrima, casi imperceptible.

No por las atrocidades que había cometido en esos meses. No por haber vendido todo lo que tenía a la causa de los Mortifagos.

No. Solo una cosa atormentaba su mente.

Su familia.

Su hija.

Pansy Parkinson estaba en peligro. Y la culpa era enteramente suya.

 

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