
Chapter 17
Susan cerró la puerta tras ella, insonorizando con un movimiento rápido de su varita las tablas de madera, de forma que nadie pudiera escuchar lo que hablaban dentro, pero continuaran escuchando el sonido del pasillo, por si alguien se acercaba.
Se encontraban en el aula de pociones que de vez en cuando utilizaban los alumnos avanzados de séptimo para practicar para los E.X.T.A.S.I.S. Era muy improbable que un viernes por la tarde, alguno de ellos decidiera entrar en la estancia a repasar una poción, y menos el fin de semana de Quidditch.
- ¿Qué sabes de Draco? – preguntó Harry Potter con ansiedad.
Susan respiró profundamente, intentando sopesar cuanta información podía revelar al muchacho. Ambos tenían secretos, y ambos estaban de alguna manera, amenazados por Voldemort. Sin embargo, los secretos de Harry eran más conocidos, y su amenaza mucho más incipiente.
- Hace unas semanas lo observé desde la torre de Ravenclaw – dijo la chica – estaba caminando de noche por el castillo.
- ¿Sabes ha donde iba? – preguntó él.
- No – mintió ella.
- ¿Y sospechas de él?- dijo el muchacho.
- Completamente – dijo ella – ha estado... incordiándome. Creo que intenta sacarnos información sobre la Orden. Pero se ha enfrascado en mí.
- Creo que es un Mortífago – dijo el muchacho – lo vimos, Ron, Hermione y yo. En Borgin y Burkes.
- ¿Qué hacíais en el callejón Knockturn?
- Seguirle... - dijo el chico.
A continuación, Harry empezó a relatar la escena a una muy confusa Susan. El encuentro con Draco, en el callejón y su conversación con los Slytherins en el tren. Susan escuchó atentamente mientras se daba cuenta de que había algo que se le escapaba. El tapiz secreto no era lo único que Malfoy escondía, no. Había más en esta historia.
- Y mañana no va a jugar el partido, tu hermano va a ocupar su puesto como buscador, contra mi – dijo el chico, preocupado.
- Vale... pues yo podría... ver que está haciendo – dijo ella – nadie me echará de menos en un partido, y menos si no es de Ravenclaw.
- Creo que muchos te echarán de menos... - dijo Harry rascándose la coronilla.
- ¿Qué quieres decir? – preguntó ella.
- Nada, era una tontería... - dijo él – me parece un gran plan. Tengo algo que puede ayudarte.
Harry sacó el mapa del merodeador de su bolsillo, y lo dejó en manos de Susan. La chica escuchó atentamente mientras él le explicaba su funcionamiento. Se apoyaron en una de las mesas mientras Susan observaba el mapa, anonadada.
- Es increíble – dijo ella – es...
- Era de mi padre... - dijo él – y sus amigos...
- ¿Cómo pudieron hacer algo así? – dijo ella – es magia muy avanzada.
- Ni idea, tal vez Remus pueda responderte esa pregunta – dijo él.
- Se lo preguntaré la próxima vez que lo vea... - dijo ella.
Un extraño silencio se formó en la sala mientras Susan seguía observando el mapa. Llegó hasta el aula donde estaban para observar sus dos nombres escritos sobre el pergamino.
- ¿Cómo es que estas tan empeñada en neutralizar a Malfoy? – dijo él – nadie me hace mucho caso, no creen que sea un peligro, y sin embargo tú lo persigues con fuerza.
Susan miró al chico con una sonrisa triste.
- No soy tan luchadora ¿Sabes? Es decir, puedo serlo... pero no me gusta serlo. Todo el mundo se ha acostumbrado a que peleé, porque soy fuerte cuando quiero serlo. Pero estoy cansada de hacerlo. Muy cansada. De perder tanto en el camino...
- ¿Cedric? – preguntó Harry en un tono dulce.
- Sí – dijo ella, con el ceño ligeramente fruncido.
Llevaba tiempo sin pensar en Cedric, y darse cuenta de ello le dolió en el alma. Aunque una parte de ella se sintió aliviada al ver la mirada de comprensión de Harry Potter, que le miraba a los ojos fijamente.
- Lo cierto es que, esperaba encontrar algo de paz este curso. Ya sabes, conocer gente... reírme, estudiar, avanzar... vivir la vida sin tener que estar todo el día lamentando. En parte, he querido ignorar la guerra, aunque fuera a ratos. Pero está llegando, y Draco Malfoy es el recordatorio. Estoy cansada, pero voy a luchar. No quiero perder a nadie más. No sé si tiene sentido...
- Créeme... - dijo el chico que sobrevivió en un suspiro – tiene todo el sentido del mundo.
Harry apoyó la mano en su hombro, y Susan estuvo a punto de musitar un "gracias", pero su mirada fue de nuevo al mapa, donde el pergamino y la tinta revelaron un nombre al otro lado de la puerta.
Pansy Parkinson.
- Menos mal que has hecho un hechizo silenciador – dijo Harry – realmente eres un genio.
- Eso cree la gente – dijo ella – pero esa maestría la he adquirido por lo mucho que me gusta chismorrear.
Harry rio.
- Gracias a Dios la clase tiene otra salida – dijo Susan - Pero ¿qué querrá esta?
- No sé, pero si le dice algo a Draco sospechará de ti.
- Cierto – dijo ella
- ¿Qué hacemos?
Helen Pevensie entró en el despacho del director sin molestarse en llamar a la puerta. Albus Dumbledore, sentado al otro lado del escritorio, levantó la vista para observar a la mujer entrar a través de sus gafas de medialuna. No tardó en darse cuenta de que se encontraba ligeramente enfadada.
- Hola, Albus – habló la madre de los Pevensie.
- Hola Helen – dijo él con una sonrisa - ¿a qué debo esta inesperada visita?
- Pensé que Polly te dijo que vendría – dijo ella, sin devolver la sonrisa.
- Así es – dijo él – supongo que en ese momento me pareció inesperado...
- ¿Cuántos Horrocruxes hay, Albus? – interrumpió Helen.
- No lo sé con certeza.
- Pero es verdad lo que dice Polly ¿No? – preguntó ella – no solo intentó crear uno con cada objeto de los fundadores.
- No... hay más – dijo él, sacando el diario del cajón.
- Entonces es verdad... todo lo que dijo Polly ¿sabías que había más?
- Lo sospechaba.
- ¿Sabías que Alice lo sabía? – preguntó ella, con tristeza en su mirada.
- Sí...
- ¿Y no te pareció oportuno decirlo nunca? – dijo ella.
- No filtró información a los Mortifagos – dijo él – la información que conocía se quedó en ella.
Helen sintió como se enrojecía su rostro, mientras el calor dejaba evidencia de su enfado por toda su faz.
- ¡Era mi amiga! – gritó.
- Lo sé...
- Todos luchamos por acabar con aquello... y aun así no has considerado oportuno decirnos nada...
- No es vuestra misión...
- Ah no... ¿y de quién? ¿de Harry?
- Es el Elegido.
- No, no... - dijo Helen – no puedes ir en serio. Tienes que dejar de hacer que los adolescentes luchen tus batallas. Tienes un ejército, Albus. La Orden. Quizás no seamos numerosos, pero tienes a tu disposición a varios de los magos más poderosos de varias generaciones.
- Lo sé, pero debe ser Harry...
- ¿Sabes cómo fue? – dijo ella, entre dientes – destruir esa diadema, siendo casi todavía una niña... como fue escuchar aquella voz en mi cabeza, intentando corromperme para que no lo hiciera... ¿sabes las imágenes que pasaron por mi cabeza? No tienes ni idea de lo que...
La atención de Helen fue, como buena sanadora, al brazo de Dumbledore. Lo había llevado cubierto en público durante meses, en cualquiera de las ocasiones en las que se lo había encontrado. Pero en esta ocasión, al haber entrado por sorpresa en su despacho, el anciano no había tenido tiempo para cubrírselo.
- Si lo sabes... - dijo ella - has intentado destruir otro ¿verdad? Esa es la misma quemadura que llevó Regulus durante años ¿me equivoco?
- No debes meterte en esto, Helen.
- No me iré de aquí sin respuestas – dijo Helen, con una expresión triste – esta vez no, Albus. Te lo suplico... necesito proteger a mis hijos...
- Está bien. Si lo que quieres es que todos nos ayudemos mutuamente, te contaré lo que quieres saber. Pero a cambio, necesito que respondas a una pregunta. Sobre Polly, el profesor Digory y tus hijos... ¿Temes que Tom quiera saber si saben cómo viajar a otros mundos?
Helen miró fijamente al director, sopesando si debía o no dar una respuesta a esa pregunta.
Al otro lado de la puerta, Pansy Parkinson intentaba escuchar lo que sucedía en el interior del aula, sopesando si abrir o no la puerta. Su mano se acercó lentamente al pomo, mientras su oído derecho se acercaba a las rendijas de madera, sin conseguir escuchar nada. Escrutó con sus ojos por los huecos, pero la luz no era la suficientemente fuerte en el interior como para mostrarle nada a través de la ajada puerta.
- ¡Parkinson!
Pansy pegó un brinco, asustada, y se giró para contemplar a Peter Pevensie, que se acercaba a ella por el pasillo con una expresión enfadada.
- Piérdete, Pevensie – dijo ella en un tono despectivo, mientras se apoyaba en el muro.
- No, no... - dijo él con una falsa risa – vas a venir a hacer el trabajo conmigo, no hay negociación.
- ¿Quién te piensas que eres? – dijo ella, acercándose al muchacho con una postura amenazante, y un tono altivo – traidor a la sangre.
- ¿Piensas que eso es un insulto? – rio Peter – mi familia salió de la lista de los sagrados veintiocho por defender la dignidad de los muggles, lleva siendo nuestro orgullo durante las generaciones... algunos pensamos que la nobleza no nos viene dada por derecho de nacimiento ¿Sabes? Y yo no voy a hacerte el trabajo...
- Supongo que por eso te gusta tanto la sangre sucia de Granger ¿no? – dijo ella riendo – no me hables de nobleza, Pevensie. Te crees mejor por ayudar al "débil", pero con ello reconoces que lo son...
- Cierra la boca, Parkinson – dijo Peter, sin separar apenas los dientes.
- Oh, te ha enfadado que insulte a tu pequeña sangre sucia ¿Verdad? – su tono se tornó aún más gélido – cuando ni siquiera ella es capaz de encontrar tu nobleza. Supongo que a veces sí que puede llegar a ser algo inteligente.
- Haz el favor de no mentar su nombre más – dijo él – si tienes un problema conmigo, iremos a la Profesora Plummer, y le dirás que dejas la asignatura. Un problema menos para los dos ¿no?
- No – zanjó Pansy.
Lo dijo sin pensar. No podría dejar Estudios Muggles. Estropearía su plan. Se estaba dejando descubrir. O quizás, el plan nunca fue el adecuado. Pero ahora debía seguir adelante. Si dudada, Peter Pevensie lo notaría.
- No ¿Eh? – dijo Peter, apoyándose en la pared - ¿y bien Parkinson? ¿Por qué no?
- Eso no tengo por qué explicártelo – dijo ella.
- ¿Ah no? – dijo él – yo no tengo porque hacerte el trabajo...
- Todos necesitamos entender a los muggles – interrumpió ella, con media sonrisa.
- ¿Cómo dices? – dijo él, incrédulo.
- El mundo va a cambiar, Pevensie – dijo ella – tengo interés en la política, en cambiar el estatuto que regula nuestra relación con los muggles. Son inferiores, y pienso demostrarlo. No pongas esa cara... los cuidaremos bien... pero deben tener el sitio que les corresponde.
Peter se quedó mirando a la chica, como si no pudiera creer las palabras que estaba escuchando salir de su boca. Se quedó mirando fijamente a los ojos de la muchacha, como si intentara hallar en ellos la respuesta, o la razón por la que decía esas palabras. Pansy no pudo evitar retirar la mirada, esperando que él no notara un ápice de su vergüenza.
- Me apenas – dijo él – que oscuro debe haber sido tu mundo.
- No necesito tu lástima, Pevensie – dijo ella.
- Pues entonces nos conformaremos con hacer el trabajo – dijo él.
- Bien.
- Bien – dijo Peter – pero que sea el domingo, no me apetece trabajar más hoy. Léete estos libros.
Sin decir nada más, Peter Pevensie dejó dos grandes tomos sobre sus brazos, y sonrió mirando a la chica. Pansy puso sus ojos en blanco y comenzó a andar hacia el fondo del pasillo.
- Disfruta el partido de mañana – dijo Peter en un tono de burla.
Pansy Parkinson sacó su dedo del medio, como única respuesta, antes de desaparecer de la vista del Gryffindor.