
Ron se levantó para prepararle el desayuno a su esposa. Estaba en el tercer trimestre de su embarazo y ambos decidieron tomar una excedencia de sus respectivos empleos. Ella en el Ministerio y él en Sortilegios Weasley. Debido a su estado actual, Hermione se cansaba con facilidad, le costaba mucho subir escaleras porque no podía ver donde ponía sus propios pies. Y aunque el trabajo en el Ministerio era más bien sedentario, a la hora de ir a otra planta a hacer una reunión o caminar por un largo pasillo, Hermione quedaba agotada. Así que decidió tomarse un descanso por su salud física y mental. Y la del bebé. Ron decidió acompañarla para cuidarla y por miedo a que Hermione sufriera alguna caída mientras él estaba trabajando. Él no quería que su esposa realizara algún tipo de esfuerzo innecesario. Así que él era el encargado de cocinar. Y todo hay que decirlo, Hermione destacaba por sus nulas dotes culinarias. No se sabe que pasó, pero después de la caza de los horrocruxes parecía que la bruja olvidó lo anteriormente aprendido sobre artes de preparar manjares. Y Ron no quería correr ningún riesgo a que su esposa intoxicara a su primer hijo antes de que naciera.
El sexto hijo de Molly y Arthur Weasley bajó a la cocina y vio la comida que había. Se puso a pensar el desayuno que haría tanto para su esposa como para él. Desde su embarazo, el apetito de Hermione era infinito. Incluso más que el suyo. Y se había aficionado a los dulces. Y eso que antes de que quedara embarazada, no era algo que le gustara. Incluso prefería el salado. Sin embargo, a partir del cuarto mes, cuando ya se empezaba a notar su barriga, cuanto más dulce era la comida, mejor. Empezó a pedirle manjares impensables como tortitas con mantequilla de cacahuete y mermelada de frambuesa para el desayuno, se levantaba a las madrugadas a pedirle una tarta de chocolate, nata y crema o un helado de chocolate de pistacho, menta y nueces de postre...
Ron suspiró. Cansado de todas esas comidas, que hasta para él, resultaban incomibles. El apetito de Hermione, le recordó al de sus cuñadas y hermana en sus embarazos. Él era el Weasley que todavía no había tenido ningún hijo. Y aunque ya sabía lo que le esperaba: noches sin dormir, cambiar pañales, oír llantos a horas intempestivas,... tenía ganas de que su bebé naciera ya.
Empezó a preparar las tortitas. Él tomaría sus típicas tortitas con sirope y su esposa ese nuevo desayuno predilecto que había descubierto durante la gestación de su bebé: tortitas de mantequilla de cacahuete y mermelada de frambuesa. A Ron le dieron ganas de vomitar de solo pensarlo. Jamás pensó que un plato de comida pudiera darle ganas de vomitar. ¡A él! ¡Que lo comía todo!
— Buenos días — Hermione entró en la cocina bostezando.
— Buenos días — le respondió Ron dejando los platos del desayuno en la mesa de la cocina junto a las bebidas. Café para él, zumo de melocotón para ella.
Ambos empezaron a tomar su desayuno en silencio con calma. Siempre discutían pero también podían estar en silencio, cada uno haciendo sus cosas sin que resultara incómodo para el otro.
— Ron he estado pensando... — Ron levantó la vista de su desayuno para mirar a su esposa — todavía no tenemos lista la habitación del bebé.
— Tienes razón — Ron se secó la boca con la servilleta — Tenemos que hacerlo cuanto antes y hasta ahora no hemos tenido tiempo.
— Si no lo hacemos ahora, ¿cuándo lo haremos? ¿Cuando nazca el bebé y tengamos que ir rápido a comprarle la cuna porque no tendremos sitio donde acostarle? — Ron asintió mostrando compartir la opinión de su esposa.
Estuvieron un rato pensando.
— ¿Cómo decoran los magos la habitación de sus hijos recién nacidos? — preguntó Hermione.
Ron estuvo un rato pensando antes de responder.
— La decoración suele ser de las casas de Hogwarts a las que pertenecieron sus padres o a la que quieren que vaya su hijo. No recuerdo la de Ginny porque era muy pequeño. Pero sí la he visto en fotografías, al igual que las de mis hermanos y la mía. También cuando fuimos de visita a casa de amigos de mis padres que habían tenido un bebé, la habitación estaba decorada con banderas y estandartes de Hufflepuff, Gryffindor o Ravenclaw según la casa en la que estuvieron sus padres, que normalmente es la misma a la que quieren que vaya el recién nacido.
— Pero el bebé no pertenece a esas casas, son las casas de sus padres. Además, ¿qué pasa cuando los padres estuvieron en casas diferentes? Ahora entiendo porque tus padres no paran de mandarnos ropita de bebé de color rojo con la cabeza de un león en el centro. — dijo en tono pensativo.
— Tiene estandartes de ambas casas.
— Pero esas habitaciones parecen la de un adolescente o un alumno de Hogwarts. No quiero que la habitación de nuestro bebé parezca una habitación de Gryffindor. Ni siquiera han nacido y los magos ya lo están encarrilando a una casa. — Hermione parecía indignada por esa tradición del mundo mágico.
— ¿Y los muggles qué? La habitación la decoran de azul si es niño y de rosa si es niña. ¿Tenemos que recordar la vez que tu madre nos enseñó fotografías de tu habitación de recién nacida? ¿Qué color era el que destacaba más? El rosa. ¿Y la de Harold? Toda de azul. Ni siquiera han nacido y ya les ponen un color según el género del bebé. Incluso antes de que haya nacido. ¿Qué es lo que no paran de preguntarnos tus padres? Si será niño o niña. Sin respetar nuestra decisión de no querer saber el sexo del bebé hasta su nacimiento. No vaya a ser que le regalen un peluche rosa a un niño o unos peúcos azules a una niña. Por lo menos los magos regalamos ropa del mismo color ya sea niño o niña. — contestó Ron.
Hermione calló. Ambos tenían razón. Tanto el mundo muggle como el mágico tenían sus tradiciones arcaicas y que parecían absurdas si no habías nacido criado con ellas.
Después de pensarlo durante un buen rato, y terminar el desayuno, ambos decidieron que la habitación de su primogénito, o primogénita, sería decorada con colores neutros. Blanco, preferentemente. Y muebles de madera, para que fueran más naturales.
Decidieron visitar tiendas tanto muggles como mágicas, que no estuvieran muy lejos de casa para evitar que Hermione se cansara.
...
El primer sitio que visitaron fue una tienda muggle de muebles para bebés.
— Mira esta cuna, Ron. Es muy bonita. — señaló Hermione.
Era una cuna de madera pintada de color blanco.
Ron se acercó hacia donde estaba su esposa y al ver la cuna, sonrió.
— Me gusta. ¿Nos quedamos con esta, entonces?
Hermione asintió.
Compraron armarios de color blanco, hechos en el mismo sitio que la cuna.
— Creo que deberíamos comprar algo de otro color para que no todo sea blanco. — sugirió Ron.
Hermione estuvo de acuerdo.
Así que compraron estanterías de madera de color marrón oscuro para ponerlas en la habitación.
La tienda se ofreció a llevarles los muebles a casa dentro de unos días. El matrimonio estuvo muy agradecido y se fue a otra tienda.
— Ya tenemos los muebles, que era lo más importante. Ahora podemos centrarnos en la decoración. — dijo Ron.
— Todavía falta la bañera para bebés y el cambiador. — le recordó Hermione.
— Tienes razón. Vayamos a por eso primero.
Así que los magos se dirigieron a una tienda donde los vendieran.
...
Quince minutos después, Hermione estaba indignada. Todas las bañeras que les enseñaban eran rosas y azules. No tenían ninguna de otro color. Parecían más bien bañeras de juguete que bañeras de bebé reales.
Lo que más rabia le daba, era que Ron estaba riendo por debajo de la nariz recordando la conversación que habían tenido durante el desayuno.
Cabrón.
Gracias a Merlín, Morgana y Circe encontraron una bañera de bebés de color blanco. Hermione estuvo a punto de abrazar a la dependienta, que además era la dueña del negocio. En esa tienda también encontraron un cambiador.
Después de encoger la compra en un callejón, ya podían ir a comprar objetos para decorar la habitación.
Aunque primero se sentaron un momento a descansar. A Hermione le dolían los tobillos. Ron quiso hacerle un pequeño masaje en los pies, pero ella se negó. Aun hacía frío en la calle para que fuera a quitarse los zapatos ahí.
Cuando se sintió un poco mejor, emprendieron su camino
...
— Mira, Hermione — Ron le señaló un osito de peluche. Estaban en una tienda de juguetes del barrio muggle donde vivían. — Es muy tierno. Podemos comprarlo para el bebé.
— Un oso de peluche es muy típico, Ronald. ¿Por qué no le compramos un peluche de otro animal?
— Al bebé no le importará si es típico o no. Él solo querrá jugar y abrazarlo. Tócalo es muy suave.
Hermione cogió el peluche algo reticente. Sí, era suave, pero los ositos de peluche era algo que tenían todos los bebés. Seguía pensando que lo mejor era comprar otro.
— Otro tipo de peluche no será tan suave, como el de un puercoespín o un cangrejo.
Hermione se lo pensó. Pero no estaba del todo convencida de querer comprarlo. A ella todos los osos de peluche le parecían iguales y este no era una excepción.
— Lo mejor es pensar en el bienestar del bebé. Y para él será lo mejor abrazarse a algo suave mientras duerma que tener un peluche de un cocodrilo por ser menos típico.
Hermione rodó los ojos.
En eso tenía un punto.
— Está bien, llevémonoslo. — todavía parecía algo reticente — pero el siguiente juguete lo elijo yo.
Ron estuvo de acuerdo.
Hermione eligió una manta de color blanco. También muy suave.
Paseando por los pasillos, la bruja vio algo que le fascinó.
— ¡Ron, mira! ¡Cuentos para el bebé! — señaló unos cuentos para público menor de un año, que los bebés podían ponerse en la boca. — ¿Qué te parece si lo compramos?
— ¿Cuentos para bebé? Hermione, todavía no ha nacido, no los usara hasta dentro de unos meses. Estarán pillando polvo en una estantería. — Ron se acercó hasta donde estaba su esposa con peluche en mano.
— Da igual, Ron. Tú compraste el peluche que tanto querías y tampoco lo abrazara hasta de unos meses. Es lo mínimo que puedes hacer.
Ron bufo, pero aceptó comprar los cuentos.
Pagaron por dos cuentos, la manta y el osito y salieron de la juguetería.
...
Llegaron a casa.
Dejaron las bolsas en la que sería la habitación de su primogénito. Todavía no tenían muebles en los que colocar la compra.
Ron preparó la comida.
— Me gustaría visitar tiendas del mundo mágico por si podemos encontrar algo para el bebé.
— ¿Estás segura? Si estás muy cansada podemos dejarlo para otro día. — Ron parecía preocupado.
Hermione se enterneció ante la preocupación de su esposo.
Alargó una mano para estrecharla con la suya.
— Con una siesta estaré como nueva. Creo que a ti también te iría bien. Lo mejor será aprovechar ahora que podemos dormir porque cuando el bebé nazca ya no podremos.
Ron asintió y sonrió.
— Tus hermanos estaban muy irritantes por la falta de sueño. Y tenían unas ojeras...
— Tanto que nos reíamos y al final estaremos igual o incluso peor.
Ambos estallaron en sonoras carcajadas.
— Mis hermanos no se estarán de devolvérmela como venganza.
— Y a mí. Recuerda que yo les dije que no era para tanto. Ya me estoy comiendo mis palabras con lo del embarazo.
Ambos rieron de nuevo.
— ¿Tienes ganas de que nazca? — preguntó Ron.
— Mucho. ¿Y tú? — preguntó ella tocándose la barriga.
— Estoy contando los días.
Hermione dio un bote.
— ¡Ron, se ha movido!
— ¿Qué? — Ron no supo reaccionar ante las palabras de su esposa.
— Ven — Hermione le hizo señas para que se acercara — acércate para que puedas notarlo tú también.
Ron se levantó dudoso y se acercó a su esposa. Le puso una mano en el vientre. Notó un leve golpe en su mano, proveniente de la panza de su mujer.
— ¡Oh! — exclamó sorprendido. — Hola, bebé. — Ron acercó su cara en el sitio de dónde provino el movimiento de la tripa de su esposa. — Todavía no sabemos tu nombre. Queremos esperar a tu nacimiento. Los abuelos Granger y los abuelos Weasley no están muy de acuerdo con esa decisión, pero la respetan. Aunque tardaron unos meses en hacerse a la idea. — Hermione hacia pequeñas risas, causadas por la ternura y porque tener su esposo tan cerca le hacía cosquillas. — Hoy hemos ido a comprar todo lo que pondremos en tu habitación. Esperamos que te guste mucho. Está tarde iremos a por más, no te preocupes. — el bebé dio patadas más fuertes, como si hubiera entendido lo que le dijo su padre. Ron y Hermione se miraron sorprendidos. No pensaban que el bebé entendería las palabras de su padre.
Cuando los movimientos cesaron, Ron y Hermione se quedaron en esa misma posición unos minutos más por si el bebé decidía dar otra patada. No lo hizo. Así que Ron regresó a su asiento y Hermione se colocó de cara a la mesa. Siguieron comiendo. Ambos tenían una sonrisa boba en sus labios. Notaban a su hijo más cerca que nunca.
...
Después de una larga, necesaria y merecida siesta, se dirigieron al Callejón Diagon. Saludaron a Hannah Abbott, dueña del Caldero Chorreante, el cual tenía un aspecto muy diferente al que le dio su anterior dueño. Tenía muebles modernos, un aspecto muy limpio y un ambientador con olor a caramelo. Hablaron un poco con ella y entraron de lleno al Callejon Diagon.
Siempre que podían, evitaban ir al mundo mágico. Todo el mundo quería saludarles, hablar con ellos, sacarles fotos, pedirles autógrafos...
Al principio les gustaba, sobre todo a Ron, quien casi toda su vida había tenido complejo de inferioridad por sentirse una sombra de sus hermanos y después de sus dos mejores amigos, pero al cabo de un tiempo, se cansaron. No podían hacer nada, ni pasear sin que alguien les parase o gritara sus nombres.
Y hoy no iba a ser la excepción.
— ¡Señor Weasley, señora Granger! — gritó un mago.
Ambos se giraron con una sonrisa de compromiso hacia el mago que los había llamado. Se acercó a ellos. No sabían quién era.
— Me alegro mucho de verles. Fue toda una sorpresa saber que iban a tener un hijo.
Ambos pusieron una sonrisa forzada. No les gustó nada la idea de que se filtrara la noticia del embarazo de Hermione. No tenían ni idea de cómo había podido ocurrir, porque la sanadora Turpin era muy discreta, aunque tenían la sospecha de que Rita Skeeter había tenido algo que ver.
— Gracias — contestó Hermione un poco incómoda, no le gustaba nada que se hablara de su vida privada, y menos un desconocido. — Aunque algún día tenía que pasar.
— Sí, pero que alguien con una carrera tan prometedora como usted renuncie a ella para ser madre...
— Me incorporaré al Ministerio en cuanto termine mi baja maternal. ¿No puedo hacer las dos cosas a la vez? — tanto Ron como Hermione empezaban a enfadarse. — No estamos aquí para vivir para trabajar. Estamos aquí para vivir.
— ¿De qué sirve tener un alto cargo si no eres feliz? Uno de mis hermanos lo tuvo que aprender por las malas. Alcanzó lo más alto, pero renegó de su familia. Iba del Ministerio a su casa y de su casa al Ministerio. No tenía tiempo para él. — intervino Ron.
— Y ahora si nos disculpa... — cortó Hermione.
La pareja se alejó antes de que el otro mago pudiera seguir hablando.
Esperaron a estar lo suficientemente lejos para no ser escuchados para decir:
— No soporto que se metan y juzguen nuestra vida privada. — se quejó Hermione.
— Es el precio de la fama, supongo... — susurró Ron.
— Nosotros sabemos lo que es mejor para nosotros, no ellos.
— Claro.
— Y no tiene nada que ver que queramos formar una familia con nuestros empleos.
— Solo se ha metido con el tuyo. ¿Será por qué trabajas en el Ministerio?
— A mí me ha sonado más a que renunciaré a mi empleo para dedicarme solo a mi familia. — Hermione estaba cada vez más enfadada.
— Gilipollas — escupió Ron.
Siguieron andando con las manos entrelazadas intentando calmarse. Hermione recordó que debía tener cuidado con las emociones que sintiera, el bebé las notaría y Ron tuvo presente que debía estar atento a lo que dijera delante del bebé, este lo oiría.
— ¿A qué tienda quieres ir primero? — la bruja se giró hacia su esposo.
— Compraría lo más necesario. Juguetes o algo de decoración. Podemos buscar algo que podamos poner sin quebrantar el Estatuto Internacional del Secreto.
Hermione se rio ante la ocurrencia de su esposo.
Se dirigieron a una juguetería.
...
— ¿Qué les parece este? — una joven bruja les enseñaba una muñeca de una bruja encima de una escoba que sobrevolaba por encima de sus cabezas. — Acaba de salir del mercado y es muy popular entre los niños.
— Ya... Pero queremos un juguete que esté más cerca del suelo... En los que el bebé pueda jugar durante su primer año de vida... — pidió Hermione algo incómoda.
— ¿Y este? — la chica les enseñó una pelota que simulaba ser una quaffle — cuando rueda por el suelo canta canciones infantiles
— ¡Oh! Es bonita. — Ron tomó el juguete y lo observó con más detenimiento.
— ¿Habrá algún riesgo de que pueda decir canciones demasiado mágicas? Verá, vivimos en el mundo muggle y recibiremos visitas de muggles. — preguntó Hermione preocupada.
— Pueden hechizarlo para que no canté algunas o hechizarlo para que aprenda nuevas. Viene con un papel para enseñarles el hechizo y el movimiento de varita que deben realizar para eso.
Hermione asintió más tranquila.
— También tenemos muñecas que andan y hablan por arte de magia y pueden cambiarse de vestido. Algunos padres lo usan como incentivo para que sus niños aprendan a gatear y a caminar persiguiendo a la muñeca. Tenemos una bruja y un mago.
— ¿Eso no es muy mágico si vivimos en el mundo muggle? — preguntó la futura madre.
— Hermione, en clase de tu hermano Harold un año hubo una niña que le pidió a Papá Noel una muñeca que andaba y hablaba. Funcionaba con pilas. Si un muggle ve este juguete, pensará que también va con pilas.
— ¡Ah, sí! Ya recuerdo. — Hermione recordó esa vez en que Harold tuvo que llevar un coche que le regalaron en Navidad al colegio y una niña trajo una de esas muñecas que andaba y hablaba mediante el uso de pilas. — Podría funcionar la mentira.
Giró la vista hacia la dependienta y vio que esta la miraba con cara de no entender nada.
— Nos la quedamos. — dijo Hermione con una sonrisa.
— ¿El mago o la bruja? — la chica pareció reaccionar.
— Los dos. — respondió Ron.
— ¿Quieren algo más?
— ¿Tienen cuentos mágicos? — preguntó Hermione.
— Sí, Los Cuentos de Beedle el Bardo adaptados al público infantil e Historia de Hogwarts para niños. Los personajes salen de las páginas a contar la propia historia con muchas luces y música.
— Me gusta — contestó la futura madre.
— ¿No crees que eso puede llamar la atención de los muggles que nos visiten? — preguntó su esposo.
— Cállate, Ronald. Los esconderemos cuando venga un muggle.
Ron rodó los ojos.
La joven bruja les señaló al mago que les atendería para pagar. Se dirigieron a él.
— Tiene una tienda muy bonita. — Ron alabó al mago de mediana edad que les cobraría los juguetes.
— No es mía, es de ella — señaló la bruja que les atendió antes. — Pero, gracias.
— Perdone — Hermione se sonrojó por la confusión. Ella también pensaba que la tienda era del mago mayor.
— Nada no se preocupe. Muchos se piensan que soy el dueño, aunque a mi jefa no le hacen mucha gracia ese tipo de confusiones y la entiendo. Si yo montara el negocio y me confundieran con una empleada cualquiera siendo la dueña, también me enfadaría.
Ron y Hermione sonrieron al hombre. Se giraron y vieron que la bruja que les atendió antes, dueña del negocio, atendía a nuevos clientes. Se despidieron de ambos y salieron de la tienda, encogieron las compras y se las pusieron en el bolsillo. Mientras andaban hablaban sobres qué decoración mágica podrían adquirir.
— Todas las pinturas y fotografías mágicas se mueven. Y eso será difícil de esconder. — destacó la bruja.
— Solo se mueven si salen personas o animales. Podemos poner un cuadro de un paisaje. — contestó su marido.
Ella asintió convencida.
Compraron un pequeño cuadro de Hogsmeade visto desde Hogwarts con el paisaje todo nevado. Al estar las casas desde lejos, no se podía distinguir si era un pueblo mágico de uno muggle. Si un muggle preguntaba siempre podrían decir que era un pueblecito escocés, que no era del todo mentira.
Después de encogerlo y ponérselo en el bolsillo se dirigieron de nuevo a la salida del Callejón para volver a casa. Hermione empezaba a volver a cansarse.
Una semana después, la tienda de muebles muggle les trajo los muebles y con hechizos levitadores los colocaron, no sin antes discutir porque ambos querían ponerlos en un sitio diferente.
...
Uno meses después, nació Rose Jean Granger-Weasley, y entonces sus padres colgaron un cuadro de unas rosas en su habitación. Rose se convirtió en una voraz lectora como su madre, amando sus libros mágicos y no mágicos, incluidos los cuentos de bebé, que no soltaba y que Ron se mostró reticente a comprar en un principio. Aunque su favorito siempre fue Historia de Hogwarts para niños y más tarde no soltaría el libro Historia de Hogwarts, el cual habría releído una docena de veces antes de entrar en el colegio. Para alegría de Ron y disgusto de Hermione, fue una gran amante del quidditch, como su padre, volviéndose cazadora del equipo de Gryffindor. También amó mucho el osito de peluche que Ron le compró y que su madre no quiso adquirir en un principio. Fue llamado Abracitos y Rose tomó el té con él, voló en escoba con él, le leía cuentos, dormía con él y le abrazaba cuando necesitaba sentirse reconfortada.