Dulce sufrimiento

Apenas entraron a la habitación donde los esperaban, Hermione pudo percibir la mirada implacable de Narcissa que parecía querer reducirla a cenizas. Sabía que la señora estaba haciendo un gran esfuerzo por mantener la calma solo por no molestar a su hijo y aunque estaba segura que no intentaría nada debido a la advertencia del joven en la cocina, la intimidaba con solo verla. Su mensaje era muy claro: «no me gustas». El ambiente estaba tenso y Draco también lo percibió pues levantó una ceja a modo de advertencia. 

Sentándose en un sillón de una plaza con Draco de pie a su lado, Hermione puso atención a Lucius. Nunca se había detenido a compararlo con su hijo, pero salvo algunos detalles, eran físicamente muy similares, sobre todo cuando ambos vestían elegantes túnicas hechas a la medida, y a la vez eran tan distintos, sobre todo ahora que conocía tan bien al verdadero Draco.

—No entiendo el motivo de habernos mentido —alegó el patriarca.

—No mentí… Nunca dije nada al respecto que es distinto. 

—¡Omitir es también mentir! —sentenció enérgica la señora Malfoy, quien se había sentado con un porte que le recordaba a Hermione las fotos de las familias reales que salían en las revistas que tanto le gustaba ver de niña. A su lado, Lucius estaba de pie, más altivo que nunca.

—No es lo mismo —repuso Draco con calma—. Y fue precisamente por esta situación que ambos preferimos mantener nuestra relación fuera del interés de ustedes dos.

Narcissa frunció ligeramente los labios por unos segundos.

—¿Cuánto hace que están juntos? —inquirió.

—No entiendo por qué eso es relevante… —Narcissa arrugó el entrecejo y Lucius carraspeó la garganta—. Hará cosa de unos siete años que estoy enamorado de ella, madre —contestó luego de varios segundos. Lucius abrió la boca sin poderlo evitar debido a la impresión. Narcissa estaba lívida.

—¿Entonces fue por ella que rompiste tu compromiso de matrimonio con Astoria? —Hermione sintió una punzada en su corazón. Hasta ese momento no había recordado que Draco una vez estuvo comprometido con la menor de las Greengrass. 

—No podía traicionarme a mí mismo porque lo que siento por ella es completamente serio, no algo que se dio en pocos días. 

—Por qué tuvo que ser precisamente ella… —murmuró Narcissa viendo hacia un punto en la habitación, negándose a ver a Hermione. 

—Ustedes dos no pueden… 

—Nada de lo que digan va hacernos cambiar de opinión —interrumpió Draco con seguridad—, y entenderé perfectamente si deciden borrarme del árbol familiar. Es algo que de todos modos preví hace muchos años, cuando sin siquiera permitirme soñar con que Hermione correspondería mis sentimientos, decidí que no me casaría ni tendría hijos si no era con ella. Ahora, si de verdad me aman como se supone que lo hacen, les pido que respeten la decisión de estar con Hermione y que intentarán aceptar nuestra relación. —Para este momento, Draco había tomado con fuerza una de las manos de la joven—. Si lo hacen, descubrirán que Hermione es una mujer maravillosa que merece lo mejor del mundo, pero decidió estar conmigo a pesar de todo nuestro pasado. A diferencia de otras, a ella no le importa mi dinero, tampoco le impresiona mi linaje de siglos de antigüedad; no la amo solo por su inteligencia o porque se volvió una bruja famosa. Fue algo que nació y creció poco a poco, por eso puedo asegurar que lo que sentimos es real, que me siento cerca de ella aunque esté en Lauterbrunnen. A su lado soy mejor persona, menos… Malfoy… y por eso nos encontraron en la cocina preparando un postre, y hemos hecho cosas que estoy seguro que ustedes jamás han intentado por ser fieles a unos prejuicios sin sentido. Si están dispuestos a aceptar todo eso, me harán muy feliz, y si no, pues no hay nada más qué hablar. 

Draco terminó su pequeña disertación y el silencio se instauró entre los cuatro; cuando segundos después, Lucius iba a responder, Narcissa lo detuvo tomando una mano suya. Hermione sabía que a Lucius Malfoy lo movía las ansias por el poder, a su esposa, su familia, y por eso la entendió perfectamente cuando, sonriendo de una manera muy protocolaria, simplemente dijo:

—Un placer conocerla, señorita Granger.

Hermione sonrió pero no por lo que había dicho la señora, sino porque estaba segura que nunca había sido objeto de palabras tan sinceras en toda su vida, y casi podía sentir que su corazón no cabía en el pecho. Que esas palabras provinieran precisamente de Draco Malfoy, lo hacían aún más valiosas, ya que él no solía expresar sus sentimientos con tanta soltura. Por eso, cuando minutos después los Malfoy se fueron de Sunserley House, ella no tuvo otra reacción más que abrazarlo y besarlo con intensidad por haber dado la cara por su relación, por haber enfrentado a sus padres sin dejarse amedrentar por ellos.

Ambos coincidieron que habían pasado con buen resultado dos pruebas muy difíciles, una con Harry y otra con los Malfoy, por lo que las que vendrían más adelante serían más llevaderas.

Olvidados del mal sabor que le habían hecho pasar la inesperada visita de los Malfoy, Draco y Hermione siguieron disfrutando de sus vacaciones de fin y principio de año. Draco había planeado pasar la nochevieja en un pequeño y mágico pueblo de St Ives en Cornualles, sabiendo que Hermione amaba caminar por la playa. Habían llegado poco antes de la puesta del sol para disfrutar del atardecer y sus colores dorados, luego habían caminado tomados de la mano hasta encontrar un lugar tranquilo donde sentarse. Abrazados para mantenerse cálidos, escuchaban el ambiente festivo en las embarcaciones que se encontraban en el mar así como en los restaurantes cercanos.

Cuando el hambre acechó, decidieron comer en un restaurante de mariscos frescos —camarón, langosta y mejillón— acompañados con cerveza y luego habían regresado a la playa para esperar la medianoche. Cientos de magos y brujas alzaron sus varitas y lanzaron destellos de luces al cielo al llegar la hora. 

—¡Feliz Año Nuevo, Draco —susurró Hermione al oído de su novio y selló su deseo con un tierno beso para después volverse a abrazar, con la esperanza de que el nuevo año estuviera lleno de amor, alegrías y sueños cumplidos.

Al volver a los días de trabajo, su rutina fue muy similar a la vivida los primeros días de relación, unos fines de semana se veían en Sunserley, otros en casa de Hermione y algunos otros en el chalet. Aunque los Malfoy y algunos otros ya habían sido enterados de todo, habían intentado mantener su relación en un círculo muy reducido de amigos, prácticamente limitado a los Nott y los Potter; sin embargo, poco a poco también empezaron a reunirse con los Zabini y Longbotton. Con Ron las cosas habían tenido que tomarse con más calma, ya que seguía sin entender cómo era que Hermione había terminado enamorándose de Malfoy.

—Te romperé la cara si la haces sufrir —le había dicho Ron con sus orejas rojas de furia contenida cuando se habían reunido con motivo de San Valentín en Grimmauld Place.

—¿En serio? —respondió Draco sonriendo de lado, el típico gesto que guardaba especialmente para el chico Weasley—. Me gustaría verlo, pero lamentablemente eso nunca pasará.

Ron se hubiera abalanzado sobre Draco si Luna no lo hubiera llamado en ese instante para que le ayudara con uno de los gemelos —al final, Molly había tenido razón—. Neville soltó un suspiro de alivio al no tener que decidir a quién defender, pues aunque no se consideraba exactamente un amigo de Draco, prefería no ponerse en su contra, pero tampoco le gustaba la actitud de Ron. Hermione era una bruja inteligente, ya tendría ella sus razones para haber decidido iniciar una relación con quien había sido prácticamente su peor enemigo en Hogwarts.

Por supuesto que al enterarse la comunidad mágica debido a que habían sido vistos tomados de la mano en el Callejón Diagon, las habladurías de Rita Skeeter no se habían hecho esperar para catalogar a Hermione de atrapa fortunas; curiosamente el tema de la sangre no había sido mencionado. A lo mejor ya eran temas en los que nadie se detenía a pensar.

A finales de febrero, Draco y Hermione salieron de vacaciones para Australia. Emma y George Granger ya habían hablado con Draco por videollamada y estaban ansiosos por conocerlo personalmente. Estaban al tanto de sus rivalidades en la niñez, pero sabían que esos niños habían quedado atrás; ahora eran una pareja que, como cualquier otra, intentaba día a día crecer en una relación sana y feliz era lo mejor que ellos podían desear para su única hija.