
IX. AROMA
Draco se presentó en Londres para el cumpleaños de Daphne justo a tiempo para sorprender a todos en la cena. Justo antes de activar el broche celta que había conjurado para que sirviera como traslador, se había cerciorado, con el reloj mágico, de que todos sus amigos estaban reunidos en casa de Blaise, sabiendo que su mejor amiga prefería cenar en familia en alguna de las mansiones que salir a celebrar en otro lado.
Estaba al tanto, por una carta que Theo le había enviado semanas atrás, que Astoria, para dicha de su eterno enamorado, había aceptado por fin, empezar una relación con Zabini. Se sentía algo cohibido de encontrarse con ella luego de haber huido tan cobardemente el año anterior, pero si su mejor amigo había sido sincero, y por lo general lo era, la joven estaba muy contenta en su noviazgo y eso era un alivio. En todo caso, estaba preparado mentalmente para recibir toda clase de insultos de parte de su ex-prometida y de Blaise.
Cuando se apareció en las afueras de la mansión de los Zabini, esperó que las protecciones de esa casa aún lo reconocieran para aparecerse dentro de la sala de estar; cerrando los ojos, imaginó su destino y con determinación, logró su cometido. Se alegró al escuchar las voces de todos en el comedor. La dulce voz de Astoria dirigiéndose en ese momento a su hermana le recordó la última vez que la había visto y un sentimiento de culpa le hizo dudar entre quedarse o irse. Fue un inesperado grito de Daphne quien lo sacó de sus pensamientos, ya que se había percatado de su presencia y corría en su dirección para abrazarlo.
—¡¡Draco!! ¡¡Qué hermosa sorpresa!! —Lo besó como solo a ella le permitía hacerlo por considerarla prácticamente una hermana.
Daphne no podía dar crédito a lo que estaba pasando y lo volvió a abrazar tan fuerte que casi le impedía respirar. Los demás se fueron acercando para saludarlo, y en último lugar quedó Astoria, quien, con una suave sonrisa, murmuró:
—Bienvenido, es bueno tenerte de nuevo entre nosotros.
A Draco le volvió el alma al cuerpo cuando ella le dedicó una sonrisa y ver en sus ojos que lo había perdonado. Blaise se había acercado a abrazarla en modo sobreprotector, pero ella, dejándole en claro que no le afectaba la presencia de su antiguo prometido, lo abrazó y besó en una mejilla y le dijo al oído aferrándose amorosamente al brazo de su novio.
—Deja los celos, amor, sabes que te amo a ti más que a nadie —y luego en voz alta—: al fin estamos todos como antes.
—Cierto —comentó Blaise con una sonrisa para luego tenderle la mano a Draco—. ¡Bienvenido!
Theo fue más atrevido y también lo abrazó cuando su esposa lo dejó libre para llamar a un elfo y pedir que colocaran un plato adicional en la mesa. El aroma del filete mignon con salsa de hongos y puré de papas con ajo y queso parmesano le abrieron el apetito; Cavell cocinaba bien pero los elfos de los Zabini eran de lo mejor.
Las preguntas sobre su vida durante los últimos meses no se hicieron esperar, y èl satisfizo la curiosidad de todos. Para el final de la cena, Draco sacó de su bolsillo una pequeñísima caja de regalo redonda color rojo con un pomposo moño del mismo color, que luego agrandó con un movimiento de la varita hasta quedar dos veces el tamaño de una quaffle y se lo entregó a Daphne. Sin abrirlo, la joven puso el objeto sobre la mesa y levantándose, volvió a abrazarlo y le susurró con voz quebrada:
—El mejor regalo es tenerte acá conmigo.
Selló el comentario con un sonoro beso que casi le saca una lágrima. Daphne siempre había sido muy expresiva con él, tanto que en algún momento había generado problemas de celos con Pansy, algo que a Daphne nunca le preocupó.
—No seas tonta, es mi hermano —le decía—, ¿acaso no te das cuenta que, aparte del color de los ojos, nos parecemos?
Después de la cena y de haber disfrutado todos como antaño, Daphne insistió en que Draco pasara la noche con ellos en la mansión de Theodore y no en Sunserley House, y en su afán de complacerla, se fueron por Red Flu. Una vez en casa, la mujer lo tomó del brazo y prácticamente lo arrastró a la habitación que había acondicionado como su salita personal, pero antes, le había pedido a su esposo que les preparara unas copas de vino para amenizar la conversación. Este pedido puso a Draco en alerta. Olía que se aproximaba un sermón marca Daphne, algo que nunca terminaba bien.
—¿Hasta cuándo vas a seguir huyendo de todo, Draco? —le preguntó Daphne con atemorizante tranquilidad. Se había sentado en un diván, cruzado las piernas y lo veía fijamente con sus penetrantes ojos verdes.
—No estoy huyendo —casi balbuceó sintiéndose acorralado.
—Por supuesto que sí. Y me recuerdas mucho al niño de once años que le escribía a su padre haciendo una rabieta esperando a que él resolviera tus problemas. Eres un hombre, deberías resolver todo por ti mismo.
—¿Y qué crees que he estado haciendo todo este tiempo?
—No lo sé, quizá, ¿exiliarte en un hermoso lugar para no enfrentar lo que sientes por ella? —respondió con tono sarcástico.
—No entiendo…
—No seas iluso, Draco, ¿acaso crees que no sé lo de Granger?
—¿Para esto me pediste que me quedara? —Estaba comenzando a enojarse.
—Te lo advierto, Draco, conmigo no puedes hacerte el bravucón o el dramático. Te vas a sentar en ese sillón y me vas a escuchar porque tengo mucho más qué decir. Sé que tampoco has podido perdonar a tus padres, que vives compadeciéndote de lo que te hicieron en el pasado…
Draco no se sentó donde ella le había indicado, sino que prefirió apoyarse en la banquina de una ventana. En ese momento se materializó una bandeja de plata con dos copas de vino. Por lo visto, el cobarde de su amigo no los acompañaría, dejando en evidencia que todo había sido planeado por Daphne.
—Recuerdo que siempre estabas buscando la aprobación de tu padre y por eso no titubeaste cuando supiste que debías tomar la marca, además de que, ¿quién se hubiera atrevido a desafiar al Señor Tenebroso? Eso hubiera sido una sentencia de muerte inmediata y definitivamente, sin importar el bando, todos queríamos sobrevivir, incluso los que no éramos oficialmente sus peones. —La bruja tomó una de las copas y la levitó hasta donde Draco la escuchaba, y luego de tomar un sorbo de la suya, continuó con su diatriba—. Todos tenemos claro que nunca fuiste un verdadero mortífago. No tenías las agallas para serlo de corazón porque ya no creías en nada de eso; todo lo hiciste por tu madre.
Esa afirmación era completamente cierta. Con el tiempo, la marca en su brazo izquierdo tuvo otro significado para él: no era un símbolo de lealtad hacia el lord; era más bien un recordatorio constante de que debía proteger a su madre a como diera lugar. Ella solo lo tenía a él para mantenerla a salvo de los otros mortífagos, no quería que ella pasara por más humillaciones mientras su padre estaba en prisión. Suficiente tenía con verse humillada a ser una huésped más en su propio hogar ancestral.
Era irreal la forma en que Draco la amaba y casi que la odiaba con la misma intensidad, pero prefería convencerse que la amaba aunque fuera una milésima más de lo que la odiaba y por eso no podía recriminarle que tanto ella como Lucius lo trataran como a un títere, moviendo sus hilos a su propia conveniencia, recordándole diariamente los privilegios de pertenecer a la élite sangre pura. Lo único para lo que había servido su linaje sangre pura de siglos de antigüedad durante la guerra fue para mantenerlos con vida unos minutos más mientras él intentaba matar a Dumbledore, pero sabía que fallar no lo diferenciaría de un muggle: Voldemort los mataría a los tres si fallaba.
—Hasta ahora, otros han tomado decisiones por ti y has hecho lo que te ordenan. Es hora que dejes todo eso atrás, tomes las riendas de tu vida y tomes decisiones por ti mismo. No pasa nada si te equivocas. Te levantas, sacudes el polvo y vuelves a empezar. Así es como funciona. Aprendemos de nuestros errores. Tus padres: te sacrificaste por ellos cuando apenas tenías dieciséis años aunque por esos ideales casi matas a alguien y arruinas para siempre tu vida. Pero tu felicidad no depende de nadie más, solo de ti.
—Madre permitió tantas atrocidades… —comentó sintiendo una punzada en el corazón.
—No subestimes el amor de tu madre, Draco. Ella te adora por sobre todas las cosas.
—No lo suficiente, evidentemente, puesto que se quedó en silencio cuando todo pasaba. —Draco estaba apretando la copa con tanta fuerza que temió quebrarla. Sus labios se habían fruncido en clara molestia.
—¿Qué hubieras hecho tú...? —Daphne lo veía inquisidoramente, y él no podía despegar sus ojos de aquella mirada—. En esos momentos, Draco... ¿qué hubieras hecho de estar en su lugar?
Poco a poco, y por primera vez, parecían irse acomodando las ideas en su mente. Su mandíbula seguía apretada, pero lentamente y luego de varios segundos que parecieron horas, asintió.
—Hubiera muerto si... —balbuceó y en su voz era perceptible el dolor, el miedo—. Todos hubiéramos muerto.
Draco le dio la espalda, dentro de él había una lucha interna qué no quería que ella lo viera así; era casi su hermana, pero no quería que lo viera llorar, y por eso empezó a caminar hacia la salida.
—Prométeme que esto que te dije no quedará acá —Draco se detuvo para escucharla, aunque permaneció de espaldas—, que los perdonarás y también, que harás algo por lo que sientes por ella…
Al escuchar eso, se volteó. Daphne había bajado el tono de su voz y se notaba triste.
—No entiendo cómo es que te enamoraste de ella, y no me refiero a su sangre, ya sabes que no soy purista, pero te apoyo y me parece muy cobarde que te hayas escondido detrás de un simple pergamino. Eso no es digno de un Malfoy. No podrás huir toda la vida; algún día la verás y tendrás que enfrentarla. Lo peor que puede pasar es que te rechace y eso no es el fin del mundo, puesto que ahora tampoco está a tu lado. Tienes mucho por ganar y poco por perder, Draco, y este no es el final que quiero para mi mejor amigo, no quiero que el frío invernal de ese país que ahora llamas hogar pero que en realidad no lo es siga invadiendo tu corazón. Eres una buena persona, mereces la felicidad, no la soledad y la desolación que veo en tu mirada, aunque intentes ocultarlo; ya has sufrido demasiado y la vida es muy corta para seguir así. Búscala, por favor, y dile todo lo que sientes por ella. Nadie enamorará a Hermione Granger por ti.
—No puedo prometer eso, Daphne, no aguantaría escucharla decir que me odia… Este vacío que siento en mi corazón no se compararía con el de su rechazo.
—¿Quieres negarte a ser feliz solo por el miedo de que te rompa el corazón? Ya estás muerto por dentro, Draco, lo veo en tu mirada, como si un dementor hubiera succionado tu alma.
Ella tenía razón… Así se sentía él, preso en sus sentimientos por Hermione Granger; si ella le correspondiera, su amor era lo que para un reo, el mundo exterior, la esperanza de un mundo mejor, pero eso solo era posible en sus sueños.
Draco emprendió su camino pero antes de cerrar la puerta, a Daphne le pareció escuchar un ahogado «gracias», una palabra que jamás esperó escuchar del orgulloso Malfoy y soltó un suspiro que no sabía que estaba conteniendo desde que había escalado la conversación. No le temía a Draco, pero se había arriesgado al enfrentarlo de esa forma, algo que había querido hacer hacía mucho tiempo. Esperaba fervientemente que su conversación tuviera un efecto positivo en el futuro de su mejor amigo.