
V. PARAGUAS
Por primera vez en su vida, Draco aceptó en voz alta que tenía una especie de enamoramiento platónico por Hermione Granger. Theo se había quedado con la boca abierta, literalmente, al escuchar la confesión. Si su amigo no le hubiera contado lo de su travesura cuando tenían diez años, hubiera insistido en que alguien estaba suplantando al heredero de los Malfoy.
—¿Granger?, ¿la Granger de Hogwarts? —inquirió sin dar crédito a lo que había escuchado.
—¿Acaso hay otra Hermione Granger? —respondió sosteniéndose la cabeza con una mano en actitud desesperada, mientras con la otra apretaba la pluma de pavo real tan fuerte que Theo tuvo que quitársela para que no la partiera en dos.
—¿Se supone que estamos de bromas? Porque sinceramente te digo, hoy no has sido tú mismo…
—No es una maldita broma, Theo. No me estoy riendo ni tengo ánimos para eso.
—Draco, esto que me dices no es coherente…
—¿Crees que no lo sé?, ¿que no me he hecho ya lavados de cerebro con lo absurdo que es todo esto?
La mirada de Draco era tan clara en lo que estaba sintiendo en ese momento, que Theo prefirió no seguir haciendo preguntas. Sabía que su amigo debía estar haciendo un gran esfuerzo por contarle sobre sus sentimientos y que la situación había sido más que analizada por el mago, con sus pros —que no veía ninguno— y todos los contras.
—Está bien… tranquilízate.
Theo sacó su varita de debajo de la manga y convocó dos vasos y la botella de whisky de fuego que estaba en un pequeño estante en un rincón de la habitación. Sirvió un poco en cada recipiente y luego le tendió uno a Draco quien se quedó pensándolo unos segundos antes de aceptarlo; finalmente lo colocó, sin probar el contenido, sobre el escritorio. Theo medio sonrió y tomó el suyo de un solo trago.
—Vamos a ver, Draco… —recapituló mientras volvía a servir whisky en su vaso—. Me dices que no quieres casarte con Astoria porque no la amas, algo que sinceramente no entiendo, porque definitivamente sé que no tienes una oportunidad con Granger así que no veo por qué tu compromiso con mi cuñada es un problema. —Draco iba a responder pero Theo hizo una señal con su mano de que no hablara—. Generaciones enteras se han casado de ese modo y nunca fue un impedimento si estaban encaprichados con otras personas. Luego dices que necesitas irte del país, algo que perfectamente podrías hacer con Astoria si tu objetivo es poner distancia entre tú y tu amor platónico. Sigo sin entender por qué debes romperle el corazón a la pobre muchacha. —Su interlocutor, en este punto, tomó el vaso que había puesto en el escritorio y lo bebió de un solo tiro. Limpiando unas pocas gotas que se habían resbalado por la comisura de la boca con su mano, caminó hasta la ventana nuevamente, dándole la espalda a su amigo—. Pero sin duda alguna, lo que menos entiendo de todo es por qué escribiste esa carta, por qué Granger debe saberlo. ¿Qué pretendes ganar con eso? ¿Su lástima?
Draco se volteó rápidamente, enfrentándolo. Apretaba tanto la mandíbula que Theo casi podía escucharla crujir.
—¡No! Nada de lástima… —dijo con voz grave para luego respirar profundo. Theo supo que estaba recurriendo a la oclumancia cuando vio los músculos de la cara relajarse. La tormenta en sus ojos se había ido cuando volvió a hablar en su voz habitual—. Tampoco sé por qué de repente sentí la necesidad de que ella lo supiera. Quizá quiero que sepa que no soy la persona que conoció, que soy más que el matón de la escuela…
—¿Y qué con eso?
—No lo sé, Theo, no lo sé —dijo con exasperación caminando de regreso al escritorio para tomar las dos cartas. Parecía que estaba pensando si las rompía o no. Luego de unos segundos las volvió a poner sobre la mesa, caminó hasta un acogedor sofá de tres plazas en tono verde pastel y acomodando los almohadones, se acostó. Theo lo siguió y se sentó frente a él en otro sofá a juego.
—¿Qué pasará con tu trabajo soñado?
—Eres el único que sabe que amo mi trabajo. Atrapar hasta el último de los mortífagos me ha dado más satisfacción que cuando estábamos en la Brigada Inquisitorial…
—Y aún así vas a renunciar a todo eso solo porque quieres irte de acá.
—Es lo que necesito hacer. Pediré un permiso o renunciaré, no me importa. Ya no le debo nada al Wizengamot, he cumplido todo lo que me pidieron y durante todos estos años he tenido una conducta intachable; no pueden negarme mi derecho a tomarme un respiro. Necesito alejarme de ella. Es una tortura cada vez que la veo, peor si está a la par de ese…
Theo quiso soltar una risotada al escuchar el tono de odio en la última frase, pero temiendo que Draco le lanzara una imperdonable si interrumpía con una burla ese momento de catarsis, lo pensó mejor y tomó otro sorbo de whisky. Seguía pensando que Draco celoso era todo un espectáculo y era una lástima que Blaise no estuviera ahí para verlo.
—Prométeme que cuando sepas dónde irás y por cuánto tiempo, nos dirás… No sé por qué siempre nos excluyes, Draco. Daphne, Blaise, Pansy y yo siempre estamos acá para ti
—Lo sé, Theo.
—Lo sabes pero, como siempre, te encierras en ti mismo. Es así desde sexto año.
—No todos son como tú… —resopló—. Ya no quiero sentirme juzgado por nadie más y ya los conoces… Sé que le vas a contar a Daphne, y no me importa, pero al menos espera a que Astoria reciba mi carta. Creo que enviaré ambas cuando ya esté muy lejos de aquí…
Theo asintió con la cabeza y eso pareció tranquilizar a Draco, quien cerró los ojos y minutos después dormía como si se hubiera quitado un gran peso de encima. Theo transfiguró un almohadón en una franela y la colocó sobre el mago durmiente y salió lentamente del lugar, deseando que su amigo algún día encontrara la paz que necesitaba.
Días después, Draco caminó lentamente hasta la calle donde estaba Marie Helene's Bakery, la cafetería en el Londres muggle que Hermione frecuentaba los jueves después del trabajo en el Ministerio de Magia. Lo había descubierto por casualidad una tarde de mayo un año atrás y todos los días se había acercado al lugar con tal de volverla a ver y así fue como supo que era una rutina de la joven el mismo día de la semana, en el que pedía tiramisú con una taza de café. Su interés por conocer todo de ella lo había llevado al día siguiente a querer probar el postre para entender que la dueña únicamente lo preparaba los jueves.
Draco se desilusionaba y al otro lado de la calle tenía cuarenta y cinco minutos de felicidad semanales, y aunque a veces se sentía un pervertido por seguirla buscando así, era lo único que le daba paz en su monótona vida. No era que se había obsesionado con la única mujer que no podía tener. Al contrario, por ser prácticamente la única persona nacida de muggles que destacaba, se había dedicado a observarla, tanto que cuando se percató, ya no había vuelta atrás.
Ese jueves no había sido la excepción para verla desde la distancia. Atípico para la época del año, caía un torrencial aguacero como si la furia de la naturaleza quisiera confabular contra él, pero eso no había detenido su visita semanal. Debajo de un invisible paraguas creado con su varita, la observó probablemente por última vez, ya que en dos días se iría del país. Ya había afinado los detalles luego de no querer seguir dándole más largas al asunto. No podía seguir viviendo de esa manera, anhelando algo que nunca tendría.
Solo Theo y Daphne sabrían su paradero. Ya tenía un boleto para viajar a Suiza, específicamente a Lauterbrunnen. Sí, había comprado un boleto aéreo para lo cual había usado un nombre falso y recurrido a ciertos encantamientos dada la tramitología que eso conllevaba, pero viajaría de manera muggle porque solo así se alejaría del mundo mágico británico sin dejar rastro; además, había alquilado un lujoso chalet que parecía empotrado en la montaña gracias a la ayuda de una antigua conocida de la familia. Entre los paisajes de los alpes suizos esperaba encontrar la paz que su alma necesitaba para superar su amor imposible por Hermione Granger.