𝒯𝒾𝑒𝓈

Hellboy (Movies 2004-2008)
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Capítulo 1

El viento otoñal susurraba entre las ramas desnudas mientras las hojas doradas danzaban en el aire antes de posarse sobre el suelo. Una mujer de piel pálida, cabello castaño y ojos verdes las observaba en silencio, su mirada perdida en el ir y venir del follaje. Sus manos, acariciaban su vientre.

 

— ¿Puedo pedirles un favor? —su voz, apenas un susurro.

 

Algunas hojas se elevaron suavemente del suelo, flotando por un instante antes de volver a caer.

 

— ¿Pueden cuidar de mi pequeño? —Más que una pregunta, fue un ruego.

 

De repente, una ráfaga de viento irrumpió en el silencio, envolviendo a la castaña en un escalofrío que le recorrió la piel.

 

“Tenemos…”

 

La voz susurró justo en su oído, helándole la sangre. La mujer no se giró, solo asintió en silencio y, sin mirar atrás, continuó su camino. Sus manos, ahora con más firmeza, siguieron acariciando su vientre.

 

[...]

 

— ¿Estás bien, querida? —preguntó con preocupación, sus ojos avellana fijos en su esposa.

 

La castaña le dedicó una sonrisa suave antes de apretar con cariño la mano de su amado.

 

— Sí, tranquilo.

 

— Susan… —la llamó el hombre, deteniéndose y mirándola con preocupación—. ¿Qué sucede?

 

Ella le sostuvo la mirada por un instante antes de suspirar.

 

— ¿Podemos sentarnos? —propuso con voz suave.

 

Cuando se sentaron, el viento otoñal llenó el espacio, ahogando cualquier otro sonido. La expresión del hombre era de puro desconsuelo, reflejando lo que sentía en su interior. Al terminar la mujer de hablar, él la rodeó con sus brazos, las lágrimas surcando su rostro sin control. Ella, con el corazón encogido, lo abrazó de vuelta.

 

— ¿Y "ellos" no pueden hacer algo? —preguntó, aferrándose a las manos de su amada con fuerza.

 

— Sabes que no, y... —desvió la mirada, evitando sus ojos— tampoco lo pedí...

 

Al escuchar eso, los ojos de él se abrieron de golpe, y, sin pensarlo, soltó las manos de la mujer. Con gesto frustrado, se pasó la mano por el cabello.

 

— ¿Marcus? —preguntó, colocando una mano suave sobre el rostro de su pareja, su preocupación evidente en su voz.

 

Cuando sus miradas se cruzaron de nuevo, ella apartó la suya rápidamente, mientras él la observaba con una mezcla de confusión y tristeza.

 

[...]

 

Susan y Marcus ya habían pasado por tantas cosas que ambos preferirían olvidar. Cuando escucharon sobre un demonio suelto, al principio lo tomaron a broma. Sin embargo, al investigar un poco más, se dieron cuenta de que era verdad. La idea de mudarse a otro país comenzó a rondarles la cabeza, aunque, honestamente, ya les bastaba con la rareza del clan familiar de Susan.

 

— ¿El gobierno niega su existencia? ——arqueó una ceja, observando el periódico—. ¿Cuándo no han negado algo? —dijo con sarcasmo.

 

Susan solo se rió suavemente, abrazando a su hijo de pocas semanas contra su pecho.

 

— Perdiste la apuesta —informó Susan, mientras su bebé dormía plácidamente en sus brazos.

 

Marcus soltó un suspiro, sus ojos fijos en el collar de su esposa.

 

— No hay forma de salir de esto, ¿verdad?.

 

— A menos que prefieras que te jalen los pies —respondió ella con una ligera sonrisa.

 

El de cabellos azabache simplemente suspiró y, sin decir palabra, dejó una moneda sobre la mesa.

 

— Listo —dijo, volviendo a sumergirse en el periódico.

 

A los pocos segundos, la moneda comenzó a flotar suavemente, girando en el aire antes de desvanecerse por completo.

 

— ¿Con quién había apostado? —preguntó Marcus, levantando la vista del periódico.

 

— Creo que con... —se pasó una mano por la barbilla, pensativa—. ¿Alex, tal vez?.

 

— Deberías hacer una lista, para no olvidar a ninguno —aconsejó él, estremeciéndose—. Ya sabemos lo sensibles que son.

 

— Tienes razón —concordó ella, y sin pensarlo, dejó a su pequeño John en el regazo de su padre antes de salir hacia la habitación.

 

Marcus se quedó mirando a su bebé, pensativo.

 

— ¿Tú entendiste lo que acaba de pasar?.

 

A medida que pasaban los días, Susan continuaba escribiendo todos los nombres. Marcus se sorprendió al ver la lista.

 

— ¿Es una broma, verdad? —preguntó, con incredulidad, pero la mirada de su mujer le dejó claro que no. — ¿40? ¿No son demasiados?.

 

— Créeme, son suficientes —se quejó la castaña, frotándose la frente con cansancio.

 

— Ya entiendo por qué nunca te aburres de hablar con ellos —comentó, divertido.

 

La mujer de ojos verdes le dio un golpe juguetón en el hombro.

 

Mientras tanto, en la habitación donde el bebé dormía en su cuna, pequeñas esferas de luz flotaban suavemente alrededor, mientras siluetas translúcidas se agrupaban en un rincón apartado de la habitación.

 

[...]

 

Mientras las gotas de lluvia golpeaban el vidrio roto, la respiración agitada de Susan se intensificaba. Arrastrándose por el suelo, se aferró a su hijo, alejándolo lo más que pudo del auto destrozado.

 

— Cariño... —susurró con dolor, su voz temblorosa.

 

Marcus había muerto al instante del impacto, y ella sentía cómo la sangre escapaba de su cuerpo con rapidez.

 

Desesperada, arrancó el collar de su cuello y lo abrió. Miró a su pequeño, que yacía inconsciente, y le dedicó una última sonrisa débil, a pesar del dolor que sentía.

 

Ad sequentem transire —susurró, sus palabras apenas audibles, antes de sucumbir y caer inerte al suelo.

 

Siluetas translúcidas rodearon su cuerpo, mientras otras permanecían cerca del pequeño John, vigilando en silencio.

 

Cuando el sonido de las ambulancias y las patrullas se acercaba, las siluetas simplemente se desvanecieron, desapareciendo en el aire como si nunca hubieran estado allí.

 

[...]

 

Cuando Jonathan, el hermano de Susan, llegó al hospital y vio a su sobrino en una camilla, vivo, un profundo alivio lo invadió.

 

Sin embargo, al notar que el pequeño sostenía el collar de su hermana con firmeza, supo que ella ya no estaba allí.

 

El doctor se acercó para informarle que John podría necesitar pasar una o dos noches en el hospital, solo para asegurarse de que no tuviera ninguna complicación.

 

Luego, le entregó una hoja que el pequeño llevaba firmemente en la mano.

 

Al verla, Jonathan se sorprendió al ver que eran los nombres de "ellos".

 

— Te avisaron, ¿verdad? —murmuró para sí mismo, mientras un escalofrío recorría su espalda.

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