
—Alice —su voz salió entrecortada. Un escalofrío recorrió su columna mientras intentaba de forma desesperada hacer algo, lo que sea… —Alice, necesito que me mires —logró pronunciar con dificultad y la nombrada volteó a verlo, ojos cargados de preocupación y alerta se toparon con unos tristes y derrotados—. No es tu culpa.
Las palabras la atravesaron una a una de manera dolorosa, cómo si le lanzaran Crucios de forma repetida. Su cuerpo dolía, el corazón le dolía, le estaba costando respirar. Su mundo entero se hizo borroso, trató de contener las lágrimas, trató de ser fuerte por él. Pero no era tan fácil, no cuándo estaba presenciando cómo lentamente la vida abandonaba sus ojos.
Pronunciaciones de hechizos, rayos de colores por todas partes, cuerpos repartidos a su alrededor. Una masacre se estaba dando más allá de la piedra en la que Frank y Alice se refugiaban. Pero a Alice no le importó en lo absoluto, no cuándo la vida de su amado se le estaba escapando de las manos.
—Frankie, por favor —soltó en sollozos. Dejó las lágrimas fluir, tratando de forma desesperada de liberar la presión en su pecho—. Sólo tienes que aguantar un poco más, voy a buscar a alguien que te ayude, por favor.
—No te vayas —esas palabras salieron con dificultad—. Te pido… No te vayas—. Alice sintió que su corazón se rompía un poco más cuándo Frank también empezó a sollozar, ahí recostado en su regazo.
A pesar de la desesperación, Alice acarició con delicadeza el rostro de Frank.
Cada vez respiraba con más dificultad, pero en ningún momento Frank apartó su mirada de la de Alice. Ambos soltaban lágrimas, lamentando el final que se avecinaba, y sin embargo ninguno dejó de sostenerse en el otro.
—Neville… —, su voz se detuvo, la maldición que le fue lanzada se filtraba por sus cortes, enviando golpes de dolor de manera intermitente, pronunciar una sola palabra demandaba mucha energía que no tenía, pero lo intentó de nuevo—. Nuestro niño… Cuídalo mucho.
Los ojos de él estaban llenos de lágrimas, Alice quería apartar la mirada, levantarse de esta pesadilla y despertar al lado de su amado cómo si nada, cómo todas las mañanas desde hace 18 años.
Pero no podía permitirse eso, Frank la necesitaba, necesitaba su presencia en esos últimos momentos.
—No digas eso, por favor —. Las lágrimas bajaban por su rostro, una tras otra—. Saldrás de esta, no tienes que despedirte, por favor—, su discurso fue interrumpido por sus propios sollozos.
Frank le dedicó una sonrisa débil, sus ojos cada vez más caídos.
—Los amo… Te amo— y eso fue todo. Esas fueron sus últimas palabras.
Alice lo sintió en la pesadez de su cuerpo, en los ojos vacíos que fingían devolverle la mirada, lo supo, su amor se había ido.