
1.
El escalofrío que lo recorre de la cabeza a los pies es lo primero que siente Hua Cheng.
La sorpresa inunda sus delicados rasgos y las manos que barrian diligentemente las hojas caídas paran en seco, en sintonia con todo su cuerpo.
Sabe cual de sus mariposas le transmitió ese latigazo de energía tan horrible y eso lo inunda de pánico mientras se teletransporta más rápido de lo que su mente puede procesar. Llega a una ciudad oscura, en medio de una masacre, cultivadores asesinandose a diestra y siniestra.
No hay rastro de ese cabello negro como la tinta, sujeto a una cinta roja, evocadora de tantos sentimientos.
Ni la música de una flauta, guardiana de un pendiente cuyo gemelo cuida con recelo. Lo que sí encuentra mientras mira hacia el acantilado, es un fractal de alma.
Sin preocuparse porque esos mediocres cultivadores puedan ver su cuerpo fantasma—a menos que sean inmortales— se lanza hacía ella.
El viento lo golpea en la cara y el aroma a sangre le llena los sentidos, casi es capaz de saborear el metal de ese líquido vital que conoce tan íntimamente desde su infancia.
Llega al fractal y lo acuna entre sus manos con delicadeza, siente que el aire que no necesita le falta y mira hacia todos lados buscando más fractales del alma de la tercera persona más importante en su vida.
Un cultivador le llama la atención.
Su impoluta y blanca túnica se encuentra sucio y manchada de sangre, pero no parece importarle ya que se queda en el suelo como un muñeco al que le han cortado los hilos, la mirada perdida en el abismo.
Sigue la mirada del cultivador y a sus ojos se revela algo que al otro le es imposible ver.
Más fractales, cayendo como una lluvia de estrellas hacía las profundidades.
Se deja caer—todavía sosteniendo el primer fractal en su pecho—y recoge todo lo que puede entre sus manos.
Pero hay demasiados y Hua Cheng no puede sostenerlos todos, así que impulsa su propia energía resentida hacia ellos, pero cuando toca los trozos del alma destrozada de su hijo, la oscuridad lo ciega.
Es como si hubiera sido transportado a algún lugar lejano u otra dimensión donde todo es oscuridad. Su cuerpo se encuentra flotando entre nubes oscuras, los pies no se sostienen y en el corazón siente una punzada de pánico cuando los fractales que estaba abrazando no se encuentran por ningún lado.
Estuvo a un segundo de tomar a E-ming y destrozar toda la montaña para salir de ahí y encontrar los fractales. Si no fuera por el olor que lo inundó todo.
Sal.
No es que nunca la oliera. Cocinaba con ella y siempre que se sentaba frente al mar negro ese olor salino le impregnaba la garganta, lo que alguna vez pudo considerar una molestia le brindaba ahora tanta calma hasta el punto de brindarle paz cuando se sentía intranquilo y su alteza se encontraba ocupado.
Era como si se encontrará en el mar; todo le recordaba a él.
El tercer sentido que ataco este extraño ente fue el tacto, porque algo parecido a unas manos; delgadas, frias, salieron detras de él. Pasando por sus oidos, las yemas de los dedos rozaban la piel allá donde iban, el cuello, las mejillas, hasta que llegaron a los ojos y ahí se detuvieron.
Lanzó su mano derecha hacia su rostro y tomó una de esas manos entre sus dedos sin delicadeza, pero no cedian, permaneciendo en su lugar cubriendo sus parpados con fiereza pero sin hacerle daño.
Un escalofrio lo recorrió nuevamente cuando algo helado se rozó contra su cuello, el aliento—también helado—chocaba contra su espalda y se encontró con la mano hacia el cielo invocando un fuego que hizo poco por iluminar esa negrura, pero le permitió ver entre los dedos de la criatura.
Solo un poco.
Y eso fue suficiente.
Esas manos se veían difuminadas por tenerlas tan cerca, pero el las conocía, las recordaba tan bien como recordaba cada facción del cuerpo de su alteza. Esas manos que recorrieron sus mejillas y arañaron su espalda lo que parece hace un millón de años, pero que el sigue sintiendo como si hubiera sido ayer.
No creyó volver a verlas.
—He Xuan.—dijo con la voz entrecortada.
Aquellos hermosos dedos se contrajeron pero no lo soltaron. Acerco sus manos con la delicadeza que no tuvo al principio y cubrió las del otro con ternura.
Eso debió haber derretido al antiguo supremo porque la fuerza de su agarre se debilitó, los brazos de He Xuan, en cambio, lo abrazaron por detrás y poso su frente en su espalda.
—¿Qué pasa?–dijo Hua Cheng apretando su mano. —La muerte te ha hecho olvidar los modales básicos, eh, pecesito.
El golpe suave que el otro le propinó en el pecho aligera una carga que no sabia que tenia en el corazón.
Con cuidado de no asustar al otro y que apretara su agarre, deshenredo sus brazos de su cuerpo y se dio vuelta con lentitud, como si estuvieran en medio de un baile, y cuando lo vio, se congelo.
Era igual que la última vez que lo vio, y tal vez, más hermoso, su cabello negro como la tinta corría suelto y flotaba en ese extraño lugar como si el viento y el agua fueran uno y jugarán con esas suaves hebras—el lo sabe—, una túnica negra moviéndose con un aire inexistente cubría su cuerpo, solo podía ver sus tobillos y un poco de sus pantorrillas hasta sus pies descalzos.
Esos ojos dorados.
Igual de hermosos que el oro. Siguen quitandole el aliento.
Debió quedarse más tiempo del que quería embobado con el otro hasta que su voz, un poco ronca, tal vez por la falta de uso, lo saco de su ensoñacion.
—Te ví.
—¿Eh?—que nadie le diga a su alteza que la presencia del otro supremo lo vuelve un estúpido, se burlaría sin piedad.
He Xuan solo apretó más fuerte la mano que los conectaba.
—Te ví. Cuando le diste el pendiente a Wei Ying.
La sorpresa lo inunda cuando recuerda ese día en los túmulos funerarios. La energía resentida tan poderosa, y a la vez tan conocida. La melodía de una flauta. Él, entregando un pendiente qué cuidaba con recelo a un niño que acababa de conocer.
Por alguna razón, se sintió avergonzado.
—Estabas con el.—susurro.
Como nadando en el aire, He Xuan se acercó lo suficiente para que su negro cabello le rozara las mejillas.
—Siempre estoy con el.
—¿porque no me lo dijiste?
La pregunta sale sin darse cuenta. Es algo que quería preguntar desde que se entero de la muerte del supremo. Ha encontrado la paz en todo el asunto, pero la pregunta siempre ronda su mente en sus momentos más débiles.
He Xuan solo lo observa, sus orbes dorados sopesando la respuesta.
—¿Hubiera hecho algún diferencia?
Hua Cheng sabe que la respuesta a eso. Sabe que en ese momento, tan abatido por la culpa de sentir que le había fallado a su alteza. La ira de encontrar placer en su pecado, era aberrante. Tener esa consecuencia en forma física hubiera sido peor. No sabe como hubiera tratado a He Xuan o al niño en ese entonces.
—No.—dice con sinceridad; este no es momento de mentiras.—No hubiera cambiado nada.
He Xuan solo asiente, como si supiera que esa sería su respuesta.
—Por eso no te dije nada. Pero creo que ahora eres diferente.
Manos frias recorren sus mejillas, su mirada perdida en el otro.
—Wei Ying ha sufrido mucho, merece una vida tranquila pero creo que solo lo condene a sufrir.—dijo He Xuan frunciendo el ceño.— Su alma ha sido rasgada en mil pedazos por esos fantasmas. Una muerte espantosa qué no le desearía ni a mi peor enemigo.
Pequeñas lágrimas corrieron libremente y Hua Cheng las limpio delicadamente con sus pulgares. Su corazón en un puño.
—Pude proteger sus fractales, los tengo todos aquí conmigo. Lo único que necesito saber es... ¿quieres cuidar a nuestro hijo? ¿Lo quieres?
¿Que si lo quería? Si quería la única persona que se parecía a un amor perdido, sus recuerdos y la esperanza de un futuro mejor; una segunda oportunidad de hacer las cosas bien.
—Lo quiero.—dijo Hua Cheng con seriedad. —Lo cuidare de todo, y todos.
La pesada mirada de He Xuan lo evaluó por lo que parecieron años, aunque no le importaba tener esos preciosos ojos atentos a él, hasta que el otro se convenció de su sinceridad y su mirada se torno tierna. Acercando su boca hasta que pudo sentir su aliento dijo antes de de sellar sus labios en un beso.
—Cuídalo o vendré por ti.
Aunque sus labios estuviesen fríos, el contacto hizo que una calidez surgiera de lo más profundo de su núcleo. Cerró los ojos y trató de aprovechar al máximo este raro pero precioso sueño. Porque en ese momento el cuerpo que se apretaba contra el comenzó a volverse etereo, como niebla que se escapa de sus dedos.
No quería abrir los ojos. No quería ver la oscuridad y que esos ojos dorados no estuvieran ahí.
Pero un peso en sus brazos le dio la valentía de hacerlo. De dar ese paso.
Un joven de cabello negro como la tinta descansaba en sus brazos. Su túnica echa pedazos y el ceño fruncido, como si estuviera teniendo pesadillas. Lo apretó más fuerte contra su pecho.
—Eso espero.