
El viento frío de invierno tenía las manos de Pansy Parkinson entumecidas, obligándola a guardarlas en los bolsillos de su abrigo. Olvidó sus guantes encima de su mesa gracias al apuro de salir de su casa, y ahora se maldecía en silencio.
Apoyó su espalda en el barandal que daba a un anfiteatro al aire libre, mirando las espaldas del público que presenciaba el espectáculo de navidad. En el escenario se alzaba una orquesta de casi cien músicos más un coro gigantesco, tocando villancicos de Navidad de forma épica, maravillando a todo el público.
Pansy siempre había querido aprender sobre esa magia llamada música, pero sus padres se lo habían prohibido rotundamente cuando se los pidió al tener seis años. La música no era algo que un mago de su estirpe debía aprender.
Pero, desde que pasó el exámen de aparición, cada vez que tenía la oportunidad se escabullía a algún concierto de cámara o alguna tocata más pequeña en Londres. Obviamente, era secreto. Una sangre pura como ella descendiente de una familia antigua de magos no debía mezclarse con muggles. Era denigrante, deshonroso para su familia, y ofensivo para todos los magos de sangre limpia. Suspiró con pesar, sacando una mano de su bolsillo y secándose una lágrima solitaria que caía por su mejilla.
—Ahora que están en Azkaban no debería preocuparme tanto —murmuró con pesar.
Se deslizó por la baranda y se sentó en el suelo helado. Estaba al final del anfiteatro bastante alejada del público, y no había nadie a su alrededor. No había nadie a su alrededor desde hace bastante tiempo. Su hogar ya no era un hogar, solo un puñado de paredes heladas y muebles sin usar. No había nadie a su alrededor y no lo habría en mucho tiempo.
Sollozó fuertemente dejándose llevar por la emoción y la música.
Llevaba meses viviendo sola en su casa ya que sus padres habían sido mandados a Azkaban. El día siguiente a La Batalla de Hogwarts comenzó una cacería macabra en busca de todos los mortífagos y seguidores de Voldemort, salvándose sólo unos pocos gracias a la defensa de Harry Potter. Y esos pocos solo habían sido los Malfoy. Narcissa Malfoy había hecho una estupenda jugada al proteger al elegido.
Pansy amaba a sus padres, amaba lo cariñosos y sonrientes que eran con ella, cómo la consentían y lo que le enseñaban para ser una buena sangre pura. Nunca tuvo miedo, nunca tuvo frío en su hogar y siempre había sido feliz… hasta que el señor oscuro volvió.
Los cariños desaparecieron y las sonrisas se transformaron en muecas de locura que paralizaron varias veces a Pansy. Ellos seguían las órdenes de su señor, y cada vez dejaron más y más sola a su hija, y todo se volvió terrorífico, frío y oscuro. Cada vez que volvían de alguna tarea que el señor de las tinieblas les pedía, se acercaban a su hija con sus rostros deformados por el miedo: “Algún día tú también podrás servir a nuestro señor”
Pansy no quería que ese día llegara. Pansy temía terminar como sus padres. Ella solo quería que todo volviera a ser como antes, lleno de cariño, calidez y sonrisas. Pero nunca pasó, y ahora estaba sola.
Completamente sola.
Y por eso había salido con desesperación de su casa en ese día solo a una semana de Navidad, al no poder soportar la soledad.
—¿Estás bien?
Pansy se dio vuelta, molesta y lista para espantar a la persona que osaba molestarla en su desdicha. Pero la molestia se convirtió en sorpresa al ver un par de ojos castaños, igual de sorprendidos. Dió un salto como si una descarga eléctrica la hubiera golpeado y se alejó un metro exacto de Hermione Granger, secándose rápidamente las lágrimas. La castaña la observó sin pestañear. Al parecer no la había reconocido hasta verla a la cara.
—¿Parkinson? ¿Qué haces aquí? —murmuró, cambiando su tono de preocupación a uno más inquieto.
—No es de tu incumbencia, Granger —contestó con desprecio mirando hacia otro lado, evitando por todos los medios que se diera cuenta que había estado llorando.
Hermione la miró unos segundos más, y mordiéndose el labio inferior sacó un pañuelo de su bolsillo con su mano libre, porque en la otra tenía una vaso con café. Dudando, dio unos pasos hacia la chica y le ofreció el pañuelo. Pansy lo miró de reojo con asco.
—Vamos, es solo un pañuelo —dijo Hermione molesta.
—No aceptaré nada de una sangre sucia.
—Deberías preguntarle a tus mocos qué es lo que quieren.
Pansy se llevó su mano a la nariz, roja por la vergüenza. Sacó su varita y con un movimiento rápido se la limpió y se secó su rostro, siempre siendo observada por una Hermione sonriendo.
Pansy no se atrevió a mirarla de nuevo. Le llevaba unos pocos centímetros de altura, pero ahora, al estar usando botas, miraba a la Gryffindor hacia abajo. Sonrió para sus adentros por esa pequeña ventaja. Era algo estúpido, pero ayudaba a su entumecidos orgullo.
—¿Por qué sigues ahí de pie? ¿Tus amigos al fin te abandonaron por ser una rata de biblioteca?
—Oh, no. Vine con mis padres a escuchar el concierto —contestó la chica como si no la hubiera ofendido y le mostró su café— .Están por ahí sentados. Yo solo salí a comprarme un café porque me cuesta tolerar mucho el frío.
—Pudiste hacer un encantamiento para calentarte.
—Sí, pero no me gusta usar magia cuando ando cerca de muggles y de mis padres —comentó encogiéndose de hombros—. No es que les moleste, pero prefiero no tener ese tipo de ventajas. No sé si se entiende.
—Entiendo que te avergüenza usar magia frente a ellos.
—Por supuesto que no. Soy una bruja orgullosa. Solo prefiero evitarlo.
—Ah. Ya me parecía extraño que la famosa Hermione Granger se avergonzara de lo que es —dijo Pansy apoyándose nuevamente en el barandal y observado a la orquesta—. Después de todo lo que pasaste el año pasado…
Silencio.
Hermione levantó una ceja, perpleja. Pansy se dió cuenta que había hablado sin odio ni desprecio. Más bien, con un tono un tanto melancólico.
—¿Y qué hay de ti? Nunca pensé ver a una Slytherin en un concierto de música muggle.
—Pasaba por aquí —murmuró la pelinegra, fastidiada.
—¿Y te quedaste sentada llorando?
—¡No estaba llorando!
—Pues tus mocos te delataron.
—¡Ya basta con eso, sangre sucia! —le gritó sacando su varita y casi enterrándosela en el cuello. Sentía su sangre hervir por la rabia. Hacia ella, hacia todo.
Los aplausos irrumpieron en el anfiteatro por el término del segundo movimiento de la orquesta. Aún faltaba uno. Las dos brujas estaban sin moverse, pasando completamente desapercibidas. Hermione se quedó mirando fríamente a Parkinson a los ojos, desafiante. El vapor del café bailó a su lado al igual que el vapor que salía por sus narices.
—Las dos sabemos que es una pésima idea tener un duelo aquí —la desafío con calma, llevándose su mano libre a su bolsillo.
—Tu rostro me irrita tanto que no me va a importar.
En eso, su varita salió disparada hacia atrás, dejando a Pansy muy confundida y sorprendida. Miró hacia atrás, y luego a Hermione, quién le sonreía fanfarronamente.
—¿Hiciste un expelliarmus sin decir nada?
—Lo único bueno de haber estado en una guerra —contestó la castaña con tranquilidad, tomando un poco de su café.
—Petulante come libros —escupió caminando hacia su varita, con su orgullo hecho añicos.
—Tu mal humor quiso esto —había bajado la voz porque los aplausos habían terminado—. Deberías estar feliz. Estamos cerca de celebrar la Navidad. Paz para el mundo, amor, luces, chocolate caliente y regalos.
—Sólo lárgate y déjame sola —pidió la pelinegra tomando su varita y apoyándose en el barandal.
No quería tener un duelo, no quería llamar la atención, no quería nada con el mundo. Sólo estar ahí sola, escuchar la música y llorar sin que nadie la molestara. Se quedó en silencio un rato, escuchando la música y sin mirar a la Gryffindor.
—¿Quieres un poco?
Pansy frunció el ceño tanto que pensó que las cejas se le fusionarían en una. Miró hacia el lado y vio a Hermione Granger con otro vaso en su mano, sonriendo con inocencia. Olía a chocolate.
—¿No te dije que te largaras? —exclamó Pansy con fastidio.
—Eso hice, pero volví —La castaña se encogió de hombros de nuevo, y se acercó ofreciéndole el segundo vaso—. No sé que te gusta, pero el chocolate siempre ayuda a subir los ánimos. Por algo funciona tan bien en contra de los dementores.
—Siempre fanfarroneando, ¿Eh, Ganger?
—Prometo que no siempre es mi intención —murmuró la castaña. Ahora era ella la que parecía avergonzada—. Me sale natural, pero trabajo en eso. Disculpa.
Pansy sonrió de lado, sintiéndose satisfecha. Era algo que tenía muy arraigado en su ser: humillar y empequeñecer al resto. Se sentía orgullosa de ser así gracias a sus padres. O al menos sentía orgullo antes. Ahora solo sentía fastidio y tristeza por estar sola. Y todo gracias al señor tenebroso.
Con brusquedad agarró el vaso de chocolate caliente, evitando tocar aunque sea un centímetro la mano de Hermione.
—Disculpa aceptada —La verdad era que no podía decirle que no a un chocolate caliente.
Hermione sonrió y se apoyó en el barandal, ahora un poco más cerca de Pansy. La música seguía sonando de forma espectacular mientras el público escuchaba entusiasmado. La Slytherin observaba los instrumentos y a las personas que los tocaban. Todos con tanta emoción, tanta pasión. Era envidiable.
—No sabía que te gustaba tanto la música —le dijo Hermione, mirándola de reojo.
—¿A quién no le gusta? —comentó frunciendo el ceño mientras olía su chocolate caliente— . ¿No deberías estar con tus padres?
—Ya hablé con ellos. No les molesta que esté aquí.
—¿Y por qué quieres quedarte aquí? —La confusión en el rostro de Pansy hizo sonreír a Hermione.
—Porque nadie debería estar solo y triste en Navidad.
La Slytherin abrió los ojos de par en par, incluso más sorprendida que cuando vio a la Gryffindor frente a ella. Se sintió extraña e inquieta. Apretó los puños alrededor del vaso de chocolate caliente y desvió la mirada hacia la orquesta. La situación de su familia la había vuelto débil.
—No creo que les guste que pases tiempo con el enemigo —murmuró con pesar.
—Ellos no saben lo que pasó. No he querido contarles —contestó la castaña también mirando hacia la orquesta. Su tono feliz cambió un poco y su mirada se volvió melancólica—. Pero no eres mi enemiga. Al menos no fuera de Hogwarts.
—Mis padres son mortífagos —recalcó Pansy sintiendo un nudo en la garganta—. Y están en Azkaban gracias a Potter, a la comadreja y a ti. No deberías estar cerca mio, podría matarte en cualquier momento.
—Pero no lo has hecho. Es más, recibiste el chocolate caliente que te ofrecí.
Pansy Parkinson se quedó helada, sin saber qué responder. No tenía sentido que estuviera en esa situación. Sus padres estarían decepcionados si supieran que había estado charlando con Hermione Granger, la sangre sucia amiga del Indeseable N°1, y que le había recibido un chocolate caliente.
Aunque había algo muy dentro de ella que le decía que si tenía sentido. Sus padres eran mortífagos y habían perdido la cabeza y la libertad gracias a Voldemort, incitando a su hija a seguir sus mismos pasos y devoción por el señor oscuro. Pero ella nunca había querido ser así. Prefería hablar mal de las personas, burlarse de como visten y lanzarle comentarios ofensivos junto a Draco y el resto de sus amigos, pero nada más.
¿Ir a duelo y matar a alguien por pensar diferente? Nunca le había agradado esa idea.
A Pansy le gustaba vivir, y estar rodeada de gente que le gustara y que la amara, hablar, reír, bromear. Cosas que hace tiempo ya no hacía.
—Todos cometemos errores —dijo al fin, mirando su chocolate caliente.
—Te vi luchando en Hogwarts en contra de Voldemort —comentó Hermione con tranquilidad—. Incluso después de querer entregar a Harry.
—Sigo pensando que eso nos habría evitado varios problemas.
—Si él hubiera muerto, Voldemort nos habría matado a todos.
—A tí te habría matado. Yo, en cambio, estaría con mi familia junto a un árbol de navidad frente a una chimenea. Y no helándome el trasero.
—¿Crees que con Voldemort estarías mejor?
—No estaría sola —Y se calló después de eso, apretando bien sus labios. Con esa frase había dado más información de la que quería, y frente a alguien suspicaz e inteligente como Hermione Granger, era muy peligroso.
La chica la observó, y Pansy se sintió demasiado incómoda bajo esa mirada, cómo si estuviera leyéndole el pensamiento. ¿Acaso la sangre sucia sabía legeremancia? Con espanto creó una barrera en su mente.
—¿No tienes más familia que tus padres?
—Mi padre y madre eran hijos únicos —contestó Pansy, sin saber exactamente por qué le seguía la conversación—. Y mis abuelos murieron hace un tiempo. Así que sí, ahora estoy sola gracias a esa maldita guerra y gracias Potter… ah, y a tí. Muchas gracias, Granger.
Hermione la siguió mirando por unos segundos con un rostro estoico. Parpadeó rápidamente y de un bolsito que tenía en su cinturón, sacó una botellita con un líquido verdoso.
—Nadie gana realmente en una guerra —comenzó a decir con una sonrisa mirando el contenido de la botella—. Nosotros perdimos muchos amigos, hermanos, madres… hijos incluso. Para que no mataran a mis padres tuve que hacerles un hechizo desmemorizador especialmente fuerte. Nunca recuperaron todos los recuerdos que les borré, la mayoría son sólo sombras, o sueños según ellos. Saben de mí ahora, pero a veces es como hablar con una pared. No paso mucho en casa porque, bueno, duele. Este líquido hace que el Trastorno de Estrés Postraumático que tengo haga que todo pensamiento extraño se vaya. De aquí.
Se llevó una mano a la cabeza. Eso lo dijo con un tono despreocupado, pero con una sonrisa triste. ¿Era idea suya o la Gryffindor se veía mucho más madura que antes? Quizás era su rostro cansado, con algunas cicatrices en sus mejillas y sien que le daba ese aire de madurez. O quizás era porque ella sí había aceptado el destino que se abría enfrente.
Algo que Pansy aún no podía hacer.
—Yo nunca quise que mis padres se convirtieran en mortífagos —murmuró Pansy con pesar, bajando la mirada. Sentía como su pecho se apretaba—. No quise que me abandonaran, pero cambiaron y… Yo nunca quise seguir sus pasos. Yo solo quería estar tranquila con ellos en mi lugar, mi casa. Ni siquiera sabría decirte si el haber entregado a Potter hubiera cambiado algo, porque ya los había perdido.
La voz de Pansy se quebró. Había dicho demasiado, y el dolor en el pecho se trasladó hasta sus ojos que explotaron en lágrimas. Se sentía horrible desde hace demasiado tiempo y había aguantado la soledad sin decírselo a nadie, ni siquiera a Draco, que era el único amigo con el que seguía hablando.
En eso, sintió algo cálido en su hombro que la hizo saltar. Hermione había posado su mano en ella y le sonreía, y no con la altanería que solía tener en Hogwarts. ¿Cómo era posible que ella sonriera tanto después de todo lo que había pasado? Era como si su rostro brillara, y eso la molestaba mucho. Demasiado.
—En verdad lo siento por tus padres.
Nuevas lágrimas quisieron salir velozmente de los ojos de Pansy. Era horrible llorar enfrente de Hermione Granger. Horrible, denigrante, indignante. Hubiera preferido a cualquier persona en vez de ella. Que patética se sentía.
—No necesito tu lástima, Granger —murmuró con su garganta apretada por el llanto. Desvió la mirada hacia el suelo.
—No es lástima, es empatía —refutó sabiamente, y agregó con tono burlón—. El chocolate hace milagros.
—No voy a agradecerte si es lo que quieres —Le molestaba que Granger la molestara tanto.
—Sería un lindo regalo de navidad poder escuchar un gracias de parte de una Slytherin.
—Ni en tus sueños.
La música revoloteó en el aire, ensimismando al público por su hermosura. Las dos brujas se quedaron en silencio, escuchando tranquilamente la melodía de la orquesta. Estaban llegando al final del tercer y último movimiento, Pansy lo sabía. Había escuchado un montón de veces esa música en su casa las últimas semanas, el único momento en que no sentía la soledad de esa mansión tan horrible. Miró de reojo a Hermione, y esta estaba con los ojos brillantes y con una expresión tranquila que Pansy nunca había visto en ella. Parecía estar cómoda a su lado.
Y ella se sentía cómoda al lado de Hermione Granger. Cómoda y tranquila. Muy diferente a como había estado al inicio del concierto.
—Has cambiado, Granger.
—¿Eh? ¿Por qué dices eso? —Hermione la miró, confundida.
—Siempre te vi como una niña irritante y chillona. Nunca tan tranquila y hablando con tanta modestia como ahora —murmuró, y levantó una ceja, sonriendo—. ¿Acaso será porque no estás con esos dos pelmazos?
—No los trates así. Son mis amigos —A pesar del comentario, no parecía enojada—. Pero tienes razón. Me estoy tomando las cosas con más calma. Es probable que mi boggart ahora no sea una prueba reprobada.
—Eras una sabelotodo bastante desagradable. Pero recalco el “eras”.
Hermione la miró de nuevo a los ojos, desconcertada. Pansy intentó no mirarla sintiendo sus mejillas arder. Esas palabras las dijo sin pensar. Tamborileó con sus dedos el vaso de chocolate dándose cuenta que la castaña había quedado sin palabras. El ambiente se había puesto un poco tenso.
—Em… a lo que voy es que… En Hogwarts siempre hablabas con ese tono de altanería y de sabelotodo, haciéndonos sentir como cucarachas ignorantes. Pero ahora no me he sentido así. Al menos no en este momento. Has cambiado. Quizás todos lo hicimos.
Definitivamente las dos habían cambiado. Pansy Parkinson nunca se había mostrado tan vulnerable frente a alguien, ni siquiera frente a Draco. Y odiaba que Hermione Granger fuera la primera persona. Qué ironía.
La castaña seguía sin decir palabra, pero ya no parecía desconcentrada. Al contrario, se veía en sus ojos que estaba buscando las palabras correctas para hablar.
Un estruendoso aplauso las tomó por sorpresa. La orquesta había terminado y el público se estaba poniéndo de pie para ovacionar a los músicos. Había sido una maravillosa velada y todos estaban muy contentos. Incluso las dos brujas, que también comenzaron a aplaudir.
—Si te sientes sola, podemos volver a vernos aquí la noche de Navidad.
Pansy la miró, perpleja al escuchar las palabras de la Gryffindor. Dejó de aplaudir, quedándose como una estatua al ver como Hermione le sonreía con un leve rubor en sus mejillas. Los aplausos poco a poco fueron reemplazados por murmullos y el movimiento alegre del público.
—No me mires así. Tú misma dijiste que te sentías sola.
—No dije eso.
—Lo deduje por como hablabas.
—Dedujiste mal.
—Bueno, yo me siento sola y quisiera… que nos viéramos.
Pansy levantó una ceja, ahora confundida. Hermione se tomó lo último de café que le quedaba, sin mirarla a los ojos.
—¿Y tus amigos?
—Ron está con su familia. La muerte de Fred fue devastadora. Harry está viajando entre la casa de los Weaslys y la de Andrómeda. Tienen que cuidar a Teddy. Para Navidad estarán todos ocupados.
—¿Y tus padres?
—No sé cómo va a resultar eso. Estaré con ellos un rato, pero es probable que vayan a ver a otras personas que, em, recuerden más —Hermione se veía incómoda, y sin querer estrujó el vaso de café—. Pero si te molesta…
—Iré a cenar a la mansión Malfoy ese día —Vio como los ojos de la chica perdían cierto brillo. Sintiéndose extrañamente culpable, agregó— Pero quizás, solo quizás, aparezca por aquí antes de media noche.
Hermione parpadeó, y al segundo sonrió con alegría. Dio unos pasos hacia atrás sin dejar de mirar a la pelinegra. El público ya comenzaba a irse del anfiteatro y un grupo de personas pasó por al lado de las dos brujas, en dirección a la salida que estaba más cerca. Pansy se cruzó de brazos, sintiéndose incómoda por la sonrisa engreída de la castaña.
—Feliz Navidad, Pansy. Nos veremos, quizás, por aquí.
Se dio vuelta y bajó por las escaleras en busca de sus padres. Pansy Parkinson se quedó quieta, mirando la figura de la castaña correr sin entender exactamente qué había pasado. ¿Acaso volvería a ver a Hermione Granger de nuevo, a la Gryffindor que más detestaba? Sacudió su cabeza con fuerza y miró hacia el escenario en donde quedaban sólo algunos músicos hablando entre ellos.
Sonrió. ¿Por qué? No lo sabía muy bien, pero ahora sentía que ese frío desolador y solitario se había desvanecido un poco. Y eso, probablemente, era lo que la había hecho sonreír. El aire Navideño la fin había llegado.