
LA HUIDA
Regulus sentía la desesperación subirle por el pecho, las ganas de vomitar atrapadas en su garganta, lo supo en el momento que vio al “Lobo Gris” en la arena, sabía que aquel guerrero ganaría, sabía que sin importar el resultado sería un final trágico para su hermano mayor.
Se cubrió la boca con la mano buscando ahogar los sollozos que querían salir, nadie tenía que saber que él estaba ahí, se suponía que él estaba en su habitación o en uno de los festejos. En cambio, se encontraba fuera del estudio de su padre, espalda pegada a una de las columnas buscando algún tipo de sostén divino en los pilares de mármol, no podía escuchar lo que ocurría dentro, pero Sirius había entrado hacía demasiados minutos con la frente en alto y su padre detrás, el hecho de que no saliera aún, no significaba nada bueno.
Los castigos de su padre no eran nada nuevo, ni para ellos, ni para el resto de la familia o el resto de las personas, se suponía que debía ser así, que siempre había sido así y que siempre sería así. Era disciplina, eran lecciones… y, sin embargo, sabía que no era así, que no se suponía que fuera así, Regulus estaba cansado de todo aquello, cansado de que Sirius tuviera que soportar aquello día tras día, cansado de tener que cuidar todo lo que decía o hacía, cansado de la familia Black.
(…)
No está seguro de cuánto tiempo pasó o cuando se quedó dormido, pero fue despertado por el ruido de las pesadas puertas abriéndose, no demoró en esconderse entre las sombras, pequeñas antorchas alumbrando ligeramente el lugar y manteniendo secreta su ubicación. Orión atravesó el pasillo con velocidad, el enojo aun emanando de él, su traje de gala desarreglado y sus dedos flexionándose con cada paso como si quisiera eliminar el entumecimiento de los mismos, como si hubieran estado apretados por mucho tiempo.
Regulus sintió su boca seca.
–¡Sirius! –gritó mientras se tropezaba con sus pies entrando al estudio cuando su padre al fin se perdió de su vista–. Sirius, Sirius... –sus ojos se pasearon por el lugar consternados hasta que dio con el cuerpo de su hermano a unos metros, en el suelo, inmóvil.
Un nuevo sollozo hizo eco en la habitación y no dudó en correr hasta él dejándose caer a su lado, Sirius tenía los ojos cerrados y había demasiada sangre de por medio, Regulus sentía el corazón en los oídos, no podía escuchar nada más que el ardiente sonido de la desesperación que lo desgarraba.
–Hermano –murmuraba–. Hermano, vamos, mírame… hermano… Sirius…
Las manos del menor se teñían de rojo cada vez que las pasaba por el rostro o los brazos de su hermano, las túnicas estaban rasgadas y no había visto por ningún lado la corona de plata.
–¿Reggie? –la voz sonó rasposa, distante, pero fue suficiente para que el temor se disipara al menos un poco, no era demasiado tarde.
–Sh, sh, estoy aquí, todo saldrá bien… Te llevaré a tu cuarto y vamos a curar todo, ya verás… –intentaba mantener la calma por él, intentaba convencerlo de que todo saldría bien porque si lo convencía, tal vez podía convencerse a sí mismo–. Te voy a levantar ¿Sí?
Con bastante esfuerzo, comenzó a levantar el peso muerto de su hermano del suelo, un quejido salió de los labios ajenos y el menor se disculpó de inmediato intentando ser más cuidadoso, pero no se detuvo.
(…)
–¿Sirius? –el cuerpo en la cama hizo un sonido de afirmación que podía hacerse pasar por un “si” si se tenía mucha esperanza–. ¿Quieres agua? –el sonido se repitió y Regulus, le acercó un vaso a los labios.
Sirius bebió tranquilamente, sorbo a sorbo, sintiendo todo su cuerpo adolorido, sintiendo como su cabeza explotaba desde adentro, todo ardía, todo quemaba, todos los sonidos eran demasiado fuertes y las luces demasiado brillantes, aunque apenas hubiera una antorcha prendida.
–Remus…
–¿Uhm?
–Remus –intentó de nuevo, forzando las palabras fuera de su boca, su hermano suspiró.
–Él está bien si eso es lo que te preocupa… Orión tuvo suficiente contigo.
A pesar del dolor y la molestia, Sirius se las arregló para curvar sus labios ligeramente.
–Él te importa –fue una afirmación y Sirius no pudo negarlo, solo observó a su hermano esperando algún tipo de vergüenza, de juicio… nunca llegó–. No puedes seguir así, va a matarte, Sirius, va a matarte y ¿Qué hago yo entonces?
El silencio cubrió la habitación, incluso sus respiraciones eran bajas, ninguno de los dos se movió, ninguno siquiera pestañeó, hasta que el mayor separó sus labios agrietados, ojos brillantes y decididos fijos en su hermano:
–Huye conmigo.
(…)
–Remus… –la voz de James resonó una vez más detrás suyo, pero no consiguió voltear–. Remus, tenemos que irnos… –sus palabras eran suaves, como si esperara que el otro explotara–. Lamento que no haya venido, pero de verdad tenemos que irnos.
Sí, Remus también lo lamentaba, quería verlo, quería agradecerle, quería… ni él estaba seguro de todo lo que quería. No obstante, no podía hacer desaparecer la desesperación ridícula que le crecía en el pecho, porque Sirius estaba bien ¿Cierto? ¿Por qué no lo estaría? Seguro había festejado por su cumpleaños y seguía durmiendo, como James había dicho, excepto que Remus había escuchado los rumores, había visto el miedo en los ojos de Sirius cuando se trataba de su padre, había visto la manera en la que sus músculos se tensaban, no estaba ciego. Algo no estaba bien.
–Remus… –la voz de James era una súplica–. Por favor, es la última llamada… –el más alto suspiró.
–De acuerdo, vamos.
(…)
–Ven conmigo –pidió por décima vez, sintiendo el miedo en el cuerpo al ver como el menor negaba de nuevo.
–Escaparé, te lo prometo, pero no podemos irnos juntos –Regulus acomodó un rizo salvaje debajo de la capa que estaba usando su hermano–. Sería demasiado obvio, demasiado arriesgado, si vas solo, te darán por muerto y ni siquiera te buscarán… yo escaparé en unas semanas, lo prometo.
Se observaron fijamente, gris y plata, nubes y tormenta, finalmente Sirius cedió a sus impulsos envolviendo al contrario en sus brazos, fue una sorpresa que Regulus le correspondiera con extremo cuidado, pero con la misma devoción.
–Prométeme que te irás.
–Lo prometo, hermano… –murmuró–. ¿Estás seguro que con ellos estarás bien?
–Encontraré la manera de estarlo, siempre lo hago –se separaron un poco–. ¿Me buscaras?
–Será lo primero que haga cuando este a salvo.
–Búscame en las ciudades, búscame en los mercados, búscame en las arenas –pidió–. También te estaré buscando –el menor asintió.
–¿Y si te hacen pelear?
A pesar del escozor de sus ojos, Sirius sonrió.
–Apuesta por mí y te aseguró que te haré millonario.
En la noche estrellada, bajo un techo labrado, dos hermanos toman caminos separados, con la promesa de encontrarse al final del camino, el hijo favorito y el hijo rebelde, nacidos de la misma madre, misma sangre, por primera vez en mucho tiempo, unidos por el destino con promesas de un futuro juntos.
(…)
Remus se sentía de cierta manera centrado, aquellos días habían sido magníficos, pero todo era temporal, siempre lo era, quizás había sido lo mejor no ver a Sirius una última vez, quizás así lo querían los dioses, quizás era la manera del universo de decirle que tenía que volver a su rutina.
Su cabina se sacudía con el camino de piedras, extrañaba a James, quizás ahora que tenía una mayor posición podía pedir que le permitieran traerlo a la cabina, no es que fuera espacioso como las habitaciones del magistrado, pero se habían conformado con menos, muchas veces.
Se recostó en el camastro mirando entre las tablas partidas hacia la pequeña fracción de cielo que sus ojos podían capturar, las estrellas brillaban con fuerza, sin saber el caos que reinaba en la tierra. Remus se cubrió los ojos con su brazo cuando la única imagen que podía conjurar viendo a las estrellas eran los ojos de Sirius.
Brillantes, sinceros, temerarios y traviesos ojos del color de la plata… rio roncamente ante la ironía, sintiendo una presión en su pecho: el lobo había caído por la plata.
(…)
La cabina se sacudió violentamente y al instante el gladiador estuvo sobre sus pies, con un arma en su mano, era un trozo de cristal, pero serviría si tenía que atacar.
–¡Guerreros desciendan! –el grito fue claro y la puerta de la cabina se abrió.
Remus dudó un momento, pero no tenía ganas de discutir así que de un salto bajó de la cabina, el cristal seguía en su mano y analizo el entorno, estaban en medio del camino, nada tenía sentido, encontró a James a unos cuantos metros y lucía igual de confundido.
–¡Formación! –nadie titubeo cuando se movieron sobre sus pies formando múltiples columnas de guerreros–. Tenemos un polizón –la voz del carcelario sonó fría, baja, los vellos de Remus se erizaron–. Un pequeño polizón que cree que su jurisdicción llega lejos de su casa –la risa amarga cortó el aire–. Tráiganlo.
Remus sintió el mal presentimiento antes de siquiera verlo, pero su corazón se saltó un latido cuando una figura encapuchada fue casi arrastrada hasta el frente del grupo, le arrebataron la capucha con fuerza exponiendo su cabello revuelto y su piel de mármol.
–Sirius… –el susurró salió derrotado de sus labios, perdiéndose en la noche.
Una mano cayó pesada sobre la espalda del príncipe, quien se mordió el labio para no soltar el grito de dolor que le desgarraba la garganta, no obstante, sus ojos se cristalizaron ante la intromisión.
–¿Qué haremos contigo, niño bonito? –la pregunta sonó oscura.
Sirius estaba algo asustado, pero no podía apartar sus ojos del guerrero de la segunda fila, sintiendo el alivio navegar traicioneramente por su sangre.
–Remus… –dijo tan solo moviendo los labios antes de escuchar otra oscura risa a su lado.
¿Dónde se había metido?