
Así como la nieve, los sueños
Astoria siempre amó la nieve. La quietud, la pureza, la tranquilidad que transmitía... Sin duda el invierno era su época favorita del año.
Por lo mismo, le pareció una cruel broma del destino que, justo el día en que su vida se derrumbó y sus esperanzas murieron, una tormenta se precipitara sobre su tembloroso cuerpo mientras vagaba como alma en pena por los adoquines del desierto callejón.
Aceleró su paso, buscando resguardo en el primer establecimiento a su alcance; una acogedora cafetería de aspecto antiguo, que, para su alivio, se encontraba medio vacía a esa hora de la mañana.
Tomó asiento en la mesa más cercana a la puerta, dispuesta a irse apenas la ventisca cesara, y también, aunque lo veía poco probable, el entumecimiento en su pecho se alivianara.
Respiró profundo, manteniendo a raya las lágrimas que empujaban y quemaban en la parte trasera de sus ojos, exigiendo su liberación.
Retuvo el aire en sus pulmones por diez segundos y exhaló suavemente, repitiendo el proceso un par de veces hasta que sintió su corazón latir a un ritmo normal.
Alzó la cabeza, indagando en el lugar, en busca de algún camarero dispuesto a traerle algo caliente.
Fue entonces que lo notó.
Sentado solo a unas cuantas mesas a su derecha y al fondo, como si de un faro se tratase, un rostro conocido llamó su atención.
Un rostro que, dicho sea de paso, había cambiado abismalmente desde la última vez que lo tuvo de frente. A su mente viajó la imagen de su última semana en Hogwarts; El aura de poder y esperanza que emanaba del entonces niño que venció, la forma en que, en su último año, parecía más vivo que nunca antes, invencible.
Ahora, casi una década después, todo se había extinguido. No comprendía porqué, pero ver su semblante actual bastó para hundir un poco más el ánimo ya deplorable de Astoria.
Sin darse oportunidad de arrepentirse y siguiendo un impulso hasta entonces desconocido, abandonó su asiento y a paso firme avanzó hasta el héroe, titubeando solo una vez, ya demasiado cerca como para desistir en su acercamiento.
—¿Se encuentra bien, Señor Potter?
Astoria se preguntó si es que acaso su voz había salido más fuerte de lo planeado, porque el hombre en la mesa pegó un brinco, poniéndose en guardia inmediatamente.
—¿Quién es usted? ¿La conozco?
Aún con todo y las lágrimas que surcaban sus mejillas, Harry Potter no lucía nada menos que imponente al ponerse de pie frente a ella.
No tenía la varita en mano, tampoco es que la necesitase en caso de que decidiera que ella era una amenaza, se recordó.
—Astoria Greengrass, soy...
—La esposa de Draco Malfoy —Terminó por ella, antes de que pudiera agregar algo, arqueando una ceja en sospecha. Su mandíbula no se aflojó ni un poco.
—Me gusta pensar qué hay más cosas que me definen además de eso, pero sí, está usted en lo correcto, soy la esposa de Draco.
El pelinegro la observó de arriba a bajo con ojos entrecerrados por unos cuantos segundo antes de, aparentemente, llegar a una conclusión.
Volvió a sentarse.
—De todas las personas que imaginé podría encontrarme en este lugar, nunca creí que sería a un Malfoy —Intentando no intimidarse por el evidente desprecio en sus palabras, Astoria ocupó el asiento vacío frente a él.
Viéndolo de cerca, la dejó sin aliento lo desgastado que estaba, incluso peor de lo que creyó al detallarlo de lejos; ojeras y pómulos marcados, piel pálida rayando lo enfermizo y una mueca tan decaída que la hizo creer que se mantenía en pie por pura fuerza de voluntad.
—¿No se enteró? La privatización ha llegado hasta el área de salud en el mundo mágico —Astoria giró el anillo de bodas en su dedo anular —Abrieron una nueva clínica a dos cuadras de aquí.
Harry se paralizó por un momento, repentinamente tenso por la información. La expresión desapareció tan rápido como llegó, volviendo a lo que, Astoria ya empezaba a entender, era su estado común de melancolía.
—Vaya, eso... eso no me lo esperaba. ¿Derrochando un par de cientos de galeones para probarla de primera mano o tenías una razón real para visitarla?
A pesar del filo de sus palabras, no había malicia ni acusación en su tono, solo la plana curiosidad de alguien que prefiere hablar de cualquier cosa antes de pensar en sus propias desgracias.
Quizás eso la motivó, o tal vez fue el hecho de que Astoria realmente no tenía a nadie más a quien podría decírselo, pero antes de que pudiera ponerse a pensar en eso, vomitó todos sus problema a Harry Potter.
Definitivamente, este tenía que ser el culmine de su descenso a la demencia; contarle sus problemas maritales y existenciales a un mago con el que apenas si había intercambiado un par de palabras antes. ¿Qué hacía hablándole de sus desdichas? no lo sabía y honestamente, tampoco quería saberlo.
Añoraba sentirse escuchada, al menos una vez, para variar.
Y el pelinegro la escuchó, puede que por inercia o porque no era lo suficientemente grosero para levantarse e irse. Fuera lo que fuera, le brindó el desahogo que necesitaba.
—Y ahora no tengo idea de que haré —Terminó el relato, reparando en los sollozos que desde hace rato se intercalaban entre sus palabras.
—Si te hace sentir mejor... —Comenzó el hombre, con su tranquilidad inalterable —Tampoco me parece una gran idea que tengas un hijo solo para complacer a ese tarado.
La simplicidad de la resolución le arrancó una pequeña risa temblorosa. En cierta forma, no recibir la lastima o conmiseración de Harry se sintió bien.
—No lo entiende. Yo... yo solo quiero...
—Quieres que te ame —Harry suspiró — Que te preste atención, que te mire, que deje de ignorarte.
—¿Es tan malo eso?
Distinguió la pena en los iris verdes, obviamente luchaba para encontrar una forma de decirle lo que pensaba sin devolverla a su estado lagrimoso.
Astoria prefirió sacarlo del apuro.
—¿Y que te trae a ti por aquí? —Se tomó la libertad de tutearlo, como él había hecho antes —No tengo intención de ser entrometida, pero no presumes de tu mejor semblante.
Harry lo consideró un rato antes de soltar la tensión acumulada en sus hombros y suspirar, resuelto a confiar en ella.
—Mi hijo está internado en la clínica que mencionaste antes —Anunció de golpe, antes de que pudiera arrepentirse.
Astoria estaba anonadada. No tenía idea de que Harry Potter tuviera un hijo, ni por la cabeza se le cruzaba que podría tener el niño que fuera tan grave para mantener a su padre en ese estado tan demacrado.
—No sabía que tenías hijos...
—Solo uno —Jugueteó con la taza entre sus manos y desvió la mirada a la mesa —Y nadie lo sabe. Es decir, aparte de un par de personas... y ahora tú.
Forzó su memoria a recordar lo último que supo del héroe; dándose cuenta de que hace años no llegaba ningún chisme o noticia nueva sobre él, nada, ni en revistas ni periódicos. Lo último que se publicó al respecto fue...
—Te marchaste a América —Formuló la oración un poco dudosa de la veracidad de la información.
—Así es. Después de mi último año en Hogwarts ya no había un lugar para mí en Inglaterra, así que tomé un trasladador y me fui —Harry estrujó sus ojos por debajo de las gafas, frustrado por razones que ella no podía entender —Allí tuve un romance...
—Con la madre de tu hijo.
—No... —Le echó una mirada por el espacio entre sus dedos, como si esperara una reacción explosiva ante lo que iba a decir —Yo... hmm... ese bebé... El bebé es mío. Quiero decir, yo lo tuve.
—¿Lo tuviste? —Astoria no daba crédito a lo que sus oídos acababan de escuchar.
Quizás lo que había pescado El Niño que vivió en América fue un caso de locura irremediable.
—Yo puedo tener bebés —Declaró, con un susurro firme y el mentón en alto, retándola a hacer cualquier comentario despectivo u horrorizado sobre eso.
—No creo estar entendiéndote —Arrugó el entrecejo y giró de nuevo el oro en su anular —O mejor dicho, estoy entendiéndote, solo no logro imaginar cómo sería posible lo que dices.
—Un sanador lo explicaría mucho mejor que yo, pero para hacerlo fácil, cuando tuve el duelo final con Voldemort, el trozo de él que vivía en mí desde el primer Avada... se fue —Se detuvo, quizás para dar suspenso, quizás para darse fuerzas —Pero un pequeño resto de su magia se aferró a la mía... asentándose en mi vientre. Con el estímulo de una magia ajena y fuerte, lo que había en mí se removió, volviéndose más potente y creando...
—Un embrión —Lo interrumpió, maravillada —Esto es extraordinario. Si me lo contara otra persona, diría que es imposible, pero tu existencia misma siempre ha sido un desafío a lo imposible.
Una leve sonrisa irrumpió en el rostro de Harry, pero con la misma rapidez que llegó, desapareció.
—No es tan bueno como crees —Hizo una mueca —La magia de Voldemort era oscura, muy oscura...contaminó a mi bebé. Estuvo sano hasta sus dos años, desde entonces su salud se ha deteriorado, ahora está enfermo, sufriendo por esta maldita cosa que se pudo evitar perfectamente si solo...
—¿Si? —Preguntó, luego de que Harry guardara silencio por demasiado tiempo para su gusto.
—Yo no lo sabía, nunca supe que podía concebir hasta que quedé en cinta... Se pudieron haber tomado medidas para evitar que su maldita magia lo tocara si solo yo... —Una lágrima rebelde resbaló por su mejilla, él la secó con brusquedad furiosa —Si hubiera sabido.
—¿Qué dicen los sanadores?
—Recibe tratamientos desde hace cinco años. He vaciado mi bóveda en toda clase de cosas que piensan que podría ayudar. Lo traje a Inglaterra porque escuché de esta clínica, de sus ensayos experimentales. Tienen algo que dicen que podría curarlo definitivamente, pero es... jodidamente costoso y yo no tengo un solo galeón.
Entonces Astoria lo comprendió todo; desde la desdicha del hombre, hasta la razón por la que justo ella se había topado con él esa tarde nevada.
Por primera vez en las últimas horas, el rostro de Draco surcó su mente, despertándole esa ansiedad y desesperación que llevaba rato dormida.
El destino le había puesto la solución a su problema frente a ella. O al menos era eso lo que su trastornada mente pensó en ese momento.
—¿Dices que si, en caso de que tuvieras otro hijo, se podría evitar que tuviera algún tipo de condición?
Harry soltó una carcajada hueca y triste, también un poco histérica.
—No planeo tener otro hijo. Tengo suficiente con Wyatt.
Astoria se reclinó un poco en su asiento, tamborileando en la mesa con los dedos y analizando profundamente a Harry.
—Tú y yo podemos ayudarnos, Harry Potter.