
La carabina que tira a repetición iba a 120 y se estrelló
Las luces titilaban y se podía escuchar el leve zumbar de la electricidad. El agua fría de la canilla le quemaba las manos mientras él examinaba su apariencia en el espejo como todas las mañanas antes de ir a formar. El cabello lo llevaba peinado hacia atrás. Los rulos salvajes tan característicos de su familia estaban controlados por una cantidad monumental de gel. El traje lo llevaba bien planchado. Con ojos críticos buscaba la más mínima imperfección en su pulcro aspecto. Su reloj emitía un casi imperceptible y repetitivo "tik tok, tik tok" desde el bolsillo de su saco.
— Buenas. — se vio interrumpido en su escrutinio por una voz que chorreaba con optimismo, para ser tan temprano, y un marcado acento cordobés — Todo bien?
Desinteresadamente dirigió su pálida mirada a esta otra persona. Pelo negro desarreglado, en un intento de cubana que parecía más una fallida pelea con un par de tijeras de la abuela. La camisa por afuera del pantalón y algo arrugada. La corbata floja de un verde satinado muy chillón. Escaneó al recién llegado por completo, de arriba abajo, notando las pesadas ojeras y las zapatillas color azul desgastadas. Su cara le resultaba familiar.
— Buen día. — respondió con voz gélida.
— Epa, el colchón nos pateó esta mañana? — agregó canchero — Blaquier, verdad?
El flaco parado a la par del lavamanos asintió mudo. Pero en su cabeza suspiró profundamente, como si le pesara el apellido. Aun así, notó como su nombre no fue pronunciado con ese tinte de rencor o miedo que solía acompañarlo usualmente.
El cordobés se acercó a él.
— Se te nota el acento... Soy Bartolo, un gusto. — dijo extendiendo una mano bizarramente roja en su dirección.
Regulus suprimió un bufido, divertido por la ironía de su comentario, y extendió su mano. Conocía a este tipo, era el "subersivo" como le solía llamar la profesora de historia. No sabía cuál apodo era más ridículo. De repente un calor casi insoportable de unos dedos llenos de callos y una palma aspera lo sostuvieron suavemente en saludo, contrastando violentamente con su piel helada.
Una sonrisa y dientes torcidos que la acompañaban fueron dirigidos en su dirección al contacto. A lo que Blaquier, casi cegado por tal resplandor, respondió con una mueca insegura y un carismático hoyuelo adornó su cachete izquierdo efímeramente.
Lo que esos dos pibes todavía no sabían, era que ese baño del colegio iba a presenciar un sin fin de idas y venidas, de tensión, de secretos y solo D10s sabe qué más. Pero ese instante se vio interrumpido por la campana que anunciaba el final del receso y así también el final de su primer encuentro.
— ¿No deberías arreglarte la camisa? — preguntó el de impoluta apariencia no queriendo dejarlo ir.
Un encogimiento de hombros fue lo que recibió en respuesta. A lo que elevó sus cejas. Una contenida carcajada y una rápida arreglada que parecía no ayudar mucho después:
— Nos vemos, Regulus. Y arreglate esa escarapela — guardando sus manos en los bolsillos del pantalón, Bartolo salió del baño dándole una sonrisa cómplice por sobre el hombro.
— Eh, chau... — respondió atontado Blaquier.
Al segundo toque de la campana, el último muchacho en el baño reaccionó. La escarapela algo torcida fue corregida inmediatamente. También notó que aún tenía las manos húmedas solo que esta vez se trataba de transpiración.
Aclarándose la garganta en el vacío del lugar, arrastró sus sudorosas palmas en la tela de su pantalón y con rápidos pasos se dirigió al patio para saludar a la bandera.
Así de fácil un morocho aparentemente subersivo rompió con su rutina y monotonía de cada día.