The Pevensies at Hogwarts

Harry Potter - J. K. Rowling Chronicles of Narnia (Movies)
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The Pevensies at Hogwarts
Summary
After being expelled from the wardrobe, the Pevensies go back to life in London.Once the war is over, Susan and Peter decide to follow their father's steps and go study at Hogwarts.
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You know I want you, it's not a secret I try to hide.

A pesar de lo que había pensado inicialmente, estar en Hogwarts no se parecía mucho a estar en Narnia. La mayoría del tiempo estábamos estudiando, aunque me resultaba bastante fácil si lo consideraba como una simple tarea como aquellas de la realeza, como lo eran leer cartas y responderlas de la manera más adecuada posible, de modo que una sola palabra equivocada no causara una guerra. Se podía decir que esto era algo similar, al menos en el sentido de ser cosas que debía hacer por compromiso.

 

Los días comenzaron a pasar con rapidez, y casi sin darme cuenta ya había pasado un mes. Me comunicaba con Lu y Ed casi todos los días, escribiéndoles cartas constantemente aunque no tuviese nada que decir. Lucy me contaba acerca de lo aburrida que era la escuela, y Ed sobre lo molesto que era estar lejos de nosotros, incluso si hablábamos constantemente.

 

‘Yo también los extraño, Ed’, escribí, y al levantar la vista mis ojos se encontraron con los de Peter. Rápidamente aparté la mirada, pretendiendo no haberlo visto, pero aún podía sentir su mirada sobre mí. Continué escribiendo mi respuesta, contándoles acerca de mis días ahogada en tareas y sobre los desagradables profesores, ‘prepárense, pues los tendrán como profesores en poco tiempo’, escribí con una sonrisa.

 

Luego del almuerzo debía ir a clases de Herbología, una clase que seguramente le gustaría más a Lucy que a mí, tan acostumbrada a ensuciarse las manos (y los pies) en la tierra. Al llegar la profesora nos entregó orejeras y nos advirtió sobre el ruido, a lo que todos la observamos inquisitivos. Claro, en cuanto desenterró la primera mandrágora, supimos a qué se refería.

 

Chillaban. Chillaban mucho. Era casi insoportable y, sin embargo, cuando fue mi turno de sacar una, quedé embelesada ante la imagen. No era algo especialmente bello en absoluto, pero ahora que la veía más de cerca lograba vislumbrar completamente su forma. Parecía un bebé recién nacido, llorando por su madre.

 

Ni siquiera me di cuenta cuando las lágrimas comenzaron a caer hasta que la profesora se me acercó y me preguntó si estaba bien.

 

“Ah, sí, estoy bien. Sólo necesito… un poco de aire fresco”, me excusé antes de irme.

 

Me limpié las lágrimas mientras caminaba hacia afuera del invernadero, mas estas no dejaban de fluir por mi rostro como una cascada. Me dolía el pecho, y quería gritar de dolor y angustia. ¿Por qué?¿Por qué todo a mi alrededor parecía querer recordarme a ellos?¿Qué había hecho yo para merecer esta clase de sufrimiento?

 

No podía soportar más el llanto de aquellas plantas, audible incluso a través de las orejeras y el invernadero, por lo que me limpié las lágrimas una vez más y salí del lugar, volviendo al castillo. Seguramente a la profesora no le importaría que me salte su clase.

 

Caminé por el pasto durante varios minutos, los cuales utilicé a mi favor para recomponerme. No podía permitir que nadie me viera así, ya era lo suficientemente humillante que lo hayan hecho aquellos niños y la profesora. Así que aproveché el aire fresco para limpiar mis pulmones y secar mis lágrimas, y despejé mi mente durante la caminata.

 

Ya está, no pensaría más en ellos. Ni en ellos, ni en Peter, ni en Narnia, ni en nada de lo que pasó allí. Ahora era solo una niña cualquiera llamada Susan Pevensie, de 12 años, hija de un mago y una muggle, y estaba estudiando en Hogwarts. Eso era todo. Nada de mundos fantásticos escondidos en el ropero, ni faunos, leones que hablan, ni reyes y reinas. Todo era normal. Esto era lo normal. El mundo real, donde la única reina era Isabel II y nada más.

 

Detuve mi caminata al notar la actividad inusual de los alumnos en el patio. Estaban formados en un círculo, sin embargo, ninguno estaba alentando la pelea, en cambio, miraban al suelo. ¿Alguien había sido herido? Decidí acercarme, ya que no vi a ningún profesor cerca y quizás yo podría ayudar.

 

Me abrí paso entre el gentío hasta llegar al centro, y al hacerlo, mi corazón se detuvo.

 

Yaciendo en el suelo blanquecino había dos pequeñas figuras rubias, y, arrodillado a su lado, estaba mi hermano, llorando desconsoladamente, pero no le presté atención: mis ojos estaban fijos en los dos niños pequeños.

 

Caí de rodillas a un lado de Peter y solté un gemido angustiado. No podía ser. Y sin embargo, aquí estaban, abandonados en el suelo, con las mejillas hundidas en los huesos y sangre a su alrededor. Mis manos temblorosas se movieron hacia sus pequeños cuerpos pero no me atreví a tocarlos.

 

“No…”, fue lo único que logré articular. “No, no, ¡no!”

 

Mis ojos pronto se convirtieron nuevamente en cascadas, y mi pecho dolió con una intensidad tan grande que pronto sentí que la vista se me nublaba. Lloré por lo que se sintieron como horas, respirando cada vez más rápido, hasta que la cabeza comenzó a darme vueltas y me faltaba el aire. Apenas podía respirar entre los sollozos e hipos, y, repentinamente, todo se volvió negro.

 

Al retomar la consciencia, miré a mi alrededor, en donde vi únicamente a Peter, quien estaba sentado en una silla al lado de mi cama. Dada la presencia de la doctora, de las demás camas con sábanas blancas a mi lado, y de que yo jamás había visto el techo de esta habitación, di por hecho que me encontraba en la enfermería. Debí haberme desmayado cuando… Oh, ¡mis hijos! Mis ojos se aguaron nuevamente y mi rostro se retorció en una mueca de tristeza. Solté un sollozo y llevé mis manos a mi rostro, queriendo acallar mis llantos.

 

Peter levantó la vista inmediatamente y se levantó de la silla, colocando sus manos suavemente en mi rostro.

 

“Peter…”, dije entre sollozos, a lo que él me acalló.

 

“Shh, shh, tranquila, Su, no era real, no era real”, susurró suavemente, una de sus manos acariciando lentamente mi cabello.

 

“¿Qué?”, pregunté una vez que logré calmarme.

 

“Era solo un Boggart. Es un animal mágico. Se transforma en lo que más temes, no eran ellos”, dijo tranquilamente, pero sus ojos aún estaban rojos e hinchados.

 

Tragué con fuerza, forzándome a calmar mi respiración.

 

“¿No era… real?”

 

Él sacudió la cabeza y me sonrió suavemente, aún acariciando mi cabello. Cerré los ojos un momento, pero la imagen de Caterina y John seguían grabadas en mis párpados con fuego ardiente, por lo que los abrí rápidamente, encontrándome con los ojos de Peter, azules y calmos como el mar narniano, los sentí penetrar en mi alma y tranquilizar la tormenta en mi corazón. Peter volvió a sonreír, y esta vez le devolví la sonrisa, aunque fuese una pequeña.

 

“¡Ah, niña!¡Por fin despertaste!”, oímos exclamar a la doctora, y me moví incómodamente en cuanto la escuché, apartando discretamente a Peter. “Estuviste desmayada un buen rato, pequeña Susan. ¿Tanto te asustó ese Boggart?”, preguntó con una pequeña risa. “No te preocupes, es normal, se convierten en lo que más temes.”

 

“Lo sé, Peter me lo explicó.”

 

“Ah, qué bien. Bueno, realmente no tienes nada malo, no te golpeaste la cabeza ni nada, así que puedes irte cuando quieras”, dijo, lo cual tomé como una señal para levantarme, sabiendo que eso solo era una forma cortés de pedirme que me fuera. De todas formas tenía clases a las que asistir, y también Peter.

 

“¿Por qué te quedaste conmigo? Deberías estar en clase”, le reproché una vez que nos alejamos de la doctora.

 

“No iba a dejarte aquí sola, menos aún con el susto que nos dio ese Boggart.”

 

Mi semblante se oscureció ante la mención del animal. No había sido real, pero quién sabe cómo están ellos.

 

“Ay, Peter, ya no puedo más”, dije repentinamente. “¿Crees que estarán bien?¿Estarán a salvo?”, pregunté, tomándolo de la mano, buscando confort. Era la primera vez desde que volvimos que hablaba de ello con él. O con alguien.

 

Peter presionó mi mano y colocó su mano libre sobre mi mejilla, y yo se lo permití, demasiado asustada como para preocuparme por las sospechas de otros. ¿Es que un hermano y una hermana no podían demostrar afecto físico? Ciertamente sí podían, y eso era todo lo que estábamos haciendo, eso era todo: solo un hermano reconfortando a su hermana. No había nada extraño en la visión y, sin embargo, yo tenía el irrefrenable sentimiento de que estábamos siendo observados minuciosamente.

 

Volteé la mirada discretamente hacia la doctora, la única otra persona en aquella gran habitación, pero se encontraba tendiendo la cama en la que yo había estado, de espaldas a nosotros. Aún así el sentimiento no se detuvo.

 

“Su, tranquila. Estoy segura de que están bien. Son niños fuertes e inteligentes como tú, además, sé de corazón que los castores y el señor Tumnus no dejarán que les pase nada malo”, dijo con seguridad, mirándome a los ojos, pero dentro de ellos podía ver en los suyos la duda y el dolor, la angustia, el amor que sentía por…

 

Aparté la mirada y quité su mano de mi rostro, asintiendo.

 

“Está bien. Sí, tienes razón. Ellos no dejarán que nada malo les pase.” Volví a conectar nuestras miradas, solo por un momento. “Gracias, Peter”, dije, y acerqué mi rostro al suyo, depositando un suave beso en su mejilla.

 

Y con esas últimas palabras y una pequeña y breve sonrisa me fui a clases.

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