
Ahí estaba ella, desde su escondite, observándola con desprecio. Su vista no se apartaba de las manos de su hermana, quien en sus manos tenia el sobre de una carta.
¿Algún admirador secreto?
Eso la hacia enfurecer aun más.
Quería acercarse, arrebatarle la carta y ver lo que decía.
Mejor se acerco a escuchar lo el hombre de barba larga y blanca decía a su hermana.
—¿Que dices Lily? —le pregunta Dumbledore—. En Hogwarts aprenderás muchas cosas relacionadas con la magia.
—Alto, alto —interrumpe la otra niña— ¿Hay una escuela para magos? —el asiente— ¿Y yo podría ir?
El ahora se negó y se puso a su altura.
—Lo siento pequeña, pero tu hermana es la única que posee las habilidades para convertirse en bruja.
Enfadada, hizo un puchero y puso en marcha su improvisado plan.
—¡Es mía! —logro quitársela y salio corriendo, dejando a su pobre hermana con lagrimas escurriendo de sus ojos.
Lejos y sin nadie que la moleste, tenia la carta en sus manos.
Una carta de admisión era mucho peor que una de amor.
—Si yo no puedo ir, tu tampoco lo harás hermanita.
Lo primero que hizo fue romperla y tirar los pedazos a la basura.
Volvió corriendo, feliz de que su plan por fin haya funcionado.
Se impacto de ver a su hermana, las dos estaban atónitas, pues la carta había vuelto a manos de su dueña.
—¿Como puedes tenerla si yo la destroce?
—No se —se excuso—. De repente la carta se apareció y llego hasta mis manos.
—¡No, no y no! —se acerca dando pisotones—. Presta para acá —nuevamente se la arrebato.
Arrugándola, quemándola, mojándola, echandole tierra o cualquier liquido, cualquier cosa que ella hiciera, la carta de algún modo regresaba con su hermana.
Su cara se puso roja.
Tenia celos, envidia de su propia hermana.
Pero no se iba a dar por vencida, hasta encontrar la manera de destruir la carta de Lily.