𝐓𝐡𝐞 𝐈𝐧𝐣𝐮𝐬𝐭𝐢𝐜𝐞; The hurt of black sorcerer( 𝘄𝗼𝗹𝗳𝘀𝘁✰𝗿 )

Harry Potter - J. K. Rowling
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𝐓𝐡𝐞 𝐈𝐧𝐣𝐮𝐬𝐭𝐢𝐜𝐞; The hurt of black sorcerer( 𝘄𝗼𝗹𝗳𝘀𝘁✰𝗿 )
Summary
➥ In the midst of the conflict between Voldemort and Harry Potter, Sirius Black escapes from Azkaban with the help of a very close friend he has made in that hell of demons and torture, desperate to protect Harry and seek revenge for his defamation and distortion of facts that he would never have committe. Get at Hogwarts after days of desperation and angust navigating He faces the red and bleeding scabs of his old murky past full of deep betrayals in an encounter that rains him back into the intimate hands of; Remus Lupin, his one and only old love. Confused, wounded by years of imprisonment, and hopeful of regaining his love Sirius fall in dark.Between suspense and repressed passion, a growing fire ignites between Remus and Sirius. They hate each other, not because of the alleged betrayal, but because their bodies cannot resist the soft and suffocating heat between them. Sirius struggles between the desire for justice and the longing for his moon, while the mystery of his destiny unfolds in a whirlwind of emotions. A new villain appears to ally himself with Voldemort and take away from Harry everything he could ever have had again.
Note
𝐀𝐔 slᥲᥴһ del Universo 𝐝𝐞 : 𝐇𝐀𝐑𝐑𝐘 𝐏𝐎𝐓𝐓𝐄𝐑.L𝗼𝗻𝗴/s𝗵o𝗿𝘁'𝘀 ch𝗮pt𝗲rs ┋ hurt/Angust/Romantic ┋ Wolfstar( Soy chilena, esta historia la publico aqui en ao3 porque no hay suficientes amantes del wolfstar en wattpad. TT Xcierto eh aqui mi usuario en wattpad @googiiesun. La version en español y editada esta alli besitos <3 ) Además de pedirles xfavor paciencia porque estoy traduciendo mí trabajo pero no se sí se tradujo tal cual, así que cualquier error ortográfico u de narración dejarmelos en los comentarios<3 seria de gran ayuda)
All Chapters

𝗖ᥲ⍴і𝗍ᥙᥣo ძos ┆ 𝗠𝗲𝗺𝗼𝗿𝘆 𝗛𝘂𝗻𝘁

El amanecer se filtraba débilmente por las polvorientas ventanas de la Casa de los Gritos en un cálido tono amarillo, asomándose lentamente sobre el oscuro manto de la noche, trayendo consigo una cálida luz de esperanza que esperaba despertar al delgado hombre de peso ligero aún en su forma animaga en el reino de Morfeo. Esos rayos de luz perforaban aquel deprimente lugar, creando un nuevo mosaico de colores y sombras en el suelo cubierto de polvo, telarañas y escombros. En medio de la penumbra, Sirius, aún transformado en su forma animaga, yacía en un rincón oscuro, un montón de huesos y pelaje negro. Despertando de un sueño turbulento, plagado de pesadillas y recuerdos dolorosos que se aferraban a su mente como una sombra persistente llena de voces amadas reprochando sus muertes. Sirius exhaló pesadamente, ahora levantándose del suelo, las imágenes de sus amigos perdidos y los años de miseria en Azkaban se entrelazaron una vez más en su mente, creando un nudo opresivo en su pecho y sudor frío en su frente y espalda demacrada de pelaje tan negro como el carbón. Sirius bostezó en su forma animaga sin siquiera querer mirar a su alrededor. Simplemente se puso de pie y se estiró lentamente, cada movimiento revelaba el peso de la soledad y la tristeza que se aferraba a cada fibra de su ser con los sonidos de sus huesos tensos recomponiéndose. Los músculos de su cuerpo canino estaban adoloridos, tensos y doloridos por el frío y la humedad del lugar. Un gemido canino ahora ronco escapó de su garganta, un reflejo del sufrimiento experimentado tanto en cuerpo como en alma.

La transformación en su forma animaga no alivió los dolores físicos, al contrario, cada hueso y articulación parecía gritar en protesta. Las cicatrices invisibles de los dementores todavía marcaban mentalmente su espíritu, dejando una persistente sombra de vacío. El peso de su propia historia se volvía casi insoportable cuando intentaba distraerse, un manto de melancolía lo envolvía en un abrazo frío y constante. Sentía el aguijón de la traición y la pérdida, y el peso de la injusticia de personas que Sirius sabía que estaban al tanto de su inocencia, lo que malditamente le aplastaba el corazón. Y aunque sabía que tenía que seguir adelante, encontrar una manera de redimirse y luchar por lo que le quedaba de vida, en ese momento, en el crepúsculo de la Casa de los Gritos, el futuro parecía tan lejano como la posibilidad de volver a sentir alegría.

Sirius solo existía hoy por Harry, porque si otro día pasaba y Harry Potter moría en un desastre catastrófico, no tendría otra razón para que su corazón siguiera bombeando sangre a su estúpido cerebro. Sirius Orion Black sería libre de morir por su propia mano, y el pensamiento de simplemente morir, de dejar este mundo cruel que lo había enviado a la oscuridad, lo había obligado a vivir en la crueldad, y luego lo sacó de ella durante años solo para hacerle probar la felicidad completa y luego en un día, en 24 horas... Quitarlo todo en un maldito segundo. Riéndose en su cara porque esa era la verdadera vida de un Black. No merecían la felicidad, no la merecían por todos los siglos de derramamiento de sangre en su familia, Sirius sabía que no merecía nada, ni siquiera el aire que respiraba hoy porque era un mártir que había sido liberado para cumplir su propósito como el lacayo que era. Y entonces se iría en paz como llegó y como se marcharía de allí, con matices de negro oscuro, azul y gris, con gris opaco en la mirada, con rojo burdeos en las manos del traidor que una vez se atrevió a llamarse su hermano.

Con un largo y doloroso suspiro, Sirius se puso de pie, cada paso una batalla contra la tristeza que amenazaba con consumirlo… Y era apenas el segundo día libre de Azkaban y bueno, ciertamente también siendo perseguido en cada rincón mágico de toda Inglaterra. Sirius quería reírse ante la idea de que su yo más joven se sintiera halagado y emocionado por tanta atención, incluso si eso significaba tener la cabeza entre las manos. Sirius se transformó de nuevo en su forma humana, sus huesos caninos desapareciendo lentamente y estirándose hasta convertirse en los de un hombre adulto y musculoso, Canuto sintiendo el suelo frío bajo sus pies y ahora desnudo con varices en varios lugares de su piel, nuevas cicatrices que, ingenuamente, deseaba comparar una vez más con un hombre de cabello rizado entre besos lentos para ver si coincidían esta vez…

—Maldita sea... —Sirius se estremeció. La dureza del suelo y la humedad se mezclaban con el dolor que aún residía en sus músculos, haciendo que el simple acto de moverse fuera un esfuerzo monumental, y el frío era tan malditamente incómodo que rápidamente se vistió con ropas gastadas y harapientas que encontró mientras se dirigía a una habitación en la Casa de los Gritos. La ropa apenas le proporcionaba calor o comodidad, pero aun así salió, enfrentándose al nuevo día con determinación obstinada y un renovado sentido del deber. El paisaje ante él era desolador, una imagen sombría que resonaba con la tristeza de su propio corazón. Las ruinas de lo que una vez fue el imponente castillo de Hogwarts se erguían como fantasmas de un pasado mejor. Las torres, que una vez tocaron el cielo con majestuosidad, ahora estaban parcialmente derrumbadas, sus piedras esparcidas por el suelo como lágrimas del cielo caído que enviaba sus nubes cargadas de lluvia para ayudar a limpiar la sangre sobre ellas. Y Sirius se sintió enfermo o en paz al ver que el castillo de Hogwarts a lo lejos permanecía intacto, que la aldea estaba intacta, pero las partes con menos luz sangraban, en ruinas a lo lejos. Sirius, este hombre con un corazón tan grande como su odio, también quiso arrancarse las orejas al escuchar el grito de alguien siendo asesinado a solo unos metros de distancia.

La guerra iba de mal en peor, y ver este tipo de situaciones tan cerca de donde estaba Hogwarts, donde estudiaba su amado ahijado... le daba escalofríos. Los terrenos que una vez, en el verano de 1977, estaban llenos de risas y vida, ahora eran un mar de escombros y vegetación marchita. Los árboles del Bosque Prohibido, antaño densos y vibrantes, ahora se erguían como esqueletos retorcidos, sus ramas desnudas extendiéndose hacia el cielo gris en un gesto de desesperación silenciosa. El lago, que solía reflejar el azul del cielo y las estrellas en las noches claras, ahora parecía un espejo roto, sus aguas turbias y el aire tenso, como si la propia naturaleza le estuviera avisando de que algo horrible y nuevo se avecinaba. 

Sirius caminaba lentamente, sintiendo el viento frío azotar su rostro y hacer que su largo y enredado cabello negro se arremolinara a su alrededor como una capa oscura que reflejaba su estado interno. Cada ráfaga de viento parecía susurrar los nombres de aquellos que había perdido, trayendo consigo recuerdos de risas que ya no podía compartir, de amistades destrozadas por la traición y la guerra. La mirada de Sirius se movió más lejos, cerca del bosque.

No muy lejos de allí, el segundo campo de quidditch estaba en ruinas, las gradas se habían derrumbado y el césped estaba cubierto de malas hierbas. Casi podía oír el eco de los vítores y los gritos de emoción que una vez llenaron el aire mientras se pavoneaba con Prongs después de sus victorias contra la odiada casa de Slytherin, ahora reemplazados por un silencio opresivo. Más allá de eso, los jardines de invernadero estaban destruidos, los cristales rotos y las plantas exóticas reducidas a meras sombras de su antigua gloria. Sirius se burló amargamente, sabiendo que en unos minutos, los bastardos del Ministerio de Magia vendrían y borrarían cualquier evidencia de que Voldemort y sus aliados, seguidores y más estaban creciendo y manifestándose cada día más cerca de lo que la gente estúpida leía en El Profeta.

Cada paso que daba el hombre de cabello oscuro y rizado le recordaba el peso de su misión y la magnitud de lo que había perdido, casi como si su encarcelamiento lo hubiera mantenido en pausa por alguna razón desconocida. La melancolía se entrelazaba con la determinación y la ira feroz; sabía que tenía que seguir adelante, no solo por él, sino por todos aquellos que habían dado su vida por un mundo mejor, por su hermano y amigo muerto, por ese niño que estaba luchando en una guerra de la que nunca debió enterarse.

A pesar de la abrumadora frustración, una chispa de esperanza brilló en lo más profundo de él y rápidamente se abrió camino hacia sus ojos grisáceos, las motas azules se intensificaron junto con el gruñido que dejó escapar al aire, desafiando su destino porque su alma no se encadenaba fácilmente. Y allí estaba Sirius Black, de pie, condenadamente, desafiando su maldito destino.

"No me rendiré, no esta vez, no me romperán tan fácilmente... Lo juro, Lily, Prongs, hermano, los vengaré aunque vaya al limbo, arrancaré el corazón de Peter con mis propios colmillos."

Impulsado por la convicción de que aún había algo por lo que valía la pena luchar, salió de allí pisando fuerte y, mientras caminaba, el viento seguía jugando con su cabello, como si le recordara que, a pesar de toda la rabia y el miedo que se negaba a aceptar ante la muerte, seguía vivo. Y con cada paso, Sirius se aferraba a esa pequeña chispa, prometiéndose a sí mismo que no dejaría que la oscuridad ganara.

En medio de la destrucción, vislumbró destellos de esperanza, pequeños rayos de luz filtrándose por las grietas de la oscuridad, sus pies descalzos sintiendo la exuberante hierba y las rocas debajo, una cosa pequeña y simple que hizo que el miserable hombre sonriera brillantemente con una pequeña risa, extrañamente encantado por ella porque la hierba era una caricia para su corazón en comparación con las duras y ásperas rocas de Azkaban.

Decidido a encontrar pistas sobre cómo colarse en Hogwarts sin ser detectado, Sirius se embarcó en un viaje a través del bosque cerca de Hogsmeade y Hogwarts, por senderos marrones con hierba verde oscura y húmeda, solo él y su ropa hecha jirones que no era diferente. Era el mismo mono de prisión con una chaqueta negra encima y una bufanda con más agujeros que hilos, ya que la ropa que encontró en la Casa de los Gritos era solo esa. Mientras el hombre demacrado atravesaba el área, inadvertidamente dejó un rastro, ofreciendo ayuda a aquellos que habían sido olvidados o despreciados por la sociedad como él. A las trabajadoras sexuales ahora explotadas por los mortífagos, Sirius les dio un pequeño empujón desde las sombras para ayudarlas a escapar; luego a una pequeña ladrona que hirió profundamente el corazón del hombre bajito, ya que se parecía a... Marlene .

La niña estaba cubierta de tierra, pero incluso en medio de toda esa inmundicia, sus salvajes ojos azules resaltaban, su corto y rebelde cabello rubio, su piel clara y su lenguaje corporal transmitía una advertencia. Pero Sirius solo le arrojó su propia bufanda y una galleta que había robado de algún lugar. La pequeña lo miró con sospecha, luego después de cinco segundos con confusión, y finalmente, después de minutos de eterna duda, con gratitud y una gran sonrisa, mostrando solo dos dientes salientes, le dio las gracias. Esto hizo que el hombre deprimido sonriera ampliamente, luego, queriendo impresionar a la niña, se transformó en un perro grande y huesudo, moviendo su cola rápidamente mientras ladraba a la niña y luego se fue sin despedirse.

Porque Sirius Black, ahora y siempre, odiaba las malditas despedidas. Y nunca más las daría.

Después de unas horas, Sirius llegó al lugar que había estado buscando durante casi toda la maldita tarde. Se sentía algo ansioso. Su corazón sentía un llamado urgente que lo guiaba hacia su joven ahijado, aunque todavía no estaba seguro de lo que encontraría, ya que tenía poca o ninguna evidencia del paradero de Peter, su apariencia era un desastre y no tenía varita. Aun así, estaba ansioso por resolver sus dudas con sus propios ojos, consciente de que ese destino podría significar su salvación o su muerte.

Y así, con la luz del día iluminando ahora su camino, Sirius se aventuró hacia el futuro con valentía y determinación, dispuesto a afrontar los retos que le aguardaban con un renovado sentido de propósito y una esperanza eterna en su corazón. Sirius no pudo evitar mirar entre las ruinas de las casas en lo profundo del bosque, viendo su propio reflejo en la ventana rota. Conocía su apariencia, Sirius lo sabía... era un desastre, pero confirmarlo le produjo náuseas, marcado por años de encarcelamiento en Azkaban: su piel pálida, casi gris, estaba cubierta de cicatrices, y su rostro estaba demacrado por el remordimiento. Aunque por un poco de su inexistente paz mental, sus ojos aún brillaban con cierta determinación y esa chispa de rebeldía juvenil que una vez lo caracterizó.

Se pasó una mano por el pelo despeinado, recordando los días en que lo reconocían por su belleza, su aspecto salvaje y varonil y su espíritu indomable. Ahora, esa misma mirada desafiante se reflejaba en el cristal de aquella casa como un fantasma que le devolvía la mirada con decepción, antes de desvanecerse, y su yo actual lo asustaba. Estaba tan abrumado por el peso de la culpa y el arrepentimiento, pero también por una chispa de esperanza que se negaba a extinguirse, y que lo confundía enormemente.

Con paso decidido, Sirius emergió de los escombros de las chozas destruidas y se enfrentó al mundo exterior con renovada determinación, o al menos se obligó a hacerlo. A pesar de las adversidades que había enfrentado y los errores que había cometido, sabía que aún quedaba mucho por luchar y que el futuro aún estaba por escribir.

Y así, con la imagen de su antiguo yo aún fresca en su mente, Sirius se embarcó una vez más en su misión, listo para enfrentar cualquier destino que le tuviera reservado con coraje y una resolución inquebrantable, como el verdadero Gryffindor que era.

Sirius se movía con pasos sigilosos, aprovechando la agilidad que había perfeccionado durante sus días como auror. A pesar de la debilidad que lo invadía, sus instintos y su entrenamiento le permitían evitar a los pocos transeúntes que ahora pasaban por las calles de Hogsmeade, el pintoresco pueblo a las afueras de Hogwarts. Las calles adoquinadas estaban bordeadas de antiguas casas de piedra y encantadoras tiendas, cada una con su propia historia y encanto. El bullicio de la vida diaria llenaba el aire, con estudiantes y lugareños yendo y viniendo, compartiendo risas y animadas conversaciones.

El hambre le causaba constantes mareos y náuseas; subsistiendo sólo con pan y agua recogidos de charcos y arroyos, se sentía casi como si estuviera colgando de un hilo, y para ser sincero, su respiración estaba lejos de ser constante ahora.

—Maldita sea... me estoy haciendo viejo, ¿eh? —Sirius soltó una risa amarga—. Me duele la cadera, ugh... —El moreno soltó una risita hueca—. Ese viejo insufrible de Damond probablemente ya me estaría regañando... Tu ayuda no parece tan importante ahora, ¿verdad, Dai? —Sirius rió débilmente otra vez.

Aferrado a la corteza de un árbol en las calles de Hogsmeade, luchando por respirar mientras el mareo se intensificaba, nublando su visión. Sin embargo, con su terquedad intacta, Sirius se obligó a seguir moviéndose, envuelto de pies a cabeza en una manta por la que, se disculpó mentalmente, había robado a un mendigo local después de que el hombre le hubiera arrojado una piedra solo dos días antes cuando había llegado a Honeydukes en su forma animaga, simplemente porque no quería renunciar a la dona que una amable señora le había dado en la calle por lástima por el animal huesudo. Sirius pensó que era una buena dosis de karma para ese anciano, así que no lo juzgues.

El pueblo, a pesar de su aparente tranquilidad, representaba un peligro para él. Por eso se mantuvo en la sombra, rodeando tiendas cerradas y casas soñolientas, hasta que finalmente llegó al borde del Bosque Prohibido. Se aventuró entre la maleza, hundiéndose a cada paso en la suave alfombra de hojas caídas, su silueta oscurecida por la espesura del bosque.

El bosque parecía tener su propia magia, con su crepúsculo intercalado con rayos de luz filtrándose entre las ramas. A su alrededor, el lejano canto de criaturas mágicas y el susurro del viento en las hojas componían una sinfonía melancólica. Los árboles, cerca de las pequeñas y hogareñas casas de la zona, altas y antiguas, se erguían como silenciosos guardianes de una era pasada. A medida que el hombre canoso avanzaba, los recuerdos lo asaltaban, cada uno más doloroso que el anterior, pero los empujaba a un rincón de su mente, precipitándose cada vez más hacia adelante.

Sirius llegó a una pequeña cueva escondida entre las raíces de un viejo roble, a tan solo unos buenos metros de la salida de Hogsmeade. La entrada estaba parcialmente oculta por una cortina de enredaderas y musgo, casi como si el bosque intentara proteger su refugio secreto mientras él continuaba desapareciendo en el tiempo. La luz del sol apenas penetraba en el interior, creando una atmósfera de penumbra y reclusión.

La cueva estaba tal y como la recordaba, aunque el peso de los años había dejado su huella. Las paredes de piedra, frías y húmedas, estaban cubiertas de moho en tonos verdes, amarillos y azules. En un rincón, un viejo sofá que Sirius había traído en su juventud, estaba cubierto de polvo y telarañas. Una pequeña mesa y una silla, también abandonadas, completaban el triste mobiliario.

Los recuerdos inundaron su mente con una intensidad abrumadora, haciéndole inhalar suavemente. Revivió el dolor y la dulzura de los recuerdos de su juventud, cuando escapó de la opresión de la familia Black, cuando aún no pedía ayuda a James porque no sabía cómo, cuando los golpes por su forma de pensar diferente le hicieron comprender la crueldad del mundo. Recordó a Remus, al joven Remus, aquel lobo al que había amado con toda su alma y que aún amaba, y cómo ese amor había sido fuente tanto de alegría como de sufrimiento. El único lugar que Sirius había dejado para sí mismo, se lo había dado a Remus, para que tuviera otro escondite más cálido y bonito aparte de la habitación lúgubre y maloliente de la Casa de los Gritos que le traía malos recuerdos. Oh, el rostro de Remus, con su mezcla de ternura y tristeza, aún lo perseguía en sus sueños. La cueva había sido su refugio, un lugar donde podía ser él mismo, lejos de expectativas y prejuicios.

Sirius se hundió en el viejo sofá, sintiendo que el polvo se levantaba a su alrededor con una pequeña y tensa sonrisa de dolor. El lugar, una vez un santuario, ahora se sentía como una tumba de sus recuerdos más dolorosos. Cerró los ojos y dejó que las lágrimas fluyeran, mezclándose con la humedad de la cueva. La pérdida de su inocencia, las traiciones y las luchas internas lo pesaban más que nunca.

—Ugh... ya no puedo más... simplemente no puedo —murmuró el hombre solitario entre sollozos.

Miró a su alrededor y vio los restos de su pasado: un libro de hechizos olvidado con las iniciales RL en el borde desgastado y roto, una manta de lana roja y amarilla hecha jirones tejida por McGonagall y una pequeña lámpara en forma de esfera que ya no emitía luz, con dibujos de cestas sobre ella. Todo parecía una parodia de la vida que una vez tuvo, de los sueños que había acariciado antes de que el mundo se volviera contra él.

Sirius se permitió poner uno de los viejos discos de música del lugar, Abba resonó por toda la habitación y Sirius se permitió de nuevo, esta vez... bailar lentamente, abrazando su vieja almohada con el logo de un artista cuyo nombre ya no recordaba, la almohada sostenida cerca de su pecho en soledad mientras trataba de atrapar el leve olor a café que se destacaba en el aire húmedo. De pronto, se insertó en su perenne ensoñación. Ya no estaba allí, estaba en su apartamento, recién comprometido, con su belleza atemporal, sus jeans, su chaqueta de cuero, David Bowie sonando en el disco de Moony, y él acercándose por detrás de su alto y moreno esposo que sabía lo que Canuto planeaba hacer pero aún así lo dejó, como siempre, sin sorprenderse y atrapándolo al instante en sus brazos cuando Sirius saltó sobre él con un grito estúpidamente corto que llenó de azúcar al moreno de cicatrices, y sabiendo segundos después que ambos caerían sobre el amplio sofá rojo vino de la sala de estar entre risas, el recuerdo continuó y Sirius se envolvió en él.

┆┆"¿Moony?" Un Sirius joven y saludable sonrió tímidamente, sus mejillas sonrojadas y sus dientes nacarados asomando bajo unos labios húmedos y cálidos producto de un beso que un Remus muy cariñoso le había robado al despertar de su siesta en su escondite. Sirius, con su desordenado cabello negro azabache y su piel pálida que contrastaba con sus ojos grises, irradiaba una belleza etérea. Sus labios, ahora ligeramente hinchados y llenos, temblaban por la emoción del momento. Remus, alto y robusto, envuelto en un grueso suéter de tonalidades marrones que resaltaban su piel dorada y cicatrices que contaban historias de luchas pasadas, levantó una de sus pobladas cejas al ver a Sirius tan derretido por uno de sus besos.

Sus ojos color miel, llenos de dulzura y ternura, brillaban con una intensidad casi animal, como la de un gran lobo protegiendo su territorio. Sirius, ante el gesto burlón de Remus, resopló dramáticamente y se puso de pie con una amplia sonrisa en el rostro. Remus le devolvió la sonrisa, sus mejillas enrojecidas de un rojo tan intenso que sorprendió por un momento a Canuto ver el profundo amor que Remus le profesaba con tan solo una mirada, mirándolo como si fuera una ninfa emergiendo del bosque para deslumbrarle los ojos.

—Remus, cuando me miras así, siento que el mundo entero desaparece. Es como si sólo existiéramos tú y yo. Tus ojos... Me pierdo en ellos. Son como dos océanos dorados que me atraen y no me dejan escapar. Eres tan hermoso, tan único. Me haces sentir cosas que ni siquiera puedo describir —murmuró Sirius, con la voz temblorosa, derretida en miel y mariposas ante su hombre. Incapaz de contenerse más, Remus se acercó rápidamente a Sirius y lo levantó por sus pálidos muslos, presionando su cuerpo moreno y musculoso contra el de su amante. Sin decir palabra, comenzó a depositar suaves y ligeros besos en el cuello de Sirius, mientras sus grandes y callosas manos acariciaban los sedosos rizos de su novio. Los dedos de Sirius se deslizaron por los rizos de Remus, tirando suavemente de ellos y guiando su cabeza para exponer su punto favorito.

Los colmillos de Remus, ligeramente marcados por la luna anterior, se hundieron amorosamente en el cuello de Sirius, provocando un pequeño gemido de placer. Las manos de Sirius se movieron hacia arriba para acariciar tiernamente los rizos de Remus, mientras se hundía lentamente en el sofá. Remus decidió que continuarían su sesión de besos en el sofá. Sus manos comenzaron a explorar el trasero desnudo y respingón de su amante debajo de la tela de un suéter que Sirius le había robado meses atrás. Sirius jadeó en busca de aire cuando Remus apretó lo suficientemente fuerte como para dejar una marca. Remus se inclinó hacia él, sus cuerpos se frotaron con un calor electrizante. Suaves susurros y risas llenaron el aire mientras Sirius dejaba que sus manos se deslizaran sobre la espalda de Remus, trazando patrones invisibles y deleitándose con cada centímetro de piel.

—Te ves tan hermosa así, amor... —murmuró Remus, su voz ronca y llena de deseo. Sirius respondió con un suave gemido, su cuerpo temblando de anticipación. —Remus, me haces sentir como la persona más afortunada del mundo —dijo Sirius, su voz llena de emoción—. Cada vez que me tocas, cada vez que me besas, siento que estoy volando. Eres mi sol, mi luna, mi todo.

Remus sonrió contra la piel de Sirius, sus labios rozando suavemente su cuello. "Y tú eres mi estrella brillante, Sirius. No puedo imaginar mi vida sin ti. Te amo más de lo que las palabras pueden expresar". La tensión entre ellos era palpable, una mezcla de deseo y amor profundo. Remus deslizó una mano por la espalda de Sirius, moviéndose lentamente hacia su cintura y luego más abajo, explorando cada curva y músculo. Sirius arqueó la espalda, sus labios se separaron, liberando suaves suspiros entrecortados. Remus, con una sonrisa juguetona, continuó su exploración, su boca siguiendo el camino de sus manos.

Los labios de Remus trazaron un rastro de besos ardientes desde el cuello de Sirius hasta su clavícula, mientras sus dientes rozaban levemente la sensible piel, provocándole escalofríos de placer. Sus manos no se detuvieron, explorando con más intensidad, sintiendo cada respuesta del cuerpo de Sirius. Sirius, con los ojos entrecerrados, se aferró a los hombros de Remus, sus dedos clavándose suavemente en la firme carne. "Te necesito, Remus", susurró Sirius con un tono que mezclaba urgencia y devoción. "Cada parte de ti me vuelve loco. No puedo esperar más". Remus, con una mirada llena de deseo, murmuró contra la piel de Sirius, "Me haces sentir completo, Sirius. Quiero cada parte de ti, ahora y para siempre me declaro tuyo". ┆┆

Cerrando los ojos, Sirius se dejó caer de rodillas sobre el frío y polvoriento suelo de la cueva que una vez compartió con Remus. Abrazó sus propias rodillas con desesperación mientras el dolor lo envolvía por completo. Ese lugar, testigo de su amor, ahora se había transformado en un santuario de desesperación, una prisión de recuerdos imborrables. Cada eco vacío y cada sombra danzante parecían burlarse de su pérdida, recordándole la palpable ausencia de Remus. Lágrimas silenciosas se mezclaron con el polvo del suelo, formando charcos de tristeza a sus pies. En la fría y silenciosa caverna, Sirius se sintió solo y abandonado, atrapado en una prisión de melancolía donde cada suspiro era un lamento por lo que ya no estaba allí y nunca volvería a estar.

Sirius Black caminaba descalzo por la densa maleza y el suelo cubierto de musgo. Su ropa, un vestigio andrajoso y manchado de su tiempo en Azkaban, colgaba de su delgado cuerpo como un recordatorio constante de su oscuro pasado. Su cabello negro, normalmente lustroso y bien cuidado, estaba enredado y sucio, con hojas secas y ramitas entrelazadas en los mechones. Su piel, marcada por cicatrices y manchas solares, lucía pálida y demacrada bajo la luz que se filtraba a través del follaje verde.

A pesar de su aspecto desaliñado, Sirius se movía con una especie de gracia silenciosa entre los árboles centenarios y los rayos de sol que se filtraban a través de las hojas. Cada paso era cuidadoso pero decidido, como si estuviera redescubriendo la sensación de la tierra bajo sus pies descalzos después de años de privaciones. El aire fresco del bosque era un bálsamo para sus sentidos, mezclado con el dulce aroma de las flores silvestres y el musgo húmedo que cubría las rocas y los troncos caídos.

As he walked, Sirius occasionally stopped to observe the details of the landscape around him: the bright leaves dancing in the breeze, the birds chirping high in the trees, and the shifting shadows cast on the leaf-covered ground. As Sirius traveled that lonely path in search of answers, an old, overly thin and almost skeletal, ill-tempered owl with unusual plumage of gray and black hues materialized before him abruptly, almost startling him and causing him to kill the poor bird at the moment if not for recognizing a certain peculiar dark-colored seal and unmistakable handwriting. The emaciated animal carried a letter of worn coffee color with a seal that made his heart skip a beat. With trembling hands, Sirius anxiously broke the seal while returning to his hideout, forgetting to inhale for moments, and read the words written with the characteristic elegant handwriting of Damon that never left him despite the years in prison.

The letter left Sirius breathless. Delacour informed him that on his way he had seen in the distance a tall and quiet man who matched all the characteristics that Sirius had described to him in their many nocturnal conversations: it was Remus, his Remus. His man and eternal love, who was now local news after being unexpectedly announced by Dumbledore as the new Defense Against the Dark Arts professor just two days ago. Now he was teaching and guiding a new generation of young wizards on the right path.

The news filled Sirius with a tumultuous mix of emotions, predominantly guilt and rejoicing. Pride for Remus, for his courage and dedication despite all the adversities. Affection, because he clearly remembered how since adolescence, Remus, a serious and focused boy who showed indifference to others, subtly demonstrated the heart that lay within him by teaching his classmates at Hogwarts, who thanks to him had succeeded in their early OWLs. However, he also felt a dark, bubbling guilt in the pit of his stomach when he recalled why Remus was never fully fit to teach, and how he himself had been part of it. The transformation of Remus's dream of becoming a teacher to merely surviving had occurred right after that... prank.

Then came the envy. In the last paragraph, stained with dry ink, it described in excessive detail how attractive Remus was now (something Sirius already knew, thanks). He was imposing, with tan skin marked by scars that gave him a severe air. His light brown hair was a bit shorter, and his eyes, now hard with slight golden hues, fully showed the Moony he used to hide. No surprise, as Remus was now an adult werewolf. Sirius tensed as he read the letter, realizing how many years he had been without Remus and how this man, who now presented himself as a teacher, was completely unknown to him.

The letter left Sirius breathless. Delacour informed him that on his way he had seen in the distance a tall and slender man beside Remus, with brown hair that, according to Damond, could well be red, with green eyes and a symmetrical face. Delacour heard Remus call him Grant. The detailed description not only mentioned his physical characteristics but also highlighted his masculine beauty, his tenderness and radiant joy. Grant was described as someone beautiful, with hair that seemed to capture the sunlight and eyes that shone with warmth.

Damond narrated how Grant showed affectionate sweetness towards Remus, how his lips and hands constantly sought contact with him, and how Remus received that affection with a tight-lipped smile, marked by a large scar that crossed them. The kisses shared between them were described with an intimacy that made Sirius uncomfortable reading it.

Every word of the letter seemed to pierce Sirius's heart, showing him the happiness Remus now found in another man's arms. The image of Remus laughing and smiling with Grant etched into his mind, tearing his heart apart with each described detail.

The letter fell from his hands as his legs gave way, leaving him kneeling on the ground, overwhelmed by anger, resentment, and pain. Tears began to run down his face, and in his chest, a deep void opened, consuming him in an unfathomable despair.

"Death would have been easier in this case!" Sirius shouted, his voice resonating with bitterness in the dark, mossy cave. His eyes shone with a mix of hatred and desperation as he clutched the letter that had brought devastating news about Remus.

"Why, Remus?" he murmured, his voice trembling with anger. "Why him and not me? Why does he have to be with someone else when he should be with me?"

His steps were frantic as he paced back and forth, the walls of the cave seeming to close in on him. "Taking care of Harry, of course! That's what he should be doing, not him..." he spat, his words full of venom.

Rage enveloped him like a storm, distorting his face into a mask of madness. "No, it's not right! I'm not okay!" he shouted in a broken voice, the echoes of his own suffering resonating in the empty cave. "Why, Remus? Why do you choose him and not me?"

He threw himself to the ground, his hands trembling as he clenched the letter tightly. "This isn't fair..." he murmured through gritted teeth, his words laden with a hatred that threatened to consume him entirely. "I hate you for making me feel this way, for leaving me behind..."

Tears of frustration and pain ran down his face, mixing with the sweat of his anguish. "I hate you, Remus Lupin!" he shouted at the cave walls, his voice torn by the agony of a broken heart and a mind on the brink of collapse.

Sirius laughed painfully, hugging himself, because even while shouting those terrible words, he knew they weren't true. He lied, he was lying to himself, and he knew it. Because already... no! No! He wasn't going to give up, damn it. The content of that letter didn't matter. Yes, Sirius would fix it. He would fix everything and then go to Moony. Then he would kiss him, apologize for not fighting and coming out until now, for the harvest moons Remus spent alone without anyone, for the sleepless nights, for never being enough for his beloved. And he supposed, now sadly, Remus was his... ex-fiancé. But it didn't matter! Sirius would fix it, he always did. Jamie always told him how good he was at solving things, always, although now... James wasn't there. But what he had left in Padfoot hadn't died yet.

No, they hadn't.

The words echoed in his mind like a mantra as his laughter turned into an echo of despair. A bitter, almost hysterical laugh that mingled with gut-wrenching sobs. Sirius clung to the letter tightly, his knuckles white, as his body trembled. He slammed the table in fury, over and over again, seeking to release the pain consuming him, but each blow only increased his suffering. The tears fell relentlessly, and his voice broke into cries of anguish. He was handcuffed, unable to change the cruel reality that crushed his soul.

The room seemed to close in around him, suffocating and oppressive, as the laughter faded, leaving only an echo of despair. "I'll fix it," he whispered through sobs, his voice broken and his heart shattered. "I'll fix it..." But deep within him, a shadow of doubt whispered that perhaps, this time, there would be no way to repair what had been broken.

Sirius felt an odd spark of hope come from that thought, or perhaps he just forced himself to accept it after hours of not moving, for hope ignited within him. Although life had been cruel, there were still reasons to move forward. The wind that entered through the crack in the broken window of the place where he hid played with his long, tangled black hair, painting his thin nose a more intense red. His eyes reflected the bright sky, whispering promises of an uncertain future but full of possibilities that would lead him to his destiny.

One of his two purposes had already been... crushed. But he still had one left.
His goal was now clear and lucid: to obtain information about the whereabouts of Peter Pettigrew, the traitor responsible for his unjust imprisonment and the death of his loved ones. He also wanted to ensure the wellbeing of the Weasleys, a family that had been like a second family to his godson, as he had heard. Sirius knew that finding answers wouldn’t be easy; weeks had passed with days of minimal information about the bastard Peter and his dear godson. Even so, he was determined to do whatever it took to uncover the truth to everyone.

As he slipped through the bushes and undergrowth, Sirius noticed the presence of another animal nearby. His senses sharpened as he searched for the source of the intrusion, and soon he spotted a furry figure among the trees. It was an orange cat, with a flattened face and long whiskers, and yellow, curious eyes that watched him warily.

At first, the cat growled and arched, clearly showing its distrust of the intruder. Sirius, however, was not intimidated and approached cautiously, knowing that the animal had trusted him from the beginning, for this furry animal, though arched and bristled, hadn’t scratched him the second it saw him as any normal cat would. So, trying to convey calm and friendship through his body language, he approached, sniffing the cat from afar.

Gradually, the cat began to merely emit soft growls at Sirius's presence. Its growls soon turned into soft, curious meows, and then it approached close enough to let Sirius see its tail moving slightly from side to side as it rubbed against him and purred loudly. It was almost as if the cat had sensed Sirius's true friendly nature, or perhaps as if it knew it could trust Sirius.

Guided by the cat that strangely seemed to want to show him something, Sirius made his way through the streets of Hogsmeade until he reached a secluded cabin on the outskirts of town. Intrigued by the animal’s determination, Sirius decided to follow it inside the cabin, still in his animagus form. Upon entering, he was met with a crowd of unfamiliar faces, some of whom looked at him with disdain and contempt while others threw beers at him along with drunken insults.

"Look at that, another stray dog wandering around here!" exclaimed a rough-looking man, raising his beer mug towards Sirius. "We don’t want your kind around here, get out of here!"

"Yeah, get lost, filthy mutt!" shouted another, throwing a piece of hard bread that hit the ground near Sirius.

The large canine simply ignored them.

Sirius had recognized the place, and how could he not when during the war days, when arguments with Moony increased, he drowned himself in beers and sweet bread with a slight spiciness, in the cabin "The Leaky Cauldron" with stone walls and wooden beams supporting the vaulted ceiling. The worn wooden tables and the fireplaces burning with a unique purple-red flame.

Ignoring the comments and hostile looks, Sirius continued to follow Crookshanks as he headed to a corner of the cabin and lay down, looking at a particular spot with a bored expression, wagging his tail for some reason Sirius didn’t understand but found amusing. Curious, Sirius followed the cat's gaze and found the figure of an older woman, severe but dignified in appearance, who seemed to be watching certain people attentively.

A shiver of excitement and joy ran down Sirius's spine when he recognized Minerva McGonagall, the headmistress of Hogwarts and one of the few people he still cared about deeply. His heart pounded in his chest, happiness and anticipation fighting for control of his emotions. With his tail wagging nonstop and his ears perked up in a sign of good spirits, Sirius advanced towards McGonagall, holding his breath to see if he would be discovered. But to his relief and a bit of disappointment, none of the adults present seemed to notice his presence, and Sirius was able to remain unnoticed as he followed the unusual path his journey had taken.

The atmosphere in the Leaky Cauldron was tense and charged as Minerva McGonagall and the others present, including Mad-Eye Moody, exchanged worried glances. Sitting with them were Hagrid and Professor Flitwick, all attentive to Minerva's words.

"Voldemort is gaining strength quickly," Minerva began in a low but firm voice. "The deaths he leaves in his wake are atrocities we cannot ignore. The Death Eaters are organizing more boldly and dangerously than ever."

Hagrid frowned, clenching his fists in concern. "What can we do, Minerva?"

She sighed, choosing her words carefully. "We have to be prepared for the worst. His actions are extending beyond our borders, and with each passing day, his influence grows."

Sirius Black, who had been listening silently while resting as a large black dog at Minerva's feet, growled softly upon hearing about Voldemort's growing threat. His eyes gleamed with a mixture of anger and determination, as if recalling the horrors of the past.

Before they could continue, a sudden crash sounded from outside the establishment. Minerva jumped to her feet, looking towards the window with concern. "Well, it's time we return to Hogwarts. I have classes to prepare."

The group nodded in agreement, albeit reluctantly, aware that the time for action was approaching. Just before leaving, a newspaper fell from Minerva's hand to the floor. On the front page, an image caught everyone's attention: the Weasley family smiling in Egypt, with a rat in the foreground that made Sirius Black, transformed into Padfoot, growl with fury.
´𝑃𝑒𝑡𝑒𝑟, 𝑦𝑜𝑢 𝑠𝑜𝑛 𝑜𝑓 𝑎 𝑏𝑖𝑡𝑐𝘩! 𝑅𝑜𝑡𝑡𝑒𝑛 𝑟𝑎𝑡, 𝘩𝑖𝑑𝑖𝑛𝑔 𝑎𝑙𝑙 𝑡𝘩𝑖𝑠 𝑑𝑎𝑚𝑛 𝑡𝑖𝑚𝑒? 𝑊𝘩𝑦 𝑎𝑟𝑒 𝑦𝑜𝑢 𝑓𝑟𝑒𝑒? 𝐷𝑎𝑚𝑛 𝑦𝑜𝑢, 𝑃𝑒𝑡𝑡𝑖𝑔𝑟𝑒𝑤!´

Padfoot thought furiously, and with a sudden growl and quick movement, he snatched the newspaper from McGonagall's hands and fled to his hideout, surprising everyone at the table with the ferocity of his reaction. Everyone was momentarily silent, shocked by the intensity with which an animal seemed to treat such a mundane object as something of critical importance.

Flitwick rompió el silencio con una voz tranquila pero divertida, bromeando al respecto: "Creo que deberíamos seguir su ejemplo y estar alerta. Si un perro nos robara delante de nuestras narices, imagínense lo que ya saben quién podría hacer de la nada".

Con un asentimiento unánime en medio de risas, el grupo se preparó para partir, cada uno yendo a dar sus clases con cansancio, pues los estudiantes en Hogwarts eran todo menos normales.

Tres semanas después, en Hogwarts, Sirius Black siguió patrullando los terrenos del castillo con intensa vigilancia en su forma animaga, tratando de averiguar cómo entrar al maldito castillo y matar a Peter de una vez por todas. Crookshanks había intentado atrapar a Peter.

—Gracias, Crookshanks —susurró Sirius, transformándose hábilmente en su forma animaga. Con la lista en su poder, se dirigió rápidamente hacia la entrada secreta de la Torre de Gryffindor. Al llegar, encontró a la Dama Gorda bloqueando el acceso. En un movimiento rápido, Sirius usó sus garras para rayar la pintura y asustarla lo suficiente para que le permitiera entrar.

Una vez dentro de la torre vacía, Sirius vio a Peter Pettigrew, en su forma animaga, descansando cómodamente en una cama. En la oscuridad de la habitación, los ojos de Sirius brillaron intensamente mientras observaba a Pettigrew con una mezcla de rabia contenida y determinación.

Pettigrew, sintiendo la presencia amenazante de Sirius, olfateó el aire y comprendió la gravedad de la situación. Con un grito de terror, saltó de la cama y corrió frenéticamente por los pasillos, todavía en su forma animaga. "¿Qué diablos está pasando?", pensó Peter, sintiendo miedo y rabia al mismo tiempo mientras sus pequeñas patas se movían rápidamente.

El sonido de los rápidos pasos de Sirius resonó por el pasillo mientras perseguía a Pettigrew, decidido a atrapar al bastardo y destrozarlo con sus dientes.

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