
Ese lugar había sido frío. Doloroso. Cruel.
No había conocido a su madre, tampoco a su padre. Quería pensar que habían sido maravillosos. Pero aún así no pudo crear ningún aprecio hacía esas figuras invisibles.
Ahora estaba allí. En esa mazmorra, sucia, siempre sucia. Aunque no lo sabría hasta mucho después, cuando conociese la palabra limpia.
Ellos no fueron buenos con ella. Nunca, ninguno... De hecho sí había uno.
Ese hombre al que los otros hombres malos se referían como "Profesor Black".
Años después descubriría que su nombre era Regulus Black.
Él nunca la piso, ni a ella ni a ninguno de los demás niños allí dentro. Tampoco los golpeo, no los hechizo. Y mas importante, Jamás Los Tocó.
Cuando él bajaba, todos comían. No era buena comida, pero no tenía moho. No se las tiraba al piso y les ordenaba comerla como perros.
Él solo venía, con los elfos cargando comida para todos. Se aseguraba de que cada niño estuviese lleno. Los abrazaba a todos, sin importar lo sucios que estuviesen. Luego se iba, sin pedir nada a cambio.
Él les dio un nombre. A todos. Dijo que él no los estaba inventando, les dijo a todos que eran nombres puestos por sus padres. Les dijo que no era justo que no tuviesen nombres.
"...Es que... Hasta los elfos domésticos tienen nombres."
Ella no podía entender esa lógica. No le encontraba ningún sentido. De todas formas los hombres malos no usarían esos nombres.
"¡Basuras!" "¡Escorias!" "¡Sucios!" "¡Putas!" "¡Mocosos!" "¡Escuincles!"
Ella podría seguir todo el día, nombrar por horas las formas asquerosas en que esos hombres malos acostumbraban a llamarles la atención.
Si ellos nunca dejarían aquellos "Apodos", ¿Entonces para qué necesitaban nombres?
Y aun así, el momento en que él la nombró siempre la hacía querer llorar, tal como la primera vez.
"...Bien... Pequeña, tú serías Hermione, ¿Te gusta?¿Te molestaría si te llamo Mione?"
Su tono había sido dulce y ella ni siquiera era consciente de que estaba moviendo la cabeza.
No sabía si el nombre era bonito, desconocía si tenía algún significado profundo o si era alguna muestra de desprecio disimulada.
A ella no le importo. Amo ese nombre. No porque fuera la forma en que sus padres la llamaron.
Lo amo porque sabía que incluso entre los alaridos de aquellos hombres malos, ella nunca podría olvidar la forma en que el Señor pronuncio su nombre.
Su nombre era Hermione, y era perfecto. Era perfecto porque se lo dio el Señor Black.
Él nunca les dijo todo lo que tuvo que hacer para conseguirlos. Para desenterrar información que nadie se había molestado en considerar importante.
Y aun así ella lo supo, de cierta forma lo supo. Él le había dado su nombre, y si le preguntaban quien era su padre, su respuesta sería la misma que la de todos los otros niños en la mazmorra.
El Señor Black era todo lo que alguna vez había apreciado.
No era difícil encariñarse, no cuando él era el único que parecía considerarlos humanos. Era el único que los había tocado alguna vez de una forma cálida, sin forzarlos ni lastimarlos. Les dio que comer y las noches después de que él bajaba allí Hermione sabía que hacía menos frío, y que tenía que ver con el pequeño movimiento de varita que él hacía antes de retirarse.
Él los recordaba a todos, lo que les gustaba, la forma de sus rostros, el color de sus cabellos, sus personalidades. Y cuando alguno faltaba y en su lugar había un charco de sangre... Bueno, todos los demás siempre recibían una segunda ronda de abrazos, aunque los brazos del señor siempre temblaban mas en esas ocasiones.
Tal vez fue porque ella lo consideraba lo único que tenía en el mundo.
Probablemente fue el torrente de ira que sintió corriendo por sus venas.
La dificultad para usar sus pulmones después de que ese otro señor, al que no había visto nunca, lo golpeo.
Los demás niños lloraron, temblaron y sollozaron. Algunas velas titilaron, pero poco mas.
Entonces ella grito y nada mas importo.
Los barrotes de su celda se rompieron y el hombre desconocido y malo salio volando contra una pared, lo mismo con todos los otros hombres malos que sí conocía.
Cuando volvió a ser consciente de si misma estaba tirada en el piso, abrazando al señor mientras lloraba y sollozaba.
El señor la había mirado con tanta sorpresa... Ella no pudo entender esa mirada. Aún así, el señor devolvió el abrazo. Ella nunca olvidaría lo que dijo mientras la sostenía contra su pecho.
"¡No puedes lastimarla! Fue magia accidental... Ella... Ella no lo controla... Solo quería ayudar... No puedes lastimarla"
Ella no vio la lágrima silenciosa que cayó por el rostro del señor, nadie la vio.
Pero entonces el hombre desconocido habló y ella se tenso de nuevo. Incluso años después, ella nunca dejo de odiarlo.
"Hermanito Querido, no te había escuchado decir tantas tonterías juntas en años... Claro que tampoco es como si hablaras mucho..."
Regulus no dejo que ella viese la varita que se levanto contra ella. Tampoco fue capaz de escuchar la sentencia de muerte del hombre, le fue mas fácil escuchar el jadeo del Señor amable.
"Alto, padrino".
Y entonces el niño que había estado sentado en las escaleras durante casi una hora se puso de pie. El silencio fue sepulcral.
Y después ella no volvió a estar sucia jamás. No volvió a sentir frío. No volvió a tener hambre.
Pero siguió viendo a Regulus Black cada Domingo.
Los otros 6 días de la semana permaneció al lado del Maestro Gaunt.