
El Ritual
Harry.
Privet Drive
Podía sentir el agotamiento en cada rincón de mi cuerpo después de haber pasado otra noche horrible... de nuevo. Solo podía ver a Cedric muriendo una y otra vez, el cementerio, y esa cara de serpiente que tiene Voldemort ahora. Nada que ver con el chico guapo que recordaba de su segundo año. Un escalofrío me recorrió la espalda, a pesar de estar a casi 40°C.
Miré el cielo. Me parecía injusto que estuviera tan despejado y cálido cuando yo solo sentía frío por dentro. Negué con la cabeza y salí de debajo de los arbustos donde había estado escondido. No habían pasado ni dos semanas, y ya estaba harto de estar aquí. Me quité la tierra de las manos y el trasero, y comencé a caminar, con la esperanza de alejarme, aunque fuera un poco, de esa casa.
Todo parecía empeorar con el paso de los días. Ni Hermione ni Ron me contaban lo que estaba pasando. Tampoco había tenido noticias de Dumbledore. Era como si el mundo mágico se hubiera olvidado de mí por completo. Hundí las manos en los bolsillos y observó cómo el cielo pasaba lentamente del azul al naranja. Odiaba pensaba que tendría que regresar.
Me pasé la mano por la nuca sudorosa, intentando aliviar el dolor que no me dejaba dormir. Estaba seguro de que las pesadillas solo empeoraban por estar aquí. Si tan solo pudiera quedarme en Hogwarts… o con los Weasley… tal vez podría descansar.
Un nuevo escalofrío me hizo estremecer. Algo estaba mal. Miré a ambos lados de la calle, pero no había nada fuera de lo normal. Aceleré el paso.
Entonces se escuchó un fuerte estallido.
Me giré de golpe, sacando la varita del bolsillo trasero. Un hombre con túnica negra y una máscara plateada apareció frente a mí.
Un mortífago.
Más estallidos resonaron a mi alrededor. Me rodeaban. Eran cinco en total. El corazón me martilleaba en el pecho, y la adrenalina me llenó de un miedo helado.
—Vaya, vaya, señor Potter. ¿No le han enseñado a no vagabundear tan lejos de casa? —dijo una voz suave y arrastrada. Lucius Malfoy.
Miré alrededor buscando una salida. Nada. La calle estaba completamente sola. Ni siquiera el viento se sintió. Una hoja se movió más allá y me di cuenta: era un campo de contención. Un hechizo. Estaba atrapado.
—¿Qué quieres, Malfoy? ¿No estás demasiado lejos de tus amigos lameculos? —le espeté, con el corazón en la garganta.
—No seas impertinente, muchacho…
Salté hacia un lado justo cuando lanzó un hechizo rojo. Escuché un grito: le dio a otro mortífago. Uno menos.
—¡Impedimentos! ¡Expelliarmus! —lancé los hechizos antes de que se recuperaran de la sorpresa. Uno cayó. ¡Una salida!
Corrí hacia ella, pero un nuevo traquido resonó. Malfoy apareció frente a mí.
—No creerías que sería tan fácil, ¿verdad, Potter? ¡ Stupefy!
—¡Protego! —el hechizo rebotó. Salté hacia un lado justo cuando otro mortífago se apartaba—. ¡Expelliarmus!
—¡Déjalo! —gritó a alguien.
Giré hacia la voz. Un hombre bajito, pelirrojo, levantaba su varita.
—¡Avada Kedavra!
El destello verde lo alcanzó antes de que pudiera moverse. Cayó sin vida.
—¡Cuidado…! —quise advertir, pero era tarde.
—¡Desmaius! —gritó otro mortífago.
Todo se volvió negro.
*~*~*~*
Severus
La marca ardía con intensidad mientras me acercaba a las mazmorras de la Mansión Malfoy. No entendía por qué me había convocado. Al inicio del verano, el Señor Tenebroso me había ordenado mantenerme cerca de Dumbledore, informando solo en caso de que ocurriera algo relevante. Apenas una vez al mes. Pero ahora... ahora estaba aquí.
Mi palma sudaba mientras extendía la mano hacia la puerta. No podía dejar que me viera así. Cerré los ojos y reconocí cada emoción: el temor por mi vida, la repulsión hacia esa criatura que una vez fue un hombre, el asco por lo que sabía que estaba haciendo. Todo lo empujé detrás de mi muro interior. Piedra sólida. Fría. Inquebrantable.
Abrí los ojos y cruzó el umbral.
El aire era denso, húmedo, apestaba a carne podrida, orina y desesperación. Las paredes parecían rezumar tristeza. Me ajusté la máscara de mortífago y avancé, siguiendo el sonido de voces apagadas.
Y entonces lo vi.
Mi estómago se revolvió.
La antigua prisión subterránea había sido transformada en una cámara ritual. Las celdas se habían desvanecido bajo runas grabadas en sangre y símbolos que no logré reconocer. El Señor Tenebroso —pálido, deforme, inhumano— impartía órdenes a un pequeño grupo de mortífagos. Pero no era eso lo que me dejó helado.
Era el cuerpo desnudo de Potter, tirado en el centro de un círculo de poder. Inconsciente. Cubierto de runas que no comprendía.
—Severus, por fin llegas —dijo la voz rasposa del Señor Tenebroso.
Me obligué a mirar hacia él y no al niño en el suelo. Reprimí la reacción, fingí calma, y me arrodillé ante él, besando el borde de su túnica.
—Mi señor… ¿en qué puedo servirle?
—Largo de aquí. —Ordenó a los otros mortífagos con un gesto. Se fueron en silencio tras hacer una reverencia.
Me puse de pie cuando me lo indicó, y mis ojos se desviaron hacia Potter. Fue entonces cuando noté los objetos dispuestos a su alrededor. Eran cosas mundanas… en apariencia. Pero uno de ellos llamó poderosamente mi atención: un pequeño diario, idéntico al que Dumbledore me había mostrado hace un par de años. ¿Qué demonios…?
—¿Conoces la poción Mutatio Animum, Severus?
Agradecí que la máscara cubría mi expresión.
—Sí, señor. He oído hablar de ella. Es peligroso, y sus ingredientes casi imposibles de reunir.
—Para magos comunes, tal vez —dijo con arrogancia, paseando a mi alrededor como una serpiente—. La he completado. La terminé anoche, cuando conseguí el último ingrediente.
No pregunté cuál. Lo sabía.
—Entonces ¿qué deseas de mí, mi señor, si ya tienes la poción?
—Asistencia. Supervisión. Alguien que se asegura de que nada salga mal… mientras realiza el ritual.
Mi estómago se hundió.
—¿El ritual? —pregunté, fingiendo ignorancia mientras escaneaba la sala.
—La poción tiene una debilidad, Severus. Es reversible. Pero eso no importa. Cuando termine, no habrá más niño que vivió, y sin él, no hay profecía.
Sonrió. Una sonrisa de dientes pequeños y afilados como los de un tiburón.
—Gran plan, mi señor —dije con una inclinación, mientras mi mente gritaba por dentro. Tengo que detener esto. Si.
—Ve a buscar a Lucius. Dile que concentra toda la magia aquí. Comenzaremos pronto.
Se giró hacia una mesa. Tomó un puñal ceremonial. La poción estaba justo allí.
Si tan solo pudiera…
—¿Severus?
—Sí, mi señor.
Salí de la cámara con pasos medidos, el corazón acelerado. Apenas crucé el umbral, supe lo que debía hacer.
Saqué mi varita. Cerré los ojos.
Pensado en Lily.
Estábamos cerca del río. Lily estaba sentada bajo su árbol, con un libro sobre las piernas. Comía algo. Se detuvo, me miró con el ceño fruncido.
—¿No te han enseñado a no espiar, Snape? —me dijo—. Si vas a quedarte, hazlo en silencio. Y deja de mirarme así.
Se acomodó un mechón de su cabello rojo detrás de la oreja.
Tal vez... aún no todo estaba perdido.
Me senté a su lado, abriendo mi propio libro. Por el rabillo del ojo vi cómo su sonrisa se ocultaba tras una chocolatina. Yo también sonreí, esperanzado.
— Expecto Patronum —susurré.
La Cierva apareció, luminosa. Un reflejo de la única luz que me quedaba. Me acerqué rápidamente.
—Busca a Dumbledore —le dije en voz baja—. Dile que el Señor Oscuro tiene a Potter. Está en las mazmorras de la Mansión Malfoy. Que las protecciones podrían ser débiles. Que venga pronto. Es de vida o muerte.
La cierva avanzó con gracia y desapareció, saltando hacia la salida como un destello de plata.
Justo entonces, la puerta se abrió. Avery.
Levante mi varita.
No podía permitir que alertara a nadie.
*~*~*~*
Minerva
—¡Protego Máxima! —rugí, desviando un rayo verde que chispeó a escasos centímetros de mi mejilla.
Las protecciones externas de la Mansión Malfoy habían cedido más rápido de lo esperado, y ahora nos encontramos en medio de un duelo caótico: columnas de mármol agrietadas, alfombras cubiertas de ceniza. Chispas volaban en todas direcciones. Gritos. Crujidos. Maldiciones.
La Orden del Fénix había irrumpido como una tormenta, pero los mortífagos no se rendían fácilmente.
Me movía con precisión quirúrgica, mi varita trazando líneas afiladas en el aire. Había combatido en la primera guerra, pero esta noche... esta noche se sintió distinta. Más oscuro. Más urgente.
Lo único en lo que podía pensar era en Harry. Él estaba allí, atrapado, necesitando nuestra ayuda.
Corrí hacia donde esperaba que estuvieran las mazmorras. Tenía que salvarlo.
Por fin vi a Tonks. Se la notaba aliviada al verme.
—¡Atrás! —gritó un joven mortífago, intentando emboscar a Kingsley—. ¡Expulso!
—¡Bombarda! —escuché otro grito. El hechizo impactó contra una columna a mi lado.
El estallido me lanzó a través de una puerta, que se rompió con el impacto. Rodé escaleras abajo. Me dolía todo. Sujeté mi brazo, sintiendo un dolor agudo, punzante.
Y entonces me di cuenta de dónde estaba.
Las mazmorras.
Oscuras, cargadas de un aire pesado que casi podía olerse, que se metía por la garganta como niebla espesa. Tosí, intentando ver algo entre la bruma que empezaba a levantarse.
—¿Qué crees que estás haciendo? ¡Suéltame!
Harry.
—¿Minerva?
—Shhh —calle a Hagrid, que había bajado conmigo—. Lo encontré. Vamos.
Intentamos movernos en silencio. Hagrid se tropezó con el cuerpo de un mortífago.
Supuse que Severus ya había comenzado a despejar el camino…
Alguien salió volando y se estrelló contra un muro más adelante.
—¡Profesor! —gritó Harry.
—Después me haré carga de ti, traidor —escuché una voz áspera y siseante.
Severus estaba levantándose, desarmado. Al verme, parecía casi aliviado. Asintió, y comenzó a avanzar con dificultad.
Y entonces lo vi.
La cámara ritual.
Harry estaba en el centro, desnudo, rodeado de símbolos.
Él.
El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado.
Pálido, escamoso, erguido sobre el círculo, con una copa elevada entre las manos.
— Corpus renovare… animum ligare… que la carne refleja el alma… y la juventud renazca… —entonó con su voz siseante, cada palabra impregnada de magia antigua.
—¡Detente! ¡Expelliarmus! —grité, aterrada. Mi hechizo impactó contra un escudo invisible.
—¡No! —gritó Severus, lanzándose hacia adelante.
El monstruo derramó el contenido de la copa sobre el círculo.
— Animum muta, corpus redde. Unum fiat.
Una vibración sorda recorrió el suelo.
Las paredes de la mansión temblaron con un crujido profundo, como si la piedra misma protestara.
El aire se volvió denso, irrespirable, cargado de magia antigua.
Una corriente invisible tironeó de todo a su alrededor: el polvo, las llamas, incluso su propia energía.
Una luz blanca estalló desde el círculo y lo cubrió todo.
Vi a Harry gritar.
Vi a Voldemort sonreír.
Y luego…
Solo hubo oscuridad.