
Chapter 1
—Me largo, —grito enfurecida la rubia mientras metía todo cuanto podía dentro de la maleta, —¡ya no te soporto!, Merlín sabe que lo intenta, que de verdad quería formar una familia, pero eres... —se frotó los ojos para limpiar se las lágrimas, —no me dejas ayudarte, no me dejas convertirte en un buen hombre, solo te enfermas a ti mismo y me estás arrastrado contigo.
Sirius estaba parado en la puerta de la habitación, y miró a Marlene soltar el mismo sermón del que ya estaba cansado. Jamás le pidió que hiciera todo eso de lo que se estaba quejando, no le pidió que quedara embarazada de él, ni tampoco qué se casaran y formarán una familia, ni mucho menos que lo “arreglara”, como ella solía decir, todas esas decisiones. las había tomado ella sola y había hecho lo posible para obtener lo que quería, como cuando convenció a Lily de que le pidiera a James como requisito para que fuera su novia que Sirius también fuera pareja de su mejor amiga.
Por supuesto que se había negado, pero James era demasiado insistente con ello, “Solo por un tiempo en lo que Lily me da una oportunidad y después la terminas”, había dicho su mejor amigo, claro que entonces no imaginó que las cosas terminarían de la forma en como lo habían hecho.
La chica había terminado de meter sus cosas en la valija, zzzip, se escuchó el cierre y ella puso el cacharro sobre el suelo antes de mirarlo, esa era su señal, era el momento en que él comenzaba a decir que se detuviera, “quédate”. , por favor no te vayas”, era la puta maldita misma frase, pues la decía cada vez que Marlene amenazaba con abandonarlo, lo que era bastante seguido, solo bastaba que él volviera a su departamento borracho y tarde para que ella comenzara a hacer esto. escena, era su forma de chantajearlo para que hiciera lo que ella quería, y Marlene quería muchas cosas.
“Se un buen marido”, decía. Sirius debía quedarse en casa y cuidar a su esposa, debía acompañarla a lo que ella quisiera, en el momento que quisiera, casi como si estuviera pegado a la muchacha por el hueso de la cadera. Eso claramente no le convenció, él era el eterno soltero, siempre en la fiesta, de cama en cama, ahogado en licor y disfrutando de su juventud.
El sonido ronco que Marlene hizo para aclararse la garganta, lo saco de sus pensamientos, estaba claro que seguía esperando.
—Por qué te ríes?, —pregunto más enfurecida.
—Porque no te irás y lo sabes. —Su rostro adquirió un tono rojo, por la vergüenza, —siempre haces lo mismo y honestamente estoy cansado, quieres irte, adelante, ya no me importa.
—Eres un desgraciado Sirius Black, —dijo al momento en que lo abofeteó, luego tomó una almohada y comenzó a golpearlo hasta que se cansó, —no sé porque creí que podías cambiar, —dijo mientras se quitaba el anillo del dedo y se lo Lanzaba a la cara, luego tomó su maleta y salió azotando la puerta.
¿Cómo es que las cosas habían terminado así? Sinceramente ni él lo sabía.
Sirius era un joven entusiasta y atractivo mago que tenía todo por delante, sangre pura y heredero de la más antigua y noble casa Black, claro que él había rechazado todo cuanto le había enseñado las personas que compartían su sangre, y había logrado ir en contra de cada maldita idea xenofoba y arcaica transmitida en las polvorientas venas de sus ancestros. Así había perdido su posición y su riqueza, cosa que no le importo mucho porque aún tenía buenos amigos y la herencia de su agradable tío muerto, el repudio y su nombre quemado en el tapiz familiar le habían otorgado una libertad y comodidad que aprovechó en cada oportunidad que tuvo.
Disfrutaba de las fiestas y se olvidaba completamente de las responsabilidades que tenía, nada de preocupaciones por las calificaciones bajas o imposibles expectativas de parte de los padres, él prefería pasar su tiempo arreglando esa motocicleta muggle y coqueteando con cuántas chicas pudiera.
Quizá ahí había comenzado el problema, pues su elegancia y belleza habían atraído a las mujeres como la miel a las moscas, todas querían un trozo de él, no había quien pudiera escapar a sus encantos, que le permitieron disfrutar de los placeres carnales. Ya fuera en un armario de escobas, en un aula en desuso o en el baño abandonado, Sirius había saboreado a tantas chicas en Hogwarts que conocía cada vagina o coño que la escuela podía ofrecer.
Pero las chicas siempre querían más, no podían conformarse con una follada, ellas querían ser novias, esposas, las madres de hijos, al diablo con eso.
Sirius sabía cuidarse, nunca pasó más de una noche con la misma chica y jamás tuvo una pareja, ya fueran métodos muggles o pociones anticonceptivas, el evitaría que alguna de ellas pudiera amarrarlo, pero entonces vino James con su estúpida petición de hermano del alma y él se convirtió en novio de McKinnon.
La rubia había sido una de sus primeras conquistas, el polvo más fácil de toda su vida, pues ella sola había saltado a su cama, un número más en su larga lista y nada más. Al día siguiente la había ignorado y había hecho como que nada, quizás se había vuelto a acostar con ella, después de cada partido ganado, solo para celebrar.
Así que cuando su amigo se lo pido, no se negó.
A principios de octubre había comenzado a salir formalmente con Marlene y no más de un mes después James y Lily se habían convertido en novios, fue... decepcionante, después de toda esa lucha, de todo ese rechazo la pelirroja había terminado cediendo, pero a su amigo le gustaba y estaba feliz, por lo que continuo una semana más con McKinnon y luego la follo unas cuantas veces más. En noviembre termino con la rubia y volvió a su alegré libertad.
Entonces a principios de diciembre la chica se desmayó en medio de una clase y todo mundo comenzó a hablar de que la chica estaba embarazada. Fue llamado a la oficina de Dumbledore, donde McGonagall, apenas pudo hacer algo para que el anciano señor McKinnon no lo obligará a casarse.
Esas vacaciones contrajeron nupcias y el infierno comenzó, fueron mudados a una habitación familiar en la torre sur del castillo, y tuvo que convivir con una muy embarazada y fastidiosa esposa, que lo único que hacía era engordar y hacer su vida imposible, pues su estómago crecía proporcionalmente a su mal carácter, Sirius no soportaba su chipileria y sus berrinches, así que pasaba el tiempo contando los días para que diera a luz y no tuviera que estar cuidando la en cada momento.
Circe escucho sus súplicas, porque a los ocho meses el parto se había adelantado debido a una discusión que habían tenido los dos, y fue trasladada a San Mungo de urgencia, los gemelos, eran malditos gemelos, habían nacido prematuramente el cinco de junio y Marlene estaba tan delicada que tuvo que cuidarla como si fuera un condenado a muerte.
Sirius se recostó en la cama con cansancio, “al menos no tendría que aguantar la más”, pensó y se quedó dormido.
Había comenzado a celebrar demasiado pronto, porque a eso de las seis de la mañana lo despertó el llanto de los bebés en la cuna, soñoliento y desconcertado trato de despertar a su esposa para que fuera a hacerse cargo, pero la cama estaba vacía y el ruido no cesaba, fue entonces que recordó que Marlene había dejado la casa el día anterior. De un salto se incorporó de la cama y corrió aun con la luz apagada hasta pequeña guardería que había improvisado en un armario vacío del departamento.
Tal y como había sospechado la rubia se había olvidado de llevarse con ella a ambos monstruos.
Hiso todo lo que se le ocurrió para hacer callar a ambas criaturas, pero desde su nacimiento había dejado que toda la responsabilidad de cuidarlos y criarlos callera en manos de su esposa, lo uno que pudo hacer correctamente fue revisar que la formula tuviera la temperatura correcta, antes de alimentar a los pequeños.
Cuando por fin se volvieron a quedar dormidos se sentó en el sofá de la sala pensando en cómo es que McKinnon había sido tan estúpida de olvidar a sus hijos, “igual lo hizo adrede para tener una excusa para volver”, pensó mientras se preparaba una enorme taza de café negro, pero la respuesta llego poco después cuando una bonita lechuza aterrizo sobre la mesa de la cocina, causando un desastre antes de entregarle un sobre con una carta.
«Buenos días», decía el papel como si no hubiera ningún problema en el mundo que pudiera afectarla, «Supongo que ya te habrás dado cuenta de que tus hijos están en la casa, si no es así será mejor que revises que siguen respirando…», ―Maldita bruja, ―dijo al tiempo en que golpeaba la mesa con los puños, «Si algo les pasa te mato. Bueno esta carta es para decirte que tendrás que hacerte cargo de ellos por un tiempo porque me he ido a tomar un merecido descanso de salud, ya sabes, por las complicaciones de mi embarazó, mientras tanto te sugiero que comiences a pensar en todos aquellos compromisos que estas dispuesto a establecer para con nuestra relación porque tendrás que hacer un juramento inquebrantable y suplicarme si quieres que regrese».
―Pueden creerlo, ―pregunto. Habían pasado tres días desde que la carta había llegado y se había reunido con sus amigos en un café cercano a la zona en donde estaba ubicado su departamento, les platico lo que estaba pasando, con la idea en mente de pedirles que le ayudaran.
―Lo siento amigo, pero yo tengo muchas citas estas vacaciones con Lily, ―James sonrió con suficiencia, ―ni de loco me las voy a perder.
―Oh vamos, ―dijo aun sabiendo que era imposible que James abandonara a Lily, luego miro a Remus.
―Acabo de conseguir un trabajo, y sabes lo difícil que es, pero cuando tenga tiempo me pasare para apoyarte.
Ese era el tipo de amigos que tenia, él podía intentar hacer lo que sea por ellos, pero ellos lo abandonaban a la primera de dificultades. Cabizbajo y desilusionado regreso a su departamento mientras hacía malabares con los bebés en brazos que no dejaban de llorar, las personas en el elevador no dejaban de mirarlo y algunos de ellos comenzaron a quejarse, gracias a Merlín vivía en el último piso así que el cacharro comenzó a vaciarse conforme subían.
―Llora porque no lo estas sosteniendo correctamente, ―dijo el muchacho parado enfrente de él, quien había estado inclinado sobre las líneas del libro que llevaba en las manos.
―Claro porque un niño como tú sabe mucho sobre bebés, ―dijo con sarcasmo, el aludido suspiro con cansancio y guardo su libro en el bolcillo de su abrigo, luego se giró y movió la mano de Sirius de manera que pudiera sostener de mejor manera a los bebes.
―Tienes brazos largos y grandes acomódalos correctamente, ―dijo mientras acomodaba la pañalera en el hombro del brazo contrario y ponía el brazo debajo de los piecitos de ambos monstruos, ―ellos sienten que pueden caerse y eso los hace llorar, vez.
El llanto ceso y ambos parecieron mucho más contentos, solo entonces Sirius miro mejor al muchacho, la sorpresa casi hace que deje caer a los bebes, era el maldito Quejicus Snape, pero no se veía como de costumbre, su rostro tenía un color más saludable y su cabello estaba limpio, incluso estaba usando ropa muggle.
―Por todos los santos, te vez horrible, ―dijo.
―Estoy seguro si tuvieras que cuidar tu solo a dos bebés, te verías peor.
El frunció el ceño, ―¿solo?, pues qué es lo que está haciendo tu esposa.
―No me hables de ella, quieres.
Él se encogió de hombros y camino por el pasillo hasta una de las puertas donde desapareció de su vista, pero eso no evito que las preguntas siguieran apareciendo en su cabeza, ¿Qué había hecho Snape para verse tan bien?, ¿Por qué un purista de sangre como él estaba usando ropa muggle?, y ¿Qué diablos hacia viviendo en Londres cuando se suponía que era vecino de Lily?
No era como si pudieran pasar tantas cosas desde que se vieron la última vez, es decir, solo habían sido tres meses, como es que en tan poco tiempo el grasiento, feo y siempre desagradable chico había logrado transformarse completamente. Su nariz parecía más pequeña y menos chueca de lo que recordaba y su cuerpo no estaba tan delgado como antes, ya no se encorvaba y se había recogido el cabello mostrando con seguridad su rostro, no era un atractivo galán de revista como Sirius o como James, pero podía decirse que tenía su encanto.
Los bebes comenzaron a llorar de nuevo cerca de las ocho de la noche, les llevo las mamilas, pero se negaban a comer y no había nada en sus pañales, entonces Sirius vio que estaban muy sonrojados, tenían una temperatura muy alta y sudaban como si hubieran corrido un maratón, trato de calmarlos, pero ellos seguían llorando.
Llamo al sanador a través de la chimenea, pero resulto que este estaba atendiendo a otro paciente, espero otra hora, tiempo en el que empeoraron, comenzaron a respirar con dificultad y luego vino el vómito, el mayor sostuvo a ambos bebes mientras estos sacaban el contenido de sus estómagos.
Asustado y preocupado, volvió a poner a ambos monstruos en su cuna y camino rápidamente fuera del departamento, hacia el elevador, en un viaje que pareció una eternidad, por su cabeza corrían imágenes de los escenarios más horripilantes, se sintió enfermo y desconsolado mientras tocaba desesperado el timbre del departamento.
Se escucharon ruidos del otro lado de la puerta lo que significaba que, si había alguien en casa, y también los susurros enojados de la persona que se supone que vivía ahí, se sentía raro pedir su ayuda, pero en ese momento lo único que le importaba era que sus hijos estuvieran a salvo.
No los había llamado así, el denominaste común era los monstruos, los niños, los hijos de Marlene, nunca sus bebés, al principio se había sentido incómodo y él no quería aceptar que ahora era padre, se sentía como una sentencia, como cadenas atándolo.
Pero ahora que se dio cuenta que podía perderlos se arrepintió, ellos no tenían la culpa de nada y él se estaba comportando como su padre, molesto y amargado con la mujer con la que se había casado, pues no era ella a la que amaba, e indiferente con sus hijos, abandona a Sirius ya su hermano en las fauces de su mujer, solo para no tener que hablar con Wualburga. Aun cuando había jurado no ser nunca como Orión Black, el había cometido los mismos errores y estaba culpando a sus bebés y los había puesto en peligro.
―¿Qué mierda Black…?, ―dijo Snape en cuanto abrió la puerta.
―Por favor, ―lo interrumpió, ―ayúdame.