
Un dolor sordo latía en la cabeza de Ichigo. Era un latido constante, acompañado por una sensación extraña, como si su cuerpo estuviera fuera de lugar. Sus sentidos se sentían amortiguados, como si hubiera sido sumergido en agua y apenas comenzara a emerger a la superficie. Abrió los ojos con un quejido; la luz fluorescente del techo era demasiado fuerte, obligándolo a entornar la mirada. Parpadeó varias veces, tratando de enfocar su entorno.
Estaba acostado en una camilla. Las paredes blancas y el olor a desinfectante le resultaron familiares de inmediato. Era la clínica de su familia, el lugar donde su padre jugaba a ser médico y donde había pasado incontables noches cuando era niño.
—Oh, está despierto —dijo una voz femenina, conocida y desconocida al mismo tiempo. Eso era muy extraño e incómodo.
Ichigo se giró lentamente hacia la fuente del sonido y vio a una chica joven, de cabellera corta y de un tono naranja brillante, mirándolo con los brazos cruzados y una ceja arqueada. Sus ojos, de un color ámbar similar al suyo, reflejaban una mezcla de alivio y fastidio.
—¡Vaya susto que nos diste! —intervino otra voz, más dulce y preocupada. Esta vez provenía de Yuzu, quien estaba de pie junto a la camilla, con las manos entrelazadas. Su rostro reflejaba genuina preocupación, como las muchas veces cuando venía de una pelea callejera.
—Tsk, ni que fuera la primera vez que se golpea la cabeza —murmuró una tercera voz. Karin, apoyada contra la pared, observaba la escena con su habitual expresión apática, aunque Ichigo notó un destello de inquietud en su mirada. Es difícil fingir que no le importó.
Ichigo abrió la boca, pero ninguna palabra salió. Sentía la garganta muy seca. Volteó la mirada hacia la extraña chica pelinaranja que seguía observándolo, como si esperara que hiciera o dijera algo. En su mirada parecía que esperaba que llorara. Todo en ella le resultaba extrañamente familiar, como si estuviera viendo su reflejo en un espejo distorsionado. Era perturbador.
—¿Quién...? —intentó preguntar, pero su garganta se sintió horrible.
La chica resopló y lo miró con ternura.
—No me digas que también olvidaste mi nombre —dijo, cruzándose de brazos.
Ichigo la miró fijamente. Sentía las palabras en la lengua.
—Yo...
—Soy Ichika, idiota.
El mundo pareció detenerse por un momento. Ichigo sintió que su cabeza se vaciaba y luego explotaba en un torbellino de pensamientos y confusión. Ichika. Su hermana gemela. Eso no tenía sentido. No tenía una hermana gemela.
Pero ahí estaba. De pie frente a él, con el mismo color de cabello, los mismos ojos, la misma expresión fastidiada que él mismo habría tenido si los papeles estuvieran invertidos.
Su mente trató de hilar los eventos más recientes que podía recordar. Su lucha contra Yhwach. El poder de la omnisciencia de su enemigo. El instante final en que todo se había desmoronado... y luego, nada.
Había un vacío en su mente. Faltaba información. Algo se estaba olvidando, algo importante y fundamental.
Un escalofrío recorrió su espalda. No solo estaba en un mundo diferente, sino que había algo peor, algo que comenzaba a notar con un miedo creciente. Su mirada recorrió la habitación con urgencia, buscando algo. Cualquier cosa. Un alma errante, un rastro de energía espiritual. Pero no había nada.
No podía ver fantasmas.
Un nudo de ansiedad se formó en su pecho. No. No otra vez. Había perdido sus poderes una vez, había sentido esa impotencia desgarradora cuando no pudo proteger a los que amaba. No podía estar pasando otra vez.
Respiró hondo y cerró los ojos por un segundo. Tranquilo. Primero, entender la situación. Después... después vería qué hacer.
—Estoy... en otro mundo —murmuró para sí mismo.
Las tres chicas lo miraron confundidas. Yuzu se inclinó ligeramente hacia él.
—¿Hermano? ¿Estás bien? ¿Te duele mucho la cabeza?
Ichigo apretó los dientes y pasó una mano por su rostro. Si su teoría era correcta, estaba en una realidad distinta donde siempre había tenido una hermana gemela. Y, lo que era peor, no tenía ninguna conexión con el mundo espiritual. Se sentía vacío, como si una parte esencial de sí mismo hubiera sido arrancada.
—Sí, un poco —respondió finalmente, decidiendo que por ahora lo mejor era seguirles la corriente hasta entender mejor su situación.
Ichika suspiró y rodó los ojos.
—Bueno, será mejor que papá te revise otra vez. No vaya a ser que te hayas vuelto más idiota de lo que ya eras.
Karin soltó una risita y Yuzu suspiró con paciencia, pero Ichigo apenas las escuchaba. Su mente estaba demasiado ocupada tratando de controlar el pánico que burbujeaba en su interior.
Había despertado en un mundo que no era el suyo.
Y no tenía idea de qué hacer ahora.
Un paso a la vez... todo saldrá bien al final.
A la mañana siguiente:
El desayuno en la casa de los Kurosaki fue, sin duda, uno de los más incómodos que Ichigo podía recordar. La mesa estaba llena de platos con tamagoyaki, arroz y miso, pero el ambiente era pesado, como si una nube invisible se hubiera posado sobre ellos. Las hermanas intercambiaban miradas furtivas mientras observaban a su hermano, quien comía en silencio, con el ceño fruncido y la mirada perdida en su tazón de sopa.
Su mente seguía en otro lugar, pensando en qué debería hacer, hasta que escuchó a su hermana, regresándolo a la realidad tan extraña.
—Ichigo, ¿estás seguro de que te sientes bien? —preguntó Yuzu, rompiendo el silencio con su voz dulce pero preocupada. Sus manos se aferraban a su taza de té, como si necesitara algo en qué apoyarse.
—Sí, estoy bien —respondió Ichigo sin levantar la vista. Su voz era seca, casi mecánica, como si estuviera repitiendo una frase aprendida de memoria.
Karin, sentada frente a él, cruzó los brazos y lo miró con escepticismo.
—No pareces bien. Ayer te caíste de la escalera y hoy actúas como si fueras un robot. ¿Seguro que no te golpeaste más fuerte de lo que pensabas? Actúas muy... seco.
Ichika, la gemela, no dijo nada. Simplemente observaba a su hermano con una mezcla de curiosidad y preocupación. Algo en él había cambiado, y no podía evitar sentir que había una brecha entre ellos que antes no existía. Eran hermanos inseparables, y bastó una caída para que ahora la mirara como a una desconocida.
—Papá dijo que iba a visitar a un viejo amigo —murmuró, como si intentara justificar la ausencia de su padre—. Pero debería haberte revisado mejor antes de irse. En verdad me preocupa que ni siquiera estés con los ojos llorosos, con lo llorón que eres. Sabes que aquí en casa no te vamos a juzgar si quieres llorar por el dolor. Nunca lo hemos hecho y nunca lo haremos.
Ichigo apenas reaccionó a sus palabras. Lo incomodaron mucho y se tensó. Su mente estaba en otra parte. Pensar en esas palabras ahora no era prioridad. Estaba tratando de procesar todo lo que había ocurrido desde que despertó en este mundo. La ausencia de su padre solo añadía más preguntas a su lista. ¿Quién era ese "viejo amigo"? Seguramente era Urahara. ¿Quién más podía ser? Esperaba que pudiera ayudarlo a entender qué estaba pasando en este lugar tan extraño.
Tenía que regresar a su hogar... su verdadero hogar.
El silencio volvió a apoderarse de la mesa, interrumpido solo por el sonido de los cubiertos al chocar contra los platos. Las hermanas intercambiaron otra mirada, pero ninguna se atrevió a decir algo más. Finalmente, terminaron el desayuno y se prepararon para ir a la escuela.
Ichigo e Ichika caminaban juntos hacia la escuela, pero la tensión entre ellos era palpable. Ichika intentó iniciar una conversación varias veces, pero su hermano apenas respondía con monosílabos. Finalmente, ella se rindió y se concentró en el camino, dejando que el silencio los acompañara.
Así no era su hermano alegre. Este era alguien diferente. Era una intuición.
De repente, Ichika se detuvo. Ichigo, distraído, siguió caminando unos pasos antes de darse cuenta de que su "hermana" ya no estaba a su lado. Volteó y la vio de pie frente a un poste de luz, hablando en voz baja con... nada. O al menos, eso parecía desde su perspectiva.
—¿Ichika? —llamó, frunciendo el ceño, ya se hacía una idea de lo que hacía.
Ella no respondió de inmediato. Sus ojos estaban fijos en un punto invisible, y su expresión era suave, casi maternal.
—Sí, entiendo —dijo en voz baja—. Fue un accidente, pero eso no significa que debas quedarte aquí. Tienes que seguir adelante. No creo que quedarte aquí sea lo ideal.
Ichigo sintió un nudo en el estómago. Sabía lo que estaba pasando. Ichika estaba hablando con un fantasma, algo que él no podía ver en este momento. La impotencia lo invadió, recordándole el momento en que había perdido sus poderes después de derrotar a Aizen. Esa sensación de vacío, de no poder proteger a los que amaba, regresó con fuerza.
Le recordó cómo fue utilizado en su desesperación por recuperar sus poderes, y terminó poniendo a sus amigos, conocidos y familia en peligro.
Del recuerdo se llenó de enojo, y se podía ver en su rostro.
Su hermana lo miró de reojo y se sorprendió. Nunca había visto esa mirada en su rostro.
—Ichika, ¿con quién estás hablando? —preguntó, tratando de mantener la calma y olvidar los recuerdos amargos.
Ella volteó a verlo, un poco sorprendida.
—Oh, es solo... una niña. Murió en un accidente de tráfico y está perdida. Le estoy diciendo que puede seguir adelante.
Ichigo apretó los puños. Quería ver, quería ayudar, pero no podía. La ira comenzó a brotar en su interior, pero la reprimió. No era el momento ni el lugar.
—Vamos, vamos a llegar tarde —dijo secamente, dándose la vuelta y continuando el camino.
Ichika lo siguió, pero notó la tensión en sus hombros. Algo le decía que su hermano estaba lidiando con más de lo que aparentaba, y era raro que no se lo contara. Ellos siempre se contaban todo, lo bueno y lo malo.
La escuela Karakura era exactamente como Ichigo la recordaba... y al mismo tiempo, completamente diferente.
El edificio, las aulas, el patio, incluso el sonido de los estudiantes charlando y riendo en los pasillos le resultaban familiares. Sin embargo, los detalles eran diferentes. Profesores que no recordaba, compañeros de clase cuyos rostros no coincidían con los de su memoria. Todo parecía igual a simple vista, pero cuando se fijaba bien, encontraba pequeñas diferencias, como si estuviera viendo una réplica imperfecta de su propio mundo.
Entró al aula en silencio, siguiendo a Ichika, quien caminaba con confianza y saludaba a algunos compañeros en el camino con el rostro lleno de alegría. Ichigo notó que varias personas lo miraban con curiosidad. Algunos susurraban entre ellos, otros simplemente lo observaban de reojo.
"¿Acaso también soy diferente aquí?" —se preguntaba.
El profesor entró al aula y comenzó a llamar lista. Ichigo esperaba nombres familiares, pero algunos eran desconocidos. Sus amigos, Chad, Mizuiro, Keigo, Orihime, Ishida... ¿existían en este mundo? ¿O eran solo recuerdos de un lugar al que ya no pertenecía?
—Ishida Uryu —llamó el profesor.
—Aquí —respondió una voz familiar.
Tal parece que sí estaban todos aquí.
—Ichigo Kurosaki —llamó el profesor.
—Presente —respondió automáticamente.
—Ichika Kurosaki.
—Aquí —respondió su "hermana".
El sonido de sus nombres juntos le provocó un escalofrío. Era surrealista. Su mente todavía no aceptaba del todo la existencia de Ichika, aunque estaba justo a su lado.
Las clases transcurrieron lentamente. Aunque intentaba concentrarse, su mente divagaba constantemente, tratando de encontrar una explicación a su situación. Pero no había respuestas. Solo más preguntas.
Le llamó la atención que, a diferencia de los demás amigos, la única que ni lo saludó ni le dirigió ningún tipo de palabras fue Tatsuki. Solo y únicamente saludó a su hermana y lo ignoró por completo.
En el almuerzo, Ichika lo llevó a la azotea, un lugar que Ichigo solía frecuentar en su mundo. Al menos, eso no había cambiado.
—Bueno, ¿vas a decirme qué te pasa o seguirás con esa cara de funeral todo el día? —preguntó ella, dándole un mordisco a su pan relleno.
Ichigo suspiró.
—No es nada —murmuró.
Ichika lo miró con incredulidad.
—Por favor. Te conozco mejor que nadie. Sé que algo está mal. Desde que despertaste ayer, has estado actuando raro. Es como si... como si estuvieras aquí, pero al mismo tiempo, en otro lugar. Y eso me preocupa.
Él no respondió de inmediato. ¿Qué podía decirle? No podía contarle la verdad. Sonaría como un loco.
—Solo estoy cansado —mintió.
Ichika frunció el ceño, claramente insatisfecha con su respuesta. Pero antes de que pudiera presionarlo más, la puerta de la azotea se abrió de golpe.
—¡Kurosaki! —llamó una voz conocida.
Ichigo levantó la vista y vio a Keigo Asano acercándose con una sonrisa burlona. Era uno de sus antiguos compañeros de clase. Su presencia le provocó una sensación extraña, mitad alivio, mitad incomodidad.
—Escuché que te caíste de las escaleras. Vaya forma de llamar la atención, amigo.
—Cállate, Keigo —murmuró Ichigo sin mucho ánimo.
—¡Desde cuándo eres un gruñón! ¿No te habrás descompuesto con la caída, verdad? —Keigo soltó una carcajada y se sentó junto a ellos. Luego miró a Ichika con curiosidad—. No sé cómo lo soportas.
—Aprendes a ignorarlo —respondió Ichika con una sonrisa burlona.
Keigo rió y siguió parloteando sobre cosas triviales, pero Ichigo apenas le prestaba atención. Su mente estaba demasiado ocupada tratando de encajar en esta nueva realidad.
Pero al ver a Keigo, pudo confirmar que hay cosas que nunca cambian.
Algo estaba claro: este no era su mundo. Pero hasta que encontrara la manera de regresar, tendría que seguir interpretando su papel.
Incluso si cada momento se sentía como una mentira.
Después de clases, Ichigo e Ichika caminaron juntos hacia la salida de la escuela. El sol comenzaba a ocultarse, tiñendo el cielo con tonos anaranjados y rojizos. Ichigo siempre había encontrado ese momento del día reconfortante, pero hoy solo le recordaba lo extraño que era todo.
Al menos le alegró que cada uno de sus amigos aún estuvieran aquí, aunque Tatsuki prácticamente no habló con él, solo con Ichika. Quizás aquí ellos no fueron tan buenos amigos. En este mundo, quizás nunca fui a karate... o ¿ese día lluvioso en el que mamá me recogió, fue igual? ¿También habría estado Ichika? ¿Por qué su muerte aún pasó aquí?
Antes de que su mente se llenara de pensamientos incessantes, vio cómo su viejo amigo se acercaba a él.
Chad, y su imponente presencia. Eso nunca cambió, y seguía siendo un gigante gentil, quizás hasta un poco más.
Ishida ni se dignó en mirarlo. Bueno, hasta cierto punto no lo sorprendía. No se hicieron amigos hasta bastante después de que pasara lo del día que conoció a Rukia.
No recordaba el día exacto en que la conoció, pero sabía que tenía que ser pronto, ya que estaba en el año escolar donde pasó todo, y quizás pudiera recuperar sus poderes de nuevo.
Pero su mente seguía divagando.
Ichika notó su expresión ausente y suspiró.
—Mira, no quiero sonar molesta, pero en serio, ¿qué te pasa? —insistió, deteniéndose frente a él. Todo el día no dejó de pensar en la actitud de su hermano.
Ichigo la miró de reojo. No podía seguir esquivando la pregunta para siempre.
—Solo... me siento fuera de lugar —dijo finalmente. Era la verdad, aunque no toda.
Ichika lo observó con detenimiento antes de soltar un resoplido.
—Pues claro, te golpeaste la cabeza. Pero no es solo eso, ¿verdad? Actúas como si no reconocieras nada de lo que te rodea. Como si estuvieras viendo todo por primera vez.
Ichigo sintió un escalofrío. No quería que ella se diera cuenta de lo diferente que era para él este mundo. No podía arriesgarse a levantar sospechas.
—No exageres —respondió con una sonrisa forzada—. Solo... tengo muchas cosas en la cabeza.
Ichika lo miró fijamente por un momento antes de encogerse de hombros.
—Lo que sea. Solo no te pongas más raro de lo que ya eres. Tatsuki me dijo que te la estuviste pasando viéndola en clases. Nunca pensé que fueras un pervertido. Ella es mi mejor amiga junto a Orihime, así que no hagas cosas raras. Están muy fuera de tu liga, hermanito. Busca a alguna otaku como tú.
—Si este no es su mundo, nunca nadie le llamaba otaku, y extrañamente se sintió muy ofendido, pero no dijo nada.
Siguieron caminando en silencio hacia su casa, pero Ichigo no podía sacudirse la sensación de que su "hermana" estaba analizándolo.
Cuando llegaron a casa, Ichigo esperaba encontrar a su padre, pero la casa estaba extrañamente silenciosa. Yuzu y Karin estaban en la cocina, preparando la cena, pero no había señales de Isshin.
—Papá todavía no vuelve —informó Yuzu, notando su expresión—. Dijo que estaría fuera hasta tarde.
Ichigo frunció el ceño. Suponía que su padre podía estar con Urahara, pero no podía asegurarlo. No le gustaba estar en la oscuridad respecto a su paradero.
—¿Ese viejo sigue metido en cosas raras? —comentó Ichika con desinterés mientras se sentaba en la mesa.
Karin se rió entre dientes.
—Papá nació para ser raro.
Ichigo apenas escuchó el intercambio. Su mente estaba en otra parte. Si Isshin estaba con Urahara, significaba que tal vez había una manera de obtener respuestas. Pero hasta que regresara, solo le quedaba esperar.
Después de la cena, Ichigo subió a su habitación y se dejó caer sobre la cama, mirando el techo. Cerró los ojos y respiró hondo.
Este no es mi mundo.
No tengo poderes.
No sé cómo regresar.
Pero encontraré la manera.
Siempre he salido adelante de una u otra manera. Esta vez no será diferente.
Antes de poder seguir con esos pensamientos, hizo lo que debió hacer desde un principio: ir a su mundo interior a conseguir respuestas.
Mundo Interior de Ichigo:
El vacío era absoluto. No había rastro de Zangetsu, ni de la vasta extensión de agua y edificios derruidos que solían conformar su mundo interior. Solo oscuridad y silencio. Ichigo caminó por ese espacio vacío, sintiendo cómo cada paso resonaba en la nada.
—¿Zangetsu? —llamó, pero su voz se perdió en el vacío.
No hubo respuesta. Ni siquiera un eco. Era como si su mundo interior hubiera sido borrado, dejando solo un vacío desolador.
—¿Qué demonios está pasando? —murmuró, apretando los puños. La frustración y el miedo se apoderaron de él. Si ni siquiera podía acceder a su mundo interior, ¿cómo iba a recuperar sus poderes? ¿Cómo iba a regresar a su mundo?
De repente, una voz susurró en su mente, tan tenue que apenas la escuchó.
—Ichigo...
Se giró bruscamente, buscando la fuente del sonido, pero no había nada. Solo oscuridad.
—¿Quién está ahí? —preguntó, sintiendo cómo el pánico comenzaba a apoderarse de él.
La voz susurró de nuevo, esta vez un poco más fuerte.
—No perteneces aquí...
Ichigo sintió un escalofrío recorrer su espalda. ¿Qué significaba eso? ¿Era su subconsciente tratando de decirle algo, o era algo más siniestro?
—¿Quién eres? —gritó, pero la voz no respondió. En su lugar, el vacío comenzó a cerrarse a su alrededor, como si el mundo interior estuviera colapsando.
De repente, una figura comenzó a materializarse frente a él. No era Zangetsu. No era nadie que Ichigo reconociera. Era... él mismo. Pero no exactamente. Este otro Ichigo tenía una expresión nerviosa, sus ojos evitaban el contacto directo, y su postura era encorvada, como si intentara pasar desapercibido.
—¿Quién... quién eres? —preguntó Ichigo, confundido.
El otro Ichigo lo miró brevemente antes de desviar la mirada.
—Yo... soy Ichigo. Ichigo Kurosaki. Pero... no soy tú. O bueno, no soy el tú que tú eres. Soy... el Ichigo de este mundo.
Ichigo lo miró fijamente, tratando de procesar lo que estaba viendo.
—¿Estás diciendo que eres... yo? ¿Pero diferente?
El otro Ichigo asintió tímidamente.
—Sí. Yo... yo soy el Ichigo que siempre ha vivido aquí. En este mundo. Con Ichika. Con... todo esto.
Ichigo se quedó en silencio por un momento, tratando de entender.
—Entonces... ¿por qué estás aquí? ¿En mi mundo interior?
El otro Ichigo se encogió de hombros, jugueteando nerviosamente con las mangas de su uniforme escolar.
—No lo sé. Creo que... creo que es porque tú estás aquí. En mi mundo. Y... y algo en mí te está llamando. Algo en mí sabe que no perteneces aquí.
Ichigo frunció el ceño.
—¿Y qué se supone que debo hacer? ¿Cómo regreso a mi mundo?
El otro Ichigo lo miró con una mezcla de tristeza y ansiedad.
—No lo sé. Yo... yo no soy como tú. No tengo poderes. No soy fuerte. No soy... un héroe. Solo soy... yo.
Ichigo sintió una punzada de compasión al ver la expresión de su contraparte. Este otro Ichigo era todo lo que él no era: tímido, inseguro, emocional. Pero al mismo tiempo, había algo en él que resonaba profundamente con Ichigo.
—No digas eso —dijo finalmente—. No tienes que ser como yo para ser fuerte. La fuerza no siempre se trata de poder o de pelear. A veces, es solo... seguir adelante, incluso cuando todo parece estar en tu contra.
El otro Ichigo lo miró con ojos llenos de incredulidad.
—¿De verdad crees eso?
Ichigo asintió.
—Sí. Lo creo. He visto a personas que no tienen poderes, que no pueden luchar, pero que son increíblemente fuertes. Mi madre... ella era así. Era fuerte de una manera que yo nunca podré ser.
El otro Ichigo bajó la mirada, sus manos temblaban ligeramente.
—Yo... yo no soy como tú. No puedo proteger a nadie. Ni siquiera puedo proteger a Ichika. Ella siempre ha sido la fuerte. La que cuida de mí. Yo... yo solo soy un estorbo.
Ichigo sintió un nudo en el estómago. Este otro Ichigo estaba lleno de inseguridades, de miedos que él mismo había sentido en algún momento, pero que había aprendido a superar.
—No eres un estorbo —dijo firmemente—. Ichika te quiere. Yuzu y Karin te quieren. Tu familia te quiere. No tienes que ser perfecto para ser importante para ellos.
El otro Ichigo lo miró con ojos llenos de lágrimas.
—Pero... pero no soy como tú. No puedo hacer las cosas que tú haces. No puedo salvar a nadie.
Ichigo suspiró y se acercó a su contraparte, poniendo una mano en su hombro.
—No tienes que ser como yo. Tú eres tú. Y eso es suficiente. Lo que importa es que sigas adelante, que no te rindas. Eso es lo que hace a alguien fuerte.
El otro Ichigo lo miró por un momento antes de asentir lentamente.
—Tal vez... tal vez tengas razón. Pero... ¿qué hago ahora? ¿Cómo te ayudo a regresar a tu mundo?
Ichigo se quedó pensativo por un momento.
—No lo sé. Pero tal vez... tal vez si trabajamos juntos, podamos encontrar una manera. Tú conoces este mundo mejor que yo. Y yo... yo tengo experiencia en cosas que tú no. Podemos ayudarnos mutuamente.
El otro Ichigo asintió, aunque todavía parecía inseguro.
—Está bien. Pero... pero no sé por dónde empezar.
Ichigo sonrió levemente.
—Empecemos por lo básico. Cuéntame sobre este mundo. Sobre ti. Sobre Ichika. Todo lo que sepas podría ser útil.
El otro Ichigo tomó una respiración profunda y comenzó a hablar.
—Bueno... este mundo es... es como el tuyo, pero no del todo. Aquí, Ichika y yo somos gemelos. Siempre hemos estado juntos. Ella es... ella es increíble. Es fuerte, valiente, siempre sabe qué decir. Yo... yo siempre he sido el débil. El que necesita protección.
Ichigo lo escuchó atentamente, notando cómo su contraparte se relajaba un poco al hablar.
—¿Y tus amigos? ¿Chad, Orihime, Uryū? ¿Ellos están aquí?
El otro Ichigo asintió.
—Sí, están aquí. Pero... pero no somos tan cercanos como tú lo eres con ellos. Chad es amable, pero no hablamos mucho. Orihime es... es muy dulce, pero siempre está con Ichika. Y Uryū... bueno, él es Uryū. Siempre está en su mundo.
Ichigo frunció el ceño.
—¿Y Rukia? ¿Ella está aquí?
El otro Ichigo lo miró con curiosidad.
—¿Rukia? No... no conozco a nadie con ese nombre.
Ichigo sintió un vacío en el pecho. O todavía no había llegado el día en que conozca a Rukia, o Rukia no existía en este mundo. Y no quería pensar en eso. Eso explicaba por qué no había rastro de Shinigamis o Hollows.
—Entiendo —murmuró—. Esto es más complicado de lo que pensaba.
El otro Ichigo lo miró con preocupación.
—¿Qué pasa? ¿Quién es Rukia?
Ichigo suspiró.
—Ella es... era una Shinigami. Una guerrera que protegía a las almas de los Hollows. Fue ella quien me dio mis poderes. Pero si ella no existe aquí... entonces no hay manera de que yo recupere mis poderes.
El otro Ichigo bajó la mirada, sintiéndose culpable.
—Lo siento. No sé cómo ayudarte.
Ichigo le sonrió débilmente.
—No te disculpes. No es tu culpa. Solo... tenemos que encontrar otra manera.
Los dos permanecieron en silencio por un momento, cada uno perdido en sus pensamientos. Finalmente, el otro Ichigo habló de nuevo.
—Tal vez... tal vez podamos hablar con papá. Él siempre ha sido... diferente. Como si supiera más de lo que dice. Tal vez él pueda ayudarnos.
Ichigo lo miró con interés.
—¿Isshin? ¿Crees que él sabe algo?
El otro Ichigo asintió.
—Sí. Él siempre ha sido muy protector con nosotros. Y a veces... a veces dice cosas que no tienen sentido. Como si supiera algo que nosotros no.
Ichigo frunció el ceño. En su mundo, Isshin había sido un ex-Shinigami. ¿Sería posible que en este mundo también tuviera un pasado oculto?
—Está bien. Hablaremos con él. Pero... ¿cómo vamos a explicarle todo esto?
El otro Ichigo se encogió de hombros.
—No lo sé. Pero... pero tal vez no tengamos que explicarle todo. Solo... solo tenemos que hacerle preguntas. Ver si él sabe algo.
Ichigo asintió.
—Está bien. Lo intentaremos.
Los dos Ichigos se miraron, sintiendo una extraña conexión entre ellos. Aunque eran tan diferentes, compartían algo fundamental: el deseo de proteger a los que amaban.
—Gracias —dijo finalmente el otro Ichigo—. Por... por escucharme. Por no juzgarme.
Ichigo sonrió.
—No hay de qué. Al final, somos el mismo, ¿no? Solo que... un poco diferentes.
El otro Ichigo sonrió tímidamente.
—Sí. Supongo que sí.
Ichigo despertó de golpe, jadeando y cubierto de sudor frío. Estaba de vuelta en su habitación, pero la sensación de desesperación y confusión no lo abandonaba. Sin embargo, ahora tenía un plan. O al menos, una dirección a seguir.
Se levantó de la cama y miró por la ventana. El sol comenzaba a salir, tiñendo el cielo con tonos anaranjados y rojizos. Ichigo respiró hondo y se preparó para enfrentar el día.
Tenía que hablar con Isshin. Tenía que encontrar respuestas.
Y esta vez, no estaría solo.
Ichigo se acostó en su cama, exhausto después de un día lleno de confusión y preguntas sin respuesta. Aunque tenía un plan para hablar con Isshin al día siguiente, no podía evitar sentirse inquieto. Algo en el aire parecía... diferente. Como si el mundo estuviera a punto de cambiar.
Cerró los ojos y trató de relajarse, pero el silencio de la noche se vio interrumpido por un sonido lejano, un grito desgarrador que resonó en la oscuridad. Ichigo se incorporó de golpe, con el corazón latiendo con fuerza. Ese sonido... lo conocía. Era el grito de un Hollow.
—¿Qué demonios...? —murmuró, saltando de la cama y corriendo hacia la ventana.
Afuera, la calle estaba en silencio, pero el aire parecía vibrar con una energía extraña. Ichigo frunció el ceño. En su mundo, él habría sentido la presencia del Hollow, habría sabido exactamente hacia dónde ir. Pero aquí... no sentía nada. Solo el vacío.
De repente, escuchó un ruido proveniente del primer piso. Era Yuzu, gritando.
—¡Ichigo! ¡Ichika! ¡Algo está aquí!
Ichigo no lo pensó dos veces. Bajó las escaleras de dos en dos, llegando al salón justo a tiempo para ver a Yuzu y Karin abrazándose, con miradas de terror en sus rostros. Ichika estaba de pie frente a ellas, con una expresión seria y determinada, pero también confundida.
—¿Qué está pasando? —preguntó Ichigo, corriendo hacia ellas.
—¡Hay algo ahí! —gritó Karin, señalando hacia la ventana—. ¡Algo grande y horrible!
Ichigo miró hacia donde señalaba Karin, pero no vio nada. Solo la oscuridad de la noche. Sin embargo, el aire se volvió más pesado, más opresivo. Sabía que algo estaba ahí, pero no podía verlo.
—Ichika, ¿tú ves algo? —preguntó, mirando a su hermana.
Ichika asintió lentamente, su mirada fija en algo que Ichigo no podía ver.
—Sí... es... es un monstruo. Grande, con una máscara blanca. Está... está justo ahí.
Ichigo sintió un nudo en el estómago. Ichika podía verlo. Ella podía ver al Hollow, pero él no. La impotencia lo invadió, recordándole el momento en que había perdido sus poderes en su mundo original. Pero esta vez era peor. Esta vez, ni siquiera podía ver la amenaza.
—Ichika, ¡cuidado! —gritó Yuzu, señalando hacia la ventana.
El vidrio de la ventana se hizo añicos de repente, y una figura enorme y grotesca entró en la habitación. Era el Hollow, el mismo que había atacado a Ichigo en su mundo original. Pero esta vez, Ichigo no podía hacer nada. No podía verlo, no podía luchar contra él.
—¡Ichika! —gritó Ichigo, desesperado—. ¡Tienes que hacer algo!
Ichika lo miró brevemente, con una mezcla de miedo y determinación en sus ojos.
—¡No sé qué hacer! —gritó, retrocediendo mientras el Hollow se acercaba.
En ese mismo momento, Ichika miraba cómo la chica que hasta hace un momento estaba en su habitación estaba peleando con una espada contra esa... cosa. Pero un golpe hizo que la lanzara contra una pared y no pudiera pelear más.
Ichika, impotente, se acercó a ella rápidamente.
—¡Ponte de pie! ¡Esa cosa está destruyendo mi casa y atacando a mi familia! —Trató de levantarla, pero la chica solo gimió por el dolor.
—No... no puedo. Mi brazo quizás se rompió. No puedo pelear...
Ichika no le importó y le gritó angustiada:
—¡Pues tienes que hacer algo!
La chica, al verla tan desesperada, con su otra mano tomó su espada y apuñaló a Ichika.
Ichika estaba asustada de que la apuñalaran, pero rápidamente, en lugar de sentir dolor, una sensación de poder abrumadora la inundó, y terminó vestida con un traje negro y una espada enorme.
—¿Qué... qué es esto? —preguntó, confundida.
—¡No hay tiempo para explicaciones! —dijo Rukia—. ¡Ese Hollow va a atacar! ¡Usa la espada y protégete a ti misma y a tu familia!
Ichika asintió, agarrando la espada con ambas manos. El Hollow rugió y se lanzó hacia ella, pero Ichika reaccionó instintivamente, esquivando el ataque y contraatacando con un golpe rápido. La espada cortó el brazo del Hollow, haciendo que retrocediera con un grito de dolor.
Ichigo observaba la escena, sintiéndose completamente inútil. Solo miró en el suelo el cuerpo de Ichika, lo que quería decir que estaba en modo Shinigami. Y en otras palabras, aquí tenía que estar Rukia u otro Shinigami en algún lado, pero no veía nada. Solo podía ver los resultados de sus acciones: los muebles volando por el aire, las paredes siendo destrozadas, el miedo en los rostros de Yuzu y Karin.
—¡Ichika! —gritó Ichigo, tratando de acercarse a ella—. ¡Dime qué está pasando!
Ichika lo miró brevemente, pero no respondió. Estaba demasiado concentrada en la batalla. El Hollow atacó de nuevo, esta vez con más fuerza, pero Ichika logró bloquear el golpe con la espada, aunque la fuerza del impacto la hizo retroceder varios pasos.
—¡Ichika! —gritó Rukia—. ¡Concéntrate! ¡No puedes dejar que te golpee!
—¡Lo sé! —respondió Ichika, entre dientes—. ¡Pero esto es más difícil de lo que parece!
El Hollow rugió y se lanzó hacia ella nuevamente, pero esta vez Ichika estaba lista. Con un movimiento rápido, esquivó el ataque y clavó la espada en el torso del Hollow. La criatura gritó de dolor, retorciéndose antes de desintegrarse en una nube de polvo negro.
Ichika respiró profundamente, bajando la espada. Su cuerpo temblaba por el esfuerzo, pero había logrado derrotar al Hollow.
—Lo... lo hice —murmuró, incrédula.
—Ichika —dijo Ichigo, acercándose a ella—. ¿Qué está pasando? ¿Quién te dio esa espada?
Ichika lo miró, con una mezcla de compasión y determinación en sus ojos.
—Ichigo... hay cosas que no puedo explicarte ahora. Pero necesito que confíes en mí. Voy a protegerte a ti y a nuestras hermanas. No importa lo que pase.
Ichigo sintió un nudo en la garganta. Quería protestar, quería decirle que él era el que siempre había protegido a la familia, pero las palabras no salieron. En su lugar, solo asintió lentamente.
—Está bien —murmuró—. Pero... ten cuidado.
Ichika sonrió débilmente.
—Siempre.
Después de la pelea, Rukia se acercó a Ichigo y a sus hermanas, quienes estaban sentados en el suelo, todavía tratando de procesar todo lo que había sucedido, y cuidando de sus hermanas pequeñas que estaban impactadas.
—Lo siento, pero no puedo permitir que recuerdes lo que pasó aquí esta noche —se dijo a sí misma. Rukia sacó un pequeño dispositivo de su bolsillo, el mismo que había usado en el pasado para borrar los recuerdos de las personas.
—Esto es por tu propio bien —dijo, apuntando el dispositivo hacia Ichigo y a sus hermanas.
Rukia activó el dispositivo. Una luz brillante llenó la calle, y Ichigo sintió cómo su mente se nublaba y caía inconsciente.
Al día siguiente:
Ichigo despertó en su cama, con un fuerte dolor de cabeza. Se sentó lentamente, tratando de recordar lo que había sucedido la noche anterior, pero los recuerdos eran confusos y fragmentados. Aunque se hacía una idea de lo ocurrido.
—Ichigo —dijo Yuzu, entrando en la habitación—. ¿Estás bien? Te escuché gritar anoche.
Ichigo la miró, todavía tratando de aclarar sus pensamientos.
—Sí, estoy bien. Solo... solo tengo un fuerte dolor de cabeza.
Yuzu lo miró con preocupación.
—Tal vez deberías quedarte en casa hoy. Pareces muy cansado, además, después de que un camión chocara en la casa y se diera a la fuga, todo es un desorden.
Ichigo parpadeó los ojos y con eso supo que Rukia u otro Shinigami borró o cambió sus recuerdos con ese horrible aparato que se parece a las películas de los hombres de negro.
Mientras Yuzu salía de la habitación, Ichigo se quedó sentado en la cama, pensando en todo lo que acababa de pasar.
—¿Por qué siempre me tienen que pasar estas cosas a mí?