Draco estaba atrapado bajo la maldición Cruciatus, sus gritos de dolor y sufrimiento resonando por todo el lugar. Harry no podía soportar verlo sufrir así.
—¡Déjalo! —gritó Harry con desesperación, sus ojos llenos de lágrimas, mientras intentaba hacer que Voldemort se detuviera.
Voldemort solo se burló, sus labios torcidos en una sonrisa cruel.
—¿Pero qué tenemos aquí? ¿Harry Potter rogando por la vida de un insignificante y sucio mortífago? —rió con desprecio.
Harry se acercó más, su corazón martilleando en el pecho, tratando de llegar a Draco. Pero Voldemort lo detuvo con un simple movimiento de su varita.
—¿Qué es lo que quieres, Potter? —preguntó, su voz goteando veneno.
—Yo... yo a cambio de él —dijo Harry, su voz apenas un susurro desesperado.
Voldemort se rió de nuevo, una carcajada fría y despiadada.
—¿A cambio de un Malfoy? Eso es lo más tonto que he oído en mi vida.
La determinación de Harry no vaciló.
—Por favor, tómame en su lugar. Soy yo a quien quieres, ¿verdad?
Voldemort pareció considerar la oferta por un momento, sus ojos brillando con una malicia insondable. Finalmente, asintió con lentitud.
—Muy bien, Potter. Acepto tu trato.
Harry dio un paso adelante, pero Draco, reuniendo toda la fuerza que le quedaba, gritó con desesperación.
—¡No, Harry, no lo hagas!
Harry le dirigió una mirada llena de tristeza y resolución.
—Lo siento, Draco —murmuró, antes de que Voldemort lo arrastrara consigo, desapareciendo en la oscuridad.
Draco cayó de rodillas, libre de la maldición pero atrapado en una agonía aún mayor. La desesperación y la culpa inundaron a Draco, mientras las sombras de la noche se cerraban a su alrededor.