
El lugar olía a moho y podredumbre, el frío calaba hasta los huesos mientras la maligna presencia de los dementores pululaba por la prisión. Jason tenía escalofríos, el terror le bajaba por la columna como si fuera sudor frío. Quería vomitar.
No era posible que fuera esta la sanción a su crimen, sabía que había cometido un delito, pero no creía que fuera proporcional al castigo. Robar la botica del callejón Diagon para traficar con las pociones no era el delito más perverso, no era suficiente para lanzarlo a los dementores. Pero al parecer el ministerio lo creía necesario. No podía creerlo, él había tenido tanta mala suerte, ¿cuántas veces había robado en la botica antes? Y nunca lo habían descubierto, era culpa del nuevo dependiente, no era el de siempre, que se hacía de la vista gorda a cambio de unos cuantos galeones al mes. Este idiota tuvo la audacia de llamar a los oficiales del ministerio, y el estúpido juez decidió que arrojarlo a Azkaban era un castigo digno. Apenas iba entrando a la prisión y ya sentía debilidad física debido a la presencia de los dementores. Se vengaria de esa escoria en cuanto pusiera un pie fuera de ahí.
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Ya había pasado un año desde que lo trajeron aquí, a veces le costaba recordar el tiempo, ¿porqué había llegado en primer lugar? Que importaba, solo quería dejar de sentir ese frío inmundo. Estaba en su celda, rodeado de su propia miseria, sentía que la mugre se le pegaba a la piel, y la piel se le pegaba a los huesos, hacia tanto que no tenía hambre siquiera... empezaba a desear la muerte.
De pronto su celda se abrió y entró un oficial, lo tomó del brazo y lo sacó de la celda, no tenía fuerza suficiente para negarse o voluntad para hacerlo, se limitó a seguirlo aturdido por corredores sucios y estrechos, de vez en cuando pasaban frete a los barrotes de otro miserable prisionero. Algunos lloraban, otros solo estaban hechos un ovillo en el suelo. Otros más parecían perdidos en su mente viendo fijamente el techo de su celda.
Lo llevaron a un pequeño cubículo donde había un sanador esperando, lo revisaron y le dieron un trozo de chocolate, se sintió reconfortado de inmediato, el frío empezó a remitir. Lo llevaron a una ducha y le indicaron que se bañera, sentía como si estuviera en un sueño, como si fuera otra persona y no él quien poco se empezaba desvestir y duchar, quien se restregaba para quitarse la mugre. Volvió un poco más en sí, cuando sintió el dolor que se estaba provocando al restregar hasta dejar la piel roja. Se enjuago y salió, encontró su ropa, la ropa con la que había llegado ahí doblada ye entonces la realidad lo golpeó: estaba siendo liberado, por fin saldría de ese infierno. Se vistió lo más rápidamente que pudo, pues se sentía débil y enfermo.
Alguien lo esperaba afuera y lo sacó de ahí, fuera de la prisión el edificio en sí era aterrador, ¿y si no podía marcharse? ¿Y si había algún hechizo que lo atara al lugar? Empezó a temblar mientras el oficial se afanaba en halar una pequeña embarcación. Terminado de desatar, lo hizo subir a ella mientras lo hechizaba para navegar.
¿Debía sentirse feliz? ¿Porqué no sentía nada más que miedo? Seguía sintiendo como si siguiera ahí, aunque ya iba en alta mar con las fuertes olas chocando en la embarcación, era de noche y empezaba a empaparse.
Cuando desembarcaron chorreado agua por todos lados y el oficial lo llevó por aparición al ministerio. De pronto estaba en el atrio del ministerio, sentía que era una sueño, casi no lo podía creer. Dos horas más tarde salía del ministerio con su varita, había cumplido su condena y ahora era libre.
El problema es que ahora no sabía que hacer con esa libertad, se sentía destruido. No sabía si algún día se recuperaría. Salió caminando y hecho a andar a casa.
Poco sabía que jamás volvería a ser el mismo, pues el sistema veló por darle un castigo a su crimen, pero no se ocupó de que fuera debidamente reincertado. Los problemas mentales que le trajo su estadía en Azkaban no lo abandonarían nunca y moriría a temprana edad. Y así acababa una de tantas vidas que se habían perdido en Azkaban, pues él sí salió de esa prisión, pero la prisión jamás salió de él.