
Estar en casa nunca había sido tan doloroso como aquel día.
Remus había crecido en un hogar extraordinario, donde a pesar de las mil dificultades que atravesaron, siempre lograba prevalecer el amor y el cariño. No se consideraba una persona lo que se dice soñadora, pero en cuestiones de creer, él creía que como mínimo se merecía una vida familiar propia decente.
Su vida siempre fue un ir y venir de cosas desastrosas. Todo empezó esa fatídica noche de septiembre de 1964, cuando Greyback arruinó su vida y lo condenó a convertirse en una horrible criatura ante el cruel llamado de la luna. Su infancia fue bastante decente, su madre dio todo de sí misma para cuidarlo a pesar de ella misma no tener magia y su padre, que lidiaba con la culpa de aquel acontecimiento con diversos regalos. Remus podría haber pedido la luna y él hubiera encontrado una manera de dársela.
En cuanto al resto de su vida, bueno, Hogwarts había salvado su vida y también le había condenado a su destino. Su tiempo allí había resultado muy agradable, conoció a sus amigos y creó los más maravillosos recuerdos que creyó que atesoraría durante toda su vida.
Así que estamos en el horrible y angustiante presente, donde ninguno de aquellos recuerdos que tanto atesoraba, le generaban consuelo para la opresión que empezaba desde su pecho e instalaba el terrible nudo en su garganta. Nunca antes había estado tan asustado y desesperado, nunca antes había deseado ser incapaz de sentir, ni siquiera en las lunas más dolorosas donde cada fibra de su cuerpo cambiaba, sus huesos se rompían y su piel se desgarraba para dar cabida al monstruo dentro de sí; nada de eso era equiparable a lo que él sentía en ese mismo instante donde su corazón se estaba desgarrando, matándolo de la manera más lenta, angustiante y dolorosa.
Daría cualquier cosa, incluso la vida, por cambiar el destino. Si hubiera sabido que entrar a Hogwarts lo condenaría a aquel trágico final, habría hecho hasta lo imposible para perder el tren del primero de septiembre de 1971.
La noticia le había helado los huesos. Cuando Mary le contó entre sollozos lo que había pasado, su corazón dió un salto. Creyó equivocadamente que conocía el dolor a la perfección, pero nada es equiparable a la angustia que tuvo en ese mismo instante. El ataque de pánico llegó antes de que pudiera terminar de comprender todo, por lo que terminó en cuclillas en un rincón, apretando con fuerza sus piernas contra su pequeño mientras su mente asimilaba lo que aquella noticia significaba.
Lily y James están muertos.
Sirius los traicionó.
El amor de su vida. El hombre de sus sueños. El dulce chico de ojos plateados al que tanto adora, por el que daría su vida sin pensarlo dos veces; es el culpable de que sus amigos estén muertos.
Al final los genes Black habían prevalecido y había caído lentamente hacia la locura sin que nadie se diera cuenta. Era la única explicación viable para que el amor de su vida se comportara de aquella manera.
¿Por qué? ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué los mató a ellos y me dejó a mí? Si me amara lo suficiente también habría acabado conmigo para no tener que sufrir así. Debería unirme a ellos y acabar con esta miserable existencia de una vez por todas.
Desde el fondo de su corazón deseó que también lo hubieran matado a él. Deseó haber estado ahí para proteger a Lily, para morir luchando por sus amigos aunque luchas significara tener que luchar a muerte con su novio de toda la vida, estaba más que dispuesto hacerlo con tal de poder ofrecerle a sus amigos la larga vida que ellos merecían tener.
¿Por qué ellos de todas las personas? Acababan de casarse y Harry tenía solo poco más de un año, necesitaba a sus padres, no podía crecer con sus tíos, porque Remus sabía cómo era Petunia y de todo corazón, sentía que el niño merecía algo muchísimo mejor que eso. Merecía crecer con sus dos amorosos padres, tenía toda una vida familiar plagada de amor y ahora está condenado a una posible negligencia.
Cuando era tan solo un niño, solía escuchar a su madre hablar sobre lo que los muggles llamaban religión ella solía recitar un pasaje que aseguraba lo siguiente “dichoso sea aquel que da la vida por sus amigos”, él jamás lo había comprendido tan bien. Entendía la idea y sabía que sin dudarlo, daría la vida por cada uno de ellos, tal cual como se supone que uno hace con sus amigos. Pero, mientras lloraba con todas sus fuerzas, comprendió todo.
Gritó y gritó, hasta que la garganta le quedó en carne viva. No era capaz de distinguir que era lo que estaba pidiendo.Quizá quería el abrazo reconfortante que James siempre tenía para ofrecer, o probablemente quería poner la cabeza en el regazo de Lily y que ella le pasara la mano por el pelo, acariciando con las uñas el cuero cabelludo mientras le aseguraba que todo estaría bien. Quería despertar de esa pesadilla para poder abrazar a Sirius antes que ellos se lo arrebataran.
Sus amigos jamás volverían a estar ahí para él porque él no cumplió su promesa de estar ahí para ellos cuando lo necesitaron.
Lo peor de todo; el detalle más retorcido de aquella situación de pesadilla es que todavía lo ama. Ni siquiera se puede decir que muy en el fondo de su corazón porque sería una mentira, su corazón, su mente y su alma solo están llenos de Sirius. Anhela su toque reconfortante y mataría por poder sentir sus labios contra los suyos, necesita el confort que ofrecen sus brazos y la seguridad que conseguía con él.
Su propia mente jugaba con él, recordando que en cada rincón de esa casa estaba la esencia de Sirius. Desde el tocadiscos que había sido hechizado para que no se detuviera nunca (Sirius odiaba el silencio y qué mejor para evitarlo que tener siempre música en el ambiente), hasta las botas tiradas frente al sofá. Incluso podía ver que en la isla de la cocina había una taza de café a medio beber que él había dejado en su afán de salir.
Su vida jamás volvería a ser la misma que antes. No sabía cómo sobreviviría solo de ahora en adelante y la perspectiva del futuro le parecía más abrumadora que nunca. Mientras lloraba, con los músculos agarrotados por estar mucho tiempo en la misma posición y la cabeza palpitando por el esfuerzo; se prometió que todo estaría bien si era lo suficientemente fuerte como para afrontar lo que se le venía por delante.
El único problema fue que eso no fue así. La vida pronto le demostró que simplemente no bastaba con esforzarse, que había personas destinadas a sufrir y que él era una de ellas. Su vida después de ahí no fue mucho mejor. Vivir entre disgustos por el cuero ante los inevitables recuerdos y la angustia que le sobrevenía cada que veía un gran perro negro, no era lo que se denominaría una gran vida. Sin embargo, él no lo sabía.
A sus 21 años, intentó convencerse de que todo estaría bien. Que él era fuerte y podía aguantar. Si llevaba años lidiando con el monstruo dentro de sí, podía lidiar con lo que fuera que viniera.
No es sorpresa para nadie que se haya equivocado. Remus siempre se equivocaba cuando se trataba de imaginar el futuro.