
Anillo
Desde hace semanas, me he visto atrapado en una situación incómoda. Potter, ha comenzado a fastidiarme de formas cada vez más evidentes. Al principio, eran simples comentarios sobre mi desempeño en Quidditch, pero pronto se convirtieron en críticas mordaces y directas.
En los entrenamientos de Quidditch, Potter no perdía la oportunidad de señalar cada pequeño error que cometía. —¿Eso es todo lo que puedes hacer, Apolo? —se burlaba con una sonrisa despectiva en los labios, su voz cargada de desdén. Sus palabras comenzaron a minar mi confianza, haciendo que dudara de mis habilidades en el campo de juego.
Pero el tormento de Potter no se limitaba al Quidditch. En las clases de pociones, se convertía en mi sombra, observando cada movimiento que hacía con una mirada afilada y crítica. —¿Así que ese es tu intento de hacer la poción de la suerte? Patético —murmuraba con desprecio, mientras los otros estudiantes se reían nerviosamente a sus espaldas.
Incluso en materias más simples, como Herbología y Encantamientos, Potter encontraba formas de menospreciar mis esfuerzos. Cada logro era recibido con un gesto de desdén y cada error era resaltado con crueldad, creando un ambiente hostil y desafiante para mí.
Al principio, me sentí abrumado por la constante presión de Potter. Sus palabras hirientes me afectaban más de lo que estaba dispuesto a admitir, y comencé a dudar de mí mismo y de mis habilidades. Pero con el tiempo, algo cambió dentro de mí.
En lugar de dejarme llevar por el desaliento, comencé a encontrar un extraño placer en la competencia con Potter. Cada insulto y cada crítica se convirtieron en combustible para mi determinación, y me negué a dejar que sus acciones me derrotaran.
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—¿Eso es todo lo que puedes hacer, Apolo? —espetó Potter con una sonrisa burlona, mientras observaba mis movimientos en el campo de Quidditch.
—No te preocupes, Potter. Todavía tengo mucho más guardado bajo la manga —respondí con calma, tratando de mantener mi compostura a pesar de sus provocaciones.
—Lo dudo —replicó, con un tono despectivo—. Parece que estás más interesado en hacer el ridículo que en jugar en serio.
Me mordí la lengua para no responderle con la misma moneda. No iba a permitir que me sacara de quicio, no esta vez.
En medio de la tensa situación en el campo de Quidditch, Potter, al ver que sus intentos de provocarme no surtían efecto, decidió cambiar de táctica y comenzó a lanzar insultos hacia Draco. Sus palabras hirientes resonaron en el aire, provocando una oleada de rabia dentro de mí.
—¿Qué tal tu amiguito? —espetó Potter con una sonrisa despectiva—. Debería mantenerse en su casita de oro en lugar de estar aquí, molestando a los demás con su presencia.
Mis puños se cerraron con fuerza mientras luchaba por contener mi ira. Cada palabra de Potter era como una afrenta personal contra Draco, y no podía quedarme de brazos cruzados mientras lo insultaba de esa manera.
—¡Basta, Potter! —exclamé, mi voz temblorosa pero llena de determinación—. No tienes derecho a hablar así de Draco, o de cualquier otra persona. Eres un completo idiota.
Potter me miró con desdén, sin mostrar señales de arrepentimiento por sus palabras.
—¿Y qué vas a hacer al respecto, Apolo? —dijo con una sonrisa arrogante—. ¿Vas a defender a tu amiguito Slytherin? Deberías buscar mejores compañías si no quieres que te manchen con su reputación.
Mi ira alcanzó su punto máximo. Mis manos temblaban de furia mientras luchaba por contenerme y mantener la compostura.
—No me importa lo que pienses, Potter —respondí entre dientes, luchando por mantener la calma—. Pero nunca, bajo ninguna circunstancia, permitiré que insultes a Draco o a cualquier otra persona. Eso no está bien y no lo toleraré.
Por un momento, pareció que Potter iba a replicar, pero decidió guardar silencio. Sin embargo, su expresión burlona dejaba en claro que no había terminado con sus provocaciones. A pesar de mi firmeza, sentí una sensación de impotencia al no poder detener los comentarios despectivos de Potter sobre Draco. Me contuve, consciente de que no quería empeorar la situación, pero cada insulto lanzado hacia el chico que me gustaba era como un puñal en mi corazón.
El silencio se prolongó, llenando el aire con una pesadez palpable mientras los ojos de Potter brillaban con una mezcla de desafío y satisfacción. Por un momento, pareció que todo el mundo se había detenido, suspendido en un instante eterno en el que el destino de nuestras palabras y acciones pendía en un delicado equilibrio.
Mis manos temblaban ligeramente, pero mi determinación ardía más intensamente que nunca. Sabía que no podía permitir que los insultos de Potter hacia Draco quedaran impunes. No podía quedarme de brazos cruzados mientras mi amigo, el chico que me gustaba, era humillado y menospreciado de esa manera.
Con cada fibra de mi ser, deseaba gritarle a Potter, exigirle que se disculpara, que reconociera el daño que había causado. Pero una voz interior me recordó la importancia de mantener la compostura, de no dejar que la rabia me cegara y me llevara por un camino de destrucción.
—Potter, no tienes idea de lo que estás hablando —dije finalmente, mi voz resonando con una firmeza renovada—. Draco es una persona increíble, y no permitiré que lo insultes o menosprecies de esta manera. No importa cuánto intentes provocarme, no toleraré tu comportamiento despreciable.
El semblante de Potter se endureció ante mis palabras, su expresión desafiante no mostraba signos de arrepentimiento. Era evidente que no estaba dispuesto a dar marcha atrás, a reconocer el dolor que había causado con sus palabras hirientes.
—Tú eres el que no tiene idea de lo que estás diciendo, Apolo —respondió Potter con voz fría—. No necesitas defender a ese serpiente, no vale la pena. Solo te estás manchando a ti mismo al asociarte con él.
Cada palabra que salía de la boca de Potter era como un golpe directo a mi corazón, una afrenta personal que amenazaba con romper mi determinación. Pero me mantuve firme, recordando la importancia de defender lo que era correcto, incluso cuando era difícil.
—No me importa lo que pienses, Potter —declaré con voz firme, mis palabras resonando con una determinación inquebrantable—. Draco es mi amigo, y no permitiré que lo insultes o menosprecies. No toleraré tu comportamiento despreciable, y si es necesario, me enfrentaré a ti una y otra vez para protegerlo.
El silencio que siguió a mis palabras era ensordecedor, como si el universo mismo estuviera esperando para ver cuál sería nuestra próxima jugada. Mis ojos se encontraron con los de Potter, desafiándolo a retroceder, a reconocer la gravedad de sus acciones. Pero en lugar de ceder, Potter mantuvo su expresión burlona, como si estuviera disfrutando del malestar que había provocado.
A pesar de mi firmeza, sentí una sensación de impotencia que me envolvía. Por más que intentara detener los comentarios despectivos de Potter sobre Draco, sabía que no podía controlar las acciones de los demás. Me contuve, consciente de que no quería empeorar la situación, pero cada insulto lanzado hacia el chico que me gustaba era como un puñal en mi corazón, recordándome lo frágil que era la línea entre el amor y el dolor.
Con eso dicho, me di la vuelta y caminé decididamente hacia Draco, quien me observaba con una mezcla de sorpresa y desconcierto. Pero en sus ojos, vi una chispa de felicidad y aceptación, una chispa que me dio el valor que necesitaba.
Sin decir una palabra, me acerqué a Draco y lo tomé suavemente de la mano. Su mirada se encontró con la mía, y en ese momento, supe que había tomado la decisión correcta. Con un gesto tierno, incliné la cabeza y deposité un beso suave en sus labios.
Draco se quedó momentáneamente sorprendido, pero pronto una sonrisa tímida se formó en sus labios. Era una expresión de felicidad y aceptación, una confirmación silenciosa de que nuestras diferencias y las opiniones de los demás no tenían poder sobre nosotros.
Nos quedamos allí, en medio del campo de Quidditch, perdidos en el mundo propio que habíamos creado juntos. En ese momento, no importaba lo que Potter u otros pudieran decir o hacer. Lo único que importaba era el amor y la conexión que compartíamos, una fuerza poderosa que nos unía más allá de las diferencias de casa o de sangre. Era un recordatorio de que, al final del día, el amor y la compasión siempre triunfarían sobre el odio y la intolerancia.
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Después de los entrenamientos, Draco y yo nos alejamos del bullicio del campo de Quidditch y nos dirigimos hacia el Lago Negro. El ambiente era tranquilo, con el suave murmullo del agua y el canto de los pájaros creando una atmósfera serena y relajante a nuestro alrededor.
Mientras caminábamos por la orilla del lago, el sol comenzaba a ponerse en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos dorados y rosados. Era un momento mágico, perfecto para lo que tenía planeado hacer.
Con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho, me detuve y tomé suavemente la mano de Draco, haciendo que se volviera hacia mí. Sus ojos brillaban con curiosidad y afecto mientras me miraba, esperando ver qué tenía en mente.
—Draco, hay algo que necesito decirte —empecé, mi voz temblorosa con emoción contenida—. Desde el momento en que te conocí, supe que eras especial para mí. Tu valentía, tu ingenio, tu amabilidad... todo en ti me ha cautivado desde el primer día.
Draco me miraba con una mezcla de sorpresa y ternura, sus ojos verdes brillando con una luz suave y acogedora.
—Apolo... —susurró, su voz apenas un susurro en la brisa nocturna—. ¿Qué estás haciendo?
Respiré hondo, reuniendo todo mi coraje y determinación mientras sacaba algo de mi bolsillo. Era un anillo, elaborado con detalles en plata y verde, los colores de Slytherin. Había pasado horas buscando el diseño perfecto, asegurándome de que fuera tan especial como Draco mismo.
—Draco, sé que esto puede parecer ridículo y cursi, pero... —comencé, mis palabras fluyendo con una sinceridad abrumadora—. Quiero estar contigo, de una manera que vaya más allá de la amistad. Quiero que seamos más que amigos, que seamos compañeros, amantes, almas gemelas.
Draco me miraba con incredulidad, sus labios entreabiertos en asombro mientras procesaba mis palabras. Tomé su mano temblorosa en la mía, sosteniendo el anillo frente a nosotros como un símbolo de mi compromiso.
—Draco, ¿te importaría formalizar una relación conmigo? —pregunté, mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho—. Te quiero, Draco. Más de lo que las palabras pueden expresar. Deseo compartir mi vida contigo, compartir cada momento, cada alegría, cada desafío. ¿Aceptarías ser mi pareja, Draco?
El silencio que siguió a mis palabras era ensordecedor, como si el mundo mismo estuviera esperando para ver cuál sería su respuesta. Mis ojos se encontraron con los de Draco, llenos de esperanza y temor, esperando con todo mi ser que él aceptara mi oferta de amor.