Drabbles Dramione

Harry Potter - J. K. Rowling
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En la clase de pociones

En la clase de pociones, Hermione compartía mesa con Draco Malfoy por insistencia de Horace Slughorn, quien había cambiado de parecer con respecto a los Malfoy tras su cambio de bando al final de la Segunda Guerra Mágica.

El profesor nunca había valorado la destreza de Draco en pociones debido al pasado mortífago de su familia, pero ese año, después de todo lo sucedido, había decidido ser más justo y tener a los que ahora, en ausencia de Harry, eran sus alumnos favoritos, trabajando en conjunto. Los dos alumnos lo tenían cautivado por su habilidad en la materia.

Sin embargo, esa cercanía inquietaba a Hermione... Aunque quizá inquietar no era el término adecuado. Intrigar podía encajar mejor con lo que sentía en clases. Draco no le había dirigido ni una mirada ni una palabra en todo el tiempo que llevaba el curso lectivo, y ya iban por febrero. Tampoco había resistencia o gestos de desagrado por la cercanía o por tener que compartir un espacio. Y a Hermione esa actitud la desconcertaba.

Podía comprender las razones por las que los Malfoy se habían quedado en el comedor al morir Voldemort. Lo había visto en Malfoy Manor: el miedo, la culpa, el silencio de Draco... Él, de alguna manera, aunque quizá inconscientemente, los había salvado de una muerte segura. 

Pero que Draco realmente hubiera dejado atrás su odio hacia ella, eso era otra cosa. Y sin embargo, ahí estaba: un joven que pasaba desapercibido para todos… excepto para Hermione.

Se descubrió deseando que él alzara sus ojos grises un instante para cruzar una mirada y que ella pudiera sonreírle, que si acaso la viera unos segundos para decirle un simple «hola» al coincidir en la mesa o cuando iban a buscar los ingredientes al armario de pociones. En cambio, Draco parecía tener todos sus movimientos estudiados para evitarla por completo, moverse cuando ella ya lo había hecho, para alzar la mirada cuando ella ya la había quitado, y eso, sin saber por qué, la enervaba.

Sin tener un motivo, Hermione se encontró imaginando cómo sería tocar su cabello, acomodar su flequillo —que obviamente no se había despeinado—, fingir que le ajustaba su perfecta corbata, decirle que había dejado la pluma —Draco siempre llevaba dos—, o que le prestara una hoja de pergamino porque se había acabado el de ella.

Fue entonces que supo qué hacer...

Tal era su deseo por... por lo que fuera que ella deseara en su interior, que sacrificó su perfecta poción de Veritaserum y añadió dos ojos de escarabajo más a su caldero. Para estar más segura, agregó un poco más de raíz de mandrágora. La poción, que debía ser incolora e inodora, se tornó de un color verde musgo, y empezó a emitir un extraño olor a chinche estripada.

—Ay no... —murmuró fingiendo estupor—. ¿Qué hice mal?

Se dispuso a repasar los ingredientes del libro, y, para su satisfacción, sintió la mirada de Draco sobre ella.

—Agregaste dos ojos más, y casi un kilo de mandrágora —exageró con sarcástica seguridad. Así que él sí estaba atento a lo que hacía. Interesante—. Creía que estabas arruinando la poción adrede...

—¿Y para qué querría yo eso? —Hermione se cruzó de brazos, frunciendo el ceño, intentando no reír de satisfacción. Maldito Draco.

Él alzó los hombros con indiferencia volviendo a su propia y perfecta poción.

—Las mujeres tienen formas muy extrañas de salirse con la suya —comentó sonriendo de lado—. Supongo que tendrás alguna fascinación con Slughorn y querrás quedarte a solas con él después de clase. 

¡Ahí estaba aquella risa burlona que hacía tanto tiempo no veía! 

—Sí, cómo no, y perderme el almuerzo —se quejó, haciendo desaparecer la poción para volver a empezar, satisfecha con el resultado de su travesura. Draco le estaba hablando.

—Suerte con el profesor, Granger —le dijo Draco cuando terminó la clase, a manera de despedida. Ella frunció los labios, pero cuando Draco se volteó para salir de la clase, sonrió.

Esa tarde, en la biblioteca, su victoria se hizo evidente cuando Draco, al pasar por su asiento, se inclinó levemente para hablarle.

—¿El viejo cumplió tus expectativas?

Estaba sonriendo y sus ojos brillaban. Hermione sintió que esa sonrisa iluminaba la estancia.

—¡Claro que sí! —respondió alzando la nariz con suficiencia. Más de lo que crees, se pensó con una sonrisa interna.

—No te conocía esa faceta, Granger —comentó sentándose frente a ella en la misma mesa.

—Y yo que fueras tan chismoso… —respondió alzando una ceja, divertida. 

—Bueno, es que sinceramente creí que tenías mejores gustos. Pero, si mal no recuerdo, también estabas locamente enamorada de Lockhart en segundo año.

—¡Eso no es cierto! —Hermione soltó una carcajada. 

—Ay, por favor, Granger. Eso no era ningún secreto para nadie.

Ella mantuvo su sonrisa, sintiéndose extrañamente satisfecha. Al menos ya le hablaba. De ahí a ser amigos, quizá era un camino fácil. 

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