
El verde de sus ojos es intimidante.
—Tienes razón —Lily se cruzó de brazos—. Necesitamos hablar.
—Yo quería decirte...
—No —levantó la mano para detenerlo—. Quiero hablar primero.
No era una sorpresa para Severus que ella decidiera cuándo y cómo tendrían una conversación. En ese momento, no creía que pudiera esperar pacientemente a que ella terminara de tomar las riendas, pero tampoco tenía alternativa. Severus carraspeó, porque aunque no deseaba posponer lo inevitable, sabía que no había forma de llevarle la contraria a esa fiera. No si quería seguir disfrutando de estar vivo por segunda vez.
—Te escucho —dice Severus, mirando directo a sus ojos, porque no podía dejar de ver sus ojos.
Lily suspiró, sentándose erguida, con las manos apoyadas en sus rodillas. Su postura era tensa, como si esperara lo peor. Para él, lo peor ya había sucedido, en otra vida, en un pasado que condenó no solo a él, sino a todos los que alguna vez quiso. Así que sabía cómo era esa sensación de que todo podía desmoronarse en cuestión de segundos.
—Sé que nuestra amistad ha sido... complicada los últimos meses, pero sabes que tengo mis razones —frunció el ceño—. Se rumorea que una guerra se acerca. Ya no es una posibilidad; es una realidad, y cada día está más cerca.
—Lily, yo…
—Sé que siempre te has mezclado con los más intolerantes sangre pura de Slytherin —su voz subió una octava con cada palabra—. No es ningún secreto que se convertirán en mortífagos, Severus.
»Durante todo este tiempo he tenido la esperanza de que te dieras cuenta de lo peligrosos y horribles que son. ¡Quieren eliminar a magos como yo y a cualquiera que se me parezca! Cada día, alguien que no se ajuste a su ridículo estándar de pureza podría morir. Se habla de masacres terribles —cubrió su rostro con las manos, pero no dejó de hablar—. Por eso intenté alejarme de ti, ¿está bien? No me siento orgullosa de ello. Eres mi amigo, lo hemos sido desde siempre. Soñamos con graduarnos juntos de Hogwarts. Pero desde hace tiempo, eso ya no es suficiente para calmar mis dudas. No sé si puedo confiar en ti. Tengo miedo, Severus, de lo que pueda pasar.
—La verdad es que yo… —Severus intentó interrumpir, pero ella no se lo permitió.
—Y parece que eso no te importa, no lo suficiente al menos —retiró las manos de su rostro para mirarlo con furia—. Ellos acosan a chicos como yo y tú nunca haces nada. Pero ahora no son solo unos niños privilegiados con mentalidades idiotas; son potenciales asesinos, ¡criminales de guerra! Y cada vez que te veo con ellos, me pregunto si tú no eres igual.
Estaba empezando a enojar a Severus. Él sabía que todo lo que dijo era cierto, dolorosamente cierto, ella tenía derecho de desconfiar. Al final del día, el si se había convertido en mortífago y si le había hecho daño, demasiado daño. Pero no dejaba de molestarle cómo lo decía. Sí, sabía que se había equivocado en muchas cosas, en todas, quizás, pero solo lo sabía porque vivió mucho tiempo, y tuvo aún más tiempo para pensar en su vida durante su larga estadía en el limbo de la muerte.
—¿Crees que no me importas? Me importas más de lo que me importa mi propia vida —dijo, devolviéndole la misma mirada furiosa—. Y claro, molestar a las personas está mal, siempre y cuando no sean los malditos Gryffindors. Ellos pueden hacer lo que quieran, ¿verdad, Lily? Te recuerdo que tú tampoco haces nada cuando tus amigos me molestan.
—Deja de intentar cambiar el tema. No todo gira en torno a ti, y ellos no son mis amigos —dijo, moviendo una pierna de forma rítmica, golpeando la esquina de la camilla con un sonido constante e irritante.
—Por favor, Lily. Hablas con ellos, te ríes con ellos, vienes con ellos. La única diferencia entre tú y yo es que, al menos, yo me he asegurado de que los chicos de mi casa no te acosen —Severus tiró un poco de su cabello, frustrado, apretando los dientes.
No debería estar tan molesto con ella, pero lo estaba, y mucho. Sabía que se había equivocado en tantas cosas, aunque seguía convencido de que todo lo que hizo fue porque no tenía otra opción. En su juventud, había creído que ser un mortífago era lo único que podía ser, lo único que alguien como él podría llegar a ser.
—¿Qué quieres, que me arrodille y te agradezca porque tus amigos intolerantes no me trataron como basura? —gritó Lily, enfurecida—. Pues gracias, Severus. Pero eso no soluciona nada.
—¿Y crees que yo puedo solucionarlo todo? —Las venas en su frente amenazaban con estallar—. ¿Que un don nadie insignificante como yo puede desmantelar siglos de creencias retrógradas?
—¡Ni siquiera lo intentas! —murmuró Lily en voz baja, pero cargada de enojo—. ¿Por qué los defiendes tanto?
Esa era, por supuesto, una pregunta complicada. Cuando llegó a Hogwarts, sin lugar en el mundo, con una familia que despreciaba y ningún sentido de pertenencia, Hogwarts se lo dio. Y en Hogwarts, él era un Slytherin.
—No lo entiendes, Lily. Y nunca lo entenderías.
Al fin había encontrado un lugar al que sentía que pertenecía. Ya no era un niño pequeño y débil escondido bajo su cama. Le habían dicho que podía aspirar a algo más, que podía ser mucho más. Y, como alguien que nunca tuvo nada pero lo deseaba todo, creyó en ello. Decidió, en el preciso momento en que fue seleccionado para Slytherin, que ese era su lugar. Para bien o para mal.
—¿Qué debo entender? ¿Que eres un hipócrita por estar con personas que desprecian a los que son como tú o como yo? Te recuerdo que, para ellos, solo eres un mestizo.
—Como si para las otras casas yo fuera algo diferente —respondió Severus, apretando los dientes.
Había creído, en su estúpida juventud, que estar del lado de los opresores lo protegería de ser oprimido. Había creído que sería fuerte y seguro si estaba del lado de los atacantes. Pero, al final, nunca fue parte de ellos. Para los sangre pura, él siempre sería un mestizo, el hijo de un muggle y una traidora a la sangre. El nunca fue parte de los sangre pura, no importaba con cuántos se codeara o los favores que hiciera. Nunca fue aceptado por ninguno de ellos, y se lo hicieron saber muchas veces. Que lo necesitaran y fuera útil era la única razón por la que no presidían de el, ahora lamenta esos años se juventud dónde se postraba para agradar esos imbeciles pomposos.
—¡Ellos son peligrosos! —exclamó Lily, imitando su tono y gestos.
—¿Ellos? ¿Quiénes? —preguntó Severus, sabiendo perfectamente a dónde quería llegar.
—¡Los Slytherin! —gritó, frunciendo el ceño.
—No lo digas… —murmuró Severus, cerrando los ojos.
—¡Son malvados!
—Claro, todos los Slytherins somos malvados —replicó con resentimiento.
Había escuchado esa frase toda su vida. Pero jamás imaginó oírla de Lily.
Él no iba a fingir, ni siquiera en su propia mente, ser el hombre perfecto o la encarnación del bien. Era un hombre horrible, y nunca lo había negado. Odiaba a los muggles; los odiaba con cada fibra de su ser. Porque, cuando tienes ocho años y tu progenitor rompe una regla de madera en tu brazo, las astillas se incrustan en tu piel y deseas llorar con fuerza, pero sabes que será peor si te escucha hacerlo, no te preguntas si los muggles son malos, simplemente lo asumes.
Quizás no era correcto pensar así; lo entendió muchos años después. Pero cuando un pensamiento peligroso se instala en tu mente y tu entorno jamás lo contradice, ese pensamiento crece y crece, hasta convertirse en una creencia. Una creencia que no es fácil de erradicar. Así que no, él no era bueno. Encajaba perfectamente en la concepción de "malvado".
Pero, a los once años, ya le habían dicho que era malvado. Que todos como él lo eran. Que ser Slytherin equivalía a ser un tramposo, un mentiroso, y, según James Potter y su pandilla de idiotas, también una plaga mortífera. A los once años, él aún no había hecho nada. Ninguno de los crímenes que más tarde sí cometería. Los jóvenes Slytherin no tenían la culpa de lo que los adultos habían elegido. Ser de Slytherin no te hacía inherentemente malvado.
No. Él no se iba a tirar al suelo a sentirse miserable, a ahogarse en autocompasión. Al final, todo había sido su culpa. Sus decisiones. Aunque siempre se preguntaba: si las cosas hubieran sido diferentes, ¿habría habido menos sufrimiento? ¿O habría sido peor? Fantaseaba con la idea de haber sido feliz, de haber tenido una vida mejor. Quizás una vida tranquila, con una casa a la que poder llamar hogar.
Pero esas eran fantasías que solo se permitía en soledad. La vida —su vida— nunca había sido así, ni lo sería. Así que solo le quedaba respirar profundamente y enfrentar el horror que le había tocado vivir. Lily lo miraba, avergonzada, pero visiblemente enfadada. Pasaba las manos por su rostro, frustrada.
—Sabes que eso no es lo que quise decir —dijo, intentando suavizar la tensión.
—No mientas. Es exactamente lo que quisiste decir. No te contengas; he escuchado cosas peores —respondió Severus con frialdad.
Y, sí, las había escuchado.
Siempre había pensado que no importaba lo que las otras casas pensaran de ellos. Lo único que realmente le importaba era lo que pensaran en su propia Casa. Siempre había valorado lo que otros Slytherin opinaban de él. Era el único lugar en el mundo donde sentía que pertenecía. Si lo despreciaban, era como perder el ancla que lo mantenía a flote.
Conforme creces en Hogwarts, particularmente en Slytherin, aprendes muy rápidamente cuándo eres indeseable para ellos. Si estás en su lado malo, tu estadía puede ser un verdadero suplicio. Pero, si logras estar en su lado bueno, obtendrás conexiones, seguridad, incluso un futuro prometedor.
Ese tipo de ambiente hacía que la decisión fuese fácil. Hacía que no pareciera tan malo convertirse en un purista de sangre, porque la única otra opción era ser excluido y acosado. Por años, Slytherin se había convertido en una cámara de eco. Un lugar donde solo se repetían los ideales de los sangre pura. Esos ideales, reforzados con la llegada de Lord Voldemort, un hombre con un deseo megalómano y maniático de eliminar a todos los que no encajaran en el estándar del mundo que había idealizado.
Cada persona que se unía a Voldemort tenía sus propias razones, que Severus, con los años, aprendió que eran más complejas de lo que aparentaban. No siempre se trataba simplemente de odio hacia los muggles, los mestizos o los nacidos de muggles. Severus podía admitir que el odio había sido su motivación inicial, pero sabía que había mucho más detrás. Como él, muchos alumnos de Hogwarts también tenían sus razones. No fueron solo los Slytherin los que cayeron en los discursos del Señor Oscuro. Sin embargo, fue su Casa la que quedó manchada para siempre. Penurias y sangre marcaron su historia.
Él había sido testigo de ello. Nadie podría contradecirlo: después de la guerra, después de Voldemort, nada fue igual para los jóvenes Slytherin. Nadie que no perteneciera a la Casa intentó jamás entenderlos. Y, si lo pensaba bien, tampoco era como si ellos hubieran intentado explicarse.
—No te considero como ellos —dijo Lily, intentando explicar.
—Deberías hacerlo —Severus frunció el ceño, alzando la voz—. Soy exactamente como ellos.
—No es cierto porque...
—Lo soy.
Severus, a lo largo de su vida, solo había poseído su inteligencia y su astucia, porque eran lo único que dependía de él y no de sus desfavorables circunstancias. Esas habilidades, junto con su instinto de autopreservación, eran la única razón por la que no había muerto mucho antes. Porque, cuando eres pobre, feo y débil en un mundo cruel y despiadado, la única manera de sobrevivir es hacer todo lo que esté a tu alcance, incluso si no es moralmente correcto.
Estando en Slytherin, sintió por primera vez que pertenecía a algo. Los ideales y el estilo de vida de la Casa se alineaban con lo que anhelaba. Sintió que, finalmente, tendría poder y dejaría de ser una alimaña débil e inútil. Creyó que era lo correcto. Creyó que ellos eran el camino correcto. Cuando eres joven, inexperto y frágil, y las personas a las que admiras te dicen que puedes ser más si sigues sus pasos, que puedes finalmente ser alguien… Que tu nombre podría aparecer en algún lugar que inspire respeto, que podrías ser algo más que los moretones y los huesos rotos, algo más que una nariz enorme, ropa andrajosa y cabello grasiento. En el fondo, él creía que era mucho más que eso. Solo tenía que demostrarlo.
Cuando eres joven, eres estúpido. Y cuando eres estúpido, sigues a la primera persona que te muestra el más mínimo ápice de reconocimiento y valor. Y sí, él estaba profundamente comprometido con los ideales de esos puristas. No era una mentira. No iba a pretender que era una mansa paloma que fue embaucada y manipulada. Pero también debía admitir que era demasiado joven para comprender las implicaciones a largo plazo de esas decisiones. Más temprano que tarde, descubrió que decisiones como esas siempre tienen consecuencias dolorosas. Sin embargo, ahora, viéndolo todo en retrospectiva, las cosas se veían diferentes. No era lo mismo que haber estado en esa posición hace tantos años.
—Lo siento, ¿de acuerdo? —dijo Lily, su voz cargada de frustración—. No quería decir eso. Yo no creo eso, no soy como Black o Potter. —Frunció los labios. Severus sabía que hacía eso para contener las lágrimas—. Solo… No sé, tengo miedo de lo que vaya a pasar.
Un silencio tenso llenó la habitación, mientras se miraban mutuamente con intensidad. Ambos compartían esa vena de orgullo que los mantenía firmes, sin dar el brazo a torcer. Sin embargo, esta vez, Severus fue quien apartó la mirada, presa de la culpa. Nunca había sentido tan profundamente la muerte de Lily como en ese momento, cuando ella confesó su miedo por lo que podría ocurrir.
—Dime… Dime algo. Dime que puedo confiar en ti, Sev —Lily se levantó de la silla bruscamente—. Nos conocemos desde siempre. Eres la única razón por la que supe que era una bruja. Eres mi mejor amigo, la persona que me conoce mejor que nadie. ¿Crees que es fácil para mí desconfiar de ti? No lo es. Porque, aunque no lo creas, eres la única persona a la que le confiaría mi vida. Por eso necesito confiar en ti.
—Lily, yo… —Severus la miró, sus ojos inundados de pena y culpa. Sus emociones eran tantas que no podían contenerse sin desbordarse. Un dolor agudo le atravesó el pecho—. Soy un maldito desastre... Yo lo arruiné todo. Perdóname.
Sintió como si un taladro atravesara su cráneo. Un pitido sordo lo dejó aturdido por unos segundos. Lagrimeó, adolorido, llevándose una mano a la cabeza y apretando los ojos con fuerza. El dolor desapareció tan rápido como llegó, dejándolo confundido y ansioso. Miró a Lily de nuevo y, por alguna razón, en sus ojos no encontró nada que reflejara lo que realmente sentía.
—Sev, no me mires así. Esto ya es lo suficientemente difícil —dijo Lily, dándose la vuelta y cubriendo su boca con una mano—. No eres un desastre. No quiero que sientas que te estoy lanzando todo en cara; ese no era el punto de esta conversación.
Su tono cargado de rabia apenas contenida.
—¿Y qué es lo que quieres? —preguntó Severus, masajeándose las sienes.
—¡Quería saber si nuestra amistad podría soportar una maldita guerra! ¡Eso es lo que quería! ¡No complicar aún más nuestra situación! —exclamó, extendiendo las manos en un gesto exasperado—. ¿De acuerdo? Quería venir, mirarte a los ojos y saber si aún eres alguien en quien puedo confiar.
Se dio la vuelta para mirarlo directamente a los ojos. Eran aterradoramente hermosos. Severus siempre supo que tenía una debilidad por esos ojos. Dos joyas preciosas que harían temblar la voluntad de cualquiera. En ese momento, lo miraban de una forma que nunca había visto en su otra vida. Podía percibir un conflicto en su mirada. Estaba enojada, eso era evidente. Su voz temblaba y sus manos no podían quedarse quietas. Su ceño estaba fruncido y su mirada le taladraba el pecho. Pero, aun así, se acercó a él nuevamente, como si no quisiera terminar con todo de una vez. Como si realmente quisiera escucharlo.
Eso lo alivió, al menos en parte. Porque en su otra vida, había arruinado tanto las cosas al llamarla "sangre sucia" que ella nunca lo había vuelto a mirar a los ojos. Pero otra parte de él le recordaba que no merecía nada de esto. No merecía una segunda oportunidad, ni que Lily quisiera arreglar algo que estaba condenado desde el principio. No importaba si ella quería escuchar. No importaba si arreglaban las cosas. Tarde o temprano sabría la verdad sobre lo que había hecho y, sin importar cuánto tiempo o cuántas memorias compartieran, ella no podría perdonarlo.
—No importa —murmuró él con melancolía—. No se puede cambiar nada.
La miró con la esperanza de que entendiera, de que viera en sus ojos que, aunque él lo deseara con toda su alma, no podía cambiar las cosas. Seguía siendo el hombre despreciable que siempre había sido. Su vida entera se había dedicado a un propósito egoísta tras otro, y ni siquiera podía decir que estaba arrepentido de ello. Aun así, esperaba que ella pudiera comprender que siempre había sido la persona más importante para él. Antes y siempre. Y que se arrepentía de todo el daño que le había hecho.
—¿No dirás nada? —preguntó ella, con ironía—. ¿Vengo aquí a abrir mi corazón y tú no dirás nada? Eres... Eres un cobarde.
—Los cobardes viven más, Lily. Los valientes no por mucho.
—Quería ver esa mirada en tu rostro —dijo ella, como si eso lo explicara todo.
—¿De cuál mirada estás hablando?
—Cuando te vi llorar frente a todos. No sé qué creí ver. Y cuando te disculpaste… Me sentí como la peor persona del mundo. Sentí que habías dado un paso que yo no estaba lista para dar. Y te vi.
—¿Podrías dejar de hablar como la profesora de Adivinación? —dijo Severus, cansado.
—Parecías sufrir un dolor insoportable. No sé explicarlo, pero… estabas sonriendo mientras me mirabas, aunque tu rostro estaba empañado en sufrimiento —dijo Lily, empezando a divagar—. Era como verte después de mucho, mucho tiempo. Al Sev que es mi mejor amigo. Y te veías como si me extrañaras, aunque nos hemos visto toda la mañana, y yo...
—Lily —la interrumpió él, apoyando su cabeza en su hombro—. No sabes cuánto te extrañé. No tienes la menor idea de cuánto.
Si ella comprendió la profundidad de sus palabras, no lo dejó notar. Desvió la mirada y volvieron a quedarse en silencio. Ella medio recostada en la camilla, él apoyando la cabeza en su hombro.
—Quisiera poder mejorar las cosas, Sev —susurró Lily.
—No es tan fácil, Lily —respondió él. ¿Qué más podía decir?
—¿Por qué no lo sería?
Sabía que no iba a salir bien. Cualquier otro pensamiento era una mentira. Tenía que serlo. Su alma había aprendido a no necesitar ni ilusiones ni esperanza. Porque cada ráfaga de anhelo era como una daga clavada en su desdichada existencia.
Lily se rió un poco, aunque había muy poca gracia en su tono.
—¿Qué es tan gracioso? —dijo Severus, levantando la cabeza de su hombro para mirarla.
—Nunca pensé ver a un Slytherin conformista —respondió ella, resoplando. Él sabía exactamente lo que estaba intentando hacer: picar su ego.
—Siempre hay una primera vez —bromeó, esbozando una sonrisa. Porque, aunque no pudiera cambiar las cosas, al menos podía intentar hacerla reír.
Ella bufó y le devolvió la sonrisa. Él casi había olvidado cómo se veía Lily cuando sonreía, al menos una sonrisa dirigida a él. Por un breve segundo, pensó que todo estaría bien. Que no era el mismo de siempre y que, de alguna forma, su desafortunada existencia tenía algún tipo de sentido. Pero un golpe lo sacó de sus pensamientos. Lily, sin embargo, no pareció notarlo.
Severus se tensó. Quizás fuera por esa constante sensación de inseguridad que había persistido toda su vida, o tal vez por la inquietante certeza de que alguien los estaba observando. Llámenlo paranoico, pero si algo había aprendido era a confiar en sus instintos; lo habían mantenido vivo más tiempo del que hubiera creído posible. Escuchó algo parecido a pasos desiguales resonando en el viejo piso de madera. Claro, podría ser una rata más, una de las tantas que vivían en las paredes. Si había algo constante en Hogwarts, eran las plagas. Los tutores y padres preocupados no estarían nada contentos si supieran sobre el poco mantenimiento de la escuela. Pero, aunque podría ser su imaginación, su instinto le decía que no.
—Sev, estoy hablando en serio —Lily tomó sus manos entre las suyas y se movió para que ambos se miraran a los ojos—. Quiero que mejoremos las cosas. Tú diste el primer paso, y sería la peor amiga del mundo si no nos doy una oportunidad.
Racionalmente, él sabía que ella no tenía idea de lo que les deparaba el futuro, de lo terrible que sería. Pero una pequeña y persistente parte de su ser más idealista quiso imaginar que ella lo sabía, que sus palabras eran un indicio, una señal para que él tomara una decisión.
Entonces, otro golpe, más fuerte, rompió el silencio. Los dos voltearon al mismo tiempo hacia el escaparate de pociones y medicamentos de Madame Pomfrey. Miraron con horror mientras el mueble se balanceaba peligrosamente, y las cosas en su interior se movían de un lado al otro. Por suerte, o quizás por algún milagro, logró estabilizarse por sí solo. Lily no le dio una segunda mirada; no había nada extraño, al fin y al cabo, en un mueble tambaleándose por la brisa.
Severus frunció los labios hasta formar una fina línea, pensando en una posibilidad. Era obvio, y si no hubiese estado tan embobado con todo lo demás, habría llegado a esa conclusión mucho antes.
—Debí haber supuesto que estarían entrometiéndose en mis asuntos —dijo al aire, esperando una reacción.
Lily lo miró con confusión, pero él no respondió. Aguzó el oído y lo escuchó: el suave roce de tela. No, no estaba loco.
—Por cierto, tu capa no les está cubriendo los zapatos, Potter.
—¿De qué estás…? —comenzó a decir Lily, pero se interrumpió al voltear y ver cómo Black y Potter se encontraban de pie frente a ellos, sosteniendo algo entre manos que ella solo podría describir como borroso—. ¿Qué hacen ustedes aquí?
Lily se había puesto delante de él. Severus casi sonrió. Los Gryffindor siempre actuaban como si todo necesitara protección, como si todo el mundo clamara por su heroísmo. Era curioso, porque años atrás ese gesto habría hecho hervir su sangre de cólera. Su lado más mezquino habría gritado que era un recordatorio de lo poca cosa que era, un enclenque que no podía defenderse. Pero ahora sentía algo parecido a... ¿regocijo? No sabría cómo describirlo con precisión. Hacía mucho tiempo que nadie sentía la necesidad de protegerlo. Cuando dejó de ser un adolescente resentido para convertirse en un hombre resentido, se dio cuenta de lo ridículo que había sido en sus peleas con Lily por su preocupación.
El par de idiotas frente a él eran tal como los recordaba: insistentemente insufribles.
—¿Demasiado asustado para responder por ti mismo, Snivy? —dijo Black, con ese tono burlón que tanto lo irritaba.
Por supuesto, pensó Severus, el objetivo era provocarlo para que actuara como un imbécil frente a Lily. Había olvidado esa dinámica: el esfuerzo constante por alejarlo de la pelirroja. En otra ocasión habría caído en la trampa. Habría gruñido, habría pedido a Lily que se apartara y habría comenzado a despotricar. Una pequeña parte de él todavía quería hacerlo. Pero lo que hizo en su lugar incluso lo sorprendió.
—Completamente aterrorizado —dijo, recostando la cara en su palma y cerrando los ojos—. Tengo suerte de que esta hermosa dama me proteja de tan grotescos animales.
Severus dejó escapar una ligera risa por su propio comentario, algo que claramente desconcertó a sus interlocutores. Severus Snape no era conocido por reír ni por sonreír. Aunque Lily también estaba visiblemente confundida, no pudo evitar encontrarle algo de gracia. Definitivamente no esperaba ver a un Severus tan… relajado. No por primera vez, se preguntó si el golpe en la cabeza le habría afectado de algún modo.
Severus podía sentir la mirada de Potter perforándolo. Era intensa y fija en la mano que sostenía el brazo de Lily. Severus ni siquiera recordaba haber puesto la mano ahí. Tal vez solo era la necesidad de sentirla a su lado un poco más. Por un momento quiso dejarla ahí, solo para molestar a Potter. Pero no estaba de humor para presenciar una escena de celos adolescentes, así que la retiró.
—Oh, Snape, si intentaras ser un poco más interesante, podrías alcanzar el nivel de un chiste malo en una fiesta aburrida —dijo James con el ceño fruncido.
Fue ese gesto lo que hizo que Severus notara el moretón en su pómulo. Era grande, de un morado intenso y brillante. Se veía reciente, pero Severus estaba seguro de que no lo tenía antes. Aunque, siendo realistas, había estado demasiado ocupado intentando respirar. En el fondo, no le importaba; incluso le alegraba que alguien le hubiera dado una lección.
—Vaya, Potter, parece que el golpe en tu cara no te hizo más gracioso. ¿Ese fue el mejor insulto que se te ocurrió o simplemente estás teniendo un mal día? —replicó Severus con mordacidad.
—¿Otra vez con esto, Potter? —intervino Lily, molesta—. Ya tuvimos suficiente drama esta mañana. Largo.
—Por eso estamos aquí, por lo de esta mañana —interrumpió Black—. Él quiere hablar contigo.
Los tres intercambiaron miradas, y Severus se preguntó de qué hablaban. La mirada de Lily no dejaba lugar a dudas: no estaba dispuesta a escuchar nada. Estaba enojada, pero no del tipo de enojo que dice: "No te soporto, aléjate de mí". Era más bien del tipo que grita: "Si no te alejas, vas a desear no haber nacido". Fascinante. Lily siempre había sido una persona que prefería el diálogo, la mediación. Pero no ayudaba que, en este caso, Black pretendiera ser el mediador, haciendo un trabajo mediocre, en su opinión.
—Largo, Potter —dijo Lily con tono cortante—. Lo que sea que quieras decir, no me interesa
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En el rincón más apartado de la Sala Común de Gryffindor, la tensión flotaba en el aire. Remus Lupin apenas levantó la mirada del tablero de ajedrez que tenía delante, absorto en la partida.
—No cuenten conmigo, yo dejé muy en claro mi postura acerca de ese tema —dijo Remus sin mirar a ninguno en particular, mientras movía su torre a e1, amenazando el alfil de Peter.
Sirius Black dejó escapar un suspiro exasperado. —Bien, aguafiestas —respondió, su tono cargado de sarcasmo—. ¿Qué hay de ti, Colagusano?
Peter Pettigrew, aunque fingía pensar en la pregunta, estaba demasiado concentrado en el juego. Le disgustaba perder. Sopesaba si sacrificar su caballo en d4 para eliminar el último alfil de Remus en c5. Finalmente, tomó una decisión y movió su caballo a d4.
—Caballo toma alfil en d4 —murmuró para sí mismo, intentando ignorar la conversación que le rodeaba, en verdad no quería involucrarse en más problemas hoy.
James Potter entró en la sala con una expresión de frustración. —No la he encontrado por ningún lado —dijo, refiriéndose claramente, como no podía ser de otra forma, a Lily Evans, la chica pelirroja que ocupaba todos sus pensamientos últimamente. Aunque la expresión últimamente sería redundante, sería más específico decir que era la chica completamente obsesionado.
Remus movió su peón a c4, preparando un ataque en el centro del tablero. —Deberías cálmate, James —dijo sin levantar la vista—. Podrías aprender algo de control.
Sirius se rió entre dientes. —Claro, Romeo, ¿No pudiste encontrar a tu Julieta?
James fulminó con la mirada a Sirius, pero no respondió de inmediato. En cambio, se volvió hacia Remus. —Esto no puede seguir así. Necesito hablar con ella antes de que piense...
—¿Que eres un idiota? —murmuró Remus para sí mismo, mientras movía su torre a d1, amenazando al caballo de Peter.
Peter hizo una mueca y movió su rey a f7 para evitar el ataque. —Yo... no quiero acompañarlos esta vez. Me quedaré con Remus —dijo Peter, nervioso, sin apartar los ojos del tablero. Aunque la realidad es que no iría porque consideraba a Evans francamente aterradora.
Sirius se encogió de hombros. —Olvídalo, no los necesitamos —dijo, volviendo su atención a James, que ahora estaba examinando minuciosamente el mapa del merodeador—. ¿Ya encontraste a tu Julieta, Romeo?
—Que repitas una y otras vez el mismo chiste no lo hace gracioso —Dijo James, ignoró el comentario y se frotó el moretón en su pómulo izquierdo— Y ella no piensa que soy un idiota. Esto fue un error de juicio de su parte. Snivellus debió haberla hechizado o algo.
Peter movió su alfil a f4, manteniendo la presión sobre el rey de Remus. Internamente se regocijaba de ver ese hematoma en el rostro de James, hubiera deseado que ese golpe lo haya vuelto feo, por desgracia no fue el caso
—Él se veía muy inconsciente cuando ella intentó romperte la cara —bromeó en voz baja, pero se calló al instante cuando James y Sirius lo fulminaron con la mirada.
Remus, viendo la oportunidad, movió su dama a f6, amenazando mate. —Te ahorraré la búsqueda, James. Aunque es bastante obvio dónde está —dijo con voz cansada—. Está en el ala de enfermería. McDonald dijo que ella quería ver cómo se encontraba.
James Jugueteo con un hilo suelto del sofá.
—¿Quién, Snivellus?
—Sí, Snape. ¿O crees que fue a ver si Fitzgerald ya no tenía úlceras en el pie? —Remus volvió a concentrarse en cómo evitar que Peter hiciera jaque mate.
—¿Por qué estaría preocupada por esa viscosa serpiente? —dijo Sirius, ignorando el comentario sarcástico—. Ni siquiera han hablado en medio año, tal vez más.
—¿Importa? —dijo Remus bruscamente—. Es su amigo después de todo.
—Ese es el problema. No debería serlo —dijo James, impasible—. Lily no es estúpida. Estaba seguro de que ella entendería lo peligroso que es seguir junto a esa serpiente, pero parece que no.
Remus suspiró, moviendo su rey a g1 para escapar del jaque. —Ya basta, James. Siempre es la misma conversación. Dejemos que ella decida lo que es mejor para ella misma.
James apretó los puños, claramente agitado. —¡Es un mortífago! Y si no lo es todavía lo será pronto.
Remus lo miró fijamente a los ojos. —James, la última vez que revisé todos eran inocentes hasta demostrar lo contrario —dijo frunciendo el ceño—. Estamos en un momento demasiado delicado como para que tus rencillas históricas estropeen más el ambiente escolar. Conflictos entre casas es lo último que necesita Hogwarts.
—¿Y qué quieres que haga? —replicó James—. ¿Que nos quedemos de brazos cruzados mientras sabandijas como él se salen con la suya?
Remus contuvo un suspiro de frustración. —James, la única cosa que debería importarte es no reprobar Herbología, no la elección de amistades de Evans.
James se paró frente a el con determinación. —Claro que me importa. Quiero protegerla.
Remus sostuvo su pieza con más fuerza de la necesaria. —Ella no apreciaría mucho esa protección. Y lo sabes.
—Ella no sabe lo que quiere.
Una parte de Remus hubiera querido decirle que esa frase solo le haría ganarse otro moretón. Aunque no conocía mucho a Evans, estaba seguro de que no apreciaba la actitud "yo sé más que tú". Sin embargo, se guardó su opinión.
Peter interrumpió, recordando algo. —Estaba muy decidida y segura cuando te dijo que no te acercaras a ella... O a él.
James desestimó el comentario con un manotazo al aire.
—Estaba demasiado histérica como para pensar bien lo que decía. Todo es culpa de Snivellus.
Remus puso los ojos en blanco y Peter se rió.
—Es casi un mantra —murmuró Peter. —¿Y qué piensas hacer para que Snivellus no se le acerque? —preguntó Peter, aunque su verdadera pregunta era si Remus pensaba retomar el juego.
James hizo una sonrisa irritada. —Primero tengo que lograr que me hable y que volvamos a estar como siempre.
Sirius se apoyó en el hombro de James. —Por eso te dije que debes ir con ella lo antes posible. No hay que darle tiempo para seguir enojada. Luego podemos poner en marcha algún plan para que entienda que Snivy es un mortífago.
Hablar con ese par era como hablar con una obstinada pared de ladrillos. Incluso un ladrillo hubiera estado más abierto al diálogo.
—No ganan nada acusando a nadie, y ya que estamos, tampoco ganan nada haciendo esas bromas como las de hoy —dijo Remus.
James exclamó con frustración. —¡Él exageró todo! ¡Ni siquiera fue la gran cosa! Si hablo con ella lo entenderá.
—No creo que debas hacerlo —respondió Remus.
James lo fulminó con la mirada. —¿Por qué siento que hoy estás en contra de todo lo que digo?
Remus no quería llevarle la contraria, al menos no a propósito. Tal vez era la cercanía de la luna llena lo que lo ponía irritable, o tal vez no quería que su amigo recibiera otro puñetazo en la cara. No era un experto en cortejo, pero estaba seguro de que insistirle a la chica que te golpeó por molestar a su amigo no era la opción más lógica.
Pero James no escuchaba esas opiniones. Solo escuchó lo que le dijo Sirius sobre hablar lo antes posible. Tomaron el mapa y la capa y se fueron. Remus realmente esperaba que Sirius tuviera razón. Quería que su amigo fuera feliz.
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El sol se ocultaba en el horizonte. En esos días, el sol parecía desaparecer más temprano, proyectando sombras más marcadas y melancólicas alrededor del castillo. Hacía que los días se sintieran más cortos y las noches, interminables. A James le gustaba eso; se volvía más fácil escabullirse. Caminaba al lado de Sirius, dirigiéndose a la enfermería. El mapa era claro: Lily no se había movido en todo ese tiempo. Y, por supuesto, su hermoso nombre seguía junto al detestable "Snivellus".
Si era honesto consigo mismo, no tenía idea de qué le diría a Lily cuando la viera. Todo aquel espectáculo victimista de Snivellus lo había hecho parecer el villano de la historia. Lily nunca había reaccionado con tanta agresividad cuando lo atrapaba gastándole bromas al grasiento inútil. ¿Darle un puñetazo? ¿En serio? Ni con el poder de la Adivinación hubiera imaginado que ella haría algo así.
¿Debería disculparse para que ella fuera un poco más indulgente? Se preguntó, pero inmediatamente descartó la idea con repulsión. Él no había hecho nada fuera de lo común. Dentro de sus estándares, había sido una broma inofensiva. Snivellus se había fabricado el papel de víctima perfecta, lloriqueándole a Lily y contándole cosas. Maldita serpiente manipuladora, murmuró James para sí mismo.
—¿Me estás escuchando? —Sirius se detuvo en seco y lo miró fijamente.
—Sí, claro que te estoy escuchando. Continúa —respondió James, pisando fuerte, el eco de sus pasos resonando en el pasillo vacío.
—Buen intento. ¿Me dirás qué mantiene tu cabecita tan distraída?
—Como si no supieras en qué estoy pensando.
En el camino, se cruzaron con dos estudiantes de Hufflepuff que los saludaron con risitas nerviosas. Sirius les guiñó un ojo, y, cuando volvieron a quedarse solos, le dijo en tono tranquilizador:
—Por favor, Cornamenta, ella no te odia. Si supieras la cantidad de chicas que me han golpeado antes de besarme, no estarías tan inquieto —lo empujó de manera juguetona.
—Tus extraños fetiches no son de mi incumbencia.
—Entiendes lo que quiero decir. No te hagas el desentendido.
—Aun así, ¿viste cómo nos miraba? Quería nuestras cabezas en una bandeja. —Frunció el ceño—. O tal vez en una lanza.
—Ya sabes cómo son las chicas. Algunas son más difíciles que otras.
—Hemos estado en este tira y afloja desde que nos conocimos —dijo, recordando cada interacción que habían tenido—. He estado esperando que, en algún momento, se dé cuenta de lo que siente por mí, pero, por alguna razón, siento que esta vez lo arruiné con ella. Como si no fuera como las otras veces.
—Esas cosas solo están en tu cabeza. Ustedes dos van a terminar casándose, teniendo cuatro hijos pelirrojos y unos problemas increíbles de miopía.
—Eres un idiota —respondió James entre risas. Aunque el pensamiento le provocaba algo de ilusión—. Y no puedes olvidar nuestras mascotas.
—Por supuesto —Sirius puso los ojos en blanco—, cómo olvidar sus dos perros y un gato.
El silencio que siguió fue cómodo, casi tranquilizador. Por un momento, Sirius había logrado calmarlo. Pero aún tenía una duda importante.
—Hablando en serio, ¿cómo evito que me golpee otra vez? —James se rozó con los dedos el hematoma—. Agradecería no empeorar más mi rostro.
—Ya se le debió pasar el enojo. Y si no es así, la convenceremos para que te perdone con mi elocuencia y mi encantadora personalidad.
—¿Encantadora personalidad? Tienes el carisma de un trapo sucio.
—Y el tuyo es el de una papa mohosa.
Ambos estallaron en carcajadas. James estaba un poco más seguro de su plan improvisado. Todo saldría bien. Solo necesitaba hablar con ella un momento. Lily no era una persona irracional. Y aunque el imbécil de Snivellus intentara pintarse como la pobre víctima desvalida, no funcionaría. Lily era la chica más inteligente que conocía; no se dejaría manipular por la actuación mediocre de ese grasiento mentiroso.
Mientras se acercaban a la enfermería, comenzaron a escuchar vestigios de una discusión. Al principio, James no reconoció las voces, hasta que se detuvieron frente a las puertas. La voz molesta de Lily le erizó la piel. Estaba discutiendo con Snivellus. Las puertas gruesas amortiguaban las palabras, así que James se apoyó en ellas para escuchar mejor. Sirius imitó el gesto.
—Le está diciendo algo sobre ser un mortífago. Teniendo en cuenta con quién está hablando, no es mentira.
—¿Puedes escucharlos? —susurró James.
—Apenas. Mi excelente oído no llega a tanto, Cornamenta.
—No hables tan alto —lo regañó.
—¿Y si entramos para escuchar mejor? Trajiste la capa, ¿no?
—Sí, pero hay un detalle: ya no tenemos trece años. No cabemos los dos debajo.
—No lo sabremos si no lo intentamos —respondió Sirius, tomando la capa y cubriéndolos con ella. Tuvieron que estar tan cerca que resultaba incómodo—. Además, ¿no tienes curiosidad?
—Tal vez ya se dio cuenta de la clase de porquería que es Snivellus —James podía sentir cómo la capa no alcanzaba a cubrir sus zapatos.
—¿Y no quieres ver su cara mientras se lo dice? —Sirius le sonrió con malicia. No tuvo que esforzarse mucho para convencerlo.
—Bien, pégate lo más que puedas a mí.
—Esa es una proposición indecente, cariño —respondió Sirius en tono sugerente.
—Solo en tus sueños. A mí me gustan las pelirrojas —respondió James, girando con cuidado el pomo de la puerta.
—Sí, claro. Sé que estás secretamente enamorado de mí.
—Lo que te deje pajearte por las noches.
Sirius casi se atragantó con su risa, pero la mano de James se posó sobre su boca como un bozal restrictivo. Con la otra, le indicó que guardara silencio, lo que, dada la naturaleza de Sirius, era mucho pedir. Años de escabullirse por esos mismos pasillos le habían enseñado cierta habilidad, pero su carácter seguía siendo tan sutil como una tormenta eléctrica.
Cuando lograron abrir la puerta lo suficiente para pasar, caminaron lentamente. Sirius no dejaba de cuchichear y James tuvo que pisarle el pie para que se callara.
—¿Por qué me pisas? —murmuró Sirius, molesto.
—Deja de hablar tanto. Me distraes.
Fue entonces cuando se dieron cuenta de que, al otro lado, la conversación había entrado en un silencio tenso. Y cuando la voz de Lily rompió el momento, James sintió cómo todo su cuerpo se ponía rígido.
Fue entonces cuando se dieron cuenta de que, al otro lado, la conversación había entrado en un silencio tenso. Y cuando la voz de Lily rompió el momento, James sintió cómo todo su cuerpo se ponía rígido.
—Sev... ¿Crees que es fácil para mí desconfiar de ti? Eres la única persona a la que le confiaría mi vida. Por eso necesito confiar en ti.
—Soy un maldito desastre… Yo lo arruiné todo. Perdóname.
James no estaba entendiendo nada. Pero lo poco que lograba captar no le estaba gustando en absoluto. ¿Qué esperaba escuchar? No lo sabía, pero definitivamente no era esto.
—No eres un desastre —dijo Lily sin siquiera mirar a Snivellus—. No quiero que sientas que te estoy lanzando todo en cara. Ese no era el punto de esta conversación.
—¿Y qué es lo que quieres? —preguntó él, con un tono de amarga resignación.
—¡Quería saber si nuestra amistad podría soportar una maldita guerra! —respondió Lily, levantando la voz—. Quería venir, mirarte a los ojos y saber si todavía eres alguien en quien puedo confiar.
James sintió cómo la rabia se extendía por sus venas. Quería gritarle que no lo hiciera, que era un mortífago y que tarde o temprano terminaría matándola. Sirius, consciente del riesgo, sostenía firmemente su brazo para evitar que saltara hacia ellos y alejara a Lily de aquella serpiente.
—¿No dirás nada? —insistió Lily, visiblemente molesta—. ¿Vengo aquí a abrir mi corazón y tú no tienes nada que decir? Eres… Eres un cobarde.
—Los cobardes viven más, Lily. Los valientes no… —respondió Snivellus con una frialdad calculada.
—Quería ver esa mirada en tu rostro —dijo ella, acercándose un poco más.
—¿De qué mirada estás hablando? —replicó él, aunque su tono apenas disimulaba cierta vulnerabilidad.
James intentaba seguir la conversación, pero nada parecía tener sentido. Todo sonaba como un mal sueño del que no podía despertar.
—Cuando te vi llorar… Y cuando te disculpaste… —continuó Lily, con la voz quebrándose ligeramente—. Me sentí como la peor persona del mundo. Sentí que tú habías dado un paso que yo no quería dar en toda esta situación...
—¿Podrías dejar de hablar como la profesora de Adivinación? —respondió Snivellus, con un intento torpe de sarcasmo.
Lily siguió hablando, pero James apenas logró captar las últimas palabras.
—…Era como verte después de mucho, mucho tiempo. Al Sev que es mi mejor amigo, y te veías como si me extrañaras. Es tonto porque nos vimos toda la mañana, y yo…
—Lily —la interrumpió Snivellus, apoyando la cabeza en su hombro—. No sabes cuánto te extrañé. No tienes la menor idea de cuánto.
La amargura se extendió por el pecho de James. ¿Quién se creía ese grasiento para merecer todas esas palabras de Lily? Su Lily. La rabia dentro de él no hizo más que crecer al verlos tan cerca, murmurándose cosas. Vio cómo Lily tomaba las manos de Snape entre las suyas, y sus miradas se cruzaban intensamente.
—Sev, estoy hablando en serio. Quiero que mejoremos las cosas. Sería la peor persona del mundo si no nos doy una oportunidad.
James no era idiota ni había nacido ayer. Esto era una reconciliación en toda regla. O quizás… ¿una confesión de amor? Tal vez Snivellus se había declarado y Lily había aceptado. No permitiría algo así, ni siquiera en sus más horribles pesadillas. Estaba a punto de quitarse la capa y gritarle a Snivellus que la soltara, pero Sirius lo retuvo con fuerza.
En el forcejeo, ambos tropezaron contra el mueble donde Madame Pomfrey guardaba sus cosas.
El mueble se tambaleó peligrosamente. La ira de James se desvaneció, transformándose en pánico visceral. Si algo se rompía, Madame Pomfrey lo mataría. Juntos lograron estabilizarlo, aunque la adrenalina hacía que le costara recuperar el aliento. Pero antes de calmarse del todo, escuchó una voz helada.
—Debí haber supuesto que estarían entrometiéndose en mis asuntos —dijo Snivellus, alzando la vista con evidente desdén.
James se quedó congelado en su lugar. Miró a Sirius a los ojos, ambos tan abiertos como los de un venado frente a un coche en marcha. Se hubiera reído, pero las siguientes palabras lo cortaron como un cuchillo.
—Por cierto, tu capa no les está cubriendo los zapatos, Potter.
Sirius me preguntó con la mirada qué haríamos. Decidí quitarnos la capa con un movimiento brusco. De todas formas, ya estaba a punto de quedar en evidencia, y no le daría el gusto de ser él quien nos descubriera.
—¿De qué estás…? —comenzó Lily, girando hacia ellos. Su rostro se llenó de incredulidad al verlos—. ¿Qué hacen ustedes aquí?
—¿Qué pasa, demasiado asustado para responder por ti mismo, Snivy? —dijo Sirius, con una sonrisa burlona.
—Completamente aterrorizado —respondió Snape, recostando la cara en su palma y cerrando los ojos—. Por suerte tengo a esta hermosa dama que me protege de grotescos animales.
El chiste barato hizo reír a Lily. ¿Desde cuándo el inútil hacía reír?
—Oh, Snape, si intentaras ser un poco más interesante, quizás alcanzarías el nivel de un chiste malo en una fiesta aburrida —soltó James con desprecio.
—Vaya, Potter. Parece que el golpe en tu cara no te hizo más ingenioso. ¿Ese fue el mejor insulto que pudiste inventar, o simplemente estás teniendo un mal día? —replicó Snivellus, manteniendo la calma.
—¿Otra vez con esto, Potter? —intervino Lily, claramente molesta—. Ya fue suficiente drama por hoy. Lárgate.
—Por eso estamos aquí, por lo de esta mañana —interrumpió Sirius con desenfado—. Quiere hablar contigo.
James intentó mirarla con razonabilidad, pero lo que obtuvo fue una mirada helada que parecía atravesarlo. Hermosa. Escalofriantemente hermosa. Solo ella podía lucir así de majestuosa cuando estaba enojada. Intentó no pensar en voz alta; no soportaría otro golpe, literal o figurado. El lado positivo, tendremos una historia muy divertida que contarle a nuestros hijos.
—Largo, Potter —dijo Lily con firmeza—. Lo que sea que quieras decir no me interesa.
—Solo quiero hablar, por favor —respondió James, esbozando una media sonrisa antes de adoptar una mirada suplicante.
Desde su lugar en la camilla, Snivellus se movió ligeramente, pero no mostró ninguna emoción. No había disgusto, rabia ni la mirada de odio visceral que siempre lanzaba cuando compartían una habitación. Estaba completamente ajeno a todo, incluso parecía desinteresado.
James no recordaba que Snivellus fuera tan buen actor. No pensó que podría fingir la mansa paloma para hacerlo quedar mal frente a Lily. Tenía que haber previsto los engaños de esa serpiente.
—Habla entonces —respondió Lily, cruzando los brazos con frialdad.
James compartió una mirada con Sirius antes de dirigirla al único Slytherin en la habitación. El mensaje era claro: quería hablar en privado con Lily, lejos de las garras grasientas y manipuladoras de Snivellus. Lily parecía entender lo que intentaba expresar; su ceja alzada y su mueca de disgusto lo dejaban claro.
—No pienso moverme de aquí. Si quieres decir algo, dilo —dijo de manera brusca.
—Bien —suspiró James, algo nervioso—. Quiero empezar diciendo que te disculpo por el golpe que me diste. Sé que esa no era tu intención.
Lily soltó un resoplido, murmurando algo parecido a "esto es increíble". Severus, que hasta ese momento no había mostrado ninguna señal de emoción, decidió que era el momento adecuado para reírse, de forma silenciosa pero intencionada. Eso encendió la furia de James, pero se contuvo. Sabía que Lily estaba lo suficientemente molesta como para no tentar más su suerte. Sin embargo, Sirius no pudo contenerse.
—¿Qué es tan gracioso, Snivy?
—No es de tu incumbencia —respondió Snape con tono monótono—, pero ya que insistes, diré que no sabes cuánto habría dado por presenciar ese momento…
Fue interrumpido por Lily, que lo cortó de manera tajante.
—No me voy a disculpar por golpearte. Y si vuelves a hacer algo como lo de hoy, un golpe en la cara será el menor de tus problemas.
Todos en la habitación quedaron en silencio, congelados, mientras miraban a Lily. James tenía los ojos desorbitados; no podía creer que ella realmente estuviera del lado de Snivellus. Sirius frunció el ceño.
James estaba desconcertado. Él y Lily habían estado más unidos últimamente. Habían hablado más, habían creado cierto vínculo. Era inconcebible que, de la noche a la mañana, ella hubiera olvidado lo que realmente era el Slytherin. Miró con resentimiento al culpable, que ahora estaba encorvado sobre sí mismo, con las manos en la cabeza.
Un grito desgarrador atravesó la enfermería. El sonido, gutural y prolongado, le heló la sangre. Provenía de Snivellus. Lily corrió hacia él, preocupada, mientras el grito se detenía abruptamente.
—¡Por Merlín, Sev! ¿Estás bien? —preguntó, tomando su rostro entre las manos—. ¿Qué te duele?
Sirius buscó la mirada de James, pero este solo podía observar con disgusto el intercambio entre Lily y Snape. Severus retiró las manos de su cara como si el contacto lo quemara y, de forma brusca, se apartó, terminando por caer al suelo desde la camilla.
Sirius buscó la mirada de James, pero este solo podía observar con disgusto el intercambio entre Lily y Snape. Severus retiró las manos de su cara como si el contacto lo quemara y, de forma brusca, se apartó, terminando por caer al suelo desde la camilla.
El golpe sorprendió a todos en la habitación. James no sabía qué hacer ni qué decir. Lily intentó acercarse, pero el ruido de pasos apresurados y el estruendo de las puertas de madera al abrirse los paralizó.
El golpe sorprendió a todos en la habitación. James no sabía qué hacer ni qué decir. Lily intentó acercarse, pero el ruido de pasos apresurados y el estruendo de las puertas de madera al abrirse los paralizó.
Madame Pomfrey entró con una autoridad que los hizo enderezarse de inmediato, excepto por Snivellus, que seguía en el suelo cubriéndose el rostro.
La enfermera recorrió la escena con la mirada y lanzó una advertencia silenciosa a Sirius y James antes de fijarse en Lily, con un claro gesto de desaprobación.
—Cuando me pidió permiso para acompañar al joven Snape en su recuperación —dijo, al tiempo que tomaba su varita y levitaba a Severus de vuelta a una cama—, asumí que entendía el concepto de tranquilidad, señorita Evans.
—Mi intención no era molestarlo, madame Pomfrey —se apresuró a explicar Lily.
—Una parte importante de una buena recuperación —continuó la enfermera sin prestarle atención— es el descanso adecuado. Mantengan sus diferencias y altercados fuera de mi enfermería. Ahora, por favor, váyanse los tres antes de que llame a su jefe de casa para informarle sobre esta interrupción de la paz de mis pacientes.
—Es un malentendido, madame Pomfrey —intentó James con su habitual carisma. Siempre funcionaba para evitar problemas graves—. Solo estábamos teniendo una conversación tranquila.
Y aunque no era del todo cierto, tampoco era una mentira. Había sido uno de los encuentros más calmados que habían tenido en mucho tiempo. Sin embargo, seguía sin entender qué había desencadenado la reacción de Snivellus.
La mirada inquisitiva de Madame Pomfrey fue suficiente para que decidieran no decir nada más. Aunque no era físicamente imponente, su carácter y su temple eran intimidantes. Había lidiado con todo tipo de casos en Hogwarts, y su estricta regla sobre no molestar a los pacientes era inquebrantable. Mientras estuvieran en su enfermería, las cosas se hacían a su manera.
—Mi paciente necesita descansar —enfatizó, cerrando las cortinas alrededor de la camilla—. Les recomiendo que vayan a sus aposentos a descansar, o a hacer lo que les plazca, antes de la hora de la cena.
—¿Puedo quedarme un poco más? —intentó Lily.
—Creo que ustedes tres ya han hecho suficiente por hoy. Mañana será otro día para resolver sus problemas.
Pomfrey los escoltó hacia la puerta. Antes de marcharse, los barrió con la mirada y murmuró algo sobre "problemas de adolescentes". Tan pronto como la enfermera se dio la vuelta, Sirius golpeó el brazo de James, instándolo a hablar. Pero antes de que pudiera hacerlo, Lily pasó junto a ellos y lo empujó con el hombro.
—¡Espera, Lily! —bloqueó su camino—. Ni siquiera hemos tenido tiempo para hablar.
—¡No me hables, Potter! Por tu culpa, madame Pomfrey me echó.
—Bueno, técnicamente hablando —intervino Sirius—, fue culpa de Snivellus por gritar como un poseído.
—Ustedes dos… —dijo Lily con rabia contenida—. ¿Habrá un día en el que dejen de molestar?
James sintió una punzada de ofensa. Nunca la había escuchado hablarle con tanta rabia.
—¿Podemos hablar? —preguntó, intentando sonar razonable.
—No, Potter. Ni ahora ni después. No quiero hablarte ni verte. —Su voz estaba cargada de frustración—. Y si vuelvo a verte haciendo algo como lo de hoy a Severus, estarás sacando pinos de tu trasero durante un año.
Con esa última advertencia, Lily los dejó solos en el pasillo. Lo único que quedó fue el eco de sus pasos y un siseo de Sirius.
—Eso suena doloroso —comentó Sirius, arrugando la nariz.
Aunque no quisieran admitirlo, aquello sonó peligrosamente como un ultimátum.