
28 de noviembre del 2000, final intercontinental: Real Madrid vs Boca Juniors.
El equipo de Carlos Bianchi no era sólo respetado, sino que temido, un equipo que parecía invencible e Intocable, un rival digno de no querer enfrentar por su grandeza y lo que imponía. Claro que eso era en América, en Europa había un gigante eterno que había creado una generación de “galácticos”, un equipo que podía competir y ganarle a cualquiera, así que llegaban con confianza.
Mala decisión, pues Boca tenía un equipo que si bien no era galáctico, tenía en sus venas sangre puramente Xeneize, una sangre de lucha perseverancia que solo quería llegar a una victoria, victoria que logró tras dos goles de Palermo y algunas atajadas magistrales de Córdoba quien solo se vió afectado una vez, y fue el único gol que recibieron.
Román, quien estaba cerca del arquero colombiano, esperando para patear la última pelota parada, gritó con fuerzas hacia el cielo cuando escuchó el silbido del árbitro, casi cae sobre el suelo de rodillas, pero vió al guardametas y decidió ir con él, prácticamente dejándose caer en sus brazos, pasando sus manos por el cabello de Oscar y escondiendo su rostro en su cuello, mientras él apoyaba sus palmas sobre su cintura.
Casi lloran, ambos se contuvieron, aunque Román dejó salir algunas lágrimas de sus ojos que cayeron en el uniforme amarillo y negro del arquero quien acabó cediendo al suelo con él, ambos de rodillas y después Román sobre Córdoba cuando se dejaron caer al suelo, gritándole por la victoria, antes de que el resto también se acercara, levantandolos para llevarlos a donde estaba la fiesta principal: con el goleador, Palermo.
Y mientras en Japón Boca celebraba su nuevo título convirtiéndose en bicampeón del mundo al ganar su segunda intercontinental, en Argentina, Pablo miraba el televisor mientras tomaba un sorbo de su mate, imaginándose treinta maneras diferentes en las que podía hacerle una escena de celos a Román mientras presenciaba a todos los compañeros de su pareja besarlo, abrazarlo, saltarle encima y entre otras cosas. El compañero de selección del arquero, quien había abrazado a Román y también su compañero de equipo, Yepes, soltó un suspiro pesado y cuando Cardetti le ofreció un mate para que tomara, se negó, pero cuando Juan Pablo apareció con una sonrisa y dos cafés, su respuesta cambió.
Claro que la sonrisa de Ángel no duró mucho mientras miraba el título que brillaba en la pantalla “Boca se consagra campeón”, eso borró todo rastro de alegría que había en el rostro del delantero colombiano, y entendía su reacción, puesto que había apostado con Ledesma dinero a que el Real Madrid le empataba a Boca y luego les ganaban en penales. La mayoría del plantel estaba más preocupado por cómo se supone que superarían el logro de su clásico rival que sonaba como algo imposible, mientras que Aimar solamente estaba pensando en cómo Román dejaba que rodearan esa cintura tan pequeña y definida que tenía, cómo dejaba que lo cargaran agarrándolo de esos muslos bien trabajados e incluso a veces hasta subían las manos hasta agarrarle el culo, dejando más recogido y ajustado su short.
Román era suyo, únicamente de su propiedad, ¿por qué tenía que soportar verlo con otros hombres que no eran nada suyo? ¿Por qué se permitía ser tan cariñoso? Incluso estaba abrazado llorando con Martín, eso lo ofendía más teniendo en cuenta de que siempre tenía que aguantar cuando se veía con Román después de que llegara de entrenar, sus quejas de peleas que tenía con Palermo, ¿y justo en ese momento se tenía que dejar abrazar y tocar así del rubio? Claro que en un punto lo hicieron salir de sus pensamientos, Saviola le tocaba el hombro y luego le señaló a Ortega quien aparentemente le estaba hablando.
“Che, Pablito, ¿todo bien? Estás re en otra, hermano.” Le dijo el ‘burrito’ Ortega, ganándose su atención completa, pero se limitó a asentir en vez de contestar con palabras, se giró nuevamente hacia el frente para tomar el control y apagar el televisor. “Sé que te enoja que gane Boca, pero pará Pablito, el resto queremos ver la premiación”
“¿Ver la premiación? ¿Ver cómo le dan ese premio a esos negros culiaos? Dejá, me cansé de esto por hoy, mejor piensen que tenemos que nuestro próximo partido es contra ese “súper equipo”, ojalá el fanatismo no haga que regalen algunos goles.” Musitó irritado Aimar, antes de levantarse y dirigirse lejos de allí.
Salió del River camp, no tenía ganas de seguir escuchando a sus amigos, no cuando tenía en su mente pensado cómo llamar a Román, objetivo que iba a ser difícil teniendo en cuenta que de por sí las llamadas eran caras, ahora si era internacional era peor, mucho peor. Claro que podía esperar, no iba a mostrarse desesperado, pero Román la pagaría cara cuando llegara porque NADIE fuera de Pablo podía tocarlo así.
Semanas después, el plantel de Boca Juniors había vuelta a Ezeiza, la fiesta fue inmensa, tanto que incluso Pablo quien se estaba quedando en la casa de Román se vió afectado por el ruido que generaban los hinchas Xeneizes. Juan aún no había regresado, probablemente estaba en casa de Guillermo, o de Córdoba, quizá Bermúdez, incluso podía estar con Martín aunque dudaba que el rubio lo dejara quedarse con él teniendo en cuenta que “se odiaban” o eso decía Román, porque solamente había visto cómo estaban de pegados en las transmisiones.
Finalmente, los días de espera terminaron, la puerta se abrió y un Román alegre se dejó ver, Aimar quien estaba en el sofá, mirando a un televisor con la pantalla totalmente en negro, con los brazos cruzados ignorando la llegada de Riquelme. Aunque claro que lo había notado, claro que sabía que era Román quien había entrado, era su casa y nadie más aparte de Pablo y él tenían la llave, pero no quería verse tan accesible.
El 10 de Boca avanzó por la casa, dejando su maleta en la entrada, retirando tanto sus zapatos como si camiseta y tirándola por allí, para dirigirse directamente a donde estaba Pablo, agachándose a dejar un beso en su mejilla, o al menos esa fue su idea porque Aimar se quitó y puso una mano sobre sus labios para alejarlo.
“Andá a besar a Córdoba, total te veías re complicado de abrazarlo.” Musitó el de River, levantándose para alejarse lo más posible de Román.
“Dale, amor, no te podés enojar por eso. Es mi amigo Oscar, no hay nada más y vos lo sabés.” Insistió el Xeneize, yendo detrás del bajito quien caminaba sin mirar atrás hacia la habitación, claramente entendía el papel de ofendido de Pablo, se lo hacía seguido como escena de celos, a final alguno de los dos terminaba perdiendo la paciencia y simplemente agarraba al otro, lo besaba con fuerza y terminaban teniendo un sexo que podía rozar lo salvaje. Ya era una rutina, una rutina que justamente no podían tener antes de un partido importante, pero claro que Román no esperaba que literalmente el de River se encerrara, sin dejarlo entrar. “Pablo, abrime”
Lo dijo una y otra vez, tocaba la puerta, pero nada, tenía seguro. No iba a insistir, tenía un partido al día siguiente, un superclásico que estaba seguro que iban a ganar, pero desgastarse en ese momento iba a terminar podría afectar su rendimiento y si ese era el plan de su pareja, no se lo permitiría.
Fue a acostarse en el sofá, sin molestarse en quitarse el short, iba a ser la única prenda que le diera calor era noche, pero era la que necesitaba, al menos así iba a poder dormir un poco. Ya después del partido se encargaría de Aimar, porque nunca se hablaban por la mañana antes de un superclásico, y con la reacción de Pablo la noche anterior la preparación mental se la rivalidad había empezado incluso anticipadamente y no tenía miedo del bajito, no cuando acababa de ser campeón del mundo.
No tenían nada que temer los Xeneizes.
La Bombonera, candente, el ruido te quemaba los oídos al punto de ser molesto para los rivales, pero glorioso para los que vestían la azul y oro. La novela estaba arriba, acababan de ganarle al Real Madrid y su encuentro más inmediato era un superclásico, la clara superioridad anímica era evidente, pero los de River no bajaban la cabeza aunque la derrota era casi inminente, más que todo en ese estadio se estaba volviendo un calvario a su alrededor.
La calentura entre ambos equipos estaba igual que siempre, pero había una calentura aparte que Pablo sabía de dónde venía, había escuchado a Román en el sofá hablando con Guillermo sobre Macri, estaba más que molesto y sabían que Román enojado con el dirigente y de por sí en un superclásico que era caliente y le sacaba su máximo, era un peligro y lo fue.
Boca salió primero, estaba en la comodidad de su casa así que simplemente se tomaron su tiempo, salieron todos en desorden, simplemente con la emoción de querer ver a su gente, aplaudían y cantaban con ellos, mientras comenzaban a ubicarse esperando la salida de River. Cuando las ‘gallinas’ salieron, el estadio silbó, la bandeja que tenía los hinchas visitantes gritaba para alentarlos, pero fuera de la disputa entre hinchadas había una disputa fuerte en cancha que se notaba en el ambiente y entre los compañeros, los de Boca miraban a Román siguiendo la mirada intensa de Aimar, mientras que Riquelme simplemente miraba hacia las gradas, aplaudiendo aún a la hinchada, fingiendo que no sentía la mirada asesina de Pablo sobre él.
Hicieron todo el protocolo, en medio de la cancha se vió la gallina correr, haciendo reír a los jugadores Xeneizes, era una chicana divertida la de sus hinchas hacia el equipo rival, pero no tenían tiempo y en el instante que se formaron y el árbitro pitó, Román pasó la pelota hacia atrás, donde estaba el capitán Mauricio Serna, quien compartió la pelota con Ibarra, comenzando un toqueteo entre todos los jugadores, hasta que volvió a llegar a Riquelme quien ponía a correr a Guillermo.
Esa jugada se repitió varias veces, pero no fue letal, no fue letal hasta que Boca consiguió nuevamente un tiro libre, la distancia era inmensa, pero todos eran conscientes de quién era el pateador: Juan Román. El mismo que tenía una precisión increíble con la pelota y como esperaban, se la puso servida a Jorge quien intentó una tijera, que rebotó contra los defensores de River, pero para su suerte, le quedó a Guillermo quien definió con fuerza y marcó el 1 - 0 que estalló la Bombonera.
La celebración hizo que Aimar sintiera su sangre arder, Román se tiraba encima de Guillermo, beso en su mejilla, luego no pudo ver más porque el resto de jugadores los imitaron y cubrieron la vista de Pablo, quien simplemente buscó la pelota para dársela a su arquero, luego fue directo a donde Cardetti y Cuevas, les dijo que como fuera tenían que meter gol, no se iba a permitir perder. Y tal como prometió, lo cumplió, casi gritando el gol de Cuevas con asistencia de Cardetti que se dió por su tiro libre en la cara de Román, quien cambió su sonrisa por una mueca, pero luego intentó subirle el ánimo a su equipo y arquero quien no había tenido nada para hacer en el momento de tapar el rebote, tal como el gol que habían hecho muchos minutos atrás.
El partido terminó empatado, el calor se sintió en las dos entradas a vestuario, pero en la última, después de que las cámaras dejaron de enfocarlos, Aimar buscó a Román, tomó su mano y el Xeneize lo miró con confusión en su rostro, más que todo porque ninguno de River había entrado al vestuario, simplemente dejaron pasar a Pablo junto al 10 de Boca, quien avanzaba bajo la vista de sus compañeros quienes intentaban pedirle explicaciones de qué pasaba, preguntas que Román no pudo responder porque Pablo lo jaló al vestuario de River, cerró la puerta y ambos se miraron. El bajito se quitó la camiseta y miró a Riquelme esperando a que siguiera su ejemplo, cosa que al final el bostero hizo, sin preguntar demasiado, pero Aimar decidió explicar.
“No quiero estar enojado con vos, entonces vamos a dejar la ropa acá, nos vamos a ir a duchas y vamos a coger para sacarnos la bronca, ¿claro?” El morocho solamente asintió, con una sonrisa ahora en su rostro, pero dudó para sacarse el short, señalando afuera, gesto que Pablo entendió. “Se llegan a llevar la ropa ya ellos saben lo que les va a pasar, cálmate, yo los tengo controlados”
“Pablito, ¿qué les dijiste?” Cuestionó Román, terminado por sacarse por fin su ropa, la cual dobló y la puso al lado de donde la había dejado Pablo. “¿No los amenazaste o sí?
“Y obvio que los amenacé, me ayudó Juan Pablo en eso.” El 10 de Boca tan solo sonrió y emprendió camino a las duchas siendo seguido por el bajito, quien cerró la puerta no sin antes silbar para que el resto supiera que ya podía entrar a sacar sus cosas. “No podemos hacer ruido por aproximadamente cuatro minutos, ¿podés hacerlo?”
Eso sonó como un reto, sí, Pablo estaba retando a Juan Román quien tenía el orgullo demasiado alto como para dejarse del jugador de River. Así que asintió con una sonrisa triunfante, iba a hacer que Aimar sea el que sufra por no poder hacer ruido.
“Dale enano, le gané una final al Real Madrid, no hacer ruido es un juego para niños a este punto.” Burló el Xeneize, haciendo que el jugador del equipo millonario rodara los ojos.
El más bajo ya cansado de la actitud de Román, subió una de sus manos hasta la nuca ajena y lo acercó a él, comenzando un beso duro, sensual, pero agresivo. Uno que descargaba todos sus celos transformados en rabia que salían en forma de excitación. La otra mano bajó por el abdomen ajeno, así hasta llegar al pene de Riquelme el cual comenzó a acariciar para buscar que que endureciera, siendo lento y tortuoso con su trabajo y aprovechando el mismo tiempo la cercanía para rozar su erección contra el cuerpo del 10 de Boca, estimulandose a sí mismo negándose a separarse del beso, decisión que Román compartió.
Ambos jadeaban en medio del beso, sus bocas chocaban en un ritmo erótico y las manos de Román no tardaron en también comenzar a recorrer el cuerpo ajeno, bajando hasta sus glúteos y sin querer perder tiempo buscó el anillo de músculos de Pablo, tanteando la zona e ingresando un dedo sorprendiéndose con la facilidad en la que entró, cosa que lo obligó a separarse del beso.
“Me preparé antes del partido, me agradeces luego.” Murmuró Pablo, pero lo único que consiguió fue una risa de Riquelme quien ingresó el segundo dedo, con igual facilidad y comenzó a moverlos habilidosamente en el interior ajeno, arrancándole algunos gemidos, gemidos que se juntaron entre sí porque Pablo también aumentó la velocidad de su mano sobre el falo de Román.
“Estabas preparado para que te rompa el orto, me encantas tanto, gallinita.” Ese comentario descolocó a Aimar quien fue a presionar con fuerza el pene ajeno, cubriendo el glande sensible con su dedo como forma de tortura, obligando a Román a sacar los dedos de su interior y por consiguiente, alejarse un poco. “Entendido el mensaje, soltame.”
Y el de River lo hizo, para luego llevarlo directamente a uno de los cubículos, Román conocía más ese lugar, pues básicamente la Bombonera era donde pasaba más tiempo que en cualquier otra parte, entonces fue cuando pensó en lo lógico: la de discapacitados. Siempre había una al final, esa ducha tenía un banquillo y lo usaban a veces los jugadores que volvían de una lesión o simplemente estaban cansados ese día como para ducharse parados, así que llevó a la gallina a tal cubículo.
Al entrar, Riquelme fue directo al banquillo y palmeó sus piernas, indicándole a Pablo que subiera, algo a lo que el bajito no se negó, pues también necesitaba a Román si era sincero y no quería perder más tiempo.
“Prométeme que después de esto, no te vas a volver a dejar tocar así por tus compañeros.” Murmuró el de River cuando se subió a horcajadas sobre el 10 de Boca, dejándolo confundido. “La foto con Córdoba, fue portada en todos los diarios. No dejes que ese colombiano puto te toque de nuevo.”
Esa fue la última exigencia de Aimar antes de autopenetrarse con el pene con el pene ajeno, gimiendo cuando lo tuvo todo adentro, llenándolo de manera exquisita.
“Lo que te extrañé.” Se dijeron al unísono, antes de besarse, las manos de Roma fueron a la cintura de Pablo y los movimientos comenzaron a ser controlados en cuanto a ritmo por el 10 de Boca, quien disfrutaba como nunca ese momento, esperó demasiado para llegar allí.
Porque ganarle una final al Real Madrid era bueno, daba gloria, pero tener a Pablo Aimar encima suyo, enterrar su pija en la entrada ajena, estar conectado íntimamente con él era La gloria, porque no había nada más increíble en este mundo que él.
Las manos del 10 de River se aferraban a la espalda de Román, mientras este apretaba sus caderas, moviéndolo a su antojo al menos con una sola mano, pues la otra fue a estimular el pene ajeno, el cual estaba sensible. Pablo gemía en medio del beso, teniendo que separarse un poco por aire, momento en el que Román aprovechó para morder su labio y después soltarlo, pasando a besar su mandíbula y cuello, lugar donde dejó algunas marcas.
“Si te preguntan, fueron golpes del partido.” Sugirió Román al pobre jugador del millonario que se deshacía cada vez más y más en gemidos por la estimulación que estaba teniendo. Y fue peor cuando el bostero comenzó a moverse con fuerza, penetrando a un ritmo rápido y en la posición perfecta, logrando complacer al máximo a Pablo.
Porque Román lo conocía mejor que nadie. Razón por la cual, no podían separarse el uno del otro, se complementaban, se complacían y se entendían a la perfección.
Las embestidas siguieron, profundas, certeras, llevándolos a ambos tras un par de segundos al máximo, culminando los dos al tiempo, Román en el interior de Pablo y Pablo en el abdomen y mano de Román.
“Se supone que estaba enojado con vos.” Susurró Pablo cuando dejó caer su cabeza en el hombro de Román.
“Espero que esto baje un poco tu enojo.” Mencionó el Xeneize antes de dejar un beso en su coronilla, acariciando con su mano limpia el cuerpo ajeno. “Te amo”