
Capitulo 2 - El comienzo
Draco Malfoy
21 de enero, 2002.
El tiempo pasa con una lentitud que resulta asfixiante, un sentimiento que Draco apenas puede tolerar, le molesta, pero le molesta aún más no poder hacer nada para evitar la situación. Los eventos sociales organizados por su padre después de la guerra son en sus palabras insoportables, repletos de falsedad, de sonrisas y emociones fingidas, una velada que no deja más que un sentimiento de vacío. Lucius insiste en mantener las viejas costumbres, en recordar al mundo la familia que alguna vez fueron y que, a pesar de lo malo, pretenden seguir siendo, el problema es que Draco ya no es el joven arrogante y vanidoso que ansiaba encajar en esos círculos, ahora le aburre profundamente.
Si algo ayuda a empeorar la noche es sentirse incómodo con su apariencia, otra cosa también cortesía de su padre. Está vestido de rojo, un color que detesta, pero Lucius ha insistido en que es parte de la nueva tendencia, pero él lo ve como algo de poco sentido, siempre fiel a los tonos oscuros y sobrios. Mientras observa su imagen en uno de los espejos del salón, no puede evitar sentir que es un extraño en su propia casa, un prisionero de las expectativas ajenas.
Sonreír y estrechar manos es una rutina que ya conoce, cada expresión cordial un protocolo, nada real, todo un acto de apariencias. La mayoría de los presentes son viejas familias sangre pura o altos funcionarios del Ministerio, acompañados por periodistas de diarios importantes.
Luego de algunas horas es posible una escapada al jardín, respirando hondo al sentir el aire fresco acariciar su rostro, la soledad que encuentra allí le ofrece alivio, un descanso de aquella opresión. Fiel a su buena suerte, todo cambia pasados solo pocos minutos al distinguir el claro sonido de pisadas, alguien se acerca y frunce el ceño con molestia, esa zona es un rincón apartado que los invitados no deberían visitar, por lo que decide esperar y descubrir quién es el intruso.
Entonces, la figura de Harry Potter aparece bajo la luz de la luna.
La sorpresa lo invade, Draco lo mira de arriba abajo, observando su respiración agitada y su expresión tensa, casi molesta. ¿Qué hace Potter allí?
El chico se detiene de forma abrupta al percatarse de la presencia de Draco, da la impresión de que una corriente helada le hubiera recorrido de pies a cabeza. Sus ojos se entrecierran ligeramente y su expresión cambia, adopta una posición defensiva, como si estuviera listo para una pelea.
—Malfoy —saluda Potter, su voz controlada, sin parecer muy sorprendido.
—Potter.
— ¿Qué haces aquí?
La pregunta va acompañada de una mirada desafiante que parece retar a Draco a justificarse, este levanta una ceja, permitiendo que una mueca divertida se forme en sus labios.
—Potter no se si tantas maldiciones te han hecho perder la cabeza, pero estás en mi casa.
Por un instante Potter parece sorprendido, como si las palabras de Draco lo hubieran desarmado, incluso un leve rubor asoma en sus mejillas, un detalle casi imperceptible que Draco no deja pasar, ver a Potter titubear así, con una pequeña grieta en su armadura de seguridad, le provoca una leve sonrisa, una mezcla de diversión y satisfacción.
—Así que supongo que soy yo quien debería hacer esa pregunta, Potter. ¿Qué haces tú aquí?
Hay cierta duda en sus ojos, como si estuviera debatiendo si es una conversación que vale la pena o simplemente dar una excusa e irse, finalmente se decanta por la primera opción.
— ¿Honestamente?
—No esperaría otra cosa del salvador del mundo mágico.
—Los eventos llenos de personas pretenciosas que fingen ser lo que no son, están lejos de ser mi estilo, solo vine porque Kingsley me lo pidió.
Lo admite con sinceridad, su tono sin rastro de pretensión, algo que Draco sin duda no esperaba, lo que ocasiona que se quede sin palabras, cosa que Potter es capaz de notar, aunque no dice nada. Recuperándose rápidamente, Draco deja escapar una risa baja y burlona.
— ¿Huyendo de la multitud, Potter? Vaya, eso sí que es irónico, considerando que todo el mundo te persigue para adorarte.
—Algunos de nosotros hemos tenido suficiente de los halagos, Malfoy. —El comentario no sale con veneno y Draco percibe el cansancio en sus ojos.
— ¿Por qué viniste aquí en lugar de irte a tu casa? —Draco tampoco lo dice con mala intención, es curiosidad genuina.
—Ginny me acompaña —aclara Potter con una sonrisa forzada—, pero cuando le dije que quería irme, se molestó. Me hizo prometer que me quedaría más tiempo. Así que aquí estoy, cumpliendo.
—La vi contigo. Ella parecía bastante feliz.
—Sí, a ella le encanta todo esto —la forma en que pronuncia las palabras deja ver la resignación ante ese hecho.
Es la primera vez que Draco escucha algo tan genuino salir de sus labios, de hecho es la primera vez que tienen una conversación donde no están intentando hechizarse mutuamente. Draco recuerda cómo la chica Weasley se esforzaba por socializar, buscando encajar en el ambiente refinado y elitista de la sociedad mágica, mientras Harry permanecía a su lado sin mostrar mucho.
—No entiendo por qué vienes, entonces. Si tanto lo detestas, simplemente deberías evitarlo —murmura Draco, sin ocultar su confusión.
—Ojalá fuera tan fácil.
Permanece en silencio, pero los ojos de Potter se encuentran con los suyos y es como si un hechizo los atrapara, sus miradas parecen decirse muchas cosas, cosas que ninguno de los dos entiende. Draco nota algo que antes había pasado por alto, los ojos verdes de Potter brillan bajo la tenue luz del jardín, un verde intenso que le resulta inusualmente hipnótico y se siente en la necesidad de hablar para evitar seguir viéndolo.
—Tal vez deberías reconsiderar con quién sales.
Él no responde y eso lo desconcierta. Normalmente, el Gryffindor hubiera replicado de inmediato, con su característico arrobo, listo para defender, pero no, en su lugar lanza una pregunta.
—Tú también te escondes. ¿De qué Malfoy?
— ¿De qué podría querer esconderme? —intenta sonar despreocupado, pero hay algo en su tono, una nota de evasión que incluso él nota.
—No lo sé —admite en voz baja—Cualquiera pensaría que disfrutas de estos eventos.
— ¿Disfrutarlo? —replica, como si la misma idea fuera absurda—. No me malinterpretes, Potter, he crecido entre este tipo de eventos y, sí, sé cómo moverme en ellos. Pero... bueno, disfrutar es una palabra demasiado fuerte. —Se encoge de hombros, casi sorprendido de estar revelando algo tan honesto—. A veces siento que todo esto es... una representación, ¿sabes? Gente que no se soporta pretendiendo ser amigos solo para ganar un poco más de influencia.
—Sí, lo entiendo. Supongo que, después de todo, no somos tan diferentes.
Y nuevamente silencio, pero es diferente, Draco traga con dificultad sin poder evitar que su respiración se haya vuelto más errática. Todo su cuerpo parece reaccionar de manera inesperada, como si estuviera comenzando a perder el control sobre sí mismo, ahora una atracción insólita crece dentro su cuerpo, algo que es confuso.
Los labios de Potter están a solo unos pasos de él, cerca, tan cerca que podría alcanzarlos sin esfuerzo alguno, y esa cercanía es... tentadora. Nunca antes se había fijado en esos labios, pero en ese momento, parecen estar casi brillando, invitantes, como si estuvieran diciéndole que se acerque, que lo toque, que cruce la línea que siempre ha mantenido entre ellos.
Desconcertado, decide que lo mejor es alejarse antes de ceder a ese impulso irracional.
—Potter, ha sido interesante hablar contigo, pero debería regresar —dice Draco cortante, una clara señal de despedida.
—Adiós, Malfoy.
—Y no te preocupes, no le diré a nadie que el gran héroe se esconde en el jardín.
—Lo agradecería.
Draco le sostiene la mirada un segundo más de lo necesario, buscando en el rostro de Potter una razón para quedarse, una señal, cualquier indicio de que esta conversación ha significado algo más para ambos. Potter no añade nada y Draco siente alivio cuando se da la vuelta y empieza a caminar hacia la mansión.
Antes de dar muchos pasos, una mano firme se posa sobre su hombro, el contacto es extraño, un estremecimiento recorre su columna cuando se gira y ve a Potter, tan cerca de él que puede sentir la calidez de su respiración. Está ahí, a tan solo unos centímetros y algo en la intensidad de la cercanía hace que la tensión en el aire se vuelva casi insoportable.
Potter se ve nervioso, su mirada vacila brevemente antes de que sus ojos se fijen en los de Draco. Un silencio incómodo se extiende entre ellos y Draco nota cómo Potter muerde su labio, una señal clara de indecisión. Y allí está de nuevo el impulso irracional de acercarse más, de acortar la distancia que los separa.
— ¿Sí? —Trata de mantener la compostura, la voz firme, como si todo esto fuera una distracción sin importancia.
—Yo... —Potter tiene dificultades para encontrar las palabras y unos segundos después Draco entiende la razón—. Quería disculparme por lo del baño... lo de sexto año. No sabía lo que el hechizo haría.
Draco siente un nudo en el estómago al escuchar eso, la sorpresa lo golpea con fuerza y no sabe qué responder. La disculpa de Harry es inesperada, habían pasado años desde aquel momento, y, al final, lo que sucedió en sexto año era solo un vestigio de una enemistad que parecía haber definido toda su vida en Hogwarts.
—Eso fue hace mucho tiempo, Potter —responde, intentando mantener su distancia emocional, como si no le importara lo más mínimo.
—Lo sé —responde Harry, su voz baja, como si quisiera darle más peso a lo que acaba de decir—. Solo quería que lo supieras.
¿Por qué ahora? ¿Por qué después de todo este tiempo? No sabe cómo reaccionar y la incomodidad lo envuelve por completo. La idea de una disculpa genuina de Potter es algo que nunca había anticipado; el hechizo, las palabras, la humillación, las cicatrices que eran su recordatorio privado y permanente.
Sabe que debería rechazarlo, pero, de alguna manera las palabras se sienten más pesadas, no puede simplemente mandarlo al carajo y seguir adelante, así que Draco se esfuerza por no mostrar sus dudas, aunque su pulso se acelera, su respiración se vuelve más profunda y el corazón le late con fuerza en el pecho.
—Está bien, Potter —decide no luchar contra eso—. Es pasado.
Pero al decirlo, no puede evitar preguntarse si, en algún rincón de su mente, las palabras de Potter han abierto algo más que solo un recordatorio de viejos tiempos. La distancia que había creído haber mantenido entre ellos parece haberse reducido y no sabe si eso lo desconcierta o lo inquieta aún más.
El ambiente es magnético y quiere retroceder, quiere escapar, pero algo lo retiene, se da cuenta de que no es Potter quien se está acercando, sino él mismo, arrastrado por el magnetismo inexplicable de ese instante.
Están tan cerca que Draco apenas puede pensar. La lógica le dice que esto podría acabar mal, que es un error, que Potter retrocederá en cualquier momento... pero él no se mueve, al contrario lo mira, confuso, como si intentara descifrar lo que pasa entre ambos.
—Malfoy... ¿Qué haces?
La curiosidad en su voz, la forma en que lo dice solo consigue aumentar las ganas de Draco, su control se desmorona.
—No lo sé.
Antes de que Draco pueda detenerse, antes de que pueda recapacitar sobre lo que está a punto de hacer, algo lo impulsa a dar ese paso definitivo. Cierra el espacio entre ellos y, sin pensarlo más, sus labios se encuentran con los de Potter. Al principio, el beso es torpe, incierto, como si ambos estuvieran explorando un terreno completamente desconocido, un espacio donde todo es nuevo y desconcertante. Las manos de Draco se tensan, se sienten incómodas y sus labios no terminan de encontrar el ritmo, como si el mundo entero se hubiera detenido para observarlos.
Pero, en medio de la confusión, hay algo que cambia. En un suspiro compartido, como si una señal se hubiera activado en ambos, crece una conexión que no pueden explicar pero que se siente profundamente. Los labios de Harry se mueven con una suavidad que sorprende a Draco, como si estuvieran sincronizándose, como si este beso hubiese estado esperando su momento en silencio, aguardando el instante adecuado para hacerse realidad. Y, al darse cuenta de esto, Draco siente cómo sus propios labios responden con una urgencia que no sabía que podía tener.
El contacto se vuelve más fluido, los dedos de Draco encuentran el cuello de Potter, tocando la piel caliente y una ola de calor lo invade, como si todo su cuerpo estuviera reaccionando a la cercanía, a la intensidad de lo que está sucediendo. La respiración de ambos se entrecorta, el aire mismo es insuficiente para soportar el creciente vínculo entre ellos.
A Draco le invade el miedo, pero no puede detenerse, es la forma en que Potter lo besa lo que permite que la pasión reprimida finalmente encuentre una salida, lo que hace se pierda por completo. El miedo a lo que significará después, a las consecuencias, se desvanece ante la necesidad de más, de seguir explorando esa conexión, esa química que ha estado tan latente entre ellos durante tanto tiempo.
Cuando sus labios finalmente se separan, ambos se quedan allí, respirando entrecortadamente, los ojos cerrados, como si el mundo a su alrededor hubiera desaparecido. El silencio que sigue al beso está cargado de dudas, una emoción que ninguno de los dos sabe cómo manejar, pero que los envuelve con una fuerza inesperada. Y aunque Draco no lo admite en voz alta, sabe que ese beso ha cambiado algo entre ellos, algo que ya no puede deshacer.
Los ojos verdes buscan una respuesta y Draco intenta recordar por qué eso debería ser un error: Potter tiene una relación y él mismo ha sido criado en un mundo donde no sería aceptado, pero todas las advertencias y dudas quedan en segundo plano cuando se pierde en esos ojos.
Con una decisión repentina, ignora todas las reglas, las mismas que nunca ha seguido del todo. Vuelve a inclinarse y toma a Potter por la nuca, besándolo con más intensidad y para su suerte, Potter responde sin contenerme, un beso que se vuelve exigente y posesivo, un beso que toma y reclama, que los deja a ambos sin aliento.
—Bueno, no creas que esto cambia algo, Potter —dice en voz baja al poder hablar—. Sigo sin soportarte... solo que, tal vez, hoy no tanto.
Potter ríe, una risa auténtica que hace eco en la oscuridad del jardín.
—Tranquilo, Malfoy. Es mutuo.
+++
Draco Malfoy
18 de noviembre, 2002.
Espera la fecha marcada en el calendario con un poco de ansiedad, por más que lo intenta no deja ver todas las cosas que podrían salir mal, pero lo vale, es una posibilidad de soltar las cadenas invisibles que lo han atado toda su vida.
Todo está casi listo para la boda, esa ceremonia pomposa y excesiva que, dicen los titulares, será la boda del siglo, el 16 de diciembre, un día de invierno en la mansión Malfoy. Insistió por varios días en que no quería la boda en la mansión, pero eso no importó, nunca ha importado. La última palabra siempre la tiene su padre.
La muerte de Harry cambió los planes; retrasó la fecha, primero por respeto, después... por conveniencia. Finalmente, alguien decidió que una gran fiesta era la mejor manera de "traer alegría" al mundo mágico. Draco no puede evitar sentir el desprecio en su pecho, un desprecio profundo hacia aquellos que pretenden olvidar con una fiesta y unos cuantos brindis lo que Harry hizo por todos. Es una crueldad oculta bajo capas de hipocresía, esa misma hipocresía que vio en los rostros de quienes asistieron a las conmemoraciones de Harry. Todos recuerdan a un héroe, a un símbolo... Draco solo piensa que el mundo le falló una vez más a alguien que dio su vida por ellos.
Esa noche, solo en su habitación, decide hacer una pausa para repasar lo que llevará con él a su nueva vida. A simple vista, su habitación está llena de posesiones: cada objeto, cada túnica cuidadosamente guardada en su enorme closet, parece una prueba del lujoso peso de su linaje. Uno a uno, examina los objetos, buscando algo que le pertenezca, algo que no haya sido impuesto o regalado con una intención oculta, mientras rebusca, sus dedos alcanzan un rincón en el fondo del clóset, donde encuentra su antiguo uniforme de Quidditch y el recuerdo lo golpea de lleno
Quidditch fue más que un deporte. Fue libertad. Era apenas un niño cuando le regalaron su primera escoba, y aunque Lucius rara vez le daban algo sin razón, esa escoba fue un obsequio que sí le perteneció. Cuando volaba, sentía que podía escapar, que el cielo era un refugio donde nadie podía alcanzarlo, de todas las posiciones, él había querido ser guardián, proteger en lugar de atacar, pero entonces apareció Potter, y con él, la necesidad —o la obligación— de competir. Se convirtió en buscador, un rival constante, aunque en el fondo sabía que no lo hacía por él. Lo hacía por el peso de las expectativas, por demostrar que era capaz. Y nunca ganó. Nunca atrapó esa condenada snitch antes que Potter.
Un suspiro se escapa antes de que una voz suave lo saque de sus pensamientos.
—El pasado es mejor en el pasado, Draco —es la voz de su madre, que lo observa con esa mirada tierna que Draco solo puede ver en privado.
—Lo sé, madre.
Ella se acerca suavemente, observando el uniforme de quidditch que Draco sostiene entre sus manos, sus dedos trazando el logo de Slytherin con cuidado, como si quisiera absorber la esencia de esos días pasados. Su mirada es cálida y sus ojos azules se posan en él con una mezcla de comprensión y tristeza.
—A veces me pregunto cuánto sacrificaste por tratar de cumplir las expectativas de tu padre —comenta con una voz apenas audible, pero Draco la escucha con claridad.
—No solo las suyas... También las mías.
Narcissa asiente, acercándose y posando una mano en su hombro.
—Eras un niño, Draco. No es fácil crecer en la sombra de una familia que te demanda tanto y mucho menos durante tiempos tan oscuros.
Draco suspira, sin atreverse a mirar a su madre directamente, es el momento de sacar todo, es consciente que más adelante no podrá hacerlo.
—Siempre pensé que, si lograba destacarme, si era el mejor buscador, si ganaba al chico que todos admiraban, entonces... entonces sería suficiente. Pero ahora me doy cuenta de que no tiene sentido. La vida no es una competencia y todas esas cosas quedaron atrás.
—Y eso es nuestra culpa. Te criamos para pensar que el valor de alguien está en lo que logra, en el poder que posee... Pero, Draco, hay muchas formas de ser valioso y lo que realmente importa es cómo elijas vivir ahora.
Las palabras están en la punta de su lengua, quiere decirlo, contarle lo que ha hecho, la culpa que le atormenta el alma, pero no puede, la confesión se atora en su garganta y no puede salir.
Para su fortuna, Narcissa habla primero.
—Si pudiera, cambiaría muchas cosas para ti. No me enorgullece todo lo que hicimos, ni lo que soportaste. A veces siento que, como madre, no fui suficiente para protegerte de los errores de nuestra familia.
Sacude la cabeza y toma la mano de su madre, mirándola con sinceridad.
—Madre, fuiste la única que siempre estuvo allí, incluso cuando las cosas se complicaron. No tienes nada de qué disculparte. Si no fuera por ti, no sé si hubiera tenido la fuerza para llegar hasta aquí.
Ella tiene lágrimas en sus ojos y Draco odia verlo.
—Eres mucho más fuerte de lo que crees, Draco. Esta boda... sé que no es lo que deseas, que preferirías algo distinto. No estás obligado a seguir las órdenes de tu padre, no esta vez. Quiero que sepas que, si en algún momento decides que no es lo que deseas... no tienes que hacerlo, tienes la libertad de decir que no.
Pero si está obligado, porque aunque las palabras de su madre le calientan el corazón, no son las realmente pesan en su vida y Lucius preferiría verlo muerto antes de cancelar la boda.
—En teoría, esto debería ser lo que cualquier otra persona consideraría un logro: una vida estable, una pareja, una familia en el futuro.
—No importa lo que el mundo piense ni lo que tu padre desee; tienes derecho a tomar tus propias decisiones, si hay algo que aprendí a lo largo de los años, es que vivir una vida basada en las expectativas de otros puede dejarte vacío. Si tienes alguna duda, si en tu corazón sientes que esto no es lo que deseas, debes decir que no.
— ¿Y si me equivoco?
—Si decides vivir de acuerdo con tus propios deseos, entonces no habrás cometido ningún error. Puede que tu padre no lo entienda, pero yo estaré aquí, apoyándote —ella hace una pausa buscando la mirada de Draco—. Tú eres mi hijo, y no necesito que cumplas ninguna expectativa para estar orgullosa de ti.
Cierra los ojos un momento, asimilando sus palabras. Le duele, pero lo tiene que hacer, será necesario.
—Gracias, Madre.
Narcissa se queda en silencio un instante, mirándolo con una intensidad que le resulta extrañamente reconfortante. Cuando Draco piensa que se va a retirar, su madre se acerca y, para su sorpresa, deposita un beso suave en su frente. Es un gesto casi desconocido para él, una muestra de cariño que rompe con la frialdad que siempre ha reinado en la mansión.
—Baja a cenar, tu padre nos espera.
Asiente y se dispone a bajar a cenar, pero al girar, algo fuera de lugar llama su atención. Entre la perfecta simetría de túnicas y trajes, una camisa de un rojo oscuro casi se esconde en el fondo del armario. Es una prenda que desentona con todo lo demás y por eso mismo le despierta un recuerdo vívido, una memoria clara y única, ligada inevitablemente a Harry Potter. La observa unos segundos, sintiendo cómo una mezcla de nostalgia y algo más se apodera de él.
Con un suspiro, deja atrás el recuerdo y sale de la habitación. Mientras camina por el pasillo hacia el comedor, sus ojos se detienen en las paredes, en los detalles de la mansión que conoce tan bien. Cada tramo, cada recoveco, está cargado de historias, algunas tristes, otras más dulces; recuerdos de una infancia que, a pesar de todo, tuvo momentos buenos. No puede negar que extrañará la mansión, para bien o para mal, ha sido su hogar, el lugar donde se forjaron las partes de sí mismo que ahora carga con peso y orgullo.
Sabe que la mudanza es inminente. Una semana antes de la boda, los elfos trasladarán sus pertenencias. Todo se llevará de la mansión, esa estructura imponente a las afueras de Londres, majestuosa y fría, la máxima expresión de lo mejor y peor de los Malfoy.
No se imagina viviendo en ese lugar.