La dama que quería ser libre

Harry Potter - J. K. Rowling
F/M
G
La dama que quería ser libre
Summary
Andrómeda esta harta de hacer lo que le digan, por lo que decide poner un alto y huir con el hombre que ama.
Note
Ambientado en la época Gregoriana.

Una dama y un mendigo se encontraban sentados en el balcón, mirando hacia el suelo en vez de apreciar el Hughenden Manor, que se encontraba a pocos kilómetros del hogar de la mujer. Si las personas los vieran, murmurarían. ¿La razón? Los dos eran diferentes, pero nadie se daba cuenta de las visitas nocturnas que ocurrían entre ellos.

—¿Cuándo es la boda?

Estaba esperando una respuesta, pero ella solo se mantuvo en silencio. Eso le dio a entender que la mujer no quería hacerlo.

—No piensas casarte. ¿O sí?

—Tengo que hacerlo, es por mi bien —suspiró resignada.

—¿Por tu bien o el de tu familia? —El mendigo negó repetidas veces— Escucha, no quiero ser grosero, pero debes decidir por ti misma.

—Es imposible. Mis hermanas nunca me lo permitirían. —Andrómeda bajo la mirada y se esforzó por no llorar—. Cómo quisiera escapar de todo esto, pero no puedo, por mucho que las convenza yo...

Andrómeda ya no sabía cómo enfrentar esto, no quería ganarse el odio de sus hermanas. Fue Bella quien le presentó al que sería su esposo, un hombre al que no amaba. Le dijo lo que sentía, pero Bellatrix la amenazó con decírselo a sus padres y borrarla del árbol familiar si hacía alguna estupidez. Mientras que Narcissa no hacía mucho, nada en realidad.

Por su parte, la mente de Ted le estaba dando una solución: estar a su lado. Se había enamorado no de su belleza, sino por su manera de tratar a los demás.

Su mano tomó el rostro de la dama hasta que sus ojos se encontraron. Los de ella estaban humedecidos; los de él mostraban algo de esperanza.

—Hay que huir. —Ted se acercó lo suficiente para susurrarle.

Andrómeda abrió los ojos sorprendida. Era una locura y lo sabía perfectamente, pero Ted se mostraba seguro al tomarla de las manos y besarle los nudillos, dándole la confianza que le hacía falta.

—Entiendo que no es el momento y sé que estás asustada, yo también lo estoy, pero ya es tiempo de que tengas una vida, seas libre y sobre todo que seas feliz.

—¿Por qué lo haces?

Eso fue suficiente para que sus frentes estuviesen unidas. No necesitaban palabras, sus expresiones hablaban por sí solas. Andrómeda quería ser libre y solo veía en Ted una luz de esperanza.

—Querida, ¿dónde estás? —Andrómeda se apartó al oír la voz de un hombre.

Con la mano en el pecho, se arregló los pliegues de su largo vestido azul cielo y dio unos pasos alejándose de la ventana, hasta quedar frente a un señor elegantemente vestido.

—¿Ya viste la hora? Muero de hambre. —El hombre ni se inmutó por el rostro pálido de Andrómeda.

La dama solo asintió despacio. Le dedicó una sonrisa, seguido de una reverencia. No se sentía como su futura esposa, sino como una sirvienta más. Parecía no importarle, pues encontró en Ted una razón para seguir adelante aunque no estuviese a su lado.