
A half truth.
La pluma se deslizaba ágilmente por el amarillento soporte. Malfoy ni siquiera se molestó en mirar la hora, pero algo era seguro; el ensayo de pociones sobre los principales efectos de la amortentia y sus principales características avanzaba adecuadamente.
Por supuesto, el Profesor Snape no se había vuelto blando de repente. Aquella era la parte fácil del escrito, luego tocaba pensar tres usos responsables y dos usos que dieran lugar un resultado catastrófico. A esas alturas, la desesperación de Draco había llegado hasta el punto en el que ni siquiera él, el heredero de la noble Casa Malfoy, podía dejar a un lado la posibilidad de engatusar a alguien con algunas gotas de amortentia.
Tal vez aquella fuera la única forma de conseguir a alguien que estuviera tan loco y desesperado que no le importara desafiar al régimen del Señor Oscuro desde dentro. De todas formas, ¿qué era una pequeña mentira para darse una escapada y poder ver a la que solía ser la persona más buscada de la comunidad mágica? Si de todas formas Potter era un camarero y no un soldado. ¿Eso no contaría cómo atenuante si llegara a oídos del Señor Oscuro? ¿O la mera existencia de Potter ya se consideraría una amenaza internacional?
Draco encontró consuelo en que mientras que para sus demás compañeros aquella tarea era extensa y estúpida, para él también podía significar un Plan B, en el caso de que el Plan A —convencer a alguien por las buenas de que lo acompañara— fracasara. Decidió que aquella sería una opción reservada para el último momento. Si para la mañana del viernes continuaba sin los resultados esperados, entonces prepararía la poción.
La biblioteca, aunque grande, estaba realmente vacía. En cualquier otra ocasión, Malfoy se abría levantado del asiento sin entender porqué siquiera había ido a parar a aquella tétrica sala. Pero aquella vez fue diferente. Muy diferente a lo que él mismo había pensado.
Las horas pasaban con rápidez, y para cuando el sol ya se hubo escondido, el rubio seguía sosteniendo con firmeza la pluma sobre el pergamino. Ya no era con pociones, sino con Historia; y de no ser por la repentina mano que se posó sobre su hombro, Draco habría continuado su trabajo.
Se giró, entre molesto y sorprendido, hasta que se encontró con el pálido rostro de la prefecta de Gryffindor.
Hermione Granger.
— Perdona — Susurraba casi con angustia, y aunque Draco no fuera el mayor de los genios, era fácilmente visible que la chica preferiría estar en cualquier otro sitio menos ahí —. Te he llamado dos veces y no me has escuchado.
— Ah, hum... lo siento — la observó, deteniéndose en sus ojeras y en el hinchazón de la piel bajo los ojos. Él reconoció perfectamente ese tono rojizo; Granger se había pasado todo el día llorando. — ¿Pasa algo?
— Verás, es que — tal vez fue impresión de él, pero la joven parecía sufrir con el mero hecho de mirarlo a los ojos —, no podré ocuparme de mi ronda mañana... y, hum, el Profesor Snape cree que podrías encargarte tú.
No había suplicado, ni tampoco había dejado a un lado la firmeza con la que Malfoy siempre la había escuchado hablar, pero... algo en ella, así cómo antes en él, se había roto.
La guerra había resquebrajado esa capa de dureza y felicidad hasta perforarla sin piedad, y una vez al descubierto, cada día que continuaba el reinado del terror, la felicidad se tornaba algo irreal y demasiado doloros de imaginar. Y eso, eso lo hacía sentir malditamente culpable. Porque hasta hace poco, Malfoy había estado en esa misma situación: con las mejillas húmedas y los ojos hinchados; con la mirada perdida y la piel tan blanca que el color de las venas se hacía fácilmente visible a través de ella.
Pero la vida le sonrió. Lo llevó a aquella pequeña librería, lo hizo fijarse en aquella dichosa cafetería que le había arrebatado la poca felicidad que le quedaba —toda aquella que los libros podían ofrecerle para olvidarse un rato de la marca que llevaba en el brazo—, y cuando estuvo seguro de que el cierre de aquel diminuto comercio lo había obligado a volver a la triste realidad. Ahí estaba él, el maldito Harry Potter, sirviendo tazas de café a dos metros de él; cómo si no fuera el principal objetivo del mago oscuro más peligroso de Londres.
Sí, Draco entró dispuesto a pegar al camarero; y sí, Malfoy solo tuvo ganas de lanzarle cruciatus hasta que recuperara la memoria. Pero inconscientemente, y contra todo pronóstico, aquello lo hizo sentir vivo de nuevo. Aún había algo por lo que vivir, algo más allá de la ridícula fiesta de Pansy o del mundo tenebroso que había creado el Señor Oscuro. Harry Potter seguía vivo, y eso significaba que Draco podría escoger de nuevo.
¿Así que... no era injusto que Granger no pudiera saberlo, mientras Draco iba y venía de hablar con el camarero?
¿Quién era él comparado con la mejor amiga de Harry, después de todo?
— Granger.
Draco estuvo apunto de levantarse del asiento, y tras dudar brevemente, lo hizo. Solo llegó a dar un paso hacia adelante, cuando se dio cuenta de la locura que había estado apunto de hacer.
— Draco — una corta cabellera negra asomó por una de las estanterías — Te he estado buscando.
Pansy se acercó al chico de inmediato, dando una dura mirada a Granger.
Malfoy continuó con su conversación.
— No hay problema — asintió, dando algo parecido a una cordial sonrisa cómo agradecimiento —. Gracias por avisar.
Granger le devolvió el gesto, o al menos trató de hacerlo, porque le salió un temeroso asentimiento de cabeza y una sonrisa forzada.
La prefecta de Gryffindor los dejó solos, y antes de que Draco pudiera volver a sentarse, Pansy lo cogió del antebrazo.
— Te he estado buscando.
— Ya he dicho que estaría en la biblioteca — el agarre se volvió suave hasta que la chica lo soltó. Malfoy volvió a sentarse frente al pergamino de Historia —. ¿Pasa algo?
— ¿Crees que soy una sangre sucia? — Pansy se acercó, apoyando la palma de la mano en la mesa de madera. — ¿Es que tiene que pasar algo que para que te busque?
Vaya...
Que recuerdos tan horribles podían evocar dos simples palabras. Sangre sucia.
Casi un año, y Malfoy aún recordaba a aquella pobre mujer, gritando, completamente aterrada. Tan desesperada que frente al círculo interno del Señor Oscuro, se había atrevido a suplicar ayuda a Snape. Y aunque su profesor la mirara impasible, Malfoy nunca olvidaría aquella mórbida imagen de alguien que apenas podía ser reconocida cómo una persona, elevada cruelmente sobre la mesa por la varita del Señor Oscuro.
Y todo porque aquella mujer era una sangre sucia.
¿Así tendría que ser ahora? ¿Granger tendría que vivir con el miedo constante de ser despedazada por cualquier sangre pura? Alguna vez, Malfoy sintió admiración por aquel insulto, por lo que significaba: por cómo él pertenecía a en una raza superior. Pero el cambio de opinión no tardó en llegar: si ser un sangre pura significaba ser igual a ese monstruo de ojos rojos, a ese ser inhumano y a su círculo de dementes, Malfoy comenzaría a plantearse si Potter necesitaba algún ayudante en aquella cafetería.
— Estoy bastante ocupado con Historia — susurró, con la poca paciencia que le quedaba —. Tal vez deberías hacer lo mismo en vez de estar pensando en la ridícula fiesta que harás para ese monstruo.
Vaya. Draco casi se recordó al mismísimo Harry. ¿Él siempre hablaba así del Señor Oscuro y nunca le pasaba nada, cierto? Ojalá se le pegara esa suerte.
Pansy giró el rostro, con una mezcla de temor y firmeza. Cuando estuvo segura de que no había nadie alrededor, acercó su rostro, lo justo y necesario para sentirse libre de decir:
— ¿Cómo te atreves a hablar así del Señor Tenebroso?
Draco no la miró. No contestó. Guardó silencio, y cuándo estuvo seguro de que Pansy no tenía intención de marcharse, decidió que tendría que ayudarla:
— Ya te he dicho que estoy ocupado. ¿Has venido solo para molestar?
— Depende — apartó la bolsa del rubio, dejándola en el suelo y sentándose en la silla pegada a la suya, justo a su izquierda —. ¿Qué te ha dicho?
Malfoy suspiró.
— ¿Quién?
— Esa sangre sucia. Granger. ¿Qué...
— Exacto — interrumpió él. — Granger. Tiene un nombre. Pero no creo que hayas venido hasta aquí para preguntarme eso, ¿verdad?
— No, claro que no — la joven de pelo negro hizo su mejor esfuerzo por apaciguarse — Tenemos que hablar. Sobre lo que te pondrás para el evento.
¿Sobre lo que...?
¿Sobre lo que Draco iba a ponerse para el evento?
Soltó un suspiro, agarrando la pluma con fuerza, queriendo, necesitando, que la intención de Pansy fuera hacerlo reír. ¿De verdad se había vuelto una especie de fanática del Señor Tenebroso?
— Procuraré consultar eso con mis padres, así que no te molestes demasiado— decidió que no era momento para que lo echaran de la biblioteca por intento de homicidio —. Si solo era eso, ahí tienes la puerta.
Un silencio. Pansy no dijo nada y Draco ya había comenzado a escribir en el pergamino. Draco casi esperó recibir algún imperio o ver algún destello verde reflejado en las estanterías.
— Muy bien — la joven se levantó del asiento, volviendo a colocar la silla en su sitio —. Cómo quieras.
Apartó la bolsa de Draco con la pierna izquierda, alejándola del chico. Estaba tan inmerso en lo que escribía que ni siquiera se percató que tras él, Pansy se agachó a meter la mano en su bolsa para llevarse el pergamino que había estado escribiendo en clase de Historia. Con la misma sutileza, la chica deslizó la bolsa junto a la pata de una de las sillas, guardando el rollo de pergamino en su túnica.
— Suerte con Historia. Estaré en la sala común por si me necesitas.
El rubio ni siquiera se giró. Susurró un vago "bien" sin apartar la pluma del papiro. Escuchó los pasos que marchaban hacia la puerta, y con gran alivio, retomó su ensayo sobre "La ventisca de jabón de 1348 y su relación con el estallido de la Burbuja financiera mágico del siglo XIV". Si Draco aspiraba a acabar, o al menos a avanzar el escrito, tendría que quedarse pegado a la silla hasta la hora de la cena.
Dejó caer la pluma sobre la mesa, preguntándose si aquello merecería la pena. Podría ir a ver a Potter sin necesidad de acabar el trabajo, y más que ocuparse de eso, debería empezar a plantearse quién podría ser un sujeto ideal para su aventura del viernes.
No era una mala idea, pero teniendo en cuenta los últimos acontecimientos: Draco no debía darle más motivos de sospecha a Snape ni más motivos de disgusto a su tía. Solo de momento, Draco tendría que jugar al estudiante perfecto. Por lo pronto, su trabajo sería ese. Su misión era esa. Y si después de cenar no estaba demasiado cansado, tal vez haría una lista de posibles candidatos. Así que tomó su pluma, y retomó la lectura de La ventisca de 1348.
— ¿Pero a ti qué te pasa? — suspiró Zabini. — No tienes que llamar a nadie de esa forma. Creía que te había pasado algo.
— Falta Nott, ¿dónde está?
Pansy se quedó de pie, frente a los dos chicos que acababan de bajar a la sala común. Goyle había hecho caso a la chica por su propia cuenta, pero Blaise lo hizo obligado. ¿Qué diantres se le había ocurrido a esa loca ahora?
— Ya te lo he dicho — dijo Blaise —. No va a venir, porqué está haciendo los deberes de Historia. Lo que deberíamos de estar haciendo nosotros.
— Dile que baje ahora mismo — ordenó la pelinegra —. Dile que si no sale de su cuarto iré yo misma a buscarlo, y no será agradable para nadie.
Suspiró, dejando escapar un pedazo de la angustia que llevaba dentro. Zabini se levantó del sofá, decidido a pedirle de nuevo a Nott que bajara. Antes de que cruzara la sala, Nott apareció.
— Espero que sea rápido — amenazó, sentándose sobre la alfombra —. Quiero acabar Historia antes de cenar.
— Esto es mucho más importante que Binns— contradijo ella —. No puede esperar.
— ¿Y Draco? — preguntó Goyle, — Creo que estaba en la biblioteca. ¿Voy a buscarlo?
— Eso — dijo Zabini —. ¿Por qué a él no lo molestas?
— ¿A tí qué te parece? — intervino Nott. — ¿Ninguna idea brillante cruza tu pequeño cerebro?
Pansy se sentó en el sillón de cuero negro, tomando el asunto con la seriedad que se merecía.
— Algo le pasa a Draco — comenzó —. Algo muy... extraño, y si no lo resolvemos a tiempo, podría acabar teniendo consecuencias indeseadas — levantó el rollo de pergamino, haciendo que los demás lo siguieran con intriga —. ¿Sabéis que es esto?
Goyle creyó reconocer aquello.
— Es el pergamino de Draco. ¿Se lo has robado?
— Lo he cogido prestado — corrigió ella, sin dar lugar a otro tipo de explicación —. Lo devolveré enseguida que lo veáis.
— ¿Y si ya lo está buscando? — cuestionó Blaise.
— Eso — coincidió Theo —. ¿Tanta urgencia para que veamos sus apuntes de Historia?
Los ojos de la chica quedaron fijos en el indefenso Theo, quién se arrepintió de haber abierto la boca. ¿Qué se suponía que iba a enseñarles Pansy? ¿O qué iba a cambiar que Malfoy cogiera o no cogiera apuntes en las clases de Binns? Cómo si le daba por llenar el marco de buratachos.
Theo se recompuso rápidamente, mirando con exigencia a la chica.
— Tú ganas — si Pansy se alargaba demasiado con el asunto del estúpido pergamino, Theo decidió que le pediría los deberes a Malfoy —. ¿Qué es eso tan horrible que ha escrito Draco?
— Júzgalo tú mismo — Parkinson le tendió el pergamino sin apenas mirarle a la cara. No fue por enfado o arrogancia, sino porque sus ojos se entrecerraron y su mirada severa pasó a ser una abrumadora —. Creo que... Draco se ha vuelto loco.
Con sumo cuidado, Nott desenrolló el papiro, pasando las manos por la rugosa superficie.
— ¿Qué pone? — Zabini levantó el mentón, tratando de ver algo por encima de Nott. — Ya lo has tenido suficiente rato, ¡déjamelo!
Goyle se acercó, sentándose junto a Theo. Ambos se miraron, primero con sorpresa y luego con desagrado. Ninguno de los dos tuvo el coraje suficiente para hablar, y más bien, el abrupto sonido del corazón chocando contra el pecho lo hizo por ellos.
— No lo entiendo — dijo Goyle —. ¿Es que Draco quiere que nos maten a todos?
Sintiéndose insultado, Zabini se levantó del sofá. Le quitó el pergamino de las manos a Nott, y decidió que lo mejor para salir de dudas, era leerlo en voz alta.
— Vamos a ver... — acomodó el papel a la altura de la vista, y recitó limpiamente —: "primer punto: analizar supermercados" — trató de no sorprenderse demasiado, despegando la vista del pergamino para mirar burlonamente al grupo —. ¿Por eso está loco? ¿Por tener complejo de elfo doméstico? — aunque ninguno más que él se riera, se sintió animado a continuar por su propia risa —. "Segundo punto: horario semanal de... — analizó detenidamente el trazo de las letras — Potter".
El rugoso pergamino amenazó con caérsele de las manos en cualquier momento.
— Sigue leyendo — dijo Pansy —. Aún no has llegado a lo más interesante.
Zabini sujetó el documento con la firmeza que precisaba el tema. Sin estar seguro de que se tratara de una especie de broma de mal gusto, prosiguió su lectura —: "tercer punto: saber si tiene más trabajos" — ¿"más trabajos"?, ¿había leído bien o Pansy se estaba burlando de ellos? Entrecerró los ojos, tratando de analizar las palabras escritas frente a él, sin ver nada extraño. Aquella era la letra de Draco. — No entiendo nada. ¿De qué Potter habla si Harry Potter está muerto?
— ¿Y si hay otro Potter en el castillo? — cuestionó Goyle. — ¿Alguien de los de primer año?
— ¿Un Potter en el castillo? — Nott escupió la idea con disgusto. — Sí, claro, y tal vez el Señor Tenebroso le mandó él personalmente la carta.
— Es una buena suposición — intervino Parkinson —. Puede que haya algún heredero ilegítimo. Seguramente pueda ser algún huérfano, aunque no de primer año. Ha escrito que la persona es un Potter, y que trabaja. Lo que no sabe es "si tiene más de un trabajo". Pero eso es una locura. Nadie puede abandonar el castillo sin el permiso de Snape, y no es algo que se conceda muy amenudo.
— Nunca, diría yo — reflexionó Zabini —. Aparte de Draco, no creo que haya nadie más que pueda...
— ¡Eso es! — Pansy se levantó de la butaca al instante, cómo si acabara de sentarse en un millar de agujas. — Ese Potter trabaja, por lo que no vive en el castillo, y solo hay dos lugares en los que alguien podría moverse libremente; tal vez podría trabajar en alguna tienda del Callejón Diagón o incluso en el Callejón Knockturn, aunque no creo que Draco se atreviera a ir tan lejos — admitió la chica. Él mismo le había relatado más de una vez los espantosos gritos y misteriosos ruidos que resonaban en el ahora gris Callejón Diagón, por no hablar de los asesinatos diarios en el Callejón Knockturn —. Pero eso implicaría que el Señor Oscuro pasara desapercibido a un Potter, lo que sabemos que es prácticamente imposible.
— Está claro que alguien lo habría delatado — opinó Blaise —. Veo imposible que el Señor Oscuro no lo sepa si Draco ha podido averiguarlo por su cuenta.
— ¿Y si — preguntó Goyle —, el Señor Oscuro lo sabe pero no lo considera una amenaza? Puede no tener magia, puede que solo sea un squib.
La sala se sumergió en un profundo y repentino silencio. Volvían a estar de vuelta en el mismo punto de senderos poco visibles y traicioneras encrucijadas.
— Aún así — Pansy volvió a sentarse—. Eso no quitaría el hecho de que hubiera sido delatado. Y si el Seños Oscuro lo supiera, lo habría matado, habría exhibido su cadáver sin dudarlo un segundo. ¿Es que no lo véis?
Zabini dejó el pergamino sobre la alfombra, mirando atentamente a la chica.
— Si Draco no lo conoce por trabajar en el mundo mágico — especuló Nott —, porque cuándo él sale, lo hace de noche. Cuando solo quedan dos tiendas abiertas en el Callejón Diagón — su ceño se contrajo, producto del desconcierto, de algo parecido a la traición —. Solo queda un único sitio al que Draco ha podido ir.
— No muy lejos del Callejón Diagón, y sin ningún mortífago encima para darle problemas — añadió Pansy —. Draco ha ido al mundo muggle.